La naturaleza de la mente y de la conciencia (y lo inconsciente) sigue formando parte de estas reflexiones recogidas en la sección, Pensamiento, del blog Ancile. Ahora seguimos incidiendo sobre el tema bajo el título: De la conciencia (e inconsciencia) primitiva a la actual, y su afán de trascender y trascenderse.
DE LA CONCIENCIA (E
INCONSCIENCIA) PRIMITIVA A
LA ACTUAL,Y SU AFÁN DE
TRASCENDER Y TRASCENDERSE.
Muchas
veces, bastantes más de las que nos gustaría reconocer, la capacidad de asombro
ante la arrogancia de determinados comportamientos y aseveraciones que se
presumen científicos, se diría que no encuentra parangón ni disposición ni
aforo para agotarse, sobre todo para los más cautos observadores y atentos
interesados en reconocer la naturaleza, estructura y dinamismo de determinados
fenómenos y realidades que, como la psique (la mente) se reparten entre
constataciones físicas (o biológico materiales) y sus manifestaciones
espirituales (término que se requiere ya en desuso, en muchos casos por meros
prejuicios ideológicos o de fatua suficiencia materialista o, simplemente, por
mera ignorancia sobre lo que se debate). Parece que no hay por qué preocuparse por
la naturaleza, dinámica e inmaterial estructura de nuestro pensamiento, ya que
sus manifestaciones conscientes e inconscientes quedan reducidas a su
manifestación material biológica, por cierto, hoy día detectada de manera
tangible mediante la tecnología avanzada (por ejemplo, a través del escaneo o
tomografía por emisión de positrones),[1]
por lo que su realidad –sensoria- queda puesta en evidencia corpórea en virtud
del flujo eléctrico supuestamente evidenciado en las áreas coloreadas en
pantalla de ordenador, y correspondientes a determinadas sectores del cerebro
que, según qué distintas actividades mentales se realicen, serán susceptibles
de observarse en virtual movimiento. Así las cosas diríase que, si se activa
esta o aquella área cerebral, podemos transcribir, entender y describir de
corrido y sin dificultad alguna la realidad –material- no sólo rítmica[2]
del poema, por lo que será tranquilamente desechable la componenda simbólica,
conceptual, irracional, emocional, creativa… ya que no hay posibilidad
existente de hacerla detectable para una medida siquiera virtual, esto, si
hablamos de poesía; la fórmula, teorema o proposición o componente abstracto,
si de matemáticas hablásemos, será desechable sino aparece en este o aquel
reducto armonices mundi de
color, dibujo o audaz abstracción de las formas, si no es medible por el
artefacto digital, será sin duda inexistente, si avisamos del impulso creativo
en la pintura; el acorde, la armonía, el ritmo, la impresión sentimental,
conceptual, emocional… en cada nota, si no es visible en el arco de color
informático, no es posible, si nos movemos en el ámbito impracticable de la
música; y, por qué no, la materia misma del dolor, del amor, de la soledad, de la
angustia y sus muchas y profundas razones -y sin razones- que tan singular y
materialmente acompañan a todos aquellas manifestaciones del ¿espíritu, del
alma, de la mente…? en las trajinadas y siempre tangibles y palpables
existencias de los hombres, será totalmente rechazable si no hay medición y
constatación física de la misma.
Esta
disparatada sinécdoque que hemos propuesto no es ninguna exageración, se lo advertimos,
y si bien hay algunos que consideran los límites para conocer, reconocer y
entender la misma realidad de la naturaleza física (véase, por ejemplo, buena
parte de los científicos y estudiosos de la mecánica cuántica) así como la de
la propia psique humana, son preocupante mayoría aquellos que tienen el vivo y
omnímodo convencimiento de que todo está escrito para siempre en la máquina
neuronal y su extraordinaria trama eléctrico-química y, siempre predecible demás
tornillería neurológica, por lo tanto, nada que advertir sobre la dinámica viva
y orgánica de su funcionamiento, acaso porque es mucho más fácil hacer labor de
forense y, sobre materia muerta, hacer los respectivos análisis y taxonomías; ahí
no hay temor de cambios inesperados y de sorpresivas respuestas, pero, para
entenderlo en su total complejidad ¿es lo mismo observar el tejido yerto que,
en su vital dinamia y en su conjunto orgánico y complejo? Si esta visión de
nuestro cuerpo es manifiestamente mejorable, ¿qué decir de una realidad posible
sobre la disparatada, fantástica y quimérica idea del espíritu, del alma, de la
psique, de la mente, fuera de los parámetros reduccionistas y netamente
materialistas? Y es que no hay otra realidad que la de la materia, aunque en
verdad no sepamos muy bien qué es aquella, cómo funciona, cuál su estructura y
dinámica y que, diríase, aparece tan clara a los ojos del neurocientífico que
constata que la percepción, digamos, musical, se hace sensorialmente manifiesta
en esta o aquella área cerebral.
No sabemos,
según esta aproximación estrechamente reduccionista, cómo describir, ordenar y
entender lo arcaico mitológico -y simbólico- (que ya el mismo Freud había reconocido y
sobre el que Jung indagó con gran eficiencia y detenimiento) de lo
inconsciente, al margen de las huellas fisioneurológicas grabadas por la
evolución filogenética en nuestros cerebros, sobre todo cuando todo [3]
y que, sin embargo, nos hablan de los secretos de psique (del alma) de manera
tan inaudita como fiel a su propia naturaleza. Por todo esto, cuando el hombre
impone la razón como vía única de entendimiento, cabe interrogarse (con el
mismo Jung en su momento lo hiciera), si el rechazo a la interpretación de las
imágenes –y símbolos- de lo profundo de la psique como factores decisivos en la
configuración de nuestra entidad e identidad humanas, no será sino la suma de
sus prejuicios y miopías.[4]
Nos parece evidente que el drástico empobrecimiento del catálogo (impresionante
de las imágenes antiguas) de los símbolos en nuestros días, coincide lamentablemente
con la pobreza espiritual sita en nuestro espacio tiempo y que, a su vez,
conviene y concurre con la alienación del individuo y de su decadencia
creativa, sin contar con el crecimiento alarmante de trastornos psíquicos y manifestaciones
múltiples de insatisfacción personal[5]
que dejara su necesaria y triste impronta en la sociedad. Cabe preguntarse si
la continua negación de vida más allá de la materia no ha llevado al espíritu a
su latencia en lo inconsciente; lo sublime, lo subido, lo empíreo de la vida
del espíritu, si este llega desde lo alto, ha acabado sumergido en las aguas
palpables y reduccionistas de la ciencia, pues todo es observado desde la vida de la
razón consciente que cree ver lo inconsciente del espíritu como una mera
excrecencia de su dependencia fisioneurológica (cerebral) y, por lo tanto,
asido a ella y sin entidad ni autonomía propia. Se sueña con que no existe
energía ni potencia que no dependa de aquel pulso racional, positivo y
consciente que encuentra su sustento en la materia, y, nosotros creemos que
mediante el autoengaño, crea la ilusión de que todo puede arreglarse y satisfacer
por los medios propios, cosa a todas luces imposible, más aquella fuerza
inconsciente espiritual ha de surgir más tarde o temprano en formas muy
diversas: desesperación, desamparo,
debilidad y que, de no habérsele dado una adecuada respuesta –espiritual- a lo
largo de los tiempos, es muy claro que la extinción humana sería un hecho desde
hace siglos, por eso nos parece bastante claro que la aspiración a lo
trascendente es capital no solo para la subsistencia de la especie, también
para el conocimiento profundo de nosotros mismos.
Hoy parece
querer negarse aquel incuestionable que otrora fuera el hombre en busca de sentido, el caos, el nihilismo, la angustia
vital o la respuesta a ellos mediante la anestesia de las ideologías, el
consumo, o las drogas (físicas o sociológicas) de la más variada índole quieren
negar aquella realidad de búsqueda innegable y que ha quedado reprimida en unos
individuos adocenados en una sociedad sin más propósito que la búsqueda de la
satisfacción inmediata y efímera, de espaldas a lo trascendente avalado por los
símbolos, mitos y leyendas invocados desde la noche de los tiempos y que en
modo alguno (ni agnósticos o ateos) pueden desembarazarse tan alegremente.
Entre las
analogías empleadas por la neurociencia, quizá una de las favoritas sea, como
decíamos en otras variadas ocasiones, la de comparar nuestra mente (creada y movida por el cerebro), con una
máquina y, sobre todo, con la máquina moderna por antonomasia, el ordenador. Parece claro que el sustrato material (hardware) es el cerebro, mas ¿y el
software, la componenda informática; dónde las instrucciones, el conjunto
programático por el que ha de regirse en sus cálculos y especificaciones? ¿Son
solo señales eléctrico-químicas que alteran nuestra conciencia o, es la
conciencia la que altera y modifica el sustrato electroquímico haciéndolo que
sea cómo es? El viejo dilema del huevo o la gallina en el origen del problema
no parece de fácil resolución. De hecho el concepto mismo de información (base
para cualquiera aproximación a dicha máquina increíble) no es de fácil
identificación. De todo ello hablaremos en próximos post de este blog Ancile
por su interesante y muy sugerente naturaleza y extenso y complejo ámbito de
resolución y movimiento.
Francisco
Acuyo
[1] La
tomografía por emisión de positrones (PET), tecnología propia de la medicina
nuclear, es una técnica, dícese no invasiva para la investigación (y
diagnóstico) que mide la actividad metabólica de nuestro cuerpo y que se basa
en la reacción entre fotones y positrones mediante la introducción de un
radiofármaco en la sangre.
[2] Acuyo,
F.: Fundamentos de la proporción en lo diverso, Universidad de Granada, 2007 ,
Jizo ediciones, segunda edición aumentada y revisada, Granada, 2009. En estas
publicaciones (tesis doctoral, en principio), se estudias las relaciones
métrico estructurales del verso (y sus desvíos de la norma de la preceptiva)
como muestra de la más intensa y mejor expresividad del verso, y por tanto de
su relación muy estrecha con los
componentes emocionales, conceptuales y de intensidad con la realidad
lingüística (gramatical) y la material rítmica del verso, de todo cual puede
deducirse fácticamente la importancia del nexo métrico (rítmico) y su realidad
material, pero su conexión con los factores innegables (abstractos,
emocionales, ideales…) y no menos reales del verso y la totalidad del poema.
[3] Jung, C.
G.: Arquetipos e inconsciente colectivo, Paidós, Barcelona, 2010, p. 15
[4] Ibidem:
p. 25
[5]
El sistema nervioso autónomo se establece como el centro mediante el cual poner
orden a nuestras dolencias e insatisfacciones, sin preguntarse hasta qué punto
no se ha modelado toda la fisiología –incluido este mismo sistema- en virtud de factores no materiales como los
influjos de las creencias, los mitos, las leyendas, las interpretaciones
simbólicas, y, en fin, hasta qué punto no estamos inhibiendo su potencia y su
necesidad vital.
De Darius Kilmczak |
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