Ofrecemos en dos post diferenciados el excelente trabajo del profesor Tomás Moreno, elaborado para la ocasión como conferencia para los fastos dedicados a Miguel de Cervantes (Un Quijote Solidario) en Armilla, durante los días 21 y 22 del presente mes de abril.
EL LEGADO DE D. QUIJOTE, PARTE PRIMERA,
POR EL PROFESOR TOMÁS MORENO
LEGADO 1 EL
LEGADO DEL QUIJOTE (1)
I. Significación histórica del Quijote
Decía José Ortega y Gasset en su ensayo Pidiendo un Goethe desde dentro que "no hay más que una manera de salvar al clásico: usando de él sin
miramientos para nuestra propia salvación"[1]. Y Borges
definía al clásico como "un libro
que las generaciones de los hombres leen con previo fervor y con misteriosa
lealtad". Pues bien: si existe algún libro que leamos "para
nuestra propia salvación" y que cumpla a la perfección con la citada definición
de Borges, ése es, sin duda, El Quijote
de Cervantes.
Además
de ser un clásico por excelencia, El
Quijote es un personaje egregio
que nuestra sociedad, hoy más que nunca, necesita recuperar como proyecto de existencia. Sin duda alguna,
es uno de esos héroes modernos que a todos nos impulsan a realizar proyectos y
a perseguir ideales que confieran o den sentido y dirección a nuestras vidas. Los
tipos como Don Quijote no son abstracciones ni proyectos quiméricos, sino idealizaciones encarnadas que caminan
por la calle y con las que nos topamos en nuestra vida cotidiana[2].
Estas figuras representan lo ideal-esencial
de la naturaleza humana, y contienen, de modo concentrado, el bien y el mal, la
luz y la sombra, lo positivo y negativo que hay en cada hombre o en cada mujer.
Por eso Don Quijote es irreducible a
simple categoría estética o pura ficción literaria.
Ciertamente,
sólo los genios literarios y artísticos como Cervantes han sido capaces de
descubrir ese universal que hay en
cada ser particular y, al mismo tiempo, de elevar a categoría arquetípica
figuras e imágenes que espejean y
simbolizan magistralmente las más fuertes pasiones humanas: el amor y el
odio, el
orgullo y la humildad, la
dureza y la ternura, la avaricia y la generosidad, la esperanza y la
desesperanza etc. Don Quijote -el
personaje- es, en efecto, uno de los
tipos más geniales de la creación estética humana. Para Dimitry Merejkowski (Premio
Nobel de literatura de 1933), Don Quijote "es uno de los compañeros de ruta de la humanidad" y Kierkegaard llegó a advertir que "si Cristo volviera de nuevo a este mundo,
cristiano sólo de nombre, sería tomado por un Don Quijote".
La
inmortal obra de la que es protagonista con Sancho Panza, constituye en expresión de Unamuno[3] “el
evangelio que Dios dio a Cervantes”, y representa, en palabras del crítico
francés Sainte-Beuve, la Biblia de la humanidad. Este libro,
ha sido la lectura predilecta de hombres tan geniales como Kant, Novalis, Goethe, Marx, Heine, Lord Byron, Freud, Turgueniev, Bergson, Thomas Mann, etc. Y según una encuesta realizada
entre los más famosos escritores europeos por la Academia Noruega hace unos
años, El Quijote fue elegida como la
mejor novela de todos los tiempos. Dostoievski, Faulkner y García Márquez
ocuparon los siguientes puestos.
Es
sabido que Dostoievski, gran
enamorado de la novela y del personaje de Cervantes, se inspiró en el Quijote para escribir su relato El Idiota
(1869), como deja constancia una de sus cartas. Su aprecio por la obra de
Cervantes, le llevó a escribir en Diario
de un escritor (1876) estas emocionantes palabras:
"Este
libro, el más triste de todos, no olvidará el hombre llevarlo al juicio final
[...]. En el mundo entero no hay nada más profundo y potente que esta obra.
Hasta ahora es la última palabra, y la más grande del pensamiento humano, es la
ironía más amarga que el hombre haya podido jamás expresar. Y si el mundo
llegara a acabar y se preguntara a los hombres allá abajo, en cualquier lado:
“¡Y bien! Si habéis comprendido vuestra vida sobre la tierra, ¿a qué
conclusiones habéis llegado?” Ellos podrían, en silencio, enseñar el Quijote:
“Aquí está mi conclusión sobre la vida, ¿podréis, por ventura, a causa de ella,
condenarnos?[4].
Se
cuenta que Marx aprendió castellano
sólo para leerlo. El mismo Freud
refería en una carta a su novia Marta Bernays, que estaba más interesado en el Quijote que en la anatomía del cerebro
humano. Hacia 1871 fundó en Viena, con su amigo de juventud, Eduard
Silberstein, una Academia Española para enseñar el castellano y poder leer así
el Quijote en su lengua original. Y Flaubert
no sentirá rubor en afirmar: Yo encuentro
mis orígenes en el libro que yo sabía de memoria antes de aprender a leer: Don
Quijote.
La obra
de Cervantes ha tenido, pues, inmenso influjo en escritores, pensadores y
artistas de todos los tiempos. Dan mucho que
pensar esos personajes misteriosos y cómplices, Don Quijote y Sancho Panza,
en los que lo ideal y lo real, la fantasía y el realismo, se entrecruzan tan
genialmente que los diversos planos de la existencia vivida se entremezclan y
complementan, como formas inseparables del existir humano. Ortega y Gasset, en su libro Meditaciones
del Quijote se pregunta: "¿Habrá un libro más
profundo que esta
humilde novela de aire burlesco?". Y prosigue: "No existe libro
alguno cuyo poder de alusiones simbólicas al sentido universal de la vida sea
tan grande y sin embargo, no existe libro alguno en que hallemos menos
anticipaciones, menos indicios para su
propia interpretación "[5].
Preguntado,
en cierta ocasión, por el interés y fascinación que sentía por la obra de
Cervantes, el escultor francés Auguste Rodin respondió: "Don Quijote,
Dante, Shakespeare, los grandes griegos, a todos los pongo en el mismo plano [...].
Es uno de esos misteriosos emisarios del infinito, que llegan bruscamente con
las manos temblorosas, como si acabaran de hundirlas en las entrañas mismas de
la vida".
Estos
son sólo una pequeña muestra de los testimonios reveladores de la universalidad del arquetipo o del mito
de Don Quijote [6]. Las
interpretaciones y el deseo de penetración en esta obra inmortal nunca se han
agotado: cada época ensaya su propia lectura, con sus propias claves
interpretativas, -y de ello es sabia muestra lo que, al respecto, reflexionara J. L. Borges en su famoso relato Pierre
Menard, autor del Quijote-. Todo lo cual nos invita a emprender nuevos
intentos de lectura e interpretación.
II. Las razones de su fascinación
Ante toda esta serie de elogios y
alabanzas dedicadas a este inmortal libro -cómico y trágico, esperanzado y
desilusionado, dulce y amargo, alegre y triste al mismo tiempo-, podemos
preguntarnos: ¿Por qué es el Quijote
un libro tan universalmente admirado y ensalzado? ¿Por qué nos conmueve, tan
profunda como oscuramente, la historia del caballero de la Mancha? ¿Qué es lo
que se nos revela (en ese libro) y nos
deja tocados, heridos tras su lectura?
Carlos París, el
filósofo bilbaíno recientemente desaparecido, nos respondía con lacónica
precisión que lo que nos cautiva y fascina de ese libro es “su inagotable capacidad de sugerencia"[7]. Esto
es: ese algo indefinible que diferencia radicalmente a las grandes obras de las
obras menores: en éstas, el relato se agota en sí mismo, carente de aura (irradiación luminosa y misteriosa);
la acción y los personajes son como marionetas sin vida propia; en aquellas, el
relato suscita múltiples posibilidades de desarrollo, interpretación y
variaciones y sus personajes manifiestan autonomía y personalidad propias.
El Quijote
es por otra parte, y sin duda alguna, uno de los libros más complejos,
proteicos y pluridimensionales que se han escrito nunca. Puede interpretarse
-en expresión del cervantista francés Michel
Moner- como un Libro de los libros;
y también como una invectiva, ataque o diatriba contra los malos libros o contra los malos
géneros literarios. Y es que el Quijote ya nació "libresco". En
el célebre escrutinio [de la biblioteca de Alonso Quijano] (I, VI), Cervantes
dispone su alambique de crítico literario, por el que fluye buena parte de la
literatura vigente en su tiempo (desde el Amadís
o La Diana de Montemayor a la propia Galatea, que él critica), y advierte
entre líneas al lector, como hará T. S.
Eliot siglos después, que sin
conocimiento de la tradición jamás habrá reconocimiento del talento[8].
El libro en cuanto tal -texto, objeto y
receptáculo de la palabra- llega, pues, a convertirse en auténtico protagonista
de la fábula cervantina. Él, el libro, es quien engendra y alienta en realidad
la locura
del héroe: fuente de sus ideales utópicos y legitimación de sus
disparates, a la vez que insoslayable paradigma o modelo a imitar de sus
aventuras. Nacida en una biblioteca -repitámoslo: la de Alonso Quijano- la gran
obra cervantina llega a convertirse a
su vez en una biblioteca: algo así como un prodigioso palimpsesto de
experimentos babélicos. Américo Castro afirmaría por ello que
el Quijote es "un libro forjado y deducido de la activa materia de otros
libros" ya que "la primera parte emana de las obras leídas por don
Quijote, y la segunda de la primera, en cuanto incorpora en la vida del
personaje su conciencia de ser el héroe ya escrito en otros libros"[9].
En él,
Cervantes -además de construir toda una deslumbrante tramoya fictiva- introduce
y remeda en tono y estilización, las más de las veces paródicas, todos los géneros literarios existentes o conocidos en
su tiempo: la novela de caballerías,
la novela o relato sentimental
italianizante, la novela bizantina,
el género picaresco, el relato pastoril, y el morisco. Asimismo,
encontramos en sus páginas la balada,
el discurso poético; la
representación dramática o teatral
(desde la epopeya hasta la comedia de enredos y amoríos). También,
la sátira, el discurso pragmático (de
los memoriales, documentos, cartas, crónicas, historias, arengas), el discurso filosófico, el teológico y
el jurídico-legal.
No
podían faltar tampoco el género literario de los sueños, el libro de viajes,
el esperpento e incluso el teatro del absurdo -las secuencias del
retablo de títeres de Maese Pedro (II, XXVI)-, así como el realismo
mágico -el episodio de la cueva de Montesinos (II, XXII)-, los relatos de ciencia-ficción sobre la realidad
virtual -la aventura de Clavileño (II, XLI)- o el recurso literario a la
utopía -la de la Insula Barataria
de Sancho (II, XLV) o el Discurso a los cabreros sobre la Edad Dorada de Don Quijote (I, XI)- etcétera.
Obra,
pues, heterogénea y polifónica (en expresión del gran teórico y crítico ruso Mijaíl Bajtín[10]), que constituye una especie de
grandioso fresco pictórico en el que
queda representada como en un espejo, a veces fiel, otras deformante o
caricaturesco, toda la plural y diversa sociedad de su tiempo. Y en el que se
reflejan las costumbres, la gastronomía, la ropa, las modas, los adornos y
afeites usuales en su época, así como sus distintos modos de vida. Discurren en
efecto por ella -por sus páginas- toda una riquísima galería de tipos y personajes, de clases sociales y
grupos étnicos, representativos de la multiplicidad social de la España de los
siglos XVI y XVII: el pícaro, el bufón y el loco; el aventurero y el soldado;
los moriscos, los penitentes; los ladrones y los hacendados; los pequeños
propietarios, los mercaderes y comerciantes; los venteros y los curas; los
bachilleres y barberos; los campesinos, cabreros y galeotes; las damas y las
prostitutas o mozas del partido; los
nobles: duques e hidalgos y los vasallos. Y
todos ellos transitan, con sus diversas formas de pensar, con sus
"hablas" o “lenguajes” característicos, peculiares, aderezados o
adornados por la oralidad del folklore, el refrán, el chiste o la chanza
carnavalesca (de ahí su "polifonía").
Famosos
críticos, desde los clásicos George
Ticknor o Sainte-Beuve, hasta
los más actuales, como veremos, han considerado Don Quijote como una de las obras de ficción más geniales de todos
los tiempos. Stephen Gilman, quien
dedicó todo un libro a demostrar que el Quijote es la obra iniciática de la
novela en el sentido moderno del término, escribía: "Al igual que Colón
sin saber con exactitud dónde, Cervantes había llegado a un nuevo continente
que después se denominaría novela"[11]. Según
Francisco Rico, con él empezó la
historia de la literatura moderna, y para el crítico norteamericano L. Trilling "toda la prosa de
ficción es una variación del tema de Don Quijote". Harold Bloom, por su parte, considerará a Cervantes como "el
único par posible de Dante y Shakespeare en el canon de Occidente"[12].
Su
estructura novelesca es aparentemente simple. Martín de Riquer, uno de los máximos expertos en la obra, la llegó
a resumir así en pocas palabras:
"Un hidalgo
aficionado a leer novelas se vuelve loco, le da por creer que es un caballero andante y sale tres veces de su
aldea en busca de aventuras, hasta que, obligado a regresar a casa, enferma,
recobra el juicio y muere cristianamente. Para el lector jamás hay ningún
misterio en todo ello: desde el principio sabe de qué pie cojea el
protagonista, y cuando éste realiza una de sus locuras, ya sabe de antemano que
lo que él se figura que son gigantes o ejércitos son molinos de viento o
rebaños de ovejas y carneros. Todo es claro y natural y no hay trampa de
ninguna clase si aceptamos que estamos leyendo la historia de un loco. Esto no
debe olvidarse nunca, y aunque se pueden hacer sutiles e inteligentes
lucubraciones partiendo del olvido de que el hidalgo manchego está
rematadamente loco, esta actitud desmorona la novela; cuando D. Quijote recobra
la razón la novela inmediatamente se acaba"[13].
Pero más allá de su aparente
simplicidad narrativa nos sorprende de inmediato su absoluta complejidad,
originalidad y novedad. Se trata de una novela, en la que existe:
1.
En primer lugar, una evidente incertidumbre
autoral: tanto el narrador -la voz narrativa- como el autor, son inciertos e
indeterminados, por ser múltiples o plurales. Expresiones -como la que encabeza
un párrafo de la IIª Parte, capítulo XII- del tipo siguiente: "Digo que
dicen que dejó el autor escrito", son frecuentes e ilustrativas de esta
premeditada confusión autoral y
narrativa.
Así, al comienzo de la obra nos
encontramos con un primer autor o
historiador anónimo, conocido por la crítica como investigador-compilador en los archivos de La Mancha de la historia
narrada en los 8 primeros capítulos de la misma (que constituirían una especie
de Quijote arcaico, "Ur-Quijote",
si se nos permite esta terminología arqueológica, que iba a configurarse al
principio como una simple novelita
ejemplar). Dicho autor arcaico desaparece y se desvanece en los capítulos
siguientes.
originario, una
especie de primitivo
Pero al final de ese VIII capítulo y al principio del capítulo IX de la I Parte , se va a hacer cargo provisionalmente
de la narración otra voz, también anónima a la que se le califica de supernarrador. Su papel es aquí
minúsculo (un breve comentario editorial que sirve de nexo entre la edición
crítica abandonada y las divagaciones del lector
ingenuo y curioso del capítulo 9) pero en poco tiempo su voz va a dominar la narración. El lector entusiasta sirve de nexo a su vez entre la 1º parte abortada
y la traducción, que no tardará en aparecer. La voz editorial del denominado supernarrador asoma para hablar de
cierto segundo autor en tercera persona y va a ejercer a partir de ese
momento un control silencioso sobre la organización del texto y un control
evidente sobre las demás voces que entran en juego. Es omnisciente: sabe no
sólo lo que ha pasado sino lo que está pasando y pasará en las páginas
siguientes.
Ese segundo narrador que aparece en el capítulo IX (lector ingenuo y
curioso convertido en personaje
activo, intratextual de la narración), nos informa de que el autor de los capítulos que siguen, no
es otro que un historiador arábigo y manchego (al que se califica de mentiroso) llamado Cide Hamete Benengeli (que será el narrador principal de la
historia que se relata). Nos cuenta ese segundo
narrador que, hallándose un día en el Alcaná
de Toledo[14] encontró fortuitamente a un muchacho que
trataba de vender a un sedero unos Cartapacios y papeles viejos escritos en arábigo. No conociendo tal
idioma, nos informa de que buscó y encontró a un morisco aljamiado que los leyese (tercer narrador, de dudosa fiabilidad) y tras comprobar -sin lugar
a dudas- que contenían la historia de Don Quijote los compró por medio real y encargó a dicho morisco los
tradujera a cambio de dos arrobas de pasas y dos fanegas de
trigo. Tarea que realizó en poco más de mes y medio.
Pero no es este segundo narrador cristiano (Cervantes ficcionalizado), ni el historiador
arábigo (moro), ni el traductor
aljamiado (morisco) -ni tampoco evidentemente el autor dramatizado de los Prólogos
y paratextos inicales, o los primeros
lectores ficcionalizados en la segunda parte, que ya han leído la primera-
quienes en realidad representan la voz
narrativa de mayor autoridad. La voz
narrativa que redacta y manipula todo el discurso, que se superpone a los otros
narradores/autores y que comenta, compagina y critica las distintas versiones y
narraciones de la historia de Don Quijote, es ese supernarrador intratextual o voz editorial a los que antes
aludíamos. Y, por supuesto, presidiendo todo ese complejo entramado de
narradores y autores que se mezclan, superponen y entrecruzan a lo largo de
todo el libro, el autor histórico y
extratextual: don Miguel de
Cervantes; sin olvidar las alusiones en la Segunda Parte a la existencia de
un apócrifo
o falso
Quijote debido a la pluma de un literato villano usurpador de nombre Alonso Fernández de Avellaneda[15].
2.
En segundo lugar, estamos ante una obra en la que se rompe con toda identidad de géneros literarios conocida,
mezclando en la misma -como antes ya indicábamos- épica y lírica, tragedia y comedia, aventuras y
picaresca, novela pastoril y novela de amor. Es decir toda una serie de novelas
secundarias insertas y confundidas con la trama del relato-marco principal.
3. Se trata, en tercer lugar, de
una obra caracterizada por su autonomía
fictiva o ficcional, en la que los personajes
no sólo adquieren independencia frente al autor, sino que se
salen de la novela -como acontece en la Segunda Parte- para juzgar
ellos mismos la obra, como poco más de cuatro siglos más
tarde harán personajes
de Unamuno como Augusto Pérez de Niebla[16] o
los seis personajes en busca de autor
de Luigi Pirandello. Estamos, sin
duda, ante una obra, en la que aparece una dimensión
explícitamente autorreferente -lo que se ha denominado "la novela dentro
de la novela " o "el Quijote dentro del Quijote"- y en la que
los personajes no sólo entablan diálogos o controversias con el autor del
texto, sino que llegan a referirse además a "hechos que ni siquiera han
sucedido todavía" o aluden a
apócrifas leyendas y biografías que al parecer corren impresas sobre su
personaje central, hecho que revela el
carácter de obra in fieri del relato
cervantino[17].
Jorge Luis Borges se
refiere a todo esto cuando en su ensayo Magias
parciales del Quijote se apercibe perfectamente de este peculiar rasgo
metarreferencial de la novela cervantina y escribe: "Cervantes se complace
en confundir lo objetivo y lo subjetivo, el mundo del lector y el mundo del
libro [...] Ese juego de extremas ambigüedades culmina en la segunda parte; los
protagonistas del Quijote son, asimismo, lectores del Quijote"[18]. Y
concluye preguntándose: "¿Por qué nos inquieta que don Quijote sea lector
del Quijote y Hamlet espectador de Hamlet?", para responder a
continuación, porque "tales inversiones sugieren que si los caracteres de
una ficción pueden ser lectores, nosotros, sus lectores o espectadores, podemos
ser ficticios".
Y Carlos Fuentes, por su parte, en su
artículo Shakespeare y Cervantes. Dos
fundadores de la modernidad[19],
elogiará como "verdadero bautizo de la libertad de creación moderna"
esos hallazgos expresivos mediante los cuales "se reúnen Shakespeare y
Cervantes: en circulación de géneros [...]" de tal manera que "la novela dentro de
la novela de Cervantes" le da la mano "al teatro dentro del
teatro" del dramaturgo inglés[20],
mostrando así el claro paralelismo existente al efecto entre ambos autores. Se
trata, en fin, de esa dimensión metadiscursiva de la obra
que, siglos más tarde, juntamente con Las
Meninas de Velázquez, sería considerada por Michel Foucault, en su obra Les
Mots et les choses[21],
como característica esencial del mundo de la representación de la episteme
clásica.
4. Cabe
aludir, finalmente, como otro de los rasgos específicos de la novela, a la
superposición de un mundo ideal al mundo real y cotidiano o al peculiar tratamiento realista de la
materia ficcional o fictiva, ya que el héroe vive en dos mundos
antagónicos a la vez (uno real y el
otro alucinado) que se entreveran y
entrecruzan sin solución de continuidad, sin previo aviso. En efecto, como vio agudamente
Martín de Riquer, en la Primera parte de la obra, la mente
enferma del loco don Quijote inventa
sus realidades, extrayendo todo un mundo de la pura inexistencia, fabricado con
la dinámica de su exaltación enajenada o alienada. Esto es: se percibe e interpreta la realidad como ficción, bajo el
prisma de la ficción o en clave de ficción
(los Molinos de viento como Gigantes y los rebaños de ovejas y carneros
como Ejércitos).
En la Segunda
parte, ocurre todo lo contrario: la ficción
es percibida e interpretada por sus personajes Quijote y Sancho, como realidad. Esto es: son los demás,
los hombres cuerdos: el cura, el barbero, el bachiller Sansón Carrasco, los
duques los que, de un modo cruel, urden o le inventan a Don Quijote una
realidad soñada. Así, el cura y el barbero se disfrazan para engañarle; una
pastora se viste de Dulcinea. Los duques, tras la impresionante cabalgata
burlesca de bienvenida, montan en forma de representación escénica teatral el
mundo fictivo-caballeresco que don Quijote ha soñado. Su amigo Sansón Carrasco,
para hacer desistir al caballero manchego de sus insensatas aventuras, se
disfrazará en dos ocasiones para enfrentarse en singular combate a él, bajo las
apariencias o disfraces de El Caballero
de los Espejos o del Bosque (II,
XV) y como El Caballero de la Blanca Luna
(II, LXV). Y al llegar a la ciudad de Barcelona, toda entera -nobles, burgueses
y chusma popular- les sorprenderá con una serie de espectáculos escénicos y su
correspondiente decorado teatral, que don Quijote y Sancho irán descubriendo
con parejo asombro.
Claudio Magris ha
interpretado con finura esta ambigua ambivalencia idealista/realista del Quijote que define, por otra parte, la filosofía perspectivista cervantina. En
su ensayo Utopía y desencanto,
considera a Don Quijote como un héroe fronterizo, que se sitúa en la
encrucijada, entre un mundo que muere y otro que nace. Nace la Modernidad que
entroniza al hombre y con él sus fuerzas y su capacidad de
dominio sobre la
realidad, y muere la Edad Media con sus héroes de la novelas de caballerías:
"El
Quijote -escribe el pensador italiano- lo contiene todo: el idealismo y el
realismo, la utopía y el desencanto, el entusiasmo y la humillación, la fe y el
caos". Ninguna otra obra literaria es
tan paradigmática para afrontar el milenio entrante, necesitado urgentemente de una síntesis entre
utopía y desencanto o de utopía unida al
desencanto, conceptos que, en su opinión, no se contraponen sino que se
sostienen y corrigen mutuamente. Y el camino para lograr esa unidad compensada,
nos la procuran precisamente estas dos figuras cervantinas: Don Quijote, la utopía, Sancho, el desencanto:
"La
utopía", escribe Magris, "da sentido a la vida porque exige, contra
toda verosimilitud, que la vida tenga un sentido; don Quijote es grande porque
se empeña en creer, negando la evidencia que la bacía del barbero es el yelmo
de Mambrino y que la zafia Aldonza es la encantadora Dulcinea. Pero Don Quijote
por sí solo, sería penoso y peligroso, como lo es la utopía cuando violenta la
realidad". Y por eso mismo, Cervantes propone un contrapeso, es decir, un
freno a la utopía, contrapeso que lo procura su escudero, Sancho:
"Don
Quijote necesita a Sancho Panza, que se da cuenta de que el yelmo de Mambrino
es una bacinilla y percibe el olor a establo de Aldonza, pero entiende que el
mundo no está completo ni es verdadero si no se va en busca de ese yelmo
hechizado y esa beldad luminosa. Sancho sigue al enloquecido caballero [...]
Pero Don Quijote, por sí solo, sería tal vez más pobre que él, porque a sus
gestas caballerescas les faltarían los colores, los sabores, los alimentos, la
sangre, el sudor y el placer sensual de la existencia, sin los cuales la idea
heroica, que les infunde significado, sería una prisión asfixiante"[22].
Tomás Moreno
[1] José Ortega y Gasset, Tríptico. Mirabeau o el político, Kant-Goethe, Austral , Madrid,
1963, p. 166.
[2] Para apreciar y valorar la eficacia, funcionalidad y
proyección histórico-social de los arquetipos y figuras míticas como la de Don
Quijote, véase: José Antonio Merino, Don
Quijote y san Francisco: dos locos necesarios, PPC, Madrid, 2003.
[3] Miguel de Unamuno, Vida
de Don Quijote y Sancho, Espasa Calpe, Austral, Madrid, 1958.
[5] Obras Completas,
Revista de Occidente, Madrid, 3ª edición, 1953, p. 360.
[6] Ian Watt ha destacado el personaje de Don Quijote como
uno de los mitos fundacionales del individualismo moderno, al lado de Fausto,
Don Juan y Robinson Crusoe en su ensayo
Mitos del individualismo moderno. Fausto, Don Quijote, Don Juan y Robinson
Crusoe, Cambridge University Press, Madrid, 1999.
[7] Fantasía y razón
moderna, Alianza editorial, Madrid, 2001.
[8] Javier Aparicio Maydeu, "El hidalgo que conquistó el mundo", El País, Babelia, 6 de Noviembre de 2004.
[9] Véase: Américo Castro, El pensamiento de Cervantes, Noguer, 1970.
[10] Mijaíl Bajtín, Teoría
y estética de la novela, Taurus, Madrid, 1989.
[11] Stephan Gilman, La
Novela según Cervantes, F.C.E. México, 1993, p. 182.
[12] Harold Bloom, El
Canon Occidental, trad. de Damián Alou, Anagrama, Barcelona, 1997
[13] Martín de Riquer, Aproximación
al Quijote, B. B. Salvat, 1970.
[15] Para toda esta cuestión autoral-narrativa vid.: James
A. Parr, Confrontaciones calladas: el
crítico frente al clásico, capítulo VI
"Narración y Transgresión en el Quijote", pp. 107-126,
Editorial Orígenes, Madrid, 1990. Paul Auster en su "Ciudad de
cristal" de su Trilogía de Nueva York comenta con interés estos aspectos autorales
del Quijote
[16] En ella en efecto Augusto Pérez llega en un momento a
interpelar a Unamuno, su creador, para decirle: "Don Miguel, yo no quiero
morirme".
[17] Vid.: Álvaro de la Rica Aranguren "Kafka y el
Mito del Quijote. El cierre de la elipse moderna", en La Literatura en la Literaturas. Actas del XIV Simposio de la
Sociedad española de Literatura General y Comparada. centro de Estudios
Cervantinos, 2004.
[18] Jorge Luis Borges, "Magias parciales del
Quijote" en Obras Completas,
tomo I, RBA-Instituto Cervantes, Barcelona, 2005, pp. 667 y 668. Foucault lo vio
igualmente con lucidez: "En la segunda parte de la novela, Don Quijote
encuentra personajes que han leído la primera parte del texto y que lo reconocen,
a él, el hombre real, como el héroe del libro. El texto de Cervantes se
repliega sobre sí mismo, se hunde en su propio espesor y se convierte en objeto
de su propio relato para sí mismo. la primera parte de las aventuras desempeña en las segunda el papel que
asumieron al principio las novelas de caballería. Don Quijote debe ser fiel a
este libro en el que, de hecho, se ha convertido; debe protegerlo contra los
errores, las falsificaciones, las continuaciones apócrifas; debe añadir los
detalles omitidos, debe mantener su verdad" (op. cit., p. 55).
[19] El País, Babelia,
27 Octubre de 2001.
[20] Cervantes introduce la autorreferencialidad en su
narrativa, como hizo Velázquez con Las Meninas
en el ámbito de la plástica barroca del siglo XVII. Atendamos a lo que escribe
el pintor Antonio Saura al respecto al presentar sus ilustraciones sobre el Quijote en la edición de Martín de
Riquer, del Círculo de Lectores, (Madrid, 1987, Vol. II, p. 355): "La
proliferación de espejos que percibimos en la lectura de 'Don Quijote de la
Mancha', en cierto modo relacionada con la que hallamos en "Las
Meninas" de Velázquez, aparece no solamente en el elogio de la
contradicción que comprende o en la justificación de la paradoja que entraña,
sino también, y en el camino de la estructura, en la yuxtaposición de géneros
-el cuadro dentro del cuadro, la novela dentro de la novela-, así como la
inclusión de "tempos" diferentes dentro de una acción en la que el
espejismo de la mente se fructifica en dos centros diversos y complementarios,
bajo la presencia de un escenario omnipresente".
[21] Gallimard, París, 1966, pp. 60 y ss. (Michel Foucault,
Las palabras y las cosas, traducción
al castellano de Elsa Cecilia Frost, Planeta Agostini, Barcelona, 1985). Cfr.
cap. 1º "Las Meninas" y 3º "Representar". En la episteme del Renacimiento la similitud jugaba un papel constructivo
en el saber. El lenguaje era el signo de las cosas y existía una
correspondencia entre el lenguaje y el mundo. Con el ocaso del Renacimiento esa
radical correspondencia quedará invalidada, el lenguaje deja de ser considerado
como "la escritura material de las cosas" y ahora sólo existe
"en el régimen de los signos representativos. Con las aventuras de Don
Quijote se anuncia una nueva episteme
(la clásica), comienza esa ruptura entre las palabras y las cosas: "los
signos legibles no son ya similitudes de los seres visibles".
[22] Claudio Magris, Utopía
y desencanto, trad. de J. A. González Sainz, Anagrama, Barcerlona, 2001. Recopilación
del año 1999 de artículos escritos por el pensador italiano a lo largo de la
década de los 80 y 90.
Gracias, amigo, mi mañana se ha enriquecido con este detallado trabajo sobre la genial obra. Recuerdo que queriendo yo leer al Quijote durante mi juventud, se lo encargué a mi madre, y ella, la pobre, me trajo "Vida de Don Quijote y Sancho", de Unamuno, así que me leí este libro antes que la obra de Cervantes. Un abrazo y muchas gracias a ambos.
ResponderEliminarGracias por su brillante exposición, estimado Prof. Tomás Moreno. Es un gran placer leerlo. Y a nuestro querido Francisco Acuyo por su labor incansable.
ResponderEliminarCordiales saludos desde Miami.
Jeniffer Moore
Jeniffer Moore