GENEALOGÍA DE LA MISOGINIA OCCIDENTAL
(y Tercera
Parte)
V. Aspectos cambiantes del Mito de Pandora,
tema y variaciones.
El mito de
Pandora, acaso uno de los mitos más inquietantes que han existido, ha ejercido
una extraña fascinación a lo largo de los tiempos. El atractivo poético
irresistible que comporta y la síntesis iconográfica y cognitiva que conlleva
-todo mito es una metáfora en imágenes de nuestra existencia- justifica su
vitalidad y vigencia[1].
Aunque en principio nos sorprenda,
desde G. Dumézil una fértil
corriente hermenéutica ha venido interpretando el mito de Pandora como un "mito
alimentario"[2]. Jean-Pierre Vernant[3] corrobora esta interpretación al
considerar que, bajo su doble aspecto de mujer y de tierra, Pandora simboliza
la función de fecundidad[4],
tal como ella se manifiesta durante la edad de hierro en la producción del
alimento y en la reproducción de la vida. Ya no es esa abundancia espontánea,
que en la edad de oro hacía brotar del suelo, sin intervención extraña, los
seres vivientes y sus alimentos:
De
ahora en adelante es el hombre quien deposita su vida en el seno de la mujer,
como es el agricultor, al fatigarse sobre la tierra, quien hace germinar en
ella los cereales. Toda riqueza adquirida debe ser pagada por un esfuerzo
consumido en contrapartida. Para la raza
de hierro, la tierra y la mujer son al mismo tiempo principios de
fecundidad y poderes de destrucción; ellas agotan la energía del macho,
dilapidan sus esfuerzos, le extenúan sin descanso, por muy vigoroso que sea,
entregándole a la vejez prematura y a la muerte, entrojando en su vientre el
fruto de sus dolores[5].
En el Renacimiento, sin embargo, se asoció el mito al tema o motivo del mal como drama del conocimiento[6] y
de ahí el interés que suscitó su relación con Eva y con Psiqué, figuras
representativas también del mismo motivo. Ya entre los paganos -señala la
teóloga francesa France Quèré- el
mito de Pandora recordaba que las desdichas del hombre surgen de la curiosidad de una mujer[7]. Existe un evidente paralelismo entre la
imagen de Pandora instando a Epimeteo a abrir la caja y la imagen de Eva
induciendo a Adán a comer del fruto del
árbol de la ciencia del bien y del mal, que "está en medio del
para que alcanzase el conocimiento y la inmortalidad, como también hizo, por otra parte, la mujer de Enkidu
en la Epopeya de Gilgamesh.
Herbert Marcuse |
Para
Roger Shattuck, aunque la historia
de Prometeo y Pandora no funde de forma tan dramática como la de Adán y Eva los
temas del conocimiento, la curiosidad, la sexualidad, el origen del mal y la
moral, no cabe duda de que es, sin embargo, el tema del conocimiento peligroso (o el de la curiosidad altiva) el que preside de principio a fin el episodio de
la jarra de Pandora. En su opinión, esa temática no desaparecerá ya nunca de la
historia de la cultura occidental[8].
Si exploramos otras posibilidades exegéticas, nos
encontramos con la de Herbert Marcuse, para quien Pandora "aparece
como una maldición, es destructiva, destructora". La interpretación que
ofrece, siguiendo la lectura de Norman O.
Brown sobre Hesíodo, es que "la belleza de la mujer y la felicidad que
promete son fatales en el mundo de trabajo de la civilización"[9].
Dora
y Erwin Panofsky en un clásico estudio[10],
pusieron ya de manifiesto cómo de la primera versión de Hesíodo hasta nuestros
días, las versiones e interpretaciones (filológicas, simbólicas, poéticas,
mitológicas, iconográficas) variadas y a veces contradictorias se han sucedido
con distintos signos e intenciones. Tal
vez, el único elemento o aspecto invariable en todas ellas sea la presencia del
"recipiente" o "contenedor" de los males, pero con la
particularidad -como ya vimos- de que en su versión original, en el mundo
clásico, era un pithos (tinaja o
vasija no-portátil) y de Erasmo en adelante será una pyxis (vaso o caja), origen éste de la expresión "caja de
Pandora" que terminó por generalizarse y difundirse hasta hoy mismo.
Erwin Panofsky |
A este cambio sucederán otros, que
suponen otras tantas adaptaciones posibles. Por ejemplo, del siglo XVI al XIX
es Epimeteo quien abre la caja, acaso por la concomitancia de Pandora con la Psique de Apuleyo y el
mismo leitmotiv del mito de Pandora será identificado con el tema de la ignorancia e interpretado desde esa
clave, debido en gran parte al cambio de la idea judeo-cristiana (el pecado se
origina en la curiosidad) por la idea
socrática (el pecado se origina en la ignorancia)[11].
De esta forma,
Pandora va mostrando sus múltiples caras: a veces será identificada con la
esperanza y la curiosidad, otras con la perversidad y la ignorancia. Lo mismo
ocurre en los distintos contextos culturales donde este mito ha sido adaptado. Y
detrás de cada interpretación estará siempre el espíritu y la peculiaridad de
una época. Y es esa capacidad de los mitos para adaptarse a cada tiempo y
lugar, lo que hace de la "Caja de Pandora" un mito verdaderamente
paradigmático que ofrece, a partir de un único tema o problema nuclear,
diferentes y riquísimas variantes o tratamientos de fondo.
VI. Pandora en la literatura e iconografía
posteriores
Aunque ligada al
mito de Prometeo hesiódico, la figura de Pandora es extrañamente excluida de
los tratamientos literarios más famosos de dicho mito, a saber: el Prometeo encadenado de Esquilo, una
página en el Protágoras de Platón y
el Prometeo liberado de Shelley. Tal
vez ello se deba a que constituye un apéndice o complicación algo incómoda. Es explicable
por ello, como recuerda Lucas de Dios[12],
que la
Erasmo de Roterdam |
No obstante ello, la historia
posterior de Pandora en la literatura occidental es larga y fecunda. Poetas y artistas del Renacimiento y de la
Ilustración, desde Boccaccio o Erasmo de Rotterdam a Voltaire, investigaron la alegoría
hesiódica así como el significado que pudiera encerrar la figura de Pandora.
Libres del mito de la autoridad y de la exégesis literaria que la vinculaban al
estudio de los textos bíblicos, la liberaron primero de la prisión de Hesíodo,
que la había reflejado como un kalón
kakón, es decir, un buen mal, y
después de la de los Padres de la Iglesia. Tanto Erasmo como Galileo ironizaban
sobre la caja de Pandora, como era costumbre entre los predicadores.
Pero es en el humanismo francés del
siglo XVI donde encontramos los casos más relevantes y explícitos de su
tratamiento literario. La primera asociación expresa entre Pandora y la
fascinación "fatal" que el amante experimenta ante la mujer amada, se
remontaría a 1544, momento en que el poeta Maurice
Scève confiesa que, ante "un cuerpo tan perfecto, a la primera mirada
mi alma se rindió, fatal Pandora". Pierre
Ronsard (1552) y Joachim du Bellay
(1558) la evocarán en sendos poemas, coincidiendo todos ellos en que la figura
de Pandora encarna la síntesis "fatal" de belleza, fascinación y mal[13].
La imagen de Pandora, concebida
también como alegoría del arte y la belleza, va cargándose, pues, de sentido
ambivalente, que concita al mismo tiempo atracción-repulsión, y está en la raíz
de una nueva representación de la mujer que acabará cristalizando en los siglos
posteriores. Calderón, fascinado por
Pandora, tratará el tema en La estatua de Prometeo (1677) conectando
dos fuentes míticas distintas –la de Prometeo y la de Pigmalión- a fin de
plasmar en una escultura el ideal femenino: Pandora en un caso y Afrodita en el
otro[14].
En el siglo XVIII se llegaron a escenificar diversas operas bufas sobre
Pandora, familiarizadas con la Comedia del Arte italiana. Pero, sin duda, las
dos obras más relevantes -que comparten este mito femenino con el tema de la
fabricación de la mujer ideal- fueron el libreto de la ópera Pandora, de Voltaire, escrita en 1740 e impresa en 1748 aunque nunca
representada y el Pigmalión de Rousseau (1762).
La nueva sensibilidad romántica propicia,
ya durante la primera mitad del XIX, una síntesis ecléctica de esa imagen no
doméstica de la mujer con la imagen de las mujeres-vampiro de las baladas
góticas, o de la seductora que hipnotiza con su mirada. Christoph Martin Wieland, el "Voltaire alemán", escribió
en 1779 una comedia musical en dos actos, titulada asimismo Pandora. Goethe[15]
el gran poeta alemán escribirá en 1808 El
regreso de Pandora, en la que lejos de demonizarla como desencadenadora de
todos los males y desgracias imaginables, ve en ella una especie de deidad
natural y tutelar, una fuente de bien que
tiene el poder de despertar en los
hombres la aspiración a una existencia superior, al exaltar su imaginación.
Muchos otros, por el contrario, vieron
en ella un claro precedente de la figura de la femme fatale[16].
En efecto, a comienzos del pasado siglo, durante los años veinte, el dramaturgo
expresionista alemán Frank Wedekind describió
en su obra Lulú, una femme fatale, una diosa feroz cuyo
apetito sexual dejó un ancho rostro de corrupción y perfidia en la sociedad
victoriana. Sus dos dramas sobre Lulú, Espíritu
de la tierra (1895) y La caja de
Pandora (1903), aluden al drama en verso escrito por Goethe sobre esta temática en 1808, y a una figura similar del mal
encarnado en mujer representado por Naná, la protagonista de la novela homónima de Zola (1880). Alban Berg eligió
las obras de Wedekind sobre Pandora como base de su inacabada ópera
dodecafónica Lulú (1937).
Desde
el punto de vista iconográfico y pictórico, la figura de Pandora fue objeto
de numerosas representaciones sobre todo en el arte de la cerámica griega (en
vasos, copas, cráteras, ánforas etc.), centradas en un motivo fundamental: el
episodio de la creación de la primera mujer, brotando del suelo como una diosa
de la vegetación o de la fertilidad. No olvidemos que Pandora, al igual que la
diosa Démeter, lleva el epíteto de Anesidora ("la que hace florecer los
frutos")[17].
En la pintura clásica occidental, la imagen de Pandora aparece a intervalos
prolongados, convirtiéndose en una figura alegórica del "mal amable",
suscitadora de una inevitable fascinación
masculina.
Eva prima Pandora, de Jean Cousin |
Es en el Renacimiento cuando Pandora
fue objeto de especial atención por derecho propio, asociada, en ocasiones, a
la figura de Eva. En efecto, si bien el tema de Eva pertenece todavía a lo
medieval, el de Pandora, olvidado durante el medioevo, vuelve a encontrar una
gran aceptación en el siglo XVI. La fusión de las imágenes de Eva y Pandora en
una sola figura, comienza a adquirir
un acento positivo. Esa Jean Cousin "Eva prima Pandora" (1520) del
Louvre[18].
En esta obra capital, los atributos de este cuerpo impasible, de esta beldad
idealizada -un cráneo de muerto, una rama de manzano, los vasos de Pandora y
una serpiente- constituyen toda una mujer fatal, reunidas en el cuadro para
hacer de la mujer el símbolo y la fuente de todos los males.
El destino de Pandora en la cultura
plástica occidental[19],
se reforzó aún más con el regreso al
modelo hesiódico de Pandora por parte del pintor italiano del XVI Rosso Fiorentino. Su Pandora che apre il vaso (de L’École des Beaux-Arts de París), la
vuelve a presentar abriendo ante el mundo la caja de las desgracias, incumpliendo así la prohibición divina.
Desde entonces "caja de Pandora" se denominará a cualquier fuente de desastres, intervenga o no en
ellos una hermosa y maléfica mujer. Y así, desde los dibujos del italiano hasta
la Pandora (1869) del pintor
británico prerrafaelista Dante Gabriel
Rossetti)[20],
el óleo de Odilon Redon (1910) o la obra
de Paul Klee, Die Büchse der Pandora als Stilleben, (Nueva
York, 1920) la intención denigradora de su figura será la misma.
Llegando, finalmente, a su máxima
exacerbación al respecto, con el gran pintor expresionista alemán Max Beckmann, quien en su Caja de Pandora (1950) tratará de simbolizar
apocalípticamente el horror que es capaz de crear el ser humano cuando,
impulsado por su hybris desbocada
(prometéica) y por su insensatez culpable (epimetéica), traspase todos los
límites exigidos por el principio ético
de responsabilidad, dando lugar
así a su más funesta y letal invención tecnológica: la bomba atómica.
Tomás Moreno
[1] Para una visión general del mito
en la cultura griega, vid. Carlos García-Gual, Introducción a la mitología griega, Madrid, Alianza, 1992, o las
clásicas obras de J. P. Vernant y P. Vidal-Naquet.
[2] José Jiménez recuerda que el
contexto mítico de la historia de Pandora sugiere un proceso de asentamiento de
una cultura agrícola, y el carácter probablemente telúrico de esta imagen
(hecha de tierra y agua) nos habla del esfuerzo para extraer los bienes de la
tierra por medio del conocimiento y el empleo de las artes agrícolas. El
pesimismo hesiódico dibuja ese proceso como un paso de una relativa escasez
libre de cargas a una situación de abundancia, obtenida por medio del esfuerzo
y el trabajo.
[3] Mito y pensamiento
en la Grecia Antigua, Ariel, Barcelona, 1973. En el capítulo titulado El Mito hesiódico de las razas. Ensayo de análisis estructural.
Pandora, según Vernant, es el nombre de una divinidad de la tierra y de la
fecundidad. Como su doble Anesidora,
ella está representada, en las figuraciones, saliendo del suelo, conforme al
tema del anodos de un poder ctónico y
agrario p. 43.
[4] Ibíd, pp.
60-63. En una antigua representación Anesidora, su doble, como hemos visto
antes, es la que hace salir los presentes de las profundidades, es decir, la
diosa de la tierra que preside la fecundidad… Se la ve en la pintura de vasos,
emerger de la tierra trabajada con mazos de madera: Epimeteo blande el suyo.
[5] Mito y
pensamiento en la Grecia antigua, op. cit., p. 42.
[7] La femme,
les grands textes des péres de l’Eglise, Grasset-Le Centurión, París,
1968. En efecto la
peligrosa propensión a la curiosidad ha sido considerada uno los puntos más vulnerables de la naturaleza femenina
en todas las culturas. Los casos de Eva
-(que cederá a las palabras incitadoras de la serpiente por querer alcanzar el conocimiento)
o de la mujer de Loth (convertida en estatua de sal, al volver sus ojos hacia
atrás, para contemplar la Sodoma pecadora, desoyendo así el mandato divino),
así como el de la Pandora hesiódica (quien
por su inconsciente y alocada curiosidad abrió la urna de donde escaparon los males
que aquejan desde entonces a la humanidad) lo confirman y ejemplifican. Montserrat
Escartín (Pandora y Eva…, op. cit.,
p. 68) de quien tomamos muchas de estas referencias, nos recuerda cómo esa curiosidad es análoga a la que privó a Psique de su dicha, al querer contemplar el
rostro de Cupido/Eros, o a aquella otra en la que -en
Parsifal- arrebató
el esposo a
la princesa de Brabante por haberle preguntado quién era. Idéntica también a la que hizo perder su carrera y su virginidad a Atalanta, por detenerse a observar unas manzanas lanzadas a
su
paso por Hipómenes.
[8] Conocimiento
prohibido, op. cit., p. 32. En
efecto para la tradición Occidental,
el sentimiento de que el principio femenino es canal a través del cual se transmite el
conocimiento divino, del que la mujer es depositaria, por ser mediadora de saberes peligrosos -obtenidos de
estratos profundos e
inaccesibles al varón- y la
convicción de que, al entregárselos a la Humanidad, le
aportarán toda serie de males y desgracias
(y, en consecuencia, que todo el mal procede de las hembras), es un lugar común presente tanto en la
literatura culta y religiosa como en el legado folklórico y legendario de las
más variadas culturas: desde la Biblia o el Gilgamesch hasta el mundo griego o
germano sin olvidar el Islam.
[10]
La caja de Pandora. Aspectos cambiantes
de un símbolo mítico, Barral editores, Barcelona, 1975.
[11] En efecto: el episodio parece rebatir el dicho antisocrático de
que en la ignorancia está la felicidad.
Además de los ejemplos mostrados en la anterior nota 7, la irresistible
curiosidad femenina será responsable también en los cuentos y en el folclor
europeo de toda una serie de desastres o desgracias: la que sumirá en un profundo
sueño a Blancanieves tras gustar la fruta
en el cuento de La Bella durmiente; la que llevará a su perdición a la esposa
de Barba Azul,
en el famoso cuento homónimo de Perrault, por caer en el mismo
error que sus
predecesoras al penetrar en la estancia
prohibida por su
esposo. También en Las mil y una noches se hace de la curiosidad motivo
central de la trama de sus cuentos, hábilmente urdida por la ingeniosa Sherezade. En todos estos ejemplos comprobamos que revive la herencia
ancestral de una Eva
o de una Pandora culpables de perder a
la Humanidad por su incontenible y malsana curiosidad.
[12] Para un exhaustivo recorrido de toda esa tradición
véase: Pandora en clave satírica, op.
cit., pp. 26-27 y ss.
[13] José Jiménez, La
vida como azar, op. cit., pp. 125-126.
[14] Prometeos. Biografías
de un mito, op. cit., pp. 102-115 y ss. Luri Medrano lleva a cabo un
profundo y exhaustivo análisis de esta obra calderoniana y de otras muchas
inspiradas en las figuras de Pandora y, sobre todo, de Prometeo.
[15] Hans Mayer recuerda que en el pensamiento del siglo
XVIII fue habitual la antítesis entre Pandora
y Minerva como concreción del conflicto entre impulso instintivo y razón,
libido incontrolable e ilustración discursiva. Así se explica la fascinación
que Pandora ejerció sobre Goethe fascinación que va más allá del ocaso del Sturm und Drang y del correspondiente
fragmento de Prometeo (Pandorens
Wiederkunft). Cf. Historia maldita de
la literatura. La mujer, el Homosexual, el Judío, Taurus, Madrid, 1982, p.
36.
[16] Cf. Erika Bornay, Las hijas de Lilith, Cátedra, Madrid, 6ª
edición, 2008, pp. 161-162. Ello no tiene nada de extraño: J. P. Vernant ha
escrito que el tema de Pandora en Hesíodo recuerda a Helena, desencadenadora
por su belleza de la guerra de Troya, y al personaje de la mujer fatal, mezcla de Apaté
(engaño, fraude, añagaza) y de Filotes (amor,
amistad, cariño), cuya venida provoca la
Eris, la guerra, la muerte (p. 629). Comenzamos curiosamente nuestro ensayo
con la primera antecesora de la femme
fatale, última de las figuras analizadas en él mismo.
[17] José Mª Lucas de Dios, Pandora en clave satírica, op. cit., pp. 29-35, en donde examina y analiza con detalle las principales piezas cerámicas del
mundo antiguo griego en las que aparece representada la Pandora hesiódica: La Copa del Pintor de Tarquinia (Londres,
Museo británico, D 4); la Crátera del
Pintor de las Nióbidas (Londres, Museo británico, E 467); la Crátera de Oxford (Oxford, Museo
Ashmolean, V 525); la Crátera de Ferrara
(T 579) y el Ánfora de Londres (F
147).
[18] Françoise Borin, Imágenes de Mujeres, en
Georges Duby y Michelle Perrot, Historia
de las Mujeres, 3. Del Renacimiento a la Edad Moderna, op. cit., pp.
250-251.
[19] También el cinematógrafo acogió, desde sus inicios, la
iconografía de la primigenia mujer fatal
griega en notables filmes como los de Arzen von
Cserepy (Die Büsche der Pandora , de
1919), G. W. Pabst (Die Büsche der
Pandora, de 1928) y Albert Lewin (Pandora
and the Flying Dutchman) de 1951, protagonizada por Ava Gardner,
[20] Buscot, colección Faringdon. El rostro de su Pandora parece ser el de su amante Jane Morris. En en una lírica
fusión pictórico poética Rossetti dedicó también por aquella época un soneto a
la fémina hesiódica. Entre 1874-1878 realizará otra versión del tema en un óleo
(Lady Lever Art Gallery) en el que
–como describe Erika Bornay, op. cit. p. 162- “sobresalen los anchos y
poderosos hombros de la figura y su abundante y oscura cabellera igual a la que
exhibe Jane Morris en sus fotografías, cuyas ondas parecen imitar el espeso
humo que se escapa del cofre que Pandora sostiene junto a sí. En este se
aprecia la cabeza alada de la Esperanza, junto a unos girasoles y la
inscripción: Ultima/Manet/Spes”. Entre nosotros hay que destacar la Pandora, de Carlos Franco (1989), en la colección de arte contemporáneo del
Banco Hipotecario de Madrid.
Tremendo, amigo mío. Un gran trabajo develador de cómo fue tratando el hombre el mito de Pandora. Muy agradecido al profesor Moreno y a ti por enriquecer nuestra cultura. Un abrazo y feliz 2014 para ambos.
ResponderEliminarLos hombre de este tiempo y de todos los tiempos sorprendidos, expectantes, temerosos, observamos la fertilidad de la mujer; no podemos dejar de percibir que es un suceso tremendo, incomprensible, ajeno, incomprensible; observamos el crecimiento, la formación, la creación angustiosa, paciente, esforzada, dolorosa, amorosa, caprichosa, esforzada, gozosa... y cuando vemos el resultado, el producto, la obra, la parición de la mujer, el hijo que sale de allí, de ese vientre, declaramos que es nuestro, el hijo es mío y la mujer es mía, me pertenecen. Uno de mis espermatozoides la fecundo. La ley divina, la ley natural, la ley humana así lo dicen.
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