sábado, 11 de marzo de 2017

DAR A VER LO QUE NOS ES DADO (CON ARRIMO, HOMENAJE DE ROSAURA ÁLVAREZ A MAESTROS Y AMIGOS)

Con motivo de la publicación de, Con arrimo, de la poeta Rosaura Álvarez, traemos a nuestro blog la reflexión sobre dicha primicia de José A. González Núñez, bajo el título, Dar a ver lo que nos es dado.



 Dar a ver lo que nos es dado. (Con arrimo, homenaje de Rosaura Álvarez  a maestros y amigos), Ancile

DAR A VER LO QUE NOS ES DADO

(Con arrimo, homenaje de Rosaura Álvarez 
a maestros y amigos)

Acaba de aparecer en la colección Mirto Academia un nuevo libro de Rosaura Álvarez cuyo título, Con arrimo, que encuentra en la glosa de San Juan de la Cruz,  ajusta a la perfección con su contenido, pues “hace tal obra el amor”, “el amor da tal vida”. Su tema, la veneración y el amor a maestros y amigos, se presenta como claro testimonio de la fortuna y el privilegio que la autora ha recibido por  haberlos conocido y querido, acercándonos a cada uno de ellos con certeras, temperadas y lúcidas palabras, que recuerdan la ejemplaridad de sus vidas y obras en piadoso ejercicio de agradecimiento, connatural a su magnanimidad.
             Las palabras iniciales del prólogo a la  Regula Monasteriorum  de San Benito recogen esta  exhortación: “¡Escucha, hijo, los preceptos del maestro y aplica el oído de tu corazón!” y después refiere que “el maestro habla y enseña, y el discípulo escucha y aprende”. Aquel habla desde su silencio y entrega a sus admiradores el logos encarnado de su creación, su “mysterión” (S. Pablo); con los ojos de  su mirar más potente conduce al aprendiz de la nada al ser: “Soy porque me miras,… pues donde está el ojo está el amor” (N. de Cusa) y “desde tu ser mi claridad me llega / toda de ti” (V. Aleixandre). El discípulo, intentando paliar su carencia, sus insaciables ansias de conocimientos, necesita la revelación que irradia de aquellos ojos, fuente de donde mana el espíritu germinal y lugar apropiado para percibir su presencia y escuchar el tenue murmullo de su voz.
            La alevilla aleve y alborozada, a la alborada, alelada y llamada por la luz de la lumbre, con leve aleteo y ludir de alas, alza el vuelo del alma y se eleva sobre albadas, aleluyas, alholvas y lilas blancas, liberada e iluminada, entre brillos y destellos de las llamas limadoras, buscando la semejanza con lo que admira y enamora, la palabra del amado que alimenta y transfigura, fruto

 Dar a ver lo que nos es dado. (Con arrimo, homenaje de Rosaura Álvarez  a maestros y amigos), Ancile
sabroso para un corazón ávido, como ven  ambos santos, el benedictino y el carmelita, el ejercicio de la contemplación entre ductor amado y amante aprendiz. Sólo se comprende  adecuadamente lo que amamos, pues es allí donde encontramos nuevos sentidos, la verdad que el maestro nos da a ver y en cuyo reconocimiento acaba por conocerse y transformarse el amante embelesado. La relación entre maestro y discípulo esta penetrada por el amor que une sus corazones: “Exilio doble donde el doble se funde” en el “instante extremo de nuestro solo abrazo” (Catherine Pozzi).

            La belleza, fruto cosechado por el maestro en su vivir a través del tiempo,  conjunta, en una forma, su irradiación actual con aquellos otros destellos procedentes del pasado: unión y pálpito del ritmo eterno en sus armonías. Crear belleza es siempre acto de amor infinito en que se reúnen y conjuntan los  dispersos vislumbres del amor cósmico en un punto, el instante extremo de la eternidad. Cuando el discípulo percibe tal capacidad en el preceptor se transforma en su admirador incondicional, pues se ve reflejado en el espejo del maestro no como es, sino como ansía ser. El amante se encela y tiende por amor (“filía”) hacia la luz deslumbrante del amado, pero justo al punto del incendio, cuando la mariposa va a ser pasto de la llama, en su ardor  por acrecer su brillo con la unión, se impone la razón, capaz de valorar la capacidad iluminadora pero, a la par, destructora del fuego de la pasión (“eros”) y, en consecuencia, refrenar tan desmedido sentimiento.
 Sobre la desorientación alelada e inconsciente se eleva la estimación libre de la voluntad, determinada por la razón: admiración valorativa y equilibrada de la identidad del otro, de sus propiedades y de los dones del amado capaces de gestar, sobre el afecto del deseo, el respeto del “ágape”, unidad de sentimiento, voluntad y pensamiento entre dos sujetos que se potencian uno a otro en la ascensión hacia la perfección,  pero  manteniendo cada cual su identidad.
            En la amistad desaparece la exclusividad connatural al amor de “filía”, la  que  expresa San Serafín de Sarov cuando dice : “No descubras a todos los secretos de tu corazón”, porque se cimenta sobre el amor “agápico” aquel que permite  al admirado penetrar en el amante tanto como éste lo hace en el amado; la amistad es don que alegra y calienta el alma porque libera del desierto helado de la soledad y,  la vez, renueva y rejuvenece. Las dos fuerzas que aporta la amistad, una centrípeta: el celo mediante el cual mirando en el espejo del amigo me proyecto hacia el más allá en el infinito peregrinar hacia la perfección, se compensa con la otra, la centrífuga,  que refrena el deseo y su poder de cosificar el objeto de su afán, y que  acaba metamorfoseado en  respeto y veneración.
            La amistad aporta al hombre conocimiento de sí, pues en el espejo del amigo se descubre, merced al  fulgor de la belleza, el camino a recorrer y en el ágape compartido se transubstancia lo material en espiritual y lo terrestre asciende al cielo.
            Rosaura, una vez recibido el don correspondiente de la sabiduría de cada uno de sus maestros y amigos, que son tantos y tan diversos cuantos  los dolores y goces de la vida, en su condición de

 Dar a ver lo que nos es dado. (Con arrimo, homenaje de Rosaura Álvarez  a maestros y amigos), Ancile
poeta es capaz de expresar a los demás la intuición del misterio que sustenta a cada uno con palabras encendidas de eternidad y, artesana de la alabanza y la glorificación,  se entrega en las páginas de Con arrimo a descubrirnos sus cualidades anímicas, dándonos a ver lo que le fue dado, que siempre es dado, aunque mucho se luche para que aparezca.

            El libro se estructura en tres compartimentos; en el primero, los estudios; en ellos Rosaura profundiza particulares aspectos de cada una de las personalidades que analiza, por ejemplo, las impresiones que Granada provocó en Juan Ramón Jiménez, patentes en el romance Generalife de Olvidos, donde el poeta abandona el eros adolescente de raigambre becqueriana y entra de pleno, entre sombras brillantes, aguas musicales y nenúfares carnosos, una vez superada la sensación, en el soplo y tacto mágico y nuevo de la contemplación, capaz de desnudar a las palabras para que irradien el resplandor y la exactitud verbal de su esencialidad pura; también recrea el arcángel epiceno de San Miguel Alto en el poema lorquiano del Romancero gitano. Mayor espacio dedica la autora al dibujo de su maestro Valentín Ruíz-Aznar, músico de quien recoge y analiza su perfil humano, su estética y sus gustos musicales y literarios, y a Juan García Padial,  poeta de las aguas y primer ductor de Rosaura en el aprendizaje del arte de la palabra. Muy clarificadoras resultan las páginas dedicadas al soneto “Dafne” de Elena Martín Vivaldi en el que resalta “su interior expresión poética: sentimiento de amor frustrado, pasión por la naturaleza, mirada femenina”, al compararlo con el de Garcilaso. En Emilio Orozco destaca el “gustoso saboreo” del zumo de las granadas de los paradisiacos cármenes que el sabio maestro realiza en sus estudios sobre el barroco.
            El segundo apartado, Semblanzas y dedicatorias, recoge un centón de poemas dedicados a sus amigos del pasado: Cervantes, A. Machado, F. García Lorca, o contemporáneos: E. Martín Vivaldi, J. A. Egea, A. Carvajal, R. Guillén, J. Alfonso García, M. Salinas o J. C. Friebe entre otros. En estos versos siempre logra captar  finos matices del amigo aludido que queda conjuntado con el sentimiento o concepto a que la autora se refiere en cada uno de sus acordados cantares.
            En la parte final, Necrológicas, se recogen los recuerdos de amigos o maestros en el momento de su despedida: A. Soria Ortega, J. M. Pita, P. Izquierdo, J. Alfonso García, J. J, León…. ese instante incompartible de cada existencia, esa sola soledad final que los clásicos entendían como la exacta continuación de la vida: “Sicut vita, mortus ita “y en el que Rosaura los acerca a nuestra presencia para darles nueva vida recordándonos sus obras, donde siguen existiendo y desde donde reclaman nuestra verdadera amistad, tal como lo dejó escrito en su epitafio  el pájaro pinto,  José Bergamín:

                                                          Amigo que no me lee
                                                          Amigo que no es amigo
                                                          Porque yo no estoy en mí
                                                          Sino en aquello que escribo.

            Además de la amistad y el magisterio, la nota común de cuantos personajes aparecen en Con arrimo  es la de compartir un espacio, bien por origen, destino, elección o interés creativo: la ciudad de  Granada,  que a todos ellos deja marcados indeleblemente con la virtud peculiar del granadinismo y que Rosaura apunta y significa en cada uno de ellos. 




                                                          José A. González Núñez.
                                                          Venta del Pulgar
8 de Marzo de 2017, fiesta de San Juan de Dios, el  granadino más universal.




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