Con motivo de la publicación de, Con arrimo, de la poeta Rosaura Álvarez, traemos a nuestro blog la reflexión sobre dicha primicia de José A. González Núñez, bajo el título, Dar a ver lo que nos es dado.
DAR A VER LO QUE NOS ES DADO
(Con arrimo, homenaje de Rosaura Álvarez
a maestros y amigos)
Acaba de aparecer en la colección
Mirto Academia un nuevo libro de Rosaura Álvarez cuyo título, Con arrimo, que encuentra en la glosa de
San Juan de la Cruz, ajusta a la
perfección con su contenido, pues “hace tal obra el amor”, “el amor da tal
vida”. Su tema, la veneración y el amor a maestros y amigos, se presenta como claro
testimonio de la fortuna y el privilegio que la autora ha recibido por haberlos conocido y querido, acercándonos a cada
uno de ellos con certeras, temperadas y lúcidas palabras, que recuerdan la
ejemplaridad de sus vidas y obras en piadoso ejercicio de agradecimiento,
connatural a su magnanimidad.
Las palabras iniciales del prólogo a la Regula
Monasteriorum de San Benito recogen esta exhortación: “¡Escucha, hijo, los preceptos
del maestro y aplica el oído de tu corazón!” y después refiere que “el maestro
habla y enseña, y el discípulo escucha y aprende”. Aquel habla desde su
silencio y entrega a sus admiradores el logos encarnado de su creación, su
“mysterión” (S. Pablo); con los ojos de su mirar más potente conduce al aprendiz de la
nada al ser: “Soy porque me miras,… pues donde está el ojo está el amor” (N. de
Cusa) y “desde tu ser mi claridad me llega / toda de ti” (V. Aleixandre). El
discípulo, intentando paliar su carencia, sus insaciables ansias de
conocimientos, necesita la revelación que irradia de aquellos ojos, fuente de
donde mana el espíritu germinal y lugar apropiado para percibir su presencia y
escuchar el tenue murmullo de su voz.
La
alevilla aleve y alborozada, a la alborada, alelada y llamada por la luz de la
lumbre, con leve aleteo y ludir de alas, alza el vuelo del alma y se eleva
sobre albadas, aleluyas, alholvas y lilas blancas, liberada e iluminada, entre
brillos y destellos de las llamas limadoras, buscando la semejanza con lo que
admira y enamora, la palabra del amado que alimenta y transfigura, fruto
sabroso para un corazón ávido, como ven ambos
santos, el benedictino y el carmelita, el ejercicio de la contemplación entre
ductor amado y amante aprendiz. Sólo se comprende adecuadamente lo que amamos, pues es allí
donde encontramos nuevos sentidos, la verdad que el maestro nos da a ver y en cuyo
reconocimiento acaba por conocerse y transformarse el amante embelesado. La
relación entre maestro y discípulo esta penetrada por el amor que une sus
corazones: “Exilio doble donde el doble se funde” en el “instante extremo de
nuestro solo abrazo” (Catherine Pozzi).
La
belleza, fruto cosechado por el maestro en su vivir a través del tiempo, conjunta, en una forma, su irradiación actual
con aquellos otros destellos procedentes del pasado: unión y pálpito del ritmo
eterno en sus armonías. Crear belleza es siempre acto de amor infinito en que
se reúnen y conjuntan los dispersos vislumbres
del amor cósmico en un punto, el instante extremo de la eternidad. Cuando el
discípulo percibe tal capacidad en el preceptor se transforma en su admirador
incondicional, pues se ve reflejado en el espejo del maestro no como es, sino
como ansía ser. El amante se encela y tiende por amor (“filía”) hacia la luz
deslumbrante del amado, pero justo al punto del incendio, cuando la mariposa va
a ser pasto de la llama, en su ardor por
acrecer su brillo con la unión, se impone la razón, capaz de valorar la
capacidad iluminadora pero, a la par, destructora del fuego de la pasión
(“eros”) y, en consecuencia, refrenar tan desmedido sentimiento.
Sobre la desorientación alelada e inconsciente
se eleva la estimación libre de la voluntad, determinada por la razón:
admiración valorativa y equilibrada de la identidad del otro, de sus
propiedades y de los dones del amado capaces de gestar, sobre el afecto del
deseo, el respeto del “ágape”, unidad de sentimiento, voluntad y pensamiento
entre dos sujetos que se potencian uno a otro en la ascensión hacia la
perfección, pero manteniendo cada cual su identidad.
En la amistad desaparece
la exclusividad connatural al amor de “filía”, la que
expresa San Serafín de Sarov cuando dice : “No descubras a todos los
secretos de tu corazón”, porque se cimenta sobre el amor “agápico” aquel que
permite al admirado penetrar en el
amante tanto como éste lo hace en el amado; la amistad es don que alegra y
calienta el alma porque libera del desierto helado de la soledad y, la vez, renueva y rejuvenece. Las dos fuerzas
que aporta la amistad, una centrípeta: el celo mediante el cual mirando en el
espejo del amigo me proyecto hacia el más allá en el infinito peregrinar hacia
la perfección, se compensa con la otra, la centrífuga, que refrena el deseo y su poder de cosificar
el objeto de su afán, y que acaba
metamorfoseado en respeto y veneración.
La
amistad aporta al hombre conocimiento de sí, pues en el espejo del amigo se
descubre, merced al fulgor de la
belleza, el camino a recorrer y en el ágape compartido se transubstancia lo
material en espiritual y lo terrestre asciende al cielo.
Rosaura,
una vez recibido el don correspondiente de la sabiduría de cada uno de sus
maestros y amigos, que son tantos y tan diversos cuantos los dolores y goces de la vida, en su
condición de
poeta es capaz de expresar a los demás la intuición del misterio que
sustenta a cada uno con palabras encendidas de eternidad y, artesana de la
alabanza y la glorificación, se entrega
en las páginas de Con arrimo a
descubrirnos sus cualidades anímicas, dándonos a ver lo que le fue dado, que
siempre es dado, aunque mucho se luche para que aparezca.
El
libro se estructura en tres compartimentos; en el primero, los estudios; en
ellos Rosaura profundiza particulares aspectos de cada una de las personalidades
que analiza, por ejemplo, las impresiones que Granada provocó en Juan Ramón Jiménez,
patentes en el romance Generalife de Olvidos,
donde el poeta abandona el eros adolescente de raigambre becqueriana y entra de
pleno, entre sombras brillantes, aguas musicales y nenúfares carnosos, una vez
superada la sensación, en el soplo y tacto mágico y nuevo de la contemplación,
capaz de desnudar a las palabras para que irradien el resplandor y la exactitud
verbal de su esencialidad pura; también recrea el arcángel epiceno de San
Miguel Alto en el poema lorquiano del Romancero
gitano. Mayor espacio dedica la autora al dibujo de su maestro Valentín
Ruíz-Aznar, músico de quien recoge y analiza su perfil humano, su estética y
sus gustos musicales y literarios, y a Juan García Padial, poeta de las aguas y primer ductor de Rosaura
en el aprendizaje del arte de la palabra. Muy clarificadoras resultan las páginas
dedicadas al soneto “Dafne” de Elena Martín Vivaldi en el que resalta “su
interior expresión poética: sentimiento de amor frustrado, pasión por la
naturaleza, mirada femenina”, al compararlo con el de Garcilaso. En Emilio
Orozco destaca el “gustoso saboreo” del zumo de las granadas de los
paradisiacos cármenes que el sabio maestro realiza en sus estudios sobre el
barroco.
El
segundo apartado, Semblanzas y dedicatorias, recoge un centón de poemas
dedicados a sus amigos del pasado: Cervantes, A. Machado, F. García Lorca, o contemporáneos:
E. Martín Vivaldi, J. A. Egea, A. Carvajal, R. Guillén, J. Alfonso García, M.
Salinas o J. C. Friebe entre otros. En estos versos siempre logra captar finos matices del amigo aludido que queda
conjuntado con el sentimiento o concepto a que la autora se refiere en cada uno
de sus acordados cantares.
En
la parte final, Necrológicas, se recogen los recuerdos de amigos o maestros en
el momento de su despedida: A. Soria Ortega, J. M. Pita, P. Izquierdo, J.
Alfonso García, J. J, León…. ese instante incompartible de cada existencia, esa
sola soledad final que los clásicos entendían como la exacta continuación de la
vida: “Sicut vita, mortus ita “y en el que Rosaura los acerca a nuestra
presencia para darles nueva vida recordándonos sus obras, donde siguen
existiendo y desde donde reclaman nuestra verdadera amistad, tal como lo dejó
escrito en su epitafio el pájaro
pinto, José Bergamín:
Amigo que no me lee
Amigo que no es amigo
Porque yo no estoy en mí
Sino en aquello que
escribo.
Además
de la amistad y el magisterio, la nota común de cuantos personajes aparecen en Con arrimo es la de compartir un espacio, bien por
origen, destino, elección o interés creativo: la ciudad de Granada,
que a todos ellos deja marcados indeleblemente con la virtud peculiar
del granadinismo y que Rosaura apunta y significa en cada uno de ellos.
José
A. González Núñez.
Venta
del Pulgar
8 de Marzo de 2017, fiesta de San
Juan de Dios, el granadino más
universal.
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