La realidad poética y los límites de la razón y de la misma ciencia, es una aproximación al lenguaje poético y su idiosincrática forma de percibir la realidad, para la sección, De juicios, paradojas y apotegmas, del blog Ancile.
De Michael Cheval |
LA REALIDAD POÉTICA Y LOS LÍMITES
DE LA RAZÓN Y DE LA MISMA CIENCIA
Los límites
poéticos son los límites del tiempo, de la razón y de la misma ciencia. Ya
lo anunciaba en otras muchas ocasiones, los límites de la ciencia son también
los del lenguaje. Cuestión que ha de ponerse en evidencia porque los límites
impuestos a la propia libertad de la palabra sobrevienen de lo que el ser, más
allá de un realismo contractual, sea, si es que, como todo parece indicar, hay
algo en vez de nada. El universo descrito balbucientemente por los científicos
(y aún por los filósofos) necesita apropiarse de otra terminología liberadora
mediante la que adecuar la complejidad del mundo y distinguir el ente del ser
mismo[1]:
la metáfora y las descripciones se hace camino al
andar, y eso es la realidad ontológica de la poesía, su entidad
incuestionable se basa en este presupuesto limitador de nuestros sentidos y de
nuestra razón y que debe liberarse mediante la [2]
más elemental, la poesía, y es que el ser es todo de lo que se puede decir de
algo y que nos trae la interrogante leibziana del por qué hay algo en vez de nada. El signo poético en verdad tendrá
mucho que decir al respecto, aunque no sea este el lugar en el que nos explayaremos al respecto,
aunque advertiremos con Eco que el lenguaje (y el poético particularmente) debe
plantearse y estudiarse desde una óptica filogenética, pero también resulta
imposible ignorarlo desde una visión ontológica.[3]
Por eso la poesía se mueve en el primer límite u horizonte cognoscible mediante
el que pretendemos entender el Algo
que el ser es. El lenguaje
verdaderamente poético es el que en su ejercicio expresivo nos hace caer en la
cuenta de que el ser es aún antes de que
hablemos de él, y este reconocimiento es que le hace emparentar con una
suerte de entendimiento religioso que le hace analógicas son cada vez más frecuentes y
necesarias para explicar la naturaleza y dinámica de la realidad. Por eso estos
límites son, en virtud del discurso poético, la senda, el camino (recuérdese su
acepción y etimología vista anteriormente) de reconocimiento de los caminos por
explorar gracias a la razón –o sinrazón- poética. El camino machadiano toma
aquí total sentido:trascender el conocimiento
científico y filosófico, ya que su capacidad de aprehensión sobreviene no por
una vía de reflexión o razonamiento, sino por una cuestión de asentimiento
vital, no por un cuestionamiento lógico racional, en tanto que su naturaleza
vive del ser y no establece dictamen al respecto, como el ave no constituye
juicios sobre su ser aéreo que en vuelo la sostiene.
En no pocos poemas veremos cómo la poesía acaba siendo el ser que se muestra como un
efecto del lenguaje[4] y que, no obstante, se
distingue, con obviedad, de los onomata
–designaciones fraudulentas o falsarias- parmenidianos, pues trata -mediante su
lenguaje especial- de redimirse de la perturbación o enfermedad del discurso
estandarizado, no en vano es la vía idónea para salir del bucle de la aporía
aristotélica en la que el ser proporciona soporte a cualquier discurso, excepto
a aquél que pretendiéramos mantener sobre el ser mismo. Y es que la analogía poética en realidad es una analogía del ser y no del lenguaje. El
fenómeno poético es el puente entre el ente conocido heideggeriano y el ser que habla y se revela
nombrando mediante la oscuridad luminosa
de la metáfora, de la metonimia, de la analogía, del oxímoron…y que nada tiene
que ver con aquella platónica gnoseología inferior platónica.
En el ámbito
poético podremos constatar especialmente cómo el ser pone los límites -de igual
modo que los pondría a cualquiera humano que intentase volar por medios propios
(no artificiales)-, mas, lo hará mediante los instrumentos que le son propios,
como la metáfora, y provendrá de su condición de libertad exigida, que es
siempre absoluta; mediante el reconocimiento de esos límites será además por
los que reconozcamos que hay cosas indecibles y que la polisemia poética no
hace sino (entre la angustia inevitable de estar arrojado a esta libertad)
advertirnos que si no hay sentido obligatorio en el ser, sí que hay (cosas
indecibles) sentidos prohibidos.[5]
Los límites
del tiempo se vierten como el horion
griego que, no obstante, pone cierto orden más acá de la poesía (o lo que es lo
mismo, en el caos de las sensaciones). Las acepciones griegas cercanas horama, horais, horizo (vista, visión,
horizonte) en poesía no son los horizontes geográficos o geométricos de la
ciencia: el vasto dominio de la poesía ofrece la legítima y singular y genuina
manera de conocimiento y acción donde los límites reales
(perceptivo-cognitivos) son franqueables mediante la imaginación reveladora que
acaba poniendo sobre la mesa del saber que los límites de nuestra prisión
lógico-perceptiva nos revelan lo limitado de su conocimiento y, sobre todo, su
capacidad de indagar, expresar y comunicar lo que hubiere más allá de sus
límites. Este es el territorio de la poesía o, lo que es lo mismo, el de la
creación pura, pero con la singularidad de que en modo alguno descarta el
entrelazamiento del mundo sensorial anejo a lo físico y la estructura compleja
de la realidad, porque, sin embargo, se encuentran íntimamente relacionados. En
verdad ese ejercicio creativo imaginativo de la poiesis no hace sino mostrarnos su estrecho vínculo con lo que sea
y es la Realidad. Acaso las nocivas
doctrinas positivo instrumentalistas y relativistas[6]
tuvieron mucho que ver en la negación de esta realidad última[7]
hacia la que el conocimiento creativo avanza sin conocer límites, porque en
verdad es ahí donde comienza el infinito.
Francisco Acuyo
[1] El Seiende y el Sein
heidegeriano, la distinción entre el ente y el ser mismo.
[2] Primitivo en el sentido que su
fenómeno puede considerarse protosemiótico en tanto que como acto lingüístico
creativo da la salida (Peirce) para convertirse en signo.
[3] Eco, U.: Kant y el ornitorrinco,
De bolsillo, Barcelona, 2013, p.27.
[4] Eco, U.: , p. 38
[5] Eco, U.: p. 75.
[6] Recordemos que nada tiene
sentido –según el positivismo lógico- si no puede confirmarse empíricamente, o
si, las predicciones funcionan, no tiene importancia el por qué nos han llevado
a ellas –instrumentalismo-, y lo que es peor, no hay afirmaciones ciertas o
falsas, su legitimación pasa por el momento cultural en el que se identifican,
y de la que se deduce la negación de lo físico –del ser, frente a la nada- y
del conocimiento deducible de aquel.
[7] Del ser que es, en lugar de la nada hacia la
que, según estas visiones pacatas del mundo, inevitablemente somos
transportados.
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