EL MITO DE EVA. LA MUJER
TENTADORA (I)
1. Los Relatos del Génesis
Pocos
textos han influido tanto en el pensamiento teológico y marcado tan
indeleblemente la moral de Occidente como el relato del Paraíso terrenal del Génesis.
Pocos arquetipos de la mujer han
quedado tan grabados en el inconsciente colectivo y en el imaginario cultural
occidentales como el de Eva, la primera mujer, la madre de a
la humanidad, la tentadora, directamente responsable de la caída y perdición del
hombre y por ello mismo estigmatizada, culpabilizada y conceptualizada como
inferior a Adán, el varón.
El prejuicio androcéntrico
judeocristiano de la inferioridad de la mujer se remontaría al relato del Génesis, más precisamente a tres
episodios que los exegetas y teólogos de todos los tiempos han comentado
abundantemente: el episodio de la creación de Eva, el de la caída y el de la
expulsión del Paraíso, hitos simbólicos, los tres, que nos remontan a los
orígenes de la sociedad patriarcal, al inicio de los interdictos contra las
mujeres y de la represión de lo femenino. Eva fue creada de la costilla de Adán
lo que legitimaba el sometimiento de la mujer al hombre. El episodio de la Caída la hace además
responsable del pecado y de la introducción en el mundo del mal, del
sufrimiento y de la muerte. Si bien
Satán tentó a Eva, ésta fue quien sedujo a Adán y lo condujo a la falta[1].
Gerda Lerner |
Escribe Gerda Lerner que "muchas
de las principales metáforas y definiciones sobre el género y la moralidad de
la civilización occidental arrancan de la Biblia", colección y mezcla de
piezas poéticas y en prosa de diversa procedencia[2], algunas de carácter mítico y sapiencial y
otras de carácter histórico y localista. Y dentro de ella, el Libro del Génesis es, sin duda, el que ha aportado los símbolos
y metáforas más destacadas y significativas, que han definido y modelado no
sólo nuestra herencia cultural en general, sino también la configuración misma
de la sexualidad, de la relación entre los sexos y el género y la posición de
la mujer en la sociedad occidental.
La antigua tradición de atribuir su
autoría a Moisés ha dado paso, a causa de las numerosísimas evidencias internas
demostradas por la crítica formal moderna, a la aceptación de la "hipótesis
documental". Ésta sostiene que el primer libro de la Biblia, tanto si se
cree en su inspiración divina como si no, fue obra de varias manos distintas.
Su redacción abarcó un período de casi cuatrocientos años, desde el siglo X al
V a. de C. En general ahora la mayor parte de los expertos acepta que hay tres
principales tradiciones de redactores y que muchas de las fuentes representan
una tradición muchísimo más antigua transmitida durante siglos oralmente, que
los autores recopilaron,
reinterpretaron e incorporaron a la narración[3].
Hay, pues, dos versiones distintas
de la Creación en el Génesis y por
consiguiente el Génesis contiene
también no uno sino dos relatos distintos de la creación del primer hombre y de
la primera mujer. Uno de ellos, el recogido en el capítulo inicial del libro primero de
la Biblia (Génesis, 1,
26-29) data de los teólogos postexílicos (circa 400 a. C.). Es, pues, el más reciente (se lo denomina relato
sacerdotal o P, Priesterkodex). En él se relata cómo Dios creó el
mundo en seis días, coronando su obra con la creación de adam[4]
-esto es, la humanidad, el ser humano genérico: los hijos y las hijas de la
Tierra- a su propia imagen y semejanza. La primera pareja creada, macho y
hembra, es imagen de Dios: "Dijo Dios: Hagamos el hombre a imagen nuestra, según
nuestra semejanza […].Y creó Dios el hombre a imagen suya: a imagen de Dios le
creó; macho y hembra los creó" (Gén. 1, 26-27).
Esta versión confirmaría la igualdad esencial entre mujer
y hombre: el ser humano es imagen de Dios y lo es no sólo en la modalidad
del varón sino también en el de hembra, esto es, como hombre y mujer ("macho
y hembra")[5]. Finalizado
este relato, en el siguiente versículo
empieza una narración diferente de la Creación, la yahvista-elohista,
escrita varios siglos antes que la versión P -antes aludida- en la que se dice
que Eva fue creada "a partir de la costilla de Adán" (Gén. 2, 21).
La historia de Adán y Eva (Génesis,
2,18-25), narrada en el lenguaje del folklore, se considera la más antigua de
las dos historias, fechándose entre el año 1000 y el 900 a. C. Esta segunda
historia cuenta cómo el Señor hizo un hombre con polvo de la tierra y, después
de hacer todos los animales y al no encontrar entre ellos ningún compañero
adecuado para Adán, sumió a éste en un sueño, sacó a Eva de su costado y la
presentó a Adán como su esposa. Al verla, exclama: "Esta
vez si que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta se llamará varona,
porque del varón ha sido tomada" (Génesis
2, 21-23)[6].
Desde la perspectiva antropológica
de G. Lerner -que resumimos aquí- el relato "mosaico" más reciente,
que se dice perteneciente a la fuente sacerdotal -"macho y hembra los creó"
(Gén. 1, 26-27)- sería profemenino; el relato más antiguo o
tardío, procedente de la fuente yahvista-elohísta, sería por el contrario misógino o antifemenino, pues en él se dice que Dios crea a Eva a partir de la costilla de Adán (Gén. 2, 21-23). Ambas versiones o
relatos, en un principio separados, se fundirían en el período post-exílico
para configurar los tres primeros capítulos del Génesis.
La crítica bíblica se ha centrado
durante siglos sobre las discrepancias entre ambas versiones y los méritos de
la una sobre la otra[7].
Durante
cientos de años prevaleció la versión más antigua del relato de la creación, la
yahvista-elohista, que subordinaría la mujer al hombre. En efecto, interpretada en
su sentido más literal la creación de la mujer a partir de la costilla de Adán (una de las partes "inferiores"
de Adán), mientras que él había sido creado de la tierra, parecía indicar que
la inferioridad de las mujeres tenía una procedencia divina[8]. El caso es que este
pasaje concreto y esa interpretación antifemenina son las que han
penetrado de
manera devastadora en el imaginario colectivo occidental, postergando a la
mujer en relación con el varón y mostrando históricamente un profundo
significado simbólico patriarcal.
Tanto los maestros judíos de la
Antigüedad, como muchos cristianos después de ellos, prefirieron la ingenuidad
teológica al análisis histórico o literario para explicar las contradicciones
de los textos. Sea como fuere, lo cierto es que éstos han ejercido gran
influencia en la definición de los valores y las prácticas relativas a las
relaciones de género. Aunque sea de esperar que las interpretaciones de una
composición poética, mítica y localista como el Libro del Génesis, varíen según las necesidades de los intérpretes, y aunque el texto
es, sin embargo, lo bastante ambiguo como para "dejar abierta" la
posibilidad de una interpretación menos misógina, parece evidente que el peso
mayor de los símbolos del género recae en las interpretaciones patriarcales y, como se ha indicado antes, éstas son las que han imperado
durante dos mil años[9].
La
conclusión a la que llega Gerda Lerner resultaría, así, incontestable: "Las
metáforas sobre el género más influyentes presentes en la Biblia han sido las
de Mujer, creada de la costilla del Hombre, y Eva, la tentadora que provoca la pérdida de gracia de la humanidad.
Durante dos milenios se las ha citado como prueba del apoyo divino a la
subordinación de las mujeres"[10]. Y no sólo
de ello, sino también como evidencia de su inferioridad moral: puesto que la costilla es un hueso curvo, deducirán más tarde algunos teólogos medievales, el
espíritu de la mujer no podía ser sino retorcido y perverso.
A esta misma conclusión llegará el
teólogo dominico español Emilio García Estébanez quien en su último ensayo
publicado, Contra Eva, considera que:
El antifeminismo
de la Biblia es expreso y descarado; la inferioridad de la mujer y su exclusión
como agente del proyecto salvífico aparece como un dato de naturaleza que no
ofrece dudas; cuando, no obstante, brota algún movimiento, algún gesto que
pudiera significar o conducir a la participación activa e igual de la mujer, se
sofoca con dureza y se niega a la mujer clara y explícitamente esa participación;
se le recuerda que debe callarse, escuchar y vivir sujeta[11].
Para el dominico español, la Biblia,
que narra la historia de la salvación humana, sería paradójicamente -desde la
hermenéutica patriarcalista del texto sagrado, dominante durante casi dos
milenios- el documento de la exclusión de la mujer de esa historia:
La Biblia es el
libro de los varones, recoge su voz, es la historia de la revelación del Padre
y del Hijo, es decir, de la conciencia masculina que alcanza en Jesús su
expresión completa; no es la historia del desarrollo de la conciencia humana,
la masculina y la femenina por igual; la mujer no juega ningún papel activo en
esa historia, está en ella de mirona y de mandada; su intervención en esta
historia de salvación queda marcada por su protagonismo en el pecado que la
origina[12].
(Continuará)
Tomás Moreno
[1] Ha vuelto a estar de moda referirse al mito de Eva con las sucesivas
oleadas actuales del feminismo. La mujer occidental intenta captar los motivos
míticos, ancestrales y religiosos de su marginación moral. El Antiguo
Testamento es, ciertamente, un punto de ataque fundamental para la revisión
crítica del modelo occidental de feminidad. Véase: Sonia Villegas, El sexo olvidado. Introducción a la teología
feminista, op. cit.
[2] Gerda Lerner, La Creación del Patriarcado, op. cit., pp. 243-266. Después de casi un
siglo y medio de estudios arqueológicos, históricos, filológicos y
hermenéuticos, sabemos de la estrecha correlación entre los descubrimientos
arqueológicos de las culturas del antiguo Próximo Oriente y las narraciones
bíblicas: los autores y redactores de la Biblia adaptaron y transformaron
materiales culturales antiguos de Sumer y Babilonia, Canaán y Egipto, y que las
prácticas, leyes y costumbres de los pueblos vecinos contemporáneos quedaron
reflejadas en sus narraciones. Armanda Guiducci, La manzana y la
serpiente (op. cit., pp. 58 y
ss.) que también hace una lectura feminista del relato, coincide en que se
trata de un mito de pastores nómadas y guerreros, elaborado en la remota
antigüedad, entrelazado de las presiones míticas opuestas de Oriente (Sumer,
Babilonia, Fenicia, Canaán) y del continente africano. Entre Mesopotamia,
Anatolia y Egipto, pueblos de Oriente y de África, se plasmó el núcleo más
antiguo, cosmogónico, del pensamiento hebraico consignado en el Génesis y en la
explicación de los orígenes. En la cosmogonía hebraica, como viene a decir, nos
encontramos con un mito preocupado por explicar la dualidad de la presencia
hombre-mujer en el mundo y de presentar a la mujer “castigada”, “deudora con
respecto a Dios”, en relación con el Mal integrado en la organización del mundo
[3] Para Gerda Lerner (op. cit., p.
244) coinciden varias tradiciones narrativas en el Génesis: Yahvista, Elohista y Sacerdotal. Vulgarmente se cree que la tradición narrativa conocida
por J (por el uso del término
Yahvéh” y por sus orígenes judaicos) fue compuesta en el reino meridional de
Judá en el siglo X a. C. La segunda, llamada E de Elohista, por la manera en
que se dirige a la divinidad y porque se piensa que representa la tradición
efraimita, seguramente trabajó en el estado norteño de Israel algo más tarde.
En tercer lugar está la tradición P, que incluye y reinterpreta las narraciones
de J y E. A pesar de que existe una enorme controversia en torno a la
cronología de P, los eruditos se muestran de acuerdo en que no estamos tratando
con un individuo solo, sino con una escuela sacerdotal de redactores de
Jerusalén que habrían trabajado durante cientos de años y habrían completado la
obra en algún momento del siglo VII a. C. Según Gerda Lerner, la interpretación
actual y que parece que acepta todo el mundo es que ambas versiones o relatos
de la Creación fueron escritas independientemente y que ambas provienen de un
corpus de tradiciones anterior.
[4] Derivado de adamah,
que significa "tierra fértil".
[5] Según Leonardo Boff se trata de
un texto en el que se resalta “la igualdad fundamental de los sexos; ambos
remontan sus orígenes a Dios mismo, la Realidad suprema. Dios sólo puede ser
conocido por la vía de la mujer y por la vía del hombre. Cualquier reducción de
este equilibrio distorsiona nuestro acceso a Dios y desnaturaliza nuestro
conocimiento del ser humano, hombre y mujer” (Leonardo. Boff y Rose. M. Muraro,
Femenino y Masculino. Una nueva conciencia
para el encuentro de las diferencias, editorial Trotta, Madrid, 2004, p.
72). En las versiones gnósticas, este
relato sugiere que Dios Creador mismo podría tener una doble naturaleza que
combinaba características masculinas y femeninas; los gnósticos, en efecto,
tenderían a preferir esta versión andrógina de la divinidad. Cf. R. R. Ruether, Christianity.
Sharma, 216, cit. en Sonia Villegas, op. cit., p. 18 y ss.
[6] El sentido originario de este segundo relato
objetivaba mostrar -comenta L. Boff- la unidad hombre/mujer y fundamentar la
monogamia. Sin embargo esta comprensión que en sí debería evitar la
discriminación de la mujer, acabó reforzándola. La anterioridad de Adán y la
formación a partir de su costilla fue interpretada como superioridad masculina
(Masculino y Femenino, op. cit., p.
72-73).
[7] Según anotación de Gerda Lerner, la versión P recuerda
al Enuma Elish, el relato de la
creación mesopotámico, en detalles varios y en el orden de los sucesos. Ello
podría explicar la aludida tesis andrógina de la creación –"macho y hembra
los creó"-, pues reflejaría la influencia de las ideas religiosas
mesopotámicas. Algunos intérpretes han intentado extender esta resonancia
andrógina a la versión J al señalar que la palabra hebrea adam, que significa género humano, equivale al término genérico de
humanidad, que incluye a hombres y mujeres, y que escribir en mayúsculas el
nombre de Adán es un error posterior fundado en supuestos androcéntricos.
[8] Para Armanda Guiducci (op. cit.) la dualidad en el mito hebraico se
representa como una escisión, o más bien una cesión, por parte del hombre, de
su propia riqueza vital. El hombre es una totalidad tan “plena” que puede ceder
una parte de sí mismo (una mísera costilla) sin perder nada. Aquí reside la
profunda diferencia entre el mito grecoplatónico del ser original que se parte
en dos mitades exactas, y el mito hebraico, elaborado en el medio cultural más
limitado de las tribus nómadas y pastoriles
de Asia y del Islam, que mantiene, en cambio, una relación de pequeña
parte con el todo. A través de la costilla de Adán se produce la línea de
ruptura que separa el Mundo de las Madres del Mundo de los Padres y se denuncia
un total trastocamiento de culturas, un cataclismo remoto de valores. Y esta
línea de ruptura –como el hundimiento de un pliegue subterráneo- atraviesa
incluso los mitos griegos más arcaicos, ricos en choques con el Oriente
prehistórico. Y, al igual que el parto producido en el costado de Adán, a lo
largo de esa ruptura emerge una serie de divinos partos masculinos: entre
horribles gritos Atenea nace de la cabeza de Zeus; del falo de Urano, cortado y
lanzado al mar, nace Afrodita, mientras otras criaturas nacen del muslo o
incluso de la rodilla de un dios varón.
[9] En los mitos de la Biblia característicos de una
sociedad patriarcal y pastoril domina la interpretación patriarcal: se trata de
una sociedad patrilineal en la que la línea familiar se sigue a través del
padre. En este modelo de familia la figura prócer, a gran distancia de
cualquier otra, es el padre; la segunda el hijo primogénito. La esposa no tiene
relieve, se la puede repudiar casi por capricho; y la hija sólo cuenta como
valor relativo, como una desgracia familiar (Cf. Eclo., 42, 9-14). Pero no sólo el linaje sino que la misma
procreación se había convertido en un acto masculino: los hijos siempre son los
hijos de los padres y
que las diferentes interpretaciones feministas
que unas mujeres han realizado durante los últimos siete siglos han sido hechas
contra una tradición que se ha parapetado y cuenta con una aprobación teológica
que viene de antes del cristianismo. Cf. Gerda Lerner, op. cit., p. 277.
[10] Ibíd., p. 270.
[12] Ibid. Tanto para G. Lerner como para G. Estébanez la
matriz ideológica de la supuesta inferioridad y subordinación de la mujer
-vigente en nuestra tradición cultural durante más de dos milenios- encuentra
su asiento y apoyo en estos textos del Génesis analizados.
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