Proseguimos reflexionando sobre la idea de lo trascendente en esta nueva entrada para la sección, Pensamiento, del blog Ancile; esta vez bajo el título: El inconsciente como sustrato de la idea de lo trascendente.
EL INCONSCIENTE COMO
SUSTRATO
DE LA IDEA DE LO
TRASCENDENTE
La idea (o el impulso) que late
en la profundidad de la psique humana sobre lo trascendente ofrece desde antaño
una controversia que no parece del todo resuelta en nuestros días, queremos
decir que, si aquella proviene tanto de lo consciente -racional y conceptual- o acaso también del
inconsciente –oculto o inhibido en las simas de nuestra mente-, hasta qué punto esta necesidad de
trascendencia proviene más que de la necesidad de explicación –primitiva,
proto-científica- del mundo, o, de la búsqueda de Dios como entidad superior, que
de la necesidad de hallar un significado (sentido) último de la existencia. De
hecho ya anticipábamos -en referencias posteriores-[1]
que, de la tradición simbólica y del rito, no podemos tan fácilmente
desembarazarnos, cuando los mismos agnósticos y ateos[2]
pueden liberarse sin un costo a veces muy importante (si en verdad, como todo
parece indicar, queda como reducto reprimido inconsciente). En cualquier caso
se impone, decimos, ante esta realidad innegable que motiva al ser humano en
una búsqueda –trascendente- de sentido, la superación de la visión mecanicista
de nuestra psique, empujada por la necesidad de objetivación –reificación- del
ser humano y, desde luego, de la propia
mente como epifenómeno del cerebro[3],
ambas concepciones influidas grandemente por el naturalismo, atomismo y
positivismo decimonónico. El engranaje y tornillería neuronal como descripción
estructural de nuestros cerebros, así como las pulsiones e instintos como la
manifestación psíquica única de nuestro inconsciente, describen a un ser humano
diseccionado, esclavo de sus reflejos instintivos y de sus fragmentos[4]
es quizá lo que le hace genuinamente humano, si es la visión de lo trascendente
lo que le hace en verdad tener conciencia de sí mismo en la integridad del
mundo.
No
somos en modo alguno nosotros los únicos[5]
que abogamos por la realidad inconsciente no sólo instintiva (que no negamos),
sino por una realidad a todas luces incuestionable (y que subyace en la inconsciencia de lo
trascendente): lo espiritual en nuestras vidas. Para esto reiteramos la
necesidad de entendimiento de nuestras capacidades psicofísicas como una
totalidad integradora que en modo alguno puede entenderse únicamente como una
mecánica potencia material y energética, sino como una comunión dinámica y
compleja que se completa en su unidad física y mental, la cual se hace plena en lo más profundo del
inconsciente, que es donde vive el espíritu como último reducto de su
conciencia intuitiva –irracional-, que
nos ofrece lo único necesario (unum
necesse)[6] para el
hombre, más allá de la subvenir las necesidades perentorias de la vida, lo cual
habrá de revelarse en virtud de una presta atención a nuestros pensamientos y
actitudes, observación mediante la que, al fin, acabará por ofrecerse lo más
genuino del ser humano, a saber, la conciencia creativa, que es sin duda la que
mejor significa el sentido existencial de los hombres.
Por
todo lo antecedido estamos convencidos de que la inclinación –consciente o
inconsciente- a lo trascendente, por ser acaso una de las necesidades más
íntimas del hombre, se hace posible –hoy más que nunca antes debido a la
materialización reduccionista del mundo- una inhibición que como la de libido- conlleva
unas consecuencias derivadas. Es perfectamente entendible que la conciencia –y
su referente inconsciente que también la integra- debe aprehenderse no sólo
como un hecho psicológico, pues también contiene lo que de trascendente intuye
que existe, por lo que lo inmanente mental de nuestra psique viene a ser (en
virtud de su intuición de lo inconsciente espiritual) también trascendente.
Al
margen de que reconozcamos ese nivel trascendente de la conciencia o no (el que
no lo hace se atiene sólo al estrato fáctico de su fenomenología psicológica) en modo alguno podemos deshacernos de aquella
o aprehenderla mediante meras consideraciones materialistas, sobre todo, si en
realidad existe una inhibición de lo (inconsciente) espiritual, pues, aquel
conocimiento (positivo materialista), en definitiva, no puede conocerse a sí
mismo sin dar el salto hacia más allá de sus fronteras lógico racionales. Todo
el riquísimo acervo simbólico y de
patrones religiosos dan fe de una potencia común a toda la humanidad (como arquetipos),
mas también pone de manifiesto la potencia individual que nos conecta con el
mundo a la búsqueda de un sentido –existencial- último de nuestras vidas.
La
búsqueda de sentido, de significado para el ser humano parece regirse, más que
por la
búsqueda del conocimiento –consciente- de uno mismo, por la indagación
de ese lugar donde habita el olvido -de sí-, en tanto que no hay un objetivo,
sí un significado para ser en el mundo, la autotrascendencia y el desapego son
una clara fenomenología del espíritu mediante la que nos reconocemos como
entidades conscientes y plenamente humanas que encuentran en este fenómeno el
modo para encontrar el sentido y el significado últimos, o, si fuese necesario,
para sacarlo fuera de las simas del inconsciente espiritual inhibido.
Nos
preguntamos cuántas veces no hemos suscitado de manera intuitiva (inconsciente)
no pocos de nuestros pensamientos, intenciones, emociones… un sentido
trascendente o trascendido de nuestras vidas, quizá en los momentos más oscuros,
o, tal vez en instantes de lucidez extrema, ante la imposibilidad de
explicar(nos en) el mundo y sus indescifrables avatares. Cuando Oskar Pfister[7],
nada menos que allá por 1904 manifestaba la necesidad de reconocer la altura espiritual de nuestra naturaleza,
tan poderosa como su instintiva, ponía de manera ostensible al
entendimiento la fuerza y el sentido de los símbolos que hacen comunes los
elementos significativos de la trascendencia, si arraigados en lo más antiguo e
íntimo de los hombres a través de los tiempos para dar respuesta al sentido de
la vida.
Acaso
todo ese acervo del espíritu manifiesto en los diversos y profundos sentidos de
lo simbólico sea el software singular que alimente, siguiendo la (rudimentaria)
analogía del ordenador, con la capital diferencia de que las rutinas y
programas para realizar determinadas tareas informatizadas, en este caso,
sirven para el fin último de dar sentido a nuestra existencia.
Proseguiremos
en posteriores entradas de nuestro (vuestro) limitado y humilde blog examinando
con el mismo interés de siempre cuestiones que, quizá, a alguno de los
habituales de este lugar puedan resultarles igualmente atrayentes.
Francisco Acuyo
[1] Blog Ancile:
De la conciencia (e inconsciencia) primitiva a la actual, y su afán
de trascender y trascenderse, http://franciscoacuyo.blogspot.com.es/2016/10/de-la-conciencia-e-inconsciencia.html
[2] Frankl,
E. Viktor: El hombre en busca del sentido último, Paidós, Barcelona, 2012, p.
26.
[3] Véanse
entradas anteriores, dirección y título.
[4]
Entiéndase este espíritu no circunscrito a ningún credo religioso.
[5] Véase a
Jung, a Viktor E. Frankl, Mircea Leíade….
[6] Frankl,
E. Viktor: El hombre en busca del sentido último, p. 51.
[7] Oskar
Pfister 1873- 1956, psicólogo suizo que
fue el primero en observar la dimensión teológica del psicoanálisis freudiano.
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