No he querido desaprovechar la ocasión para publicar este espléndido
alegato contra el maltrato de la mujer, con motivo de la campaña que el
Ayuntamiento de Granada inicia al respecto. Quede pues por tan noble causa esta
entrada de nuestro querido amigo y colaborador, Tomás Moreno.
BREVÍSIMA HISTORIA DE LA MISOGINIA
(ALEGATO CONTRA EL
MALTRATO DE LAS MUJERES)
El protagonista (Gregory Peck): “- ¡Déjame en paz! ¡Hablas y hablas como si
fueras el rey Salomón: palabras y más palabras que no
significan nada! ¡Si hay algo que odio en este mundo, es una mujer
sabionda!
La analista (Ingrid
Bergmann): - Cariño, estamos empezando. No me pegues todavía.”
(Sir A. Hitchcock, “Recuerda”, 1945)
Estigmatizadas
por ancestrales mitos patriarcales como kalón kakón (bello mal) y
responsables de todos los males que aquejan a la condición humana (Pandora,
Lilith, Eva)[1]; descalificadas por Aristóteles como
varón(es) imperfecto(s) o truncado(s) por naturaleza, esbozos de hombre cuyo
desarrollo se paró a medio camino, sin alcanzar jamás la perfección masculina[2]; desvalorizadas teológicamente, en su origen corporal, por su procedencia de una
costilla del varón, en virtud de una interpretación literalista del relato
del Génesis, o de una costilla supernumeraria, como la de Bossuet, en el
siglo XVII (otros hermenéutas, más recalcitrantes, como Edgard
Gosynhill, Schole House of Women de 1554, matizarán que fue sacada de la
costilla de un perro).
Silenciadas en el templo o expulsadas del altar por Pablo de Tarso y
condenadas a la taciturnitas por numerosos teólogos celibatarios (desde
Tertuliano a Inocencio III); calificadas de nauseabundas, por algunos padres
de la Iglesia y por toda una turba de misóginos teólogos medievales[3]; definidas como mas occasionatus (hombre incompleto, fallido, deficiente) por un
Tomás de Aquino impregnado de aristotelismo; culpabilizadas de la caída de
Adán, introductoras y responsables por lo tanto del pecado original[4]; demonizadas y quemadas en la hoguera como brujas y
como lascivas tentadoras del hombre, al servicio de Satán, por los
inquisidores dominicos alemanes, J. Sprenger y Heinrich Kramer (Institoris),
autores del Malleus Maleficarum (1486)[5];
desexualizadas y mutiladas de su biológica humanidad por los poetas del
platónico Amor cortés (siglo XII), como espirituales reflejos terrenales de la
belleza divina[6].
Desposeídas del alma intelectiva, por teólogos y filósofos sin cuento (desde
Aristóteles, al segundo Sínodo de de Mâcon del 585, desde Malebranche, Bodino
o Schopenhauer hasta Weininger, que incluso les niega el “ser”, las “anonada”
ontológicamente); expropiadas de la inteligencia abstracta por su
infantilidad, su debilidad corporal y
la imbecilidad propia de su sexo, en expresión del Aquinate, y, también, de
su sentido moral por su congénita naturaleza premoral o amoral (Rousseau,
Kant, Hegel, Nietzsche, Darwin, Proudhon, Schopenhauer, Weininger)[7].
Excluidas del Pacto social y de
los Derechos políticos y jurídicos de la ciudadanía (Rousseau, Kant y la
mayoría de los Ilustrados), como demostrara Carole Pateman[8];
escindidas, por toda una cohorte de poetas y literatos románticos, en ángel
del hogar o en femme fatale (vampiresa chupadora de la sangre masculina,
rediviva Medusa terrible y devoradora de la mitología clásica griega o
reencarnación de la mítica vagina dentata)[9].
Animalizadas y naturalizadas como cebo de la naturaleza, para asegurar la
perpetuación de la especie, y situadas al nivel de las demás hembras animales
-vacas, gatas- por filósofos como Schopenhauer o Nietzsche; caracterizadas
como enfermas histéricas o úteros andantes, devoradores y permanentemente
insatisfechos (Otto Weininger en Sexo y carácter de 1903).
Definidas y conceptualizadas por
Schopenhauer como el sexus sequior e inestético (segundo sexo, subordinado,
débil e inferior por naturaleza); despreciadas como inferiores a los
hombres por
sus cráneos más pequeños y por sus cerebros más ligeros (Paul
Broca y todos sus seguidores, los anatomistas-neurólogos “medidores de
cabezas” de finales del XIX: Carl Vogt, G. Hervé, Cavanis, Cesare Lombroso y
Paul Julius Moebius, autor del infame panfleto De la inferioridad mental y
fisiológica de la mujer, de 1898)[10]; mutiladas de
su ser concreto e individual y reducidas -como las idénticas- a constituir
una única esencia genérica o universal (todas las mujeres son la Mujer), se
las condena a carecer de individualidad y personalidad (de nuevo Schopenhauer
y Weininger).
Inasimilables por la civilización
e irreductibles a la cultura y aquejadas, además, del complejo insoportable
de la envidia del pene (Freud)[11]; reducidas al
nivel de la simple vida vegetativa (su esencia está próxima a lo vegetativo,
dirá Kierkegaard[12]) por otros filósofos del siglo
XX tan conspicuos y respetados como Simmel, Ortega o Sartre[13].
Doblemente explotadas en el hogar
y en la empresa, por un sistema económico alienante y deshumanizador que,
bajo el señuelo de su “liberación” y “realización personal”, las esclaviza
con horarios de trabajo extenuadores; convertidas por la iconología
publicitaria en simples objeto de placer o cosificadas como objetos de adorno
(floreros); expuestas y estabuladas -en el caso de las mujeres prostitutas-
en los medios de comunicación como carne de consumo o esclavas
sexuales, ofrecidas al mejor postor, por parte de una sociedad hipócrita y
bienpensante que les niega legalmente
incluso el derecho a tener derechos; constreñidas por las dictaduras de la
moda a autotorturar y debilitar sus cuerpos por las imposiciones de Modelos o
Estereotipos de feminidad inhumanos y antibiológicos, dictadas por un mercado
neocapitalista liberal, en detrimento de su salud y de su bienestar físico y
psicológico[14].
Sometidas, despiadadamente, a las
demandas publicitarias de un consumo sin sentido ni finalidad;
heterodesignadas en todos los aspectos de su vida por el amo-varón;
desposeídas de los derechos económicos más elementales (a un salario
equivalente al del varón, a su promoción profesional en igualdad de
condiciones y oportunidades, a su plena realización humana y personal al
margen de su sexualidad) por un sistema económico que proclama formalmente su
supuestamente lograda, ¡por fin!, emancipación; ridiculizadas hasta el
esperpento, si se atreven a autoafirmarse y a reclamar su dignidad humana: las
mujeres han soportado y sufrido a lo largo de siglos esta historia
universal de la infamia misógina con una entereza admirable, con “sangre,
sudor y lágrimas”, sin renunciar -tras la toma de conciencia de su relegada y
opresiva situación, al menos desde la “otra” Ilustración, la de Olimpe
de Gouges y la de Mary Wollstonecraft- a
reivindicar la palabra, la acción y la presencia en el espacio plural de lo
público (Hannah Arendt) y a ser sujetos de la historia -sujetos
individuales, sujetos éticos, sujetos políticos- con el mismo derecho a ello
que el varón.
Después de todo esto, no nos ha de extrañar el diálogo del film Recuerda, de
A. Hitchcock, que preside este
alegato, ni tampoco la contundente afirmación del filósofo francés André
Glucksmann de que “el odio más largo de la historia, más milenario aún y más
planetario que el del judío es el odio a las mujeres”. Si alguien, a estas
alturas de la historia, preguntase el porqué del maltrato y de la violencia
homicida contra la mujer -todavía tan presente en nuestras avanzadas y
civilizadas sociedades occidentales (no digamos ya en otras civilizaciones)-
la respuesta sería obvia: baste con reflexionar sobre estos supuestos
culturales[15] que hasta aquí
hemos someramente analizado y que secularmente han alimentado la violencia de
género, ya verdaderamente insoportable, que padecemos.
Tomás Moreno
[1] Cfr. Gerda Lerner, La creación del
patriarcado, Crítica, Barcelona, 1995; Eva Figes, Actitudes Patriarcales: las
mujeres en la sociedad, Alianza , Madrid, 1972; Erika Bornay, Las hijas de
Lilith, Cátedra, Madrid, 2008; E. García Estébanez, Contra Eva, Melusina,
España, 2008.
[3] Cfr. Utta Ranke-Heinemann, Eunucos por el
reino de los cielos. Iglesia católica y sexualidad, Trotta, Madrid, 1994;
France Quèré Jaulmes, La femme, les
grands textes des Péres de l’Eglise’, Grasset, París, 1968.
[7] Cfr. J. J. Rousseau, Emilio o de la
educación, Alianza, Madrid, 1990; I. Kant, Antropología práctica, Tecnos,
Madrid, 2007 y Observaciones acerca del sentimiento de lo bello y lo sublime,
Alianza, Madrid, 2008; Hegel, Principios de la filosofía del Derecho, Ed.
Sudamericana, 1975; Nietzsche, La gaya ciencia, Calamos, Barcelona, 1979;
Humano demasiado humano, Obras Completas, Aguilar, Barcelona; Así habló
Zaratustra, Alianza, Madrid, 1972;Schopenhauer, El amor, las mujeres y la
muerte, Edad, Madrid, 2007 y El arte de tratar a las mujeres, Alianza,
Madrid, 2008; Otto Weininger, Sexo y carácter, Península, Barcelona, 1985.
[9] Cfr. Pilar Pedraza, La bella, enigma y
pesadilla (Esfinge, medusa, pantera…), Tusquets, Barcelona, 1991.
[12] Cfr. Sören Kierkegaard, Diario de un
seductor, Austral, Buenos Aires, 1953; In vino veritas, Guadarrama, Madrid,
1976.
[13] Cfr. G. Simmel, Para una filosofía de los
sexos, en Sobre la aventura, Península, Barcelona, 2001; J. Ortega y Gasset,
Para la cultura del amor, El Arquero, Madrid, 1988; El hombre y la gente,
Revista de Occidente, Madrid, 1981, J. P. Sartre, El Ser y la Nada, Alianza,
1984.
[14] Cfr. Marilyn Frensch, La guerra contra las
mujeres, Plaza y Janés, Barcelona, 1992. Otras obras de obligada consulta al
respecto: Georges Duby y Michelle Perrot, Historia de las Mujeres en
Occidente, 5 vols., Taurus, Madrid, 2000; B. S. Anderson y J. Zinsser,
Historia de las mujeres. Una historia propia, Crítica, Barcelona, 1991,
Esperanza Bosch, Victoria A. Ferrer y Margarita Gili, Historia de la
misoginia, Anthropos, Barcelona, 1999; Simone de Beauvoir, El Segundo Sexo,
Cátedra, Madrid, 2005; Anna Caballé,
Una breve historia de la misoginia, Lumen, 2006; Jack Holland, Una breve
historia de la misoginia, Océano, México, 2007.
[15] Cfr. Ángeles de la Concha, El sustrato cultural
de la violencia de género. Literatura, arte, cine y videojuegos, Síntesis,
Madrid, 2010.
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