Entrada esta que suscitará muchas y acaso controvertidas discusiones. La fascinación por las nuevas tecnologías y los avances extraordinarios en lo que se denomina I.A. (Inteligencia Artificial) o lo que es lo mismo: inteligencias no naturales en agentes racionales no vivos, que diría en su momento John McCathy en 1956. Es conveniente adelantar, para evitar ambigüedades y equívocas conclusiones, que se precisa de un Agente inteligente que, si bien le permite pensar, evaluar y actuar, siempre lo hará en virtud de principios de optimización y consistencia, que es lo mismo que decir preparados (programados) para alcanzar un objetivo o finalidad. ¿Será conveniente aludir al concepto de racionalidad por revestir este un carácter más general y evidentemente más adecuado que inteligencia, para definir la naturaleza del objetivo de esta disciplina? Esta es una cuestión nada baladí para un correcta comprensión de los problemas que plantean en torno a las posibles analogías con la inteligencia humana. En cualquier caso, esta y la próxima entrada en nuestro blog por parte del profesor Tomás Moreno, incidirán sobre estas cuestiones que no dejan de resultar fascinantes. Me viene a la memoria las magníficas reflexiones de Roger Penrouse intitulado La nueva mente del emperador (1989, premio Aventis en 1990), libro en el que defiende la conciencia como no sujeta a un proceso algorítmico e imposible de modelar mediante una máquina de Turing o cualquier artefacto computacional. Así pues, introdúzcanse en materia tan interesante a través de estos trabajos presentados en nuestro blog Ancile.
DE POESÍA, LITERATURA Y A.I. (EL POETA
ELECTRÓNICO O LA GÉLIDA POESÍA) (I)
“La palabra poética no es poética por ser bella, sino por ser viva, es
decir, por estar incluida en un organismo vivo que es el poema” (En el silencioso refugio de los recuerdos,
Luis Rosales)
“Ha llegado la hora”, dijo la morsa, “de hablar de muchas cosas:
de zapatos, y barcos, y del lacre, de coles y de reyes, y de por qué el mar
está que arde y de si los cerdos tienen alas”. Como
habréis adivinado, el texto se trata de un famoso pasaje perteneciente a Alicia a través del espejo de Lewis Carrol. Se utilizó en una célebre
experiencia allá por los años…, para tratar de probar las diferencias
existentes entre una mente humana y una mente o inteligencia artificial, a la
hora de leer e interpretar un texto literario.
Los distintos
ordenadores, programados al efecto por sus creadores para llevar a cabo la
tarea -a saber: “Parry” (de Kenneth Colbe), que simulaba la personalidad
paranoica de un personaje de ficción, un policía siempre en peligro de ser
atacado por la mafia; “Eliza” (de Joseph Weizenbaum), que asumía la
personalidad de un psiquiatra rogeriano y SHRDLU (de Ferry Winograd), que
simulaba la mente de un profesor experto en semántica- dieron, tras leer el
texto propuesto, las siguientes respuestas: Parry,
analizando la palabra “cerdos” preguntó: “¿Se refiere vd. a la policía?”. Eliza, valorando la personalidad del
narrador, preguntó: “Oiga ¿tiene vd. problemas psicológicos?”. Y SHRDLU, por su
parte, puntualizaba que “el mar no puede arder porque su temperatura media es
15º centígrados, que los cerdos no pueden tener alas, los únicos mamíferos con
alas son los murciélagos”[1].
Ninguno de estos Programas presuntamente inteligentes, se
dio cuenta de que estaban no ante un enunciado supuestamente fáctico acerca del
mundo real, sino ante un texto de ficción
literaria, una visión caprichosa, fruto de la imaginación del poeta.
Ninguno de los tres estaba en condiciones de hablar de lo bien construidas que
estaban las frases o de la belleza y carácter inesperado de la lista de temas
que la morsa proponía. Pero su relativa estupidez e ignorancia no tiene nada de
sorprendente. A juzgar por el número de “bytes” almacenados en sus memorias (35.00
bytes para Parry; 7,200 para Eliza) el cerebro humano es
aproximadamente tres millones de veces más inteligente que Parry y 14 millones de veces más inteligente que Eliza: posee 100,000 millones de
“bytes”. Es cierto que desde que se llevó a cabo este experimento hasta
nuestros días han pasado varios decenios, y que el avance, en ese lapso de
tiempo, en informática, en IA y en Tecnología robótica ha sido vertiginoso,
exponencial y su progreso y perfeccionamiento verdaderamente asombrosos, sin
embargo, ello no empece, nuestra negativa valoración, antes expresada, acerca
de su capacidad para enfrentarse inteligentemente a un texto literario creativo.
Ni el más
portentoso de los sistemas expertos
en literatura, diseñado con los más perfeccionados ingredientes y algoritmos
requeridos para llevar con éxito la tarea, creemos, sería capaz de leer e
interpretar el texto a la manera inteligente humana, como lo haría cualquier
estudiante de bachillerato. Y si se trata de componer o crear poesía los
resultados no serían mucho más logrados o felices. En
efecto, una máquina, además de analizar
textos, puede en cierto sentido producir
textos literarios. Se cuenta que un programador anónimo dio una vez
instrucciones a un ordenador para que inventara un (micro) relato breve que
incluyera los siguientes ingredientes: una alusión religiosa, un toque de
distinción, una insinuación de sexo y un poco de misterio. La historia resultó
como sigue: “¡Dios mío!”, dijo la duquesa. “Estoy embarazada; ¿Quién habrá
sido?”. Se había creado, en efecto, una historia”, un microtexto literario,
pero, evidentemente, se trataba de una burda imitación de la creatividad
humana, carente, más allá de nuestra interpretación humorística, de ningún tipo de
profundidad[2].
Cuenta
el gran poeta mexicano Gabriel Zaid, en su ensayo La máquina de de cantar (1. Las
burlas veras)[3], que Antonio Machado describía con cierta precisión en el Cancionero apócrifo de Juan de Mairena
(poeta, filósofo, retórico e inventor de “una máquina de cantar”) la creación
de un aparato destinado a burlarse de los poetas, los cantores de una nueva
sentimentalidad, mostrando cómo esa máquina de cantar se haría realidad (las burlas se vuelven veras) apenas una
treintena de años después -pues ya desde la década de los 60 se ha logrado
realizar poesía combinatoria compuesta con la ayuda de una calculadora
electrónica-. Nos recuerda allí que el Harper’s
Magazine había publicado, en diciembre de 1963, los siguientes versos,
hechos de 3.500 palabras y 138 modelos sintácticos, procedentes de un artilugio
autómata: “¡Oh no te asustes de este dócil jugo / Finalmente, pocas de mis
chaquetas desconfían del ganso / Un mapache puede piar esas cenizas ardientes
de la célula / Ay, rectificar fue negro, negarse es alimenticio!”[4].
Ante
semejante resultado, el poeta mexicano comentaba con razón: “La verdadera
limitación de una computadora es su incapacidad de lectura concreta. Su lectura
es abstracta, aunque pueda ser muy específica. No tiene ojos para leer un
milagro. Lo cual no quita que pueda hacer versos”. Seguidamente recordaba cómo Tristan Tzara prefiguraba ya a
principios del pasado siglo esta posibilidad con la invención de una máquina aleatoria: se echaban palabras
en un sombrero, se agitaban como en una coctelera, y se iban sacando al azar,
una a una. “La verdadera inspiración aquí -continuaba el poeta mexicano- está en
la invención de la máquina misma; la invención (o lectura) del azar como
activado y producido, no simplemente acaecido. Es una irónica metáfora de la
cabeza humana, casi una teoría. Mejor dicho, un modelo operable, si fuese cierto
que así procede el pensamiento creador […] El pensamiento vuela de una cosa a
otra por asociaciones que de algún modo logran sacar a luz únicamente lo
significativo y no toda la enorme y confusa masa del almacén cerebral”[5].
En esa perspectiva, era evidente para Gabriel Zaid que la “escritura
automática” de un cerebro electrónico también podría servir para el mismo
objetivo al igual que podría servir un diccionario [no necesariamente de la
rima] como “memoria” para un cerebro de construcción casera: “se vuela una
moneda miles de veces y el Águila o Sol se convierte en una serie de números
binarios; o se usa una ‘mano inocente’ y un grupo de cocteleras con papeles
numerados del 0 al 9; o se consulta simplemente una tabla de números al azar,
o, si se tiene paciencia, se toman los números conforme van saliendo en un
sorteo de la Lotería Nacional”. Podría, pues, servir un sombrero dadaísta o el brain storming”[6].
Más
recientemente, y en uno de sus espléndidos textos de divulgación científica, Javier Sampedro[7] recordaba la proposición de William Godwin según la cual la literatura sería “la gran línea de
demarcación entre el reino humano y el animal” y que, desde el punto de vista
cognitivo, la gran diferencia cualitativa entre ambos estaría representada por
la capacidad de creatividad literaria. Sin embargo, añadía, esa línea se
difuminaría a la hora de diferenciar o discernir el reino humano de la inteligencia natural del reino electrónico de la inteligencia artificial [8].
Aducía para ello, como prueba de fuego, un osado experimento planteado en su
página web de Internet por un escritor, Dan Hurley, y por un científico en A.
I., Selmer Bringsjord, consistente
en mostrar cinco comienzos de relatos literarios sobre el tema de la traición[9].
Cuatro de ellos obra de otros tantos escritores y uno ideado y escrito por un
programa informático de creación literaria, llamado Brutus 1, al que dotaron de una gran variabilidad en todos los
aspectos de la escritura narrativa -personajes, escenarios, temas, estilo,
ambientación- hasta el extremo de que el ordenador producía resultados
impredecibles en cada uno de esos campos, e incluso aseguraban haber
identificado media docena de ingredientes narrativos que, una vez formalizados
y traducidos al lenguaje de la máquina, ofrecían al escritor de silicio el aire inequívoco de un genio creativo,
poniendo lo mejor de sus algoritmos a la tarea de evitar a toda costa la “prosa
mecánica”, para que el suyo no fuese un lenguaje forense y telegráfico que pudiera
dejar en evidencia sus tripas de silicio. En verdad, si Brutus 1
pecaba de algo, tal vez sería de exceso de floritura y de riqueza léxica. Ésta era
la idea; el resultado -previsible- fue que muy pocos lectores fueron capaces de
averiguarlo. ¿Se deducía de todo ello, que los ordenadores eran capaces
realmente de creatividad literaria? ¿En
qué niveles de verdadero valor estético se movía el texto diseñado por sus
programadores? ¿Se trataba de una auténtica creación literaria?
En
cierto modo sí, pero sin ningún valor estético, creatividad ni profundidad
humanas. Es evidente que este tipo de procedimientos
de hacer o fabricar poesía apenas tuvo continuadores más allá de los
vanguardias de principios del siglo XX (dadaístas, ultraístas, imaginistas,
surrealistas) y que todos los intentos
posteriores de crear poemas
valiéndose de ese tipo de artilugios, ya fueran sombreros, monedas,
automatismos inconscientes o azarosos, torbellinos de ideas o programas de
ordenadores electrónicos, han resultado estériles, vías muertas para la
verdadera creatividad poética. Ni siquiera han sido capaces de crear los más sencillos y leves
poemas, verdaderamente inspirados,
como los haikú que Matsuo Basho desde
su inteligencia y sensibilidad humanas, hizo volar a alturas literarias maravillosas
en libros como Sendas de Oku.: ¿La nieve que cae / es otra / este año? Luis Pancorbo, en un delicioso artículo[10],
se lamentaba de que ya se hubiese
incluso inventado un denominado El Libro electrónico de los haikú que enseñaba
a hacerlos por miles de millones[11].
“Su aparente sencillez, su paradójico descoyuntamiento semántico”, decía el
escritor español, “su engañosa brevedad, han propiciado que el ordenador se
ensañe con el género” y que había que protestar por ello. Para jugar con las
palabras jamás se debe pasar de un nivel trivial y trivializar los haikú de Basho con la máquina susodicha, era un auténtico anatema para
nuestro escritor: “Imitar un haikú es ciertamente fácil. A ver si se atreven
con Don Quijote. Y ahí está la verdadera engañifa. El ordenador toma lo breve
por lo fácil, ama la literatura a pildorazas, y somete la poesía como cuestión
de azarosos aparcamientos de vocablos”[12].
Las
máquinas inteligentes no tienen alma, vale decir: no tienen verdadera creatividad. A veces se oye que una
calculadora “programada” adecuadamente
podría “(re)producir todas las obras de Shakespeare, todas las sinfonías de
Bach e incluso toda la matemática conocida. No es cierto: el proceso mental de
creación de un poema, de una sinfonía o de un teorema matemático difiere
esencialmente del llevado a cabo por cualquier máquina de pensar o “ídolo de silicio”[13].
El testimonio de un hombre de genio como García
Lorca es la mejor descripción empírica posible de lo que es, en verdad, ese
proceso mental de creación. Recordemos su finísima descripción del mismo, a
propósito de la poesía de Góngora[14]:
“(…) Góngora no crea sus imágenes sobre la misma naturaleza, sino que lleva el
objeto, cosa o acto a la cámara oscura de su cerebro, y de allí salen
transformados para dar el gran salto sobre el otro mundo con que se funden […]
“Armoniza y hace plásticos de una manera a veces hasta violenta los mundos más
distintos. En sus manos no hay desorden ni desproporción. En sus manos pone
como juguetes mares y reinos geográficos y vientos huracanados. Une las
sensaciones astronómicas con detalles nimios de lo infinitamente pequeño, con
una idea de las masas y de las materias desconocida hasta que él las compuso”[15].
¿Es que la
máquina inteligente procede así en su proceso mental combinatorio o
computacional? ¿Es que posee inconsciente o experiencia personal? Ese proceso mental de creación no está,
evidentemente, al alcance de la lógica binaria de la computadora: nuevas
entidades matemáticas adquieren existencia de la misma manera que nuevas
palabras aparecen en el lenguaje, o nuevas reglas sintácticas ven la luz en la
Poesía, por el descubrimiento de nuevas relaciones y, esto, la mayoría de las
veces, se produce a través de cerebraciones subconscientes[16].
¿Serían
capaces, nos preguntamos, un programa de A. I., un computer, autómata, robot o un ordenador, perfectamente adiestrados
al efecto, de entender un verso tan inolvidable como éste del también inolvidable
Poema
del Mio Cid: “Apriesa cantan los gallos e quieren quebrar albores”?
¿Podría una máquina inteligente
identificar su sentido y su referencia? O, si no, propongámosle que nos
interprete cualquier poema de cualquier verdadero poeta que se nos ocurra (desde
un Cesar Vallejo o Góngora a un Rainer María Rilke o Federico García Lorca) y comprobemos
su capacidad de comprensión o su sensibilidad emocional y estética. Veamos, por
ejemplo, un poema -escogido al azar de la inmensa inspiración lorquiana-
como 1910 (Intermedio), de Poeta
en Nueva York, y que dice así “Aquellos ojos míos de mil novecientos
diez / no vieron enterrar a los muertos, / ni la feria de ceniza del que llora
por la madrugada, / ni el corazón que tiembla arrinconado como un caballito de
mar”. ¿Sería posible, no ya que fuese entendido, sino que conmoviera a una máquina dotada de inteligencia artificial.? Si ello
se llegase a demostrar la A.I. habría sin duda relevado al hombre de la
categoría de ser supremo de la creación, la robótica y la A.I. desplazarían
para siempre a la antropología como ciencia de la especie hegemónica sobre el
planeta tierra. La inteligencia biológica habría sido, definitivamente,
desplazada por la inteligencia de silicio (continuará).
Tomás
Moreno
[1] Cf. Adrian Berry, La Máquina Superinteligente, Alianza Editorial, Madrid, 1983, pp.
81-82.
[2] Ibíd.., p. 96
[4] Ibíd., p. 29
[5] Ibid, pp. 29-30.
[6] Ibid., p. 30.
[8] El programa Brutus 1 es el producto de siete años de trabajo de dos científicos
especialistas en inteligencia artificial, Selmer Bringsjord, del Instituto
Politécnico Reenselaer y David Ferrucci,
del Centro T. J. Watson de IBM. En su
libro Artificial Intelligence and
Literary Creativity (Editorial Lawrence Erlbaum, 1999) ambos científicos
explicaban la forma en que construyeron el Programa Brutus 1, tras más de un cuarto de siglo diseñando programas para
construir y escribir relatos literarios.
[10] Luis Pancorbo, Páginas de vidrio, El País, martes 29 de enero de 1985.
[11] Ibíd. Con libros como El poeta electrónico, señala Pancorbo, “se
pueden agotar todas las metáforas, todas las metonimias, todas las palabras, y
una vez arrasada la expresión por la maldad infinita de las combinaciones,
estrujados hasta la última imagen de los recovecos de los sintagmas llegar a
construir un nuevo Farenheit 451”.
[12] Ibíd.
[13] Fausto G. Grávalos El pensamiento y la máquina, Revista de
Occidente, nº 63, junio 1968, p. 271.
[14] Federico García Lorca, La
imagen poética de Don Luis de Góngora, en Prosas, Alianza Editorial, Madrid, 1969, pp. 93-127. Conferencia
pronunciada en en la Residencia de Estudiantes de Madrid.
[15] Federico García Lorca, Prosas, op. cit., pp. 105 y 110.
[16] Por su parte el gran epistemólogo y
matemático francés H. Poincaré, escribiría algo similar, a propósito de la
creatividad matemática, en su célebre Science
et Méthode: “…il
serait vain chercher à remplacer par un procédé mécanique quelconque la libre
initiative du mathématiciens… “La
machina peut mordre sur le fait brut, l’âme du fait lui ‘echappera toujours”.
Garcia Lorca y Poincaré venían a decir los mismo: tanto en poesía como en
matemáticas son una creación del espíritu
humano (cit. en Fausto G. Grávalos, El
pensamiento y las máquinas, op. cit., p. 271).
Muy importante estudio....para analizar y para pensar que puede deparar el futuro..
ResponderEliminarGracias y un abrazo
Ignacio Bellido