Ofrecemos la segunda entrada sobre Kant y la mujer del filósofo Tomás Moreno para nuestra sección de Microensayos del blog Ancile.
KANT Y LA MUJER, SEGUNDA ENTRADA,
POR EL PROFESOR TOMÁS MORENO
II. La triple inferioridad femenina
El discurso
ilustrado era un discurso sobre el hombre (sin distinción de raza o sexo) que
aspiraba a ingresar en el camino de las
Luces, de la mayoría de edad mental. En 1784, Kant escribe un texto muy breve, titulado Respuesta a la pregunta: ¿qué es
la Ilustración? en el que encontramos la más famosa y clara formulación
del ideal de la Ilustración.:
"La ilustración es la liberación
del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la
imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no
reside en la falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirse por
sí mismo de ella sin la tutela de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte
de tu propia razón!: he aquí el lema de la ilustración" [1].
Acceder a las luces no es otra cosa que alcanzar: la mayoría de edad, ese
momento de la vida en que todo hombre se atreve, por fin, desde su libertad a
utilizar la facultad natural que lo define: el entendimiento, la razón.
Como recuerda Wanda Tommasi, con la Ilustración, perfectamente caracterizada en
esta página de Kant, sopla, al fin, un viento de libertad para todos e incluso para las mujeres (para todo el sexo bello), que, en teoría,
también están llamadas a la
emancipación de la autoridad de padres y tutores; convocadas a salir, junto con la
gran mayoría de los hombres, de ese estado de "minoridad" o
tutelaje en el que por pereza y cobardía
se las ha mantenido durante siglos[2]. Sin embargo, no se ha de imputar sólo a ellas o
a ellos esa culpable responsabilidad, sino también, y sobre todo, a esos
tutores que han asumido su vigilancia impidiéndoles el ejercicio de su
libertad, esto es, a hacer uso público de
la razón en todas las esferas.
Sin embargo, Kant -pese a esa
expresa declaración teórica de la
inclusión del sexo débil en el
genérico humano- pone en duda que ellas sean capaces de emanciparse en la práctica, relegándolas por lo tanto a un
plano de inferioridad natural en relación con los varones y condenándolas a una
marginación cívica y jurídico-política, que tratará de justificar mediante una
serie de consideraciones y argumentos explícitamente misóginos, impropios de un
ilustrado como él.
En un exhaustivo ensayo sobre la imagen de la mujer en la antropología
kantiana -centrado fundamentalmente en las Anotaciones
o notas manuscritas por Kant en los márgenes y en hojas sueltas que hizo
intercalar en su propio ejemplar de las Observaciones
sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime- M. Fontán afirma que Kant participa plenamente de la tesis rousseauniana
de la natural y esencial [3]. Hombre y mujer deben asumir los roles fijos que tienen asignados por la
naturaleza. La diversidad o dimorfismo sexual no es por lo tanto un
producto sociocultural, fruto del proceso de socialización, sino algo
fundamentado "en la naturaleza de cada sexo".
Pero
esa diferencia orgánica o físicobiológica[4] (sexual) entre varón y mujer es sólo el primer
paso -el más cercano a la biología- de una cadena de diferencias naturales extendida a todos los niveles de la
subjetividad tanto en el nivel temperamental
psicológico
(sentimientos distintos y afectividad diversa y diversos usos de entendimiento
y razón), como en el caracteriológico
(virtudes diversas, o sentidos diversos de las mismas virtudes) y en el plano sociocultural (roles o tareas,
complementarias, propias de cada sexo). Lo que implica que todas esas
diferencias, en definitiva, remiten a una sola diferencia -"la"
diferencia- esencial, por naturaleza[5].
En
efecto, tanto en la Antropología
práctica, de 1785, como en la Antropología
en sentido pragmático, de 1798, Kant
analiza el dimorfismo sexual característico de los sexos (varón y mujer),
del que va a dimanar una serie de rasgos psicológicos específicos o atributos fundamentales para cada uno
de ellos y de diferencias comportamentales distintivas. Los que Kant aplica a
la mujer configuran, según A. Fontán, toda una tipología femenina, una metafísica
de la mujer. Pero al tener como criterio, término de comparación o
analogado principal de la especie humana al varón, el catálogo de rasgos que
Kant atribuye a la “mujer” se convierte, en realidad, en una lista de agravios puesto que la mujer es
esencialmente el resultado de una definición “en negativo”, es la no-varón, lo que queda después de pensar
al hombre, al ser humano de sexo masculino.
De
ahí que las características propias de cada sexo que M. Fontán obtiene de los textos kantianos por él analizados, y que
aparecen en su tabla de correspondencias,
sean antitéticas ("hembra":
materia, pasividad, natural, privado, familiar, sentimental, aparente, emotivo,
arbitrario, bello; y "macho": forma, activo, cultural, público,
social, racional, voluntarioso, auténtico, lógico).Kant, repitiendo argumentos
muy conocidos y tópicos que se remontan a su idolatrado Rousseau, nos ofrece,
pues, en sus textos una serie de rasgos psicológicos y conductuales del sexo
femenino -derivados de su diferencia o dimorfismo sexual- que comportan una
triple inferioridad natural (psico-biológica, moral e intelectual) con respecto
al varón.
A)
Inferioridad Psico-biológica de la mujer
La mujer aparece siempre en los textos kantianos
como el "sexo débil" mientras que el varón se caracterizaría por la
fuerza
y el vigor de su naturaleza corporal. Según Kant, los hombres se hacen
querer de las mujeres por la ayuda que pueden prestarles. De ser iguales sus
fuerzas, la realidad sería muy otra. La unión entre ambos no puede basarse en
la simetría, sino en una complementariedad o mutua necesidad. Los rasgos de la "femineidad"
-que se conocen como su debilidad- son, en realidad, el instrumento utilizado por la mujer para mover a los hombres y subordinarlos sus
fines. Así, tanto el deseo de agradar
de la mujer como su capacidad para la seducción
y la elocuencia en la expresión deben
entenderse como instrumentos de dominación, un medio para someterlos: "Nunca
debe uno burlarse de la femineidad,
pues nos estaríamos burlando de nosotros mismos, habida cuenta de que por medio
de ella el otro sexo domina al masculino" (A P, 114). Kant llega incluso a
decir que "la mujer es débil por naturaleza y el hombre es débil por su
mujer" (A P, 114).
El
segundo de los rasgos observables en la conducta femenina es la de su “medrosidad”.
Dice Kant: "La naturaleza ha querido que no fuera temeraria aquella parte
del género humano a quien le incumbe la procreación" (A P, 114). En efecto, según Kant,
cuando la naturaleza confió al seno femenino su prenda más cara -el
fruto de su vientre- por el que debía propagarse y eternizarse el género
humano, temió por su conservación e implantó en ella este "temor" a
las lesiones "corporales" y a otros posibles peligros. Y es la medrosidad ante ellos la razón por la
que este sexo requiere justamente al masculino para que le proteja.
El
fin de la "naturaleza" al instituir la femineidad, esto es, el designio superior encomendado a la mujer,
es doble: en primer lugar, la conservación
de la especie, confiada al "vientre
de la mujer", ya que la mujer ha sido hecha fundamentalmente para la
maternidad. En segundo lugar, el desarrollo de una cultura social y de un refinamiento
de la sociedad mediante la femineidad. Como consecuencia de ello y para lograr una maternidad segura, la mujer debe evitar la vida violenta, pues la
maternidad conlleva la debilidad física en todos los demás ámbitos de la
supervivencia material en los que no puede competir con los hombres.
Eso
la lleva, y es el tercer rasgo característico femenino, no sólo a depender de éstos para su supervivencia
material (en la lucha, la caza y la defensa), sino también a desarrollar,
como recuerda J. Martínez-Contreras,
una serie de "habilidades de la seducción, del galanteo, con el fin de
conquistar a su(s) protector(es) y progenitor(es) de sus hijos, coqueteo que la
mujer nunca abandona, incluso cuando está casada, pues siempre corre el peligro
de enviudar y más vale tener varias castañas en el fuego" [6]. Para
elaborar o construir su femineidad la mujer ha necesitado,
pues, mucho "arte", y debe tenerse en cuenta que en el vocabulario
kantiano el vocablo "arte" implica connotaciones de engañoso y artero
y lo "artificial" se identifica con la apariencia, la falsedad y con
la mentira:
"Todos
los productos artísticos requieren de cierto arte, independientemente de que
precisen mayor o menor ímpetu. La naturaleza ha querido la felicidad de ambos
sexos. El cuerpo y el alma de la mujer no se han visto dotados por naturaleza
de tanta fuerza como los del hombre, por lo que hubo de otorgarles un mayor
arte a la hora de aplicar sus fuerzas, lo cual resulta más sencillo en el caso
del hombre" (A P, 114).
La imagen de la mujer que Kant nos presenta en estos y en otros textos
similares -coqueta, vanidosa, frívola, locuaz y débil- solo debe merecer mucha indulgencia por parte del sexo
masculino, puesto con ella se trata de aprovechar la inclinación natural del
varón, por un designio prescrito por la misma naturaleza y porque "muchas
de las debilidades femeninas son, por así decirlo, bellos defectos".
En
general, todos esos atributos, y en concreto "las variadísimas invenciones
de su atavío para realzar su belleza", dimanan de la esencial inclinación a gustar, de su gusto por agradar que tiene la mujer,
que se siente sexo débil tanto física
como psicológicamente. Es por ello por lo que "la mujer tiene un
sentimiento innato más intenso para todo lo que es bello, lindo y adornado. Ya
en su infancia, las niñas artificio
para aparecer más bellas ante los ojos masculinos, para disimular una
imperfección o inferioridad que trata de ocultarse.
El
cuarto rasgo observable en el comportamiento del sexo femenino es su rivalidad intragenérica que es
consecuencia natural de la competencia para agradar a todo el sexo masculino.
Ciertamente es un hecho comprobable que las mujeres "no se muestran tan amigables entre sí como los varones" (A P,
115). Su rivalidad con las demás mujeres, se trasluce incluso en la propia
moda, "al creer que la vestimenta les hace más atractivas ante los hombres"
(A P, 115). "Las mujeres no se acicalan a causa de los varones, sino para
cobrar ventaja sobre sus competidoras" (A P, 115).
El quinto rasgo específico de la mujer
está relacionado con su peculiar
afectividad. En efecto, su ternura,
su afectación de cariño[7], su sentido del honor[8], son en la mujer mera apariencia, engaño, mentira,
derivados de la dependencia exterior de
su capacidad de juicio. (A P, 232). Las palabras de Kant a este respecto
son concluyentes:
"Con
respecto a su honor, las mujeres dependen de lo que la gente diga de ellas,
mientras que los hombres deben enjuiciarlo por sí mismos. Las mujeres no ven
sino lo que los demás dicen acerca de ellas; los hombres reparan en lo que se
piensa de ellos, cuando se les juzga de un modo imparcial. Por lo que atañe a
los sentimientos, el honor debe ser el móvil del hombre, y la virtud el de la
mujer" (A P, 115).
Por
este proceso, la mujer va a introducir en la sociedad humana en el estado
natural toda una serie de nuevas habilidades, alejadas del primitivo uso de la
fuerza bruta, típica en los animales, por ejemplo: un lenguaje más seductor y
complejo y un refinamiento en la conducta social y en la cultura que también
afectará al comportamiento masculino:
"Cuando
la naturaleza, escribe Kant, quiso infundir también los finos sentimientos que
implica la cultura, a saber, los de la sociabilidad y de la decencia, hizo a
este sexo el dominador del masculino por su finura y elocuencia en el lenguaje
y en los gestos, tempranamente sagaz y con aspiraciones a un trato suave y
cortés por parte del masculino, de suerte que este último se vio gracias a su
propia magnanimidad invisiblemente encadenado por un niño, y conducido de este
modo, si no precisamente a la moralidad misma, al menos a lo que es su vestido,
el decoro culto, que es la preparación y la exhortación a aquélla" (A S P,
205)[9].
B)
Inferioridad moral
Antes de pasar a desarrollar esa supuesta inferioridad moral de la mujer
frente al varón, postulada por Kant, será conveniente examinar los rasgos
definitorios del formalismo de la ética kantiana[10] que, desvinculado de toda inclinación, llega significativamente a una identificación de lo
masculino con la razón y de lo femenino
con la inclinación. Al afirmar así
un modelo de moral en el que se superponen individualidad y masculinidad, en el que se
sitúa la razón en el
centro y en el que se propone un ideal
del control de sí y la desvalorización de la sensibilidad y los
sentimientos, se terminará por marginar a las mujeres del ámbito de la
ética, ya que a ellas se las identifica con el predominio de las emociones y
los sentimientos y se las define como dependientes de los demás e incapaces para acceder a la abstracción de los
principios morales universales y de
llegar a la plena madurez de la razón[11]. Para Kant, la capacidad para la universalización
de las máximas, así como el conocimiento científico, tiene como su "subtexto
de género" una barba y un bigote, en humorística expresión de Celia Amorós[12].
En sus Observaciones sobre el sentimiento de lo
bello y lo sublime[13], Kant realiza, en
consecuencia, una distinción verdaderamente discriminatoria en lo que se
refiere a las virtudes: “La mujer tiene un excelente sentimiento de lo bello, en cuanto es propio
de ellas mismas, pero el de lo noble, en toda su extensión, se encuentra en el
sexo masculino” (O B S, 240). Kant adscribe, pues, lo sublime,
la virtud
noble o verdadera a la esfera
masculina y lo bello, las virtudes bellas y amables
a la femenina. Éstas últimas son como suplementos de la virtud y no deben ser incluidas, en
sentido estricto, en la intención
virtuosa, dado que carecen de la individualidad y universalidad requeridas para ello[14]. Así la emotividad, la compasión, la amabilidad son fundamento de bellas acciones aunque no sean
fundamentos de virtud.
Las virtudes del bello sexo son por lo
tanto virtudes adoptadas que no dimanan de una capacidad para formular principios -inexistente en la mujer-,
mientras que las del sexo sublime son virtudes
genuinas, auténticas, puesto que descansan en principios generales y
sólo los hombres se rigen por principios: "Me cuesta mucho creer que el bello sexo sea
apto para los principios, y no quisiera ofenderlas por ello, pues los
principios son sumamente raros también entre los hombres” (O B S, 232). Para Kant "el
bello sexo" sólo elige el bien por su belleza:
"Las
mujeres deben evitar el mal, no porque sea injusto, sino porque es feo, y las
acciones virtuosas para ellas se consideran las que son moralmente bellas. Nada
de deberes, nada de que es preciso, nada de obligatoriedad. A la mujer le
resultan insoportables todos los mandatos y todas las presiones hoscas" (O
B S, 231).
Si tenemos en cuenta que, según sostiene Kant y nos recuerda Celia Amorós,
"en un corazón femenino no está grabada la ley moral, sino bellos
sentimientos" y que "el respeto hacia la ley no es motor para la
moralidad, sino que es la moralidad misma, considerada subjetivamente como
motor" (Kr. Pr. V, V, 76), comprenderemos que las mujeres no son seres genuinamente morales, sino
por adopción[15]. De esta manera, apunta
Concepción Roldán, encontramos en las
Lecciones de Ética y Antropología
kantianas un contenido sociohistórico
que elimina de un plumazo la pretensión de neutralidad del formalismo ético
cuyas piedras angulares serían la universalidad
y la autonomía, permitiendo entre otras cosas que se pueda
distinguir entre un estatuto ético para
varones –o ética racional de
principios- y uno pre-ético para
mujeres –o estética del bien- y que se justifique la exclusión de las mujeres del derecho de ciudadanía,
enfatizando su estado de minoridad civil[16].
Así,
concluye Celia Amorós, "quien
definió la Ilustración como la adquisición por el género humano de su mayoría
de edad, emancipándose de tutores en el "sapere aude¡", no se estaba
refiriendo sino a la mitad de la especie. La otra mitad estaría destinada a ser una eterna
menor con sus '"virtudes adoptadas"[17].
C) Inferioridad
intelectual
El atributo de la belleza se extiende no solo a la moralidad, como hemos visto, sino
a todas las cualidades del sexo femenino, incluida la inteligencia. Al
confrontarla con la inteligencia masculina, Kant observa que "el bello
sexo tiene sin duda tanta inteligencia como el masculino, sólo que es una
inteligencia bella; la nuestra debe ser una inteligencia profunda, como
expresión para significar lo mismo que lo sublime" (O B S, 229). bella",
más que profunda, esto es, que es una inteligencia más ligera que se realiza aparentemente sin un esfuerzo profundo:
"La
inteligencia bella selecciona como objetos suyos cuanto está emparentado con el
sentimiento delicado, y abandona para la inteligencia infatigable, metódica y
profunda, las especulaciones abstractas o los conocimientos que son útiles,
pero secos" (O B S, 230).
Y, por consiguiente, la inteligencia de la mujer se encuentra menos
capacitada que la del varón para tareas intelectuales que sí exigen tal
esfuerzo: sean las relacionadas con las ciencias físicas, las matemáticas, la
filosofía, e incluso la geografía y la historia, y todos aquellos saberes que
requieren un razonamiento más abstracto y laborioso. "Una reflexión
profunda y un tratamiento largo y continuado son nobles, pero pesados y no se
corresponden bien con una persona en la que los atractivos naturales no deben
mostrar otra cosa que no sea una naturaleza bella" (O B S, 229).
Precisamente por ello: "El contenido de la gran ciencia de la mujer es
ante todo el ser humano y, entre los seres humanos, el varón. Su filosofía no
consiste en sutilizar, sino en sentir" (O B S, 230).
Pero
es en su Antropología práctica donde Immanuel Kant señala explícitamente
una crucial y definitiva diferencia que incapacita a la mujer para ser
auténtico sujeto de conocimiento: su dependencia del juicio exterior y de la
opinión ajena: "El hombre piensa conforme a principios; la mujer, tal y
como piensan los demás; si bien ésta se adhiere a la opinión general para
obtener una aprobación que no podría conseguir en caso contrario". (A P, 115).
(Continuará)
Tomás Moreno
[1] Emmanuel Kant, Filosofía de la Historia, Prólogo y traducción de Eugenio Imaz, FCE,
México-Madrid, 1984, p. 25 (contiene ¿Qué
es la Ilustración? entre otros escritos breves).
[2] Wanda Tommasi, Filósofos y mujeres.
La diferencia sexual en la Historia de la Filosofía, Narcea, Madrid 2002,
pp.120-130.
[3] La mujer de Kant. Sobre la imagen de la mujer en la antropología kantiana,
en C. Canterla La mujer en los siglos XVIII y XIX”,
Servicio de Publicaciones Universidad de Cádiz, 1993, pp. 51-74. Las Anotaciones en las Observaciones sobre el
sentimiento de lo bello y lo sublime (Bemerkugen
zu den Beobachtungen über das Gefühl des Schönen und Erhabenen, AK, pp.
1-181, escritas entre 1765 y 1766, versan sobre cuestiones de moral, filosofía
del derecho, antropología y estética. Los pasajes dedicados a la mujer en las "Anotaciones"
son frecuentísimos. Todas las citas de las Anotaciones
proceden de esta fuente.
[4] Nada más comenzar la Sección tercera de sus Observaciones, "Acerca de la
diferencia de lo sublime y de lo bello en la relación recíproca de amos
sexos", Kant enfatiza "la diferencia" con estas palabras: "El
primero que comprendió a la imagen de la mujer, bajo la denominación de bello sexo puede que haya querido decir
algo lisonjero, pero ha sido una ocurrencia mejor que cuanto él mismo ya pueda
haberse imaginado. Pues aun sin tener en cuenta que su figura es comúnmente más
fina, sus rasgos más tiernos y suaves, su semblante más expresivo y simpático
para expresar su amabilidad, gracia y afabilidad, que en el sexo masculino
[...], quedan rasgos particularmente singulares en el carácter emotivo de este
sexo, que lo diferencia claramente del nuestro y que lo conducen ante todo a
darse a conocer por la característica de lo
bello" (O B S, 228, op. cit., p. 66).
[6] Jorge Martínez-Contreras, "La naturaleza de la
naturaleza humana" en Carlos Thiebaut, La
herencia ética de la Ilustración, Editorial Crítica, Barcelona, 1991, p. 90.
[7] Llega a anotar Kant que "la
naturaleza ha equipado a la mujer para afectar
cariño, no ser cariñosa" (Bem,
59, 1).
[8] La idea de que la honra de la
mujer está en dependencia del juicio exterior, mientras que la del varón
consiste en la autoestima, en el propio aprecio de su dignidad interior
comporta, pues, una auténtica enajenación de la mismidad de la mujer, que
descansa, en el fondo, en la idea de quien posee su mismidad es, sobre todo, el
varón, en quien el conflicto entre lo interno y lo exterior heterónomo está
resuelto a favor del primero de los términos.
[10] Es conocido que la ética de Kant se caracteriza por
ser una ética deontológica, señalada
por el formalismo, por el universalismo, por el acento puesto en la intención
y, sobre todo, por la autonomía. El
imperativo categórico prescribe la forma que debe asumir la ley de la voluntad,
es decir, la universalidad de su mandato, no de los contenidos, los cuales
harían que, inevitablemente, se resbalase hacia la heteronomía. No sólo se
ponen fuera de juego los contenidos
de las obras morales sino también las
inclinaciones de carácter empírico (emociones,
sentimientos, tendencias y los deseos) del propio sujeto que, al intentar
determinar el comportamiento externo, se ven como fuentes de falta de libertad.
Con la ética kantiana se lleva a cumplimiento ese proyecto de gobierno racional
de sí mismo y de desvinculación de las pasiones, que Kant define como "cánceres de la razón práctica". La
filosofía moral de Kant ofrece una representación del sujeto humano
irremediablemente dividido entre razón
y deseo. No son las “inclinaciones”
las que garantizan la capacidad moral del
sujeto, sino únicamente la razón,
que permite juzgar si una acción es justa a través de un proceso de abstracción
de las situaciones concretas, valorando si la acción resulta, por principio,
universalizable. Esta perspectiva niega valor cognoscitivo a esas inclinaciones empíricas que no pueden
tener ninguna función en las decisiones racionales, sino que más bien se
consideran "interferencias" respecto a la capacidad de hacer lo que
la razón dicta como moralmente justo.
[11] Luisa Posada Kubissa en distintos ensayos -Razón y conocimiento en Kant. Sobre los sentidos de lo inteligible y lo
sensible, Biblioteca Nueva, Madrid, 2008; y "Cuando la razón práctica no es tan pura (Aportaciones e implicaciones
de la hermenéutica feminista alemana actual: a propósito de Kant),
Isegoría, 6, 1992, pp. 17-36- ha mostrado cómo la visión
androcéntrica-patriarcal de Kant contamina aspectos teóricos de su filosofía
que en principio nada tendrían que ver con su misoginia personal. Así, mientras
en la primera versión de su Crítica de la
razón pura la bisagra entre la sensibilidad
y el entendimiento se encontraba en
la imaginación (que unía lo diverso, posibilitando la
experiencia y el conocimiento, por tanto). En la segunda edición, ese punto de
unión será el entendimiento. Este
"destronamiento" de la
imaginación se debería probablemente al intento de Kant de eliminar de su
epistemología una instancia asociada en su tiempo con lo femenino, lo
irracional e ilusorio. También señala y subraya el paralelismo entre lo inteligible y lo sensible o entre el
entendimiento y la sensibilidad - la actividad
del primero y la pasividad de la
segunda- con el varón y la mujer.
[12] Celia Amorós, Tiempo de feminismo. Sobre feminismo, proyecto
ilustrado y posmodernidad, Catedra, Madrid, 2000,
p.264
[13] Immanuel Kant Observaciones
acerca del sentimiento de lo bello y de lo sublime, Sección tercera. Acerca de la diferencia de lo sublime y de
lo bello en la relación recíproca de ambos sexos, op. cit.
[14] No obstante, merecen ser denominadas virtudes "puesto que se ennoblecen
por su proximidad a la misma, aquéllas son bellas y encantadoras, ésta
únicamente es sublime y venerable” y son “capaces tanto de mover a unos hacia
las acciones bellas, aun careciendo de principios, cuanto de dar un mayor
empuje y más fuerte impulso hacia las mismas a otros que se rigen por estos
principios" (O B S, 217).
[15] Celia Amorós, Tiempo
de feminismo. Sobre feminismo, proyecto ilustrado y posmodernidad, op.
cit., 2000, p.264.
[16] Concepción Roldán, "Mujer y razón práctica en la
Ilustración Alemana", en Alicia H. Puleo, El reto de la igualdad de género. Nuevas perspectivas en Ética y
Filosofía política, Biblioteca Nueva, Madrid, 2008 p. 224. Por ello mismo
concluirá más adelante que "Kant dejó (así) a la mitad de la humanidad al
margen de lo que constituye los dos pilares fundamentales de su ética: la universalidad y autonomía, considerando a las mujeres incapaces de actuar por
principios, excluyéndolas del acceso a la categoría de ciudadanas por su 'minoría
de edad civil' (Metafísica de las
costumbres) y convirtiéndolas de por vida en dependientes de sus 'tutores
naturales' –primero el padre, luego el marido, con quien constituye una única 'persona
moral' en el matrimonio" (ibid., p. 233) .
[17] Celia Amorós, Tiempo de feminismo. Sobre feminismo,
proyecto ilustrado y posmodernidad, op. cit., p. 380.
No hay comentarios:
Publicar un comentario