lunes, 21 de mayo de 2012

EL POETA ELECTRÓNICO O LA GÉLIDA POESÍA (II), POR TOMÁS MORENO


He aquí la segunda entrega del profesor Tomás Moreno en relación a la intitulada El Poeta Electrónico o la Gélida Poesía. Igual de fascinante que la anterior, nos sitúa con precisión en las posturas y vertientes en la actualidad relativas al pensamiento y la conciencia humanas en comparación a los procesos computacionales de los ingenios informáticos. Lectura más que recomendable que seguro les ayudará a situarse en un ámbito de conocimiento de plena actualidad.


De poesía, literatura y A.I. (El poeta electrónico o la gélida poesía) 2, Tomás Moreno


EL POETA ELECTRÓNICO O LA GÉLIDA POESÍA (Y II)

De poesía, literatura y A.I. (El poeta electrónico o la gélida poesía) 2, Tomás Moreno


“La conversión del hombre en la terminal de un ordenador, que sólo tiene que ver con teclas, con impulsos mecánicos, ataca el centro mismo de la creatividad, de la posibilidad. La imagen que expresase esta situación sería la de unos dedos, escurridizos, uniformes, fríos; sin los dulces vericuetos dactilares, por donde la piel nos dice que somos quienes somos” (El ánfora y el ordenador, Emilio Lledó)

Hay, ciertamente, programas de escritura -tales como el PC-Style,  como Brutus 1, y seguramente otros muchos que ignoramos[1]- que crean fácilmente la impresión de que la máquina lee y entiende e incluso sabe cómo escribir, cómo pintar o cómo componer música con aparente creatividad[2]. Y, en nuestra opinión, no es realmente así. Todo lo que hace es computar, procesar, interrelacionar datos. Habría por ello ante todo que distinguir, como hace J. A Paulos, entre Inteligencia dentro de un sistema formal (habilidad computadora y formalizadora, característica de la A.I.) e Inteligencia Integradora en una situación informal (personalidad, deseos, intereses etc., propia del ser humano), o lo que es lo mismo -y utilizando la terminología de Roger Penrose o John Searle- entre computación y consciencia (pensamiento consciente).
            No podemos entrar aquí y ahora en el peliagudo problema acerca de las relaciones, similitudes y diferencias -morfológicas o funcionales- existentes entre inteligencia humana (pensamiento consciente) y la A.I. (computación). Se han escrito al respecto bibliotecas enteras[3]. Muy sintéticamente, habría cuatro posiciones o puntos de vista fundamentales sobre el tema en cuestión, de las cuales al menos tres, aunque diferentes, serían científicamente defendibles y una, de carácter filosófico o espiritualista, con argumentos razonables también  dignos de consideración:
De poesía, literatura y A.I. (El poeta electrónico o la gélida poesía) 2, Tomás Moreno
            La primera, es la posición que afirma que el funcionamiento del cerebro es sustancialmente el mismo que el de un ordenador, y, lo que es más, que toda percepción consciente surge como un simple epifenómeno de procesos de cómputo suficientemente elaborados, siendo irrelevante el objeto físico concreto que realiza la computación, ya sea un cerebro, un ordenador electrónico o un sistema mecánico de ruedas dentadas; todo pensamiento es computación.
            Hasta ahora quizá no sepamos del todo cómo describir el tipo correcto de tales cálculos, pero si lo supiéramos seríamos capaces de describir todas las cualidades mentales pertenecientes a la consciencia. En palabras más llanas: las máquinas pueden ser inteligentes porque el cerebro humano es simplemente otra máquina; todo lo perfecta y compleja que se quiera, pero una máquina[4]. Esta posición es la denominada inteligencia artificial (A.I. fuerte) o funcionalismo (computacional). Sus representantes más conspicuos serían Marvin Minsky, profesor del Instituto de Tecnología de Massachusset (MIT), autor de la famosa The society of mind (1987), y Hans Moravec[5], de la Universidad Carnegie-Mellon, experto en robótica[6].
            La segunda, es aquella que sostiene que la consciencia es una característica de la acción física del cerebro, pero hace una salvedad y es que, mientras que cualquier acción física puede ser simulada computacionalmente, la simulación computacional por sí misma no puede realmente causar o producir consciencia, ni dar lugar  a la aparición de sentimientos y fenómenos mentales como el dolor, la esperanza, la comprensión o la intencionalidad.
            El cerebro humano tiene, pues, la extraordinaria propiedad de producir consciencia, mientras que el ordenador “no produce absolutamente nada salvo el estado siguiente a la ejecución de su programa”, no puede ir más allá de su programa. La existencia de la consciencia humana (en contra de su anulación postulada por la A.I. fuerte) es algo, en su opinión, tan “natural y real como la digestión o la fotosíntesis”. Este es el punto de vista defendido por el filósofo John Searle de la Universidad de California en Berkeley[7].
De poesía, literatura y A.I. (El poeta electrónico o la gélida poesía) 2, Tomás Moreno
            La tercera considera, en sintonía con la posición anterior, que hay algo en la actividad física del cerebro que provoca conocimiento o consciencia, pero añade que el funcionamiento del cerebro y del pensamiento inteligente implica elementos o aspectos esenciales de naturaleza no computacional, de modo que no sería posible simular adecuadamente el funcionamiento consciente del cerebro, utilizando simplemente un ordenador construido según los principios que se conocen actualmente.
            En otros términos: el pensamiento humano es algo más que pura computación; la actividad de la inteligencia no es una simple realización de cómputos: la computación no produce consciencia. Existiría, pues, algún factor o elemento esencial en la actividad física del cerebro imposible de incorporar a los procesos de un ordenador convencional. La física conocida sería inadecuada, incompleta o irrelevante para la descripción y explicación del conocimiento humano; tal vez la ciencia futura (desde determinados desarrollos de la física cuántica: cuantización de la gravedad) podría explicar la naturaleza no computacional de la mente o consciencia. Es el punto de vista de Roger Penrose[8].
            4ª) Finalmente, el cuarto punto de vista (calificado de místico y oscurantista por los partidarios de la A.I. fuerte) aduce una concepción del Yo y de la consciencia, según la cual es un error considerar estas cuestiones en los términos estrictamente fisicalistas característicos de la ciencia positiva: quizá la consciencia o conocimiento no pueda ser explicado en términos físicos, computacionales o cualesquiera otros términos científico-materialistas. Sería la postura de un científico neurólogo como John Eccles y, en cierto modo, de un filósofo de la ciencia como Karl Popper[9].           
            En lo que a nuestro objetivo se refiere, respecto al tema que nos ocupa, podríamos reducir estos cuatro puntos de vista, a estas dos posturas fundamentales:
A) Aquella que defiende que pensar es procesar, calcular, y que la mente no es más que una máquina de computar, si bien complejísima, y en tal caso nuestros cerebros no serían más que simples ordenadores.
B) Y aquella otra, en el extremo opuesto, que sostiene la tesis de que la inteligencia o mente humana es algo más que un simple ordenador y que aunque el cerebro humano es sin duda un sistema físico, su funcionamiento implica elementos que van más allá de la computación.        Por ello, esta posición argumenta y sostiene que cualidades mentales como la emoción, la estética, la creatividad, la inspiración, el arte, la poesía son ejemplos de cosas que serían difíciles de justificar o ver emergiendo de algún tipo de actividad o descripción computacional[10].
            Sin entrar en mayores desarrollos ni disquisiciones, nosotros nos movemos en la segunda posición. La inteligencia humana, en efecto, no es puramente combinatoria, como la de la máquina de A.I. La máquina tiene inputs, que son los datos, y un manual de órdenes, que es el programa. Los inputs de la mente, son sensaciones recibidas por los sentidos y, en su nivel más importante, unidades enteras de significación llamadas ideas y su programa es la imaginación o facultad de combinar esas ideas.
            Los datos (inputs) que entran en un ordenador se diferencian de las ideas en que deben ser precisos, repetibles, totalmente especificables, muchas veces cuantitativos y siempre objetivos; las ideas, en cambio, son irrepetibles, pues cada persona las modela a su manera, y son subjetivas y cualitativas, y con frecuencia tienen menos que ver con la información que con los valores, intenciones, convicciones, sentimientos, gustos, juicios y residuos de experiencias personales mezclados a lo largo de toda una vida.,
De poesía, literatura y A.I. (El poeta electrónico o la gélida poesía) 2, Tomás Moreno
            Pensar y procesar son, pues, cosas diferentes, operaciones distintas El acto humano de pensar cubre mucho más campo que la operación de procesar de la máquina. Hay, pues, una diferencia cualitativa entre lo que hacen las máquinas cuando procesan información y lo que hacen las mentes cuando piensan. La máquina procesa información, con parámetros estrictamente racionales, no imagina, no duda, no se apasiona. La inteligencia humana cuando piensa no es puramente racional: está íntimamente ligada a la percepción y a la afección. La mente humana es razón más imaginación, y algo más todavía: valoración, que proviene de la emotividad y tiñe las ideas de afectividad, de compasión o de odio, y las llena de viscosidades para hacerlas atractivas o repelentes entre sí por reglas ajenas a la razón. Por eso algunos filósofos -como Xavier Zubiri, María Zambrano, entre otros muchos- hablan de inteligencia sentiente o de pensar con el corazón, respectivamente, al referirse determinadas operaciones intelectuales de la mente humana.  
            Nos apasionamos con determinadas ideas, lo que a veces nos ciega y otras nos ilumina (como diría el gran epistemólogo y filósofo argentino Mario Bunge[11]). Si oímos decir, por ejemplo, que los europeos son superiores a los asiáticos, el oyente notará la aparición en la mente de sus juicios de valor negativos (si no es racista) ante lo escuchado. Y estas valoraciones son emotivas. En tales ocasiones se produce un cambio incontrolado en el programa que gobierna la mente: en vez de relacionar los datos, los estamos valorando, los hemos teñido, ya no son puros; se han diluido en la sentimentalidad (sensación valorada).
De poesía, literatura y A.I. (El poeta electrónico o la gélida poesía) 2, Tomás Moreno
            Todo ello, como ha sintetizado con claridad y lucidez Luis Racionero, distancia una vez más la mente humana de la mente del ordenador. “Distancia que casi parece insalvable cuando se considera que el cerebro, además de una malla electroquímica de sinapsis neuronales, es una glándula de secreción interna. En ciertos estados aparecen en él serotonina y melanina, por prácticas llamadas místicas, sin necesidad de ingerir drogas, el cerebro cambia radicalmente de programa y se pone a funcionar con retículos neuronales que normalmente no funcionan”[12]. ¿Llegará el ordenador a segregar sustancias, a provocarse estados emotivos que alteren endógenamente sus programas?
            Por otra  parte, los ordenadores carecen de intuición (flair, insight) para imaginar y evaluar ideas nuevas emergidas de los vastos océanos de la experiencia, de la memoria y del inconsciente personal. Y precisamente por eso, un programa de ordenador difiere esencialmente del programa de la mente, que es, como decíamos, la imaginación. “La imaginación goza de la libertad de cambiar ideas”, escribe Luis Racionero, “no estando constreñida más que cuando se aplican reglas de la lógica”. Pero la lógica es sólo una subrutina de la mente, un programa de ordenador en el cerebro. La imaginación llega donde la razón teme pisar. Pero esta combinatoria de ideas tiene sus leyes de asociación: la analogía, que es el modo de pensamiento mágico, y la relación causa-efecto, que es el modo adoptado por la ciencia. La mente sólo es asimilable al ordenador cuando piensa según reglas lógicas[13].
            Pero incluso en el caso -suficientemente experimentado a estas alturas del desarrollo de la robótica y de la A. I.- de diseñar a los autómatas para simular sistemas de impulsos sentimentales y de emociones y para emitir juicios de valor, con el fin de remedar más perfectamente el comportamiento humano[14], su carencia del principal elemento individualizador del ser humano, que da sentido y valor a toda vida y estética humanas – ya sea la subjetividad o bien la conciencia de su propia finitud, de su propia muerte- condenaría sin remedio a sus sistemas emotivos y valorativos a no salir de su carácter abstracto, genérico e irreal[15].
De poesía, literatura y A.I. (El poeta electrónico o la gélida poesía) 2, Tomás Moreno
            A este respecto recuerdo las palabras que el lógico y filósofo español Miguel Sanchez-Mazas, hace ya más de medio siglo, escribía -en un ensayo titulado Anti-Babel. El universo de la informática. Los autómatas, la imaginación y la muerte[16]- acerca de la incapacidad de los autómatas de verdadera creatividad poética, ya que aunque fuesen capaces de lograr alguna forma de belleza o de armonía formal en sus composiciones combinatorias, se trataría de una forma impersonal, definitivamente no poética, de producir versificaciones. Porque la palabra poética sólo será viva -en el sentido que Luis Rosales le daba en la cita de inicio de la primera parte de este microensayo- por la vivificadora presencia de la muerte, de la autoconciencia de que somos un yo mortal -un pasado en retención, un presente fugaz y delusivo y un proyecto esencial pero finito de futurición- consciente y sabedor de que tiene su acabamiento con la muerte[17]. Y sólo por ella. Adiós, pues, al “robot-poeta”, adiós al “poeta electrónico”, mientras no simulemos la muerte.
            “Sólo siendo capaces de morir, y de orientar su vida en función de la muerte”, escribía nuestro filósofo y lógico madrileño, “tendrían los autómatas derecho a nuestra amistad, a nuestro respeto y a nuestro recuerdo”. Entretanto, nos queda reservada -exclusivamente a nosotros que nos sabemos mortales- esa minúscula pero decisiva parcela de humanidad en la que tienen sentido hileras de signos, como los que nuestro poeta más hondo y metafísico,  Antonio Machado, dedicó “A Don Francisco Giner de los Ríos”:
“Como se fue el maestro, / la luz de esta mañana / me dijo: Van tres días / que mi hermano Francisco no trabaja. / ¿Murió? Sólo sabemos / que se nos fue por una senda clara, / diciéndonos: Hacedme / un duelo de labores y esperanzas/ […] / lleva quien deja y vive el que ha vivido. / ¡Yunques, sonad, enmudeced campanas!”


                                                                                                               Tomás Moreno






[1] Recordemos que ya en el siglo primero de nuestra era Herón de Alejandría compuso una obra titulada Automatopoietice y que, muchos siglos después, el tema del robot poeta seguía concitando el interés incluso de todo un Simposio científico dedicado a examinar y discutir el famoso programa para crear poemas de  “Calliope”, máquina autómata de Albert Ducrocq, que tuvo lugar en los “Encuentros Internacionales de Ginebra”, en 1965 (Cfr. Rencontres Internacionales de Genève, avec le concours de l’UNESCO: “Le Robot, la Bête et l’Homme”, Ginebra, Jullien, 1966). Véase también el programa para producir poesía realizado por el poeta Ángel Carmona en los años setenta: Poemas V 2. Poesía compuesta por una computadora, Barcelona, 1976,
[2] Cfr. Douglas R. Hofstadter, Gödel, Escher, Bach: un eterno cerebro dorado, Tusquets, Barcelona, 1987. En este fascinante ensayo su autor combina la ficción y el pensamiento estilo Lewis Carrol y explora las fugas de Bach, los dibujos de Escher y el famoso teorema de la incompletud de Kart Gödel.
[3] Por tratarse de un ensayo literario, no científico, se recomienda esta bibliografía accesible para los no especialistas. Cfr. D. Zenon W. Pylyshyn (selección y comentarios), Perspectivas de la revolución de los computadores, Alianza Universidad, Madrid, 1975; J. Weizembaum, La frontera entre el ordenador y la mente, Pirámide, Madrid, 1978; Margareth Boden, La inteligencia artificial y el hombre narural, Tecnos, Madrid, 1984; Tom Logdson, Robots: Una Revolución, Barcelona, 1986; Michael Shallis, El Idolo de Silicio, Biblioteca Científica Salvat, Barcelona, 1986 .
[4] Es la misma posición filosófica que ya  Julien Offroy de La Mettrie en 1747 consagró con su L’Homme Machine.
[5] Cfr. Hans Moravec, El hombre Mecánico. El futuro de la robótica y la inteligencia humana, Temas de Hoy, Madrid, 1990
[6] Si, como afirman estos investigadores del terreno de la inteligencia artificial (AI), toda nuestra actividad mental es efectivamente el resultado de cálculos, aunque sin duda de una complejidad extraordinaria, entonces los ordenadores llegarán algún día a encargarse incluso de aquellas actividades en nuestra sociedad que actualmente requieren auténtica inteligencia humana. Esto es lo que implica el punto de vista denominado A.I. fuerte. Un resultado alarmante de esta visión es que nuestro destino inevitable es que los ordenadores acaben convirtiéndose en nuestros amos: con su perfeccionamiento constante y exponencial llegaría un momento en que nos superarían rápidamente. La propia humanidad se habría visto superada por una de sus creaciones más evolucionadas: los robots controlados por ordenadores, y deberíamos someternos a su autoridad.
[7] Cfr. John Searle, Mentes, cerebros y ciencia, Ediciones Cátedra, colección Teorema, Madrid, 1985 y El redescubrimiento de la mente, Crítica, 1992. J. Searle rechaza la pretendida “inteligencia del ordenador” (y al mismo tiempo la de la “máquina de Turing”, símbolo del ordenador al que se atiborra de “datos” que suministra “respuestas”) con su famoso argumento de la “cámara china”: imagina que se encuentra encerrado en una cámara negra y que sólo puede comunicarse con el exterior mediante un teclado que tiene inscritos caracteres chinos. No sabe chino, pero dispone de las instrucciones adecuadas, esto es, de una guía que le indica qué sucesión de ideogramas debe dar como respuesta a tal o cual pregunta, también en chino. Si las instrucciones se han elaborado correctamente, podrá “responder” a las preguntas “sin haber comprendido nada de lo que está diciendo”, es decir, sin ninguna consciencia de ello. La diferencia entre un cerebro humano y un ordenador  (máquina biológica y máquina artificial respectivamente) es que el cerebro es una máquina con poder causal y el ordenador carece de ese poder y sólo una máquina con ese poder puede producir actividad mental, consciencia. La relación entre el cerebro y su mente no es, pues, análoga a la existente entre el ordenador y su programa: mientras que el ordenador es una máquina que actúa siguiendo mecánicamente un programa, algo que es únicamente sintáctico-formal, el cerebro computa con unidades significativas no definidas de un modo puramente sintáctico-formal.   
[8] Roger Penrose, La nueva mente del emperador, Grijalbo-Mondadori, Barcelona, 1999 y Las sombras de la mente, Crítica, Barcelona, 1996. Para Penrose el teorema de Kurt Gödel implica necesariamente la naturaleza no computacional de la mente humana. Constituye, ciertamente, el más avanzado ataque a la lógica moderna ya que proclama que cualquier intento por construir un sistema lógico completo y consistente será inevitablemente demolido por proposiciones indecidibles. Para una crítica de esta posición ver Hilary Putnam, Acerca de un mal uso del teorema de Gödel en la especulación sobre la mente, Revista de Libros, nº 3, marzo de 1997.
[9] John C. Eccles y Karl Popper, El yo y su cerebro, Editorial Labor, Barcelona, 1985.
[10] Por ello algunos neurólogos, como José María Rodríguez Delgado, reconocen que aunque el ordenador es infinitamente superior a la mente humana en velocidad (las señales en nuestro cerebro cerebro circulan con relativa lentitud ya que tardamos en pensar y decidir unos segundos mientras que el ordenador lo hace en nanosegundos) y en capacidad de realizar cálculos matemáticos y analizar y deducir teoremas y otras tareas formalizadas, no tiene la flexibilidad ni la capacidad del cerebro humano para manejar la inmensa cantidad de datos dispersos que alberga o significa la experiencia personal, ni la capacidad humana de sentir, emocionarse, apreciar los valores estéticos o, incluso, de saber gozar del sentido del humor.
[11] Mario Bunge, La nueva religión, El País, sábado 24 de marzo de 1984. Cfr. también su diáfano y lúcido ensayo El problema mente-cerebro, Tecnos, Madrid, 1985
[12] Luis Racionero, El culto al ‘chip’. La informática se presenta como la religión del siglo XX, El País, jueves 21 de abril de 1988. Y continúa: “O también en el caso de ponernos delante de una obra de arte, un hecho sensacional o una maravilla natural, la sensación desencadena estados afectivos y sentimentales que producen enervaciones físicas incontrolables por la razón, pasa a sentimiento, y éste, si es intenso, a emoción, disparando esa enervación fisiológica incontrolable, que se traduce somáticamente en lágrimas, escalofrío, náuseas o semblantes beatíficos”.
[13] Ibid.
[14] Cfr. G. Rattray Taylor, La era de los androides, en Revista de Occidente, nº 17, Año II. 2ª epoca, Madrid, Agosto de 1964 y Miguel Cruz Hernández, Hombre y Robot, Cuadernos BAC, Madrid, 1985.
[15] Como ha demostrado Antonio R. Damascio, L’Erreur de Descartes. La raison des émotions (Odile Jacob, 1995): “Ser racional no significa privarse de las emociones. El cerebro que piensa, calcula y decide es el mismo que ríe, llora y experimenta placer o desagrado. El corazón tiene razones, que  la razón… también conoce”. La emoción es uno de los componentes esenciales de la racionalidad humana.
[16] Lamentablemente no he logrado encontrar la referencia original, de la que en su momento tomamos algunas notas, pero creo que el ensayo se publicó en la revista Índice, en la década de los sesenta.


[17] Recordemos al respecto lo que escribía R. M. Rilke en El Libro de las Horas, en su poema 7 del Libro de la pobreza y de la muerte (en traducción de Luis Felipe Vivanco para la revista Escorial): “Porque nosotros somos la corteza y la hoja / nada más. La gran muerte que cada uno lleva / dentro de sí, es el fruto / en derredor del cual todo gravita”.



De poesía, literatura y A.I. (El poeta electrónico o la gélida poesía) 2, Tomás Moreno

1 comentario:

  1. Un interesántiimo trabajo. Ameno, ilustrador, y de gran actualidad. Sin duda alguna, estoy con el segundo grupo. La mente humana es inimitable para máquina alguna, y no imagino un futuro donde se equiparen. El misterio de la conciencia, la capacidad aún inexplorada del cerebro del hombre escapa a la razón misma. Hay un más allá que se leja entre más la ciencia quiere aproximarse. Se me ocurre decir Dios; otros dirán otra cosa...Gracias, amigo, por enriquecernos tanto. Un abrazo.

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