Nos complace muy gratamente ofrecer nuestra sección de microensayos del blog Ancile con una entrada del profesor y filósofo Tomás Moreno, bajo el título Kant y la mujer, en su primera entrega, donde nos ofrece el peculiar concepto del filósofo de Königsberg sobre la mujer.
KANT Y LA MUJER, PRIMERA ENTREGA,
POR EL PROFESOR TOMÁS MORENO
KANT
Y LA MUJER (1ª Parte).
I.
Immanuel Kant. Perfil psico-biográfico de un filósofo solterón
Nacido en Königsberg[1] en 1724, de humilde extracción social y lejanos
orígenes escoceses. Su padre, Johann Georg, era guarnicionero-talabartero; su
madre, de profunda religiosidad luterana pietista. De sus ocho hermanos y
hermanas, sólo cuatro llegaron a la edad adulta. Immanuel no se relacionó con
ninguno de ellos, ni siquiera con su hermano Johann Heinrich, pastor luterano. Inteligente
y dotado para el estudio, pero de escasos medios económicos, pudo estudiar en
el Collegium Fridericianum (entre 1732 y 1734) gracias a la comunidad luterana de
su ciudad natal. Su educación escolar estuvo, pues, marcada por un estricto
protestantismo pietista.
Aunque
se han escrito diversas y autorizadas biografías del filósofo[2], los obstáculos para el conocimiento de su vida
son grandes: “No existe un diario; los detalles sobre su vida son escasos; hay
que buscarlos entre lo que por casualidad dejó caer y entre los recuerdos de
quienes estuvieron más cercanos a M. Kuhen, uno de sus biógrafos
más recientes[3].
Tras
la muerte de su padre en 1746 y una vez
terminados sus estudios formales en la universidad, en 1748, el “maestrito”,
como lo llamaba su colega Haman[4], pasó varias décadas como preceptor privado en
casas de familias ricas, en particular en casa del conde de Keyserling. La mayoría de los filósofos e
intelectuales de la época harán lo mismo, viviendo con esas familias burguesas
o aristócratas como una especie de criados más o menos distinguidos. Según su
biógrafo M. Kuhen, durante sus primeros años de preceptor y docente, sus
ingresos fueron tan escasos que hasta tuvo que vender algunos de sus libros
para obtener míseras cantidades con las que subsistir. En una ocasión, sus
amigos hicieron una colecta para comprarle un abrigo nuevo, pues el que llevaba
se le caía a pedazos
Su
situación cambió radicalmente en cuanto lo contrataron como profesor en la Universidad
de Königsberg. Entonces Kant transformó su apariencia y se convirtió en un “elegante magister” al que se recibía en
las mejores casas. Para preparar sus variadas clases, tenía un método sencillo
y eficaz: leer los periódicos y relatos de viajeros. Además de sus
retribuciones de profesor recibía un pequeño sueldo de la autoridad real como
segundo bibliotecario.
La
celebridad le llegó al filósofo algo tarde, a partir de los 57 años cuando
publicó “Crítica de la razón pura”. Desde entonces, ya catedrático, su fama
como profesor se haría proverbial; sus clases eran tan interesantes que los
alumnos acudían con una hora de antelación para coger sitio en el aula. Como
tenía que Martin Lampe para que lo despertara, pues él
sólo hubiera sido incapaz de hacerlo. Su fiel criado le ayudó a seguir una vida
disciplinada. Impartió sus clases hasta los setenta y cinco años, habiéndose
dedicado a la tarea educativa durante unos cuarenta y cinco años.
levantarse muy temprano para impartir sus lecciones, contrató a su
fiel criado
Hasta
esas fechas su economía había sido también bastante modesta y su alimentación,
como su vida, muy austera (solía frecuentar modestos bares o restaurantes en
los que servían comidas para solteros y militares). No tuvo casa en propiedad
hasta el 30 de diciembre de 1783, a la edad de 59 años, momento en el que, Kant
se decidió a comprar su residencia definitiva. Al parecer este hecho cambió
radicalmente sus hábitos y costumbres sociales. Pero, en realidad, la causa de
este cambio brusco de sus costumbres no fue la adquisición de esa nueva
residencia sino la muerte el 27 de junio de 1786, de su íntimo y gran amigo
Green[5] -comerciante inglés soltero y excéntrico, al que
solía visitar por la tarde casi todos los días de la semana-, acontecimiento
que trastocó su vida hasta el punto de prescindir de sus acostumbradas salidas
nocturnas. Desde entonces y hasta el momento de su propia muerte, acaecida
dieciocho años después, Kant estuvo mucho más solo y desamparado.
E. Wasianski, íntimo
colaborador de Kant en la etapa final de su vida, fue quien levantó acta de las horas finales del filósofo.
El 8 de octubre de 1803 su estado de salud empeoró
drásticamente. El 12 de febrero de 1804, a las once de la mañana, Kant moría,
en su ciudad natal, cuando le faltaban escasamente dos meses para cumplir los
ochenta años, ya muy disminuido, víctima de una demencia senil[6]. El cortejo fúnebre estuvo encabezado por
veinticuatro amigos.
Veintitrés
años después de la muerte del filósofo y llevado por una mezcla de admiración y
morbo, Thomas de Quincey el
heterodoxo y singular escritor inglés escribió Los últimos días de Emmanuel Kant,
un opúsculo que inspirado en el relato de Wasianski, donde nos ofrece un
retrato del filósofo como un hombre perfecto, o mejor, como un cadáver perfecto, porque el hagiógrafo se
recrea en la decadencia física y mental de una de las mentes más influyentes de
la historia[7]. Vivió ochenta años en una época en que lo normal
era morir a los sesenta: la vida metódica, extremada en sus últimos años, fue
también una estrategia para conservarse sano.
Kant vivió siempre en su Königsberg natal,
cabeza de puente alemana en tierra eslava y ocupada por los rusos entre 1758 y
1762. Mientras que sus contemporáneos, los filósofos ilustrados -Diderot, Hume,
Helvetius y Holbach etc.- viajaban incansablemente por Europa, Immanuel fue el
prototipo del filósofo noHeinrich
Heine retrató en 1834 a nuestro filósofo más que como a un hombre de carne
y hueso como a una cabeza pensante sin
más actividad que la de su raciocinio, llegando a escribir : "La
historia de Immanuel Kant es difícil de describir. No tuvo ni vida, ni
historia. Vivió una vida mecánicamente ordenada, casi abstracta de solterón".
Esta imagen de Kant popularizada por Heine
era la acuñada por sus primeros biógrafos: Jachmann,
Wasianski y Boronwski, artífices del retrato acartonado de su admirado maestro. Los tres lo conocieron y fueron
sus amigos, pero el retrato que presentaron al mundo es el de un hombre
anciano, célebre como pensador riguroso gracias a sus geniales obras, las tres
“Críticas” (de la razón pura, de la razón práctica y de la facultad de juzgar),
escritas entre los sesenta y los setenta años.
Dada su ordenada vida, su existencia cotidiana era previsible en extremo
además de anodina. Sus horarios eran
una especie de mecanismo de precisión, inflexible: levantarse, desayunar,
escribir, dar clase, comer, pasear, leer y dormir; su puntualidad era tan
exquisita que sus conciudadanos podían estar seguros de que eran justo las 3.30
cuando el sabio y digno soltero salía a dar su paseo diario. Este paseo de
rigor, diluviase o quemara el sol, sólo lo suspendió Kant en una ocasión: una
tarde en la que, entusiasmado con la lectura del “Emilio” de Rousseau -su gran maestro junto a Hume-, se olvidó por
completo de su periplo cotidiano[8]. Una de sus aficiones o diversiones era jugar al
billar y apostar en las partidas del juego.
Kant,
hombre de baja estatura (de apenas un
metro cincuenta), delgado, gran cabeza, espalda deformada, con el hombro
derecho más alto que el izquierdo, tenía una permanente obsesión: llegar a
viejo y, por lo tanto, no malgastar sus fuerzas: "Yo creo que, a causa de
mi pecho plano y estrecho, que deja poco sitio para los movimientos del corazón
y el pulmón, tengo una disposición natural a la hipocondría que tiempo atrás
incluso provocaba repugnancia de vivir", escribirá en La disputa de las Facultades.
Eso
explica sus horarios y su régimen de vida, orientados a no derrochar su energía vital. En verano caminaba muy
despacio para evitar la transpiración. Vestir un traje ligero le permitía moverse
con agilidad al aire libre[9]. Desde este punto de vista, Kant es un hombre de
su siglo, cercano a los higienistas
del estilo del médico suizo Tissot.
Sexualidad, alimentación, conversación, paseo, estudio, escritura: todo debería
estar regulado para vivir a fuego lento, como un pequeño ahorrador.
Era una persona muy sociable y amable, de talante jovial e incluso
ingenioso y aunque de temperamento melancólico, sujeto a insomnios,
ensoñaciones y angustias nunca llegó a padecer neurosis, ni ataques de soledad,
nada tampoco de megalomanía. Le encantaba invitar a comer a su casa a
ciudadanos eminentes de la ciudad: altos funcionarios gubernamentales,
predicadores, aristócratas, damas nobles y paseo digestivo). Sus
conversaciones versaban sobre ciencias y sobre personas conocidas de la ciudad,
además de chismorreos o temas gastronómicos medicinales de la vida cotidiana (como
el placer de fumar en pipa, beber vino, aspirar rape o sobre las propiedades
del te) y de los asuntos políticos.
comerciantes, y, habitualmente, la
sobremesa y tertulia se alargaba hasta las siete o las ocho de la tarde (de ahí
el famoso
Amante
de la buena comida, fue un excelente gourmet:
la elección de los platos era un momento esperado por Kant tanto cuando solía
comer fuera de casa[10] como cuando ejercía de anfitrión en la suya. Le
gustaba, pues, el trato de la gente, la vida social, asistir al teatro -Kant iba regularmente al teatro con sus amigos, Goeschen, Jacobi y
Hippel, a un palco que alquilaban a tal efecto.
En lo referente a su concepción de la sexualidad y del matrimonio tal vez
sean sus Principios metafísicos del
derecho, de 1796, la obra que mejor pueda orientarnos al respecto. Su tesis
la expone en el apartado dedicado al “Derecho conyugal” en donde habla del
llamado “comercio sexual”, que, entendido de forma muy amplia, se define como
la utilización recíproca de los órganos y atributos sexuales de un individuo de sexo diferente. El
fin del matrimonio es desde luego procrear y educar a los hijos. Pero, si la
procreación es un fin que la naturaleza persigue y anhela para su propia
regeneración, no lo es de manera exclusiva de la unión de los esposos: el goce
sexual mutuo basta para fundamentar la unión sexual. Un planteamiento que lo
hace extrañamente avanzado para su tiempo y que legitima la unión matrimonial
en el ámbito de la razón, pero también de la naturaleza, como expresión del
mutuo amor o del mero apetito o instinto sexual humano.
A pesar de las ventajas que encuentra en el matrimonio Kant también plantea
sus inconvenientes. En este sentido afirma que los hombres que permanecen
célibes mantienen un aspecto juvenil durante más tiempo a causa de este menor
gasto espermático (¡). Tan peregrina idea pudo serle sugerida por las ideas
higienistas de Tissot, muy en boga
en su tiempo, quien muy riguroso en relación a las prácticas sexuales sostenía
que la práctica del onanismo amenazaba al macho de muerte por la pérdida de su
sustancia viril. Su rechazo de tales prácticas autoeróticas será contundente: “Antes
una prostituta que la práctica onanista”, solía recomendar Kant a los jóvenes.
No hay nada, en fin, como la abstinencia
ya que, como decía el médico del siglo XVII Francois-Mercure Van Helmot:
“Si la simiente no es emitida, se transforma en una fuerza natural”.
Muy
dotado para las relaciones sociales y los cumplidos, y muy elocuente, desde
joven Kant era bienvenido en los salones. Pese a su no muy agraciado aspecto
físico, al parecer gustaba a las damas por su vivacidad y atractiva
personalidad. Su interés por las mujeres es visible en sus [11], que escribió a la edad de 40 años y en sus
escritos antropológicos: Antropología
Práctica (de 1785)[12], luego ampliada en Antropología en sentido pragmático (de 1798)[13]. En las Observaciones
distingue entre las mujeres agradables
y las encantadoras, habla de las
risueñas miradas que perturban a un hombre. Incluso en su ancianidad, refiere Ben-Ami Schfarstein[14], conservaba su sentido de la belleza y del
encanto femeninoWinckelmann, y también a no dudar por su propia inclinación
natural. Kant escribirá en sus notas que la belleza femenina es sólo relativa,
la masculina absoluta. Por eso es por lo que "los animales machos son
bellos a nuestros ojos, porque tienen relativamente poco encanto para nuestros
sentidos".
aunque tal vez influido, por
Lo
cierto es que, con todo, Kant fue reacio al matrimonio, y permaneció célibe
toda su vida. No obstante, al parecer Kant tuvo la tentación o intención de casarse
en dos ocasiones: en una de ellas con
una simpática y hermosa viuda; pero comenzó a calcular los ingresos y los
gastos, y aplazó su decisión de un día para otro hasta que ella le abandonó
para casarse con otro. Cuenta Josep Muñoz Redón[15] que se conserva una carta que recibió a la edad
de treinta y ocho años, fechada en 1762, donde una joven dama casada del
círculo intelectual que frecuentaba -María Charlotte Jacobi- le hizo una insinuación o proposición de cita amorosa en toda
regla (que volvería a repetir en 1766), sin éxito.
Luego
hubo una bella muchacha de Westfalia cuya compañía le complacía; pero era dama
de compañía en los viajes de una mujer, y cuando él se decidió a visitarla
resultó que estaba ausente. También se le relacionó con otras damas
ocasionalmente. Según un amigo íntimo, su máxima era: “Uno no debe casarse”. Cuando
ya tenía 70 años, la prometida del hijo de su amigo Motherby le gustó tanto que
siempre le pedía que se sentara en la mesa donde él pudiera verla. Tal vez su
menesterosa economía inicial pudo tener que ver con su soltería. Ya de viejo,
se cuenta que dijo Kant: "Cuando necesité a las mujeres, no me las podía
permitir económicamente, y cuando me las pude permitir, ya no las necesitaba".
El
celibato de Kant –ni esposa, ni novia, ni amante, ni visitas al prostíbulo- se
entiende mejor desde la perspectiva
higienista de Tissot y de Van Helmot que Kant seguía y a la que
ya aludimos antes. Otros lo achacan a su fijación
con la figura materna, una idea de importancia en Freud, para quien la imagen de la madre queda como el modelo que todas las figuras femeninas deberán en el
futuro más o menos seguir o imitar. Los juicios reticentes de Kant sobre las
mujeres sorprenden cuando se los compara con los indefectiblemente favorables
que formulaba sobre su madre Regina
Reuter -fallecida cuando él tenía sólo 13 años- que formó su carácter y cuya educación pietista tanto marcó a su
hijo, inspirándole el rigor moral que caracteriza su ética.
Tomás
Moreno
[2] Hasta hoy, la biografía más documentada con la que contábamos era la de
Karl Vorländer: Immanuel Kant. Der Mann
und das Werk, F. Meiner, 1924. Las más recientes son las de Stefen
Dietzsch, Immanuel Kant, editorial
Reclam, 2003, Manfred Geier, El mundo de
Kant, Rowohlt, 2003 y Manfred Kuhen, Kant, trad.
de Carmen García-Trevijano Forte, Acento, Madrid, 2003. Los tres biógrafos
–todos ellos reconocidos especialistas en la obra de Kant- se han concentrado
en la vida intelectual del filósofo, en su carrera académica, y cómo ésta se
vio marcada por los grandes debates del siglo XVIII. Sus ideas -señala Manfred
Kuhen- fueron reacciones al clima cultural de su tiempo. Incluso
acontecimientos relativamente lejanos como las revoluciones americana y
francesa tuvieron un claro impacto sobre él, y, por consiguiente, sobre su obra.
[4] Johann Georg Haman (1730-1788), llamado el Mago del
Norte, defensor de un pensamiento místico que influyó en Goethe.
[5] Josep Muñoz Redón, Las razones del corazón. Los filósofos y el amor, Ariel, Barcelona,
2008, pp. 54 y 55. Según Muñoz Redón no se sabe con seguridad la fecha de su
primer encuentro, lo que sí se sabe es que a partir de ella se vieron cada día
durante el resto de sus vidas. Debía ser poco antes de 1766. Hay otra
fundamental afinidad: su vida estaba regida por el reloj y el calendario, y de
qué manera. Corría el rumor, por aquella época, que Von Hippel se había
inspirado en él para crear el personaje principal de su comedia "El hombre
del reloj". Green comerciaba en granos, arenques, carbón y productos
manufacturados. Pero, estaba menos pendiente de esta parte profesional de su
vida que de sus aficiones: nuevas ideas, descubrimientos, ciencia. La relación
llegó a ser tan estrecha que Kant le cedía sus pocos o muchos ahorros para que
éste los invirtiera. Antes de conocerle Kant jugaba a cartas, iba al teatro, a
conciertos, frecuentaba las tabernas. Todo esto se terminó para complacer a su
nuevo amigo..
[6] Véase: Francisco Mora, Genios, locos y perversos,
Alianza, Madrid, 2009, pp. 119-12. Según el neurocientífico español, cumplidos
los 71 años, en 1796, se iniciaría la enfermedad mental de Kant -tal vez el mal
de Alzheimer- con algunos leves síntomas de pérdida de memoria, incapacidad de
concentración etc., que se agravaron dos años después, en 1799. Entre 1802 y
1803 aparecieron serias alteraciones en
su personalidad y episodios de desorientación espacial, incapacidad de
expresarse y conductas estereotipadas y sin sentido, que se acentuaron progresivamente
hasta su muerte el 12 de febrero de 1804.
[7] E. Wasianski y T. de Quincey, Vida íntima de Kant, trad. de José
María Borrás, Renacimiento, Sevilla, 2003.
[8] Su sirviente (entre 1762 y 1802) Martin Lampe -que
se encargaba de todos los asuntos prácticos de su casa, limpieza, orden,
recados- lo despertaba cinco minutos
antes de las cinco, a fin de que estuviera sentado a la mesa a las cinco en
punto. Después de haberse tomado su taza de té y fumado su pipa, preparaba sus
clases hasta las 7; daba clases hasta la una menos cuarto, para inmediatamente
después pasar a la mesa. A continuación, a las cuatro en punto, daba un paseo
digestivo hasta la fortaleza de Friedrichsburg. De regreso en su gabinete,
tiempo de meditación, lectura y escribir cartas. Al sonar la sexta campanada,
se pone de nuevo a trabajar en su estudio. A las diez menos cuarto, acaba su
jornada de trabajo. A las diez se acuesta.
[9] Kant tiene la manía de respirar manteniendo los labios cerrados. En La disputa de las Facultades señala que
una ventaja accesoria de esta costumbre, cuando se está sólo y no se está
departiendo con alguien, es la siguiente: la saliva, que es constantemente
segregada, humedece el gaznate, actúa al mismo tiempo como método digestivo
estomacal y también se puede tragar como laxativo, si se está lo
suficientemente decidido a no desperdiciarla como consecuencia de la mala
costumbre de escupir.
[10] Sobre todas estas anécdotas biográficas, vid. también:
Josep Muñoz Redón, La cocina del
pensamiento, RBA, Barcelona, 2005,
pp. 13-131.
[11] Immanuel Kant, Observaciones acerca
del sentimiento de lo bello y de lo sublime, introducción, traducción y
notas de Luis Jiménez Moreno, Alianza editorial, Madrid, 2008. En adelante
citamos por las siglas: O B S (las numeraciones al margen corresponden a la
paginación generalizada en la edición de la Academia de Berlín, separando cada
página por/).
[12]Antropología práctica (Según el manuscrito inédito de C. C. Mrongovius, fechado en 1785), edición
preparada por Roberto Rodríguez Aramayo, Tecnos, Madrid, 2007. En adelante citamos como A P
(con el añadido de la numeración del original transcrito por W. Stark).
[13] Antropología en
sentido pragmático, versión cast. de J. Gaos, Madrid, Alianza Editorial,
1991. En adelante: A S P.
[14] Ben-Ami Schfarstein, Los Filósofos y
sus Vidas. Para una historia psicológica de la filosofía, Cátedra, Madrid,
1984, pp. 221- 242.
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