Accediendo a la insistente petición de un buen amigo subo el poema, La escala de Jacob, del libro inédito Poemas herméticos, así cumplo una vieja deuda de amistad aun cuando me cuesta no poco esfuerzo y grande pudor exponer públicamente un poema de un libro que, por el momento, espera el tiempo que sea preciso para su necesaria y exigida maceración antes de ver la luz pública. Excepcionalmente, para ti, Diego Wilhem, fraternalmente.
«Luego tuvo un sueño y he aquí que era
una escala que se apoyaba en la tierra y
cuyo
remate tocaba los cielos, y ve ahí que los ángeles
de Elohim subían y bajaban por ella»
Génesis
XXVIII 12-13
EL haz de luces enreda
una sierpe por la escala
en
cuya espiral oscila
de
colores resbalada.
En
su vértice de vida
suben
espectros y bajan:
transparencias
que en el aire
arremolinan
sus almas
en
torno a la colosal
molicie que se levanta
móvil
columna de fuego
que
sostiene la distancia;
erige
en la altura alado
de
la cúspide a la planta
un
espíritu en la tierra
que
sobre el cielo descansa.
Los
ángeles del trasmundo
cada
peldaño pisaban
de
luz con grande cautela
entre
sombras sonámbula.
Hasta
el mismo extremo del
tiempo
porta silenciada
en
el fuego de su espíritu
inmutable
la palabra
última que, en el confín
de
la mente, su mudanza
apresura
y, en el abismo
incognoscible
y sin pausa
se
atropella, rueda, cae
y
precipita inexacta
sobre
la ley rigurosa
que trastoca
su ordenanza.
Entonces, un
ángel lívido
entre
las sombras la llama
hasta
mi rostro aproxima
inmarcesible
sustancia:
ungió
mi frente dorado
dedo
que inscribe en su marca
el
designio de la luz
que entre las
sombras alcanza;
al oído me
susurra:
«La estrella sube y la escala
en donde
vivos y muertos
sueñan
con iguales alas
alcanzar
la cumbre (o la
sima).
Escéptico a la causa
e indiferente al
efecto,
más allá de la esperanza,
de la desesperación
de cualquiera horror,
al ansia
por
escanciar elixir
de
lo que es eterno, el ascua
efímera
del deseo
que
consume (y que os abrasa),
a la quietud del que entiende
y vive pleno de gracia:
observa atento el impulso
que, todo ello en
lontananza,
con tan
grande vanidad
ahora
se agita extraña
turbación
a los sentidos;
mira
absorto la fragancia
sin que el nombre de
la rosa
confunda con su soflama
de conceptos la virtud
que única y total
instala
de la vida
sobre el mundo
efímero
eterna llama.
De
su lírico designio
Jacob
se despierta: mansa-
mente
piensa sin saber
qué cerca
estará y qué franca
la esfinge
que desde el sueño
a
sus ojos se levanta;
y
qué rota certidumbre
y
qué incierta su constancia.
Frunce
la luz cada pliegue
de
sombra la escalinata,
cuya
longitud exenta
del infinito
retracta.
Muda las
sombras describe
sobre
la noche la nada:
el
silencio en cada estrella
música
fulge en su mapa.
Francisco Acuyo
Pleno en todos los frentes del decir y de la armonía.
ResponderEliminarUn abrazo
Ignacio Bellido
Extraordinario poema que no merezco. Gracias por tus inmerecidas excelencias hacia mi modesta persona. Un fraternal abrazo.
ResponderEliminarQué maravilla de poema. Cuánta sugerencia y misterio. Muy acorde con las excelencias a las que nos tiene acostumbrado este extraordinario blog. Enhorabuena.
ResponderEliminarHermoso texto, hermoso pre-texto visual.
ResponderEliminarLas palabras de luz y sombra ,sueño y verismo extraordinarias ,mil gracias por tu aporte
ResponderEliminar