martes, 2 de diciembre de 2014

LAS UTOPÍAS MAQUETAS: AISLAMIENTO Y CLAUSURA, POR EL PROFESOR TOMÁS MORENO

Ofrecemos para la celebrada sección de Microensayos del blog Ancile, por el profesor y filósofo Tomás Moreno, el trabajo intitulado Las utopias Maquetas: Aislamiento y clausura, en su primera entrega. Tema de sugerente actualidad en una sociedad que exige cambios urgentes y sustanciales 

Las utopías maquetas 1, Tomás Moreno, Ancile



LAS UTOPÍAS MAQUETAS: AISLAMIENTO Y CLAUSURA, 
POR EL PROFESOR TOMÁS MORENO



Las utopías maquetas 1, Tomás Moreno, Ancile


Las Utopías Maquetas: Aislamiento y Clausura (1)

I. Rasgos y características de la utopía literaria

Pocos vocablos podemos encontrar en el vocabulario político tan polisémicos como el de utopía. Sus definiciones son múltiples, sus sentidos e intencionalidades heterogéneas, sus contenidos plurales, sus concreciones y formas de expresión literaria variadísimas, sus intentos de realización histórica muy diferentes. Tratar de aislar un núcleo común en la gran variedad, diversidad y dispersión de susmanifestaciones literarias, intelectuales, histórico-políticas y sociales es tarea bien ardua y difícil[1].
            Limitándonos exclusivamente, por razones metodológicas, a sus manifestaciones variacionesliterarias -“utopías-maquetas”, las hemos denominado[2]-, podríamos preguntarnos si sería posible encontrar algún elemento unificador común a todas ellas e integrador de su diversidad, que permanezca presente a lo largo de toda la tradición utópica literaria occidental, desde la Inglaterra renacentista del XVI hasta el siglo XX. En lo esencial pensamos que sí, más allá de sus diferencias temáticas o de contenido y de sus posibles variaciones, debidas fundamentalmente a rasgos epocales tomados de la sociedad de su tiempo o a la idiosincrasia ideológica o personal de su autor.
Las utopías maquetas 1, Tomás Moreno, Ancile
Tomas Moro
            Existiría, en consecuencia, un estilo, una forma y un contenido, una especie de modelo común que caracterizaría e identificaría cualquier ficción literaria como utópica. Ese modelo utópico podremos encontrarlo investigando en sus orígenes literarios que, según la mayoría de los expertos, se remontan al relato Utopía de Thomas More, que constituye propiamente su acta de nacimiento literario-formal, y a las subsiguientes utopías renacentistas de Francis Bacon y Tommaso Campanella que le siguieron. Algunos incluso retrasarían su origen y antecedentes hasta el diseño platónico de la República[3]. En efecto, tras el conocimiento "manuscrito" de su "República" en la Italia del siglo XV (1437), su influencia o impronta en las obras más clásicas del "género" -desde las "utopías del Renacimiento" (More, Campanella, Bacon, Samuel Hartlib o Juan Valentin Andreae) hasta los "proyectos socialistas utópicos" del XIX  (Owen, Fourier, Cabet, Edward Bellamy o W. Morris)- es manifiesta y suficientemente reconocida. No existe, en este sentido, ninguna historia del pensamiento utópico que no la incluya como "iniciadora" del género, antes aún de que existiese el vocablo "utopía" (acuñado por primera vez por Thomas More en 1516)[4]. Estas fuentes clásicas y renacentistas primigenias y sus respectivos modelos de ciudad van a troquelar, sin duda, con rasgos y perfiles comunes e indelebles, como veremos, todo el género literario utópico posterior desde las propias utopías renacentistas hasta las socialistas del siglo XIX.
            Todos los tratadistas de la utopía vienen a coincidir -con una u otra terminología- en una serie de rasgos esenciales característicos que, en su opinión, diseñan la  mayoría de los proyectos utópicos literarios-fictivos (y que inspirarán o animarán determinados proyectos político-sociales en el futuro). Lewis Mumford[5] señala como rasgos principales de las construcciones utópicas el aislamiento y la clausura de las mismas, así como una organización institucional basada en la estratificación, la fijación, la estandarización y la militarización de la sociedad.
Las utopías maquetas 1, Tomás Moreno, AncileEl sociólogo Ralph Dahrendorf[6] destaca como primera característica en todas las utopías su inmovilismo, la ausencia de cambio; las construcciones utópicas sólo se agarran a un pasado muy ucrónicas, además de utópicas. En su opinión, la segunda característica estructural sería la uniformidad o, mejor, la existencia de un consenso universal en torno a los valores predominantes y a las instituciones establecidas; este consenso puede ser espontáneo o impuesto por la fuerza e implica la ausencia de conflictos estructurales. Los “outsiders” no pueden ser productos de la estructura social utópica, pues se trata de casos de desviación, patológicos o afectados por alguna enfermedad excepcional. El aislamiento también sería, según él, otra de sus características esenciales.
            M. Adriani[7] estima como habitualmente recurrentes en las diversas figuras del utopismo imaginario los siguientes: “el constante ‘carácter abstracto’ de los diseños y proyectos utópicos; el “geometrismo” de las numerosas ciudades delineadas y descritas en ellos; la tendencia a “nivelar” y “planificar”; el “comunismo” de la vida social, rigurosamente concebida como experiencia colectiva y colectivista; y, en general, la preeminencia indiscutible de una “regla” de uniformidad y de conformismo, impuesta siempre por la razón interna a la misma “perfección” utópica”. Para Thomas Molnar[8], por su parte, los rasgos más definitorios de la utopía  serían: simetría, uniformidad, regimentación y despotismo. Finalmente J. C. Davis concluye -a partir de su análisis de los textos utópicos literarios ingleses (de 1516 a 1700)- que los rasgos específicos y reiterativos en toda visión utópica se condensan en estos tres: totalidad, orden y perfección.
            Para no prolongar indefinidamente referencias y caracterizaciones como éstas de los distintos expertos en el tema -desde Ernst Bloch a Arnold Neüssus, desde F. Laplantine  a Frank E. Manuel o desde Fred L. Polak a Raymond Trusson- nuestro interés en este trabajo se centrará fundamentalmente en tratar de descubrir la serie de “rasgos constantes”[9] que caracterizan a la mayoría de los escritos utópicos desde sus primeras manifestaciones literarias -configurando así una especie de preceptiva del género- y de analizarlos separadamente, de tal manera que su ordenada exposición nos ayude a pergeñar el diseño común de todos ellos, de esa especie de “utopía maqueta” que, en mayor o menor medida, creemos subyace y se realiza en la mayor parte de ellos. 

II. Aislamiento y Clausura

El primer rasgo a destacar en la mayoría de ellas es que se trata de ciudades herméticas, cerradas a toda influencia exterior o extraña. Dada su necesidad de protegerse del mundo exterior la mayor parte de las utopías literarias se caracterizan por estar cerradas en el espacio (aisladas por las aguas o cercadas por muros) y en el tiempo (viven en un presente continuo, fixista, sin devenir ni historia). La mayoría de las ciudades utópicas son, en efecto, “islas lejanas”,montañas inaccesibles”, “ciudades amuralladas” o “valles distantes[10]. Habitualmente ubicadas en un espacio desconocido y alejado geográficamente del “topos real” desde el que se las evoca, y situadas en un tiempo pasado reciente o en un presente actual (no en un lejano pasado ideal como el caso del Mito de la Edad de Oro o de la Ciudad Radiante clásica, ni tampoco en un futuro escatológico como en eMito milenarista del Reino) o, en su forma de ucronía, en un tiempo futuro inexistente todavía y sólo vislumbrado e imaginado.
Las utopías maquetas 1, Tomás Moreno, Ancile
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            La máxima preocupación de sus gobernantes es la de mantenerlas incólumes e incontaminadas de toda influencia ajena o exterior, inaccesibles a cualquier injerencia de sociedades foráneas. Ya en la ciudad armoniosa Kalipolis de Platón[11], se llega a prohibir el comercio exterior para evitar, precisamente, toda posible contaminación exterior, y los viajes al extranjero salvo por razones de "espionaje" o militares. Los que autorizadamente visiten otros países, cuando regresen deberán "asegurar a los jóvenes que las instituciones de los otros Estados son inferiores a las del propio". Los visitantes extranjeros estrictamente "vigilados"[12]. Esta es la razón de que Platón recomiende en Leyes que la ubicación de las ciudades se sitúe lejos del mar y en suelos no muy fértiles, ya que los Estado marítimos y comerciales, como la Atenas de su tiempo, son más conflictivos y desordenados; el cierre autárquico del universo utópico se manifiesta en su economía autosuficiente: su "Estado" deberá ser agrícola y productor, no importador.
            Entre los que optan por el carácter insular de su ciudad ideal, tenemos a Thomas More[13]. Amauroto (la capital de la utopía moreana) era efectivamente en su origen una “península” pero su fundador Utopos -“el tirano bueno” inventado por Thomas More- decidió transformarla en “isla” para preservar su aislamiento e incontaminación, cortando así los puentes con el exterior corrompido,  a fin de que los ciudadanos no se viesen afectados por su corruptora influencia.
Las utopías maquetas 1, Tomás Moreno, Ancile            Tommaso Campanella[14], el monje calabrés, sitúa también su "utopía" una isla recién descubierta de nombre Taprobana, en el equinocio, en la línea del ecuador, erróneamente ubicada por el autor en las proximidades de Ceilán[15]. Si bien el monje describe la "Isla" como una "ciudad abierta" al tráfico comercial internacional, al estilo de las ciudades Indianas integradas en el vasto mecanisno económico, administrativo y comercial de la Monarquía católica e imperial española[16] y, en consecuencia, no “cerrada” como la de Moro, prescribe sin embargo que la Ciudad del Sol se habrá de erigir al abrigo de un cerco o muralla, cuyas puertas de bronce permanecerán siempre cerradas. Francis Bacon también localizará Bensalem[17] (la capital de su New Atlantis) en una isla económica y militarmente autárquica.
            Normalmente hemos tenido noticia de ellas –de su existencia- por el testimonio de “viajeros” o “navegantes” que fortuita o accidentalmente han arribado o topado con ellas y a su regreso a la civilización nos dan cuenta de su descubrimiento: idealizándolas como sociedades perfectas en claro contraste con el “topos imperfecto” y “corrompido” desde el que se las evoca. Ese criterio de la protección,  que tiende a instaurar un universo absolutamente cerrado, no existe sólo por lo demás la ciudad de Venecia -como nos ha recordado F. Laplantine- una de las más suntuosas ciudades-utopía de la historia, así como la institución conventual, sociedad cerrada paradigmática, habitualmente construida en un lugar –bosque, montaña, isla- que la separa radicalmente del resto del mundo, del tiempo y de la historia. Todo ocurre, así, como si esas microsociedades “ideales” funcionaran como verdaderos “microcosmos” en cuyo seno los propios ciudadanos no experimentaran siquiera la necesidad de salir. Sociedades, pues, que, debido a su carácter global y totalizante, parecen recapitular el universo íntegro (Continuará).




                                                                                                                     Tomás Moreno




[1] Aunque efectivamente, a veces, esos límites (literario-formales) se traspasen porque sus propuestas hayan trascendido en determinados proyectos sociales o realizaciones históricas que las han utilizado como paradigma o modelo a imitar. Es el caso, por ejemplo, de Utopía de Thomas More que sirvió de modelo para los hospitales-pueblo que Vasco de Quiroga fundo en Santa Fe, o para las Reducciones jesuíticas del Paraguay. O el de las Icarias decimonónicas que trataron de hacer realidad la ficticia imaginada por Cabet y las Nuevas Armonías owenianas o los falansterios y otras comunidades utópicas diseñados por Fourier y otros socialistas utópicos.
[2] Denominamos “maqueta” a un “proyecto o reproducción exacta de algún objeto, arquitectura o realidad, en miniatura”. En el caso de las utopías maquetas se reproduce en ellas el diseño imaginario de una ciudad perfecta o soñada descrito en un libro o texto literario determinado.
[3] Aristóteles, en el libro 2º de su Política, incluyó la "República" platónica en el género de las "Politeias Aristoi" ("Constituciones Perfectas" o "Proyectos de Legislación de la Ciudad Ideal") junto con las de Hipódamos de Mileto y Fáleas de Calcedonia (del siglo Vº a. de c., de inspiración sofística y de carácter igualitarista). Ni el concepto ni la palabra "utopía" existían, ni podían existir en aquella época: la concepción degenerativa de la historia y cíclica del tiempo de la civilización griega lo imposibilitaba. Además de un género literario, la utopía es una categoría conceptual exclusivamente moderna, renacentista que recibe el aporte de dos constelaciones míticas del pasado: la judeocristiana con su creencia paradisíaca y ultramundana del “Reino de Dios”, y la greco-helenística, con su “Mito de la Ciudad Ideal”, de la “Ciudad Radiante” o de la “Edad Áurea” del Pasado. La utopía, como el dios Jano, presenta así ya desde su nacimiento dos caras: una que mira al futuro escatológico, otra que se orienta al pasado ancestral. Así, pues, aunque la "República" platónica no sea una utopía stricto sensu sino que represente propiamente el Mito o Modelo primigenio de la Ciudad Ideal, históricamente ha sido considerada, sin embargo, como el "arquetipo" de toda "utopía".
[4] Tanto  las obras de Ernst Bloch (El principio Esperanza, tres tomos Aguilar, Madrid, 1977) o de  Frank E. Manuel y Fritzie P. Manuel  (El pensamiento utópico en el mundo occidental tres tomos, Taurus, Madrid, 1984) como las de  Raymond Trusson, (Historia de la literatura utópica. Viaje a países inexistentes, Península, Barcelona, 1995) o  Jean Servier (Historia de la Utopía, Monte Ávila editores, Venezuela, 1969), le dedican la máxima atención como "modelo ejemplar" del género.
[5] Lewis Mumford , “La utopía. La ciudad y la máquina” en Frank E. Manuel (comp.), “Utopías y pensamiento utópico”. Espasa-Calpe, Madrid, 1982.
[6] Voz utopía en  Diccionario de Sociología, dirigido por Franco Demarchi y A. Ellena, Ed. Paulinas, Madrid, 1986.
[7] Ibid.
[8] Thomas Molnar, “El Utopismo: herejía perenne”, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1970.
[9] Véase Fernando Ainsa, “Necesidad de Utopía”, Buenos Aires/Montevideo, Nordam/Tupac, 1990, donde se analizan en detalle muchas de estas constantes.
[10] Islas son las ciudades utópicas de More, Bacon,  Henri Neville (la isla de los Pinos) o la de Huxley. Valles, por ejemplo, el “Valle”, situado “más allá de la cordillera” de “Erewhon”, de Butler, que la encierra como un muro.
[11] Platón, La República, ed. Bilingüe griego-castellano trad. José Manuel Pabón y Manuel Fernández Galiano, cuatro tomos, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1969. Kalipolis es la Ciudad Bella, Bien ajustada o Armónica de la Politeia platónica.
[12] Los utopistas recelan de todos los forasteros, pues propagan ideas que pueden llegar a ser, a la larga, peligrosas. Son heréticos e impuros. Conviene, pues, rechazarlos a las fronteras de la ciudad, o, caso contrario, imponerles una estricta y extensa educación cívica.
[13] Thomas More, Utopía, edición bilingüe, trad.  Joaquim Mallafré Gavaldà, Bosch, Barcelona, 1977.
[14] T. Campanella, La Ciudad del Sol, Mondadori, Madrid, 1988.
[15] Tommaso Campanella sitúa, pues, significativamente su utopía allí donde los españoles Bartolomé de las Casas ("Historia de las Indias") y el Padre José de Acosta ("Historia natural y Moral de las Indias") situaban el mítico Paraíso terrenal cristiano. La obra está escrita en forma dialogada, en italiano. El protagonista es también un navegante/marino genovés (que había sido piloto con Colón), quien responde con cierto desorden a las preguntas que su interlocutor le formula acerca de un País/Pueblo que ha conocido en su reciente navegación. Ese interlocutor es un "anónimo huesped", que ostenta el título de Gran Maestre de los caballeros Hospitalarios (orden religioso-militar).
[16] El trasfondo de las ciudades hispanas del Nuevo Mundo, es innegable, en su obra.  
[17] F.  Bacon, Nueva Atlántida, Mondadori, Madrid, 1988. 




Las utopías maquetas 1, Tomás Moreno, Ancile

1 comentario:

  1. Muy interesante esta disquisición enriquecida con citas y con la sabiduría del autor. Muchas gracias. Un abrazo.

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