Si
el Año Nuevo siempre se ha querido celebrar con alegría, al margen de las
opiniones personales sobre la veracidad, o fundamento o garantía de dicho
sentimiento de gozo, que muchos no vemos realmente justificado, no deja de
resultarme extraordinario cómo muchas personas lo comparten con un
convencimiento que no sabría cómo calificar. A parte del valor inconsciente que
pueda estimarse de dicha apreciación de la alegría, no deja de maravillarme la
audacia que ofrecen algunas personas para justificar sus fundamentos. Este es
el caso. El de esta nueva entrada que traigo para celebrar el comienzo de este
2020. Los argumentos teológicos, antropológicos y psicológicos que pueden
constatar en este post de Ancile, son muy dignos de tener en cuenta, aún con
las diferencias ideológicas, filosóficas y personales de cada cual.
Este
blog siempre ha sido una puerta abierta a cualquiera visión del mundo y de la
realidad, y lo va a seguir siendo mientras dure su trayectoria editorial
digital. Así lo demuestra esta interesantísima entrada de nuestro colaborador
Alfredo Arrebola,[1] que
desde su perspectiva teológica profundamente fundamentada ofrece su visión de
la alegría en este post que lleva por título: Fundamentos psicoantropológicos de la alegría cristiana, para la
sección , Apuntes histórico teológicos,
….. y que servirán para muchos, entre los que me encuentro para una seria reflexión
al respecto, así como un motivo más para la celebración con alegría de este año
recién comenzado, deseando a todos los lectores salud y prosperidad para 2020.
[1] Alfredo
Arrebola, Alfredo Arrebola (Profesor- Cantaor; Maestro de Enseñanza Primaria; Doctor en Filosofía y Letras (Sección de Filología Clásica, 1978); Licenciado en “Ciencias Religiosas”; Director del “Aula de flamencología” de la Universidad de Málaga (desde 1977).
FUNDAMENTOS PSICOANTROPOLÓGICOS
DE LA ALEGRÍA CRISTIANA
En los inicios del año 1952,
por un misterio profundo que vedado está al hombre, fui llamado a la
vocación religiosa. Ingresé en el seminario de los Padres Salesianos de
Antequera. Más tarde, guiado por un fuerte deseo de perfección, entré a formar
parte de los alumnos seráficos de la Comunidad Franciscana Capuchina. Después
de varios años en el ejercicio de los “consejos evangélicos”, tuve
que abandonar mi vocación. Se cumplieron, pues, en mí las palabras del
Evangelio: “Muchos son los llamados y pocos los escogidos” . Quiero olvidarme
de tantos y tan agudos sufrimientos que tuvo que soportar mi débil naturaleza,
para exponer, a mi manera, qué sentido metafísico y teológico tenía la frase
que ininterrumpidamente veía por doquier: “Servid al Señor con alegría”
(Sal 99/100), lema recogido por san Juan Bosco en honor del
patrón de su fundación, San Francisco de Sales (1567 – 1622).
Es cierto que en la ascética cristiana se nos
recomienda que elevemos a Dios cuantos sufrimientos padezcamos para alcanzar lo
que él mismo nos pide: la santidad. Esa santidad está dirigida a cada uno de
nosotros: “Sed santos, porque yo soy santo”, leemos en Levítico 11,45, idea
perfectamente repetida en el apóstol Pedro : “por cuanto escrito
está: Seréis santos, pues yo soy santo” (1P 1,16). El Concilio Vaticano II
(1962) lo destaca con fuerza: “Todos los fieles cristianos, de
cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan
poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su
camino, a la perfección de aquella santidad con la que es
perfecto el mismo Padre”, cfr. Constitución dogmática “Lumen gentium”. BAC,
pág. 47. Pensamiento que también lo encontramos en la Exhortación
apostólica GAUDETE ET EXULTATE” del Papa Francisco, pág. 9 (Roma,
2018).
El célebre filósofo alemán
Hegel (1770 – 1831) veía en el cristianismo la “religión absoluta”, en la cual
el concepto de religión coincide con su realidad efectiva, viéndola como la
religión “verdadera”. Su fundamento metafísico, teológico e
histórico es Cristo, “Camino, Verdad y Vida. Nadie va al Padre sino por mí”, Jn
14,6. Ahora bien, afirma el profesor emérito de Filosofía
Medieval en la Sorbona de París, Remi Brague, el cristianismo es la
única religión que sólo es una religión. El resto de las religiones añaden a lo
religioso una dimensión suplementaria. Ocurre en el judaísmo, que es
una religión y un pueblo, o si se prefiere, una religión y una moral,
el “monoteísmo ético”. El islam es una religión y un sistema jurídico, el
budismo, si puede valer como religión, es al mismo tiempo una doctrina de
sabiduría, cfr. “Sobre Religión”, pág. 39 (Madrid, 2019).
La Teología
nos dice que “Alegría” no es más que un
sentimiento fundamental que resulta de la concordancia ordenada de lo múltiple
en la existencia humana concreta. Esta concordancia está, en último término,
fundamentada por la armonía impresa en la creación. Su punto culminante lo
encuentra en la obra amorosa del Creador mismo, con lo que ha revelado a
su Hijo como sentido y fundamento de la creación, y con la que ha orientado la
creación en orden a ese Hijo. De ahí que la alegría se convierta en
alegría en Dios y en su salvación, tal como lo tomamos del “Diccionario
Teológico (Biblioteca Herder), pág. 10 (1966). El Niño que adoramos,
en estos días, es la encarnación de la segunda Persona de la Santísima
Trinidad. El quería salvar a los hombres de su situación de pecado y de
sufrimiento, dado que el ser humano, usando irresponsablemente de su libertad,
había escogido unos caminos de injusticia, de desamor, de desunión, de envidia,
de venganza, de maltrato, por los que estaban llegando a los hombres
el sufrimiento, el espíritu de venganza, es decir, la maldad. De esta manera,
un mundo creado por Dios para la felicidad y la alegría de la solidaridad, el
hombre lo convirtió en una casa de locos, luchando unos contra otros. Dios
quería poner remedio a esos desastres haciéndose hombre en la persona de Jesús
de Nazaret, convirtiéndose en el único Salvador de los hombres con
la especial característica – jamás narrada en la historia de la humanidad – de
emplear la palabra que distingue precisamente al
cristianismo: el AMOR.
En la mente de todo cristiano
está bien fijado que Jesús, por amor, entregó su vida en favor de la salvación
de todos los hombres: creyentes o no creyentes. Por amor entregó su tiempo, su
palabra, su sabiduría, su bienestar, su Madre, ¡y hasta su propia sangre!. Él
se entregó totalmente a amar a los hombres, a enseñarles a perdonarse, a
compartir sus bienes, a ayudarse unos a otros con generosidad, como
ha dejado dicho Ignacio Peláez, Militante de la HOAC Granadina, cfr. “Ideal”,
24/12/19.
Jamás quiso
Cristo valerse del poder divino, sino que practicó y enseñó a vivir el respeto
mutuo, la ayuda mutua, el perdón, la bondad..., que son el único camino que
hace alegres y felices a los seres humanos. Sobran, pues, argumentos
teológicos, filosóficos y -¡cómo no! - psicoantropológicos para
pregonar a los cuatro vientos que los cristianos podemos – y debemos – vivir
siempre alegres.
La primera
encíclica del Papa Francisco lleva por título “La alegría del Evangelio”,
donde leemos: “La alegría del Evangelio” llena el corazón y la vida entera de
los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por
Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del
aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”,
cfr. “Evagelii gaudium”, pág. 3. Roma, 24/XI/2013).
Los libros del Antiguo
Testamento presagian la alegría de la salvación, que se volvería desbordante en
los tiempos mesiánicos.Toda la Sagrada Escritura se hace eco de las alegrías
humanas, sean legítimas (Jue 9,13; Is 16,10; Jer 33,11;Sal 113,9; 126; Prov
5,18...) o sean reprobables (Mc 14,11; Lc 23,8; Jn 16,20; Ap 11,10, etc. ).
Pero sobre todo proclama a Dios
fuente y sostén de la auténtica alegría ( Jer 7,34;Sal 95,1;96,11; 104,31; Flp
4,4). La alegría se desbordará cuando Dios haga presente su fuerza salvadora
entre los hombres (Is 9,2;35,1-10;44,23, etc. Pero con Jesucristo, la alegría
alcanza la plenitud escatológica (Lc 1,28.44.47; 2, 10; 10,21; Jn
16,20-22;17,13; He 13,52; Rom 12,12; 2Cor 1,3-7; Gál 5,22; Ap 18,20... Sin
embargo, la invitación más contagiosa a la alegría – según mi
modesto criterio – sea la del profeta Sofonías (Época Babilónica,
612 – 539), quien nos muestra al mismo Dios como un
centro luminoso de fiesta y de alegría que quiere comunicar a su pueblo ese
gozo salvífico: “Tu Dios está en medio de tí, poderoso salvador. Él exulta de
gozo por tí, te renueva con su amor, y baila por tí con gritos de júbilo”
(So,3,17).
¡Y cómo no
recordar que el Evangelio, donde deslumbra gloriosa la Cruz de Cristo, invita
insistentemente a la alegría! (Evangelii gaudium, 5). Tampoco puedo dejar
sepultada en la cuneta del olvido que “Alégrate” es el saludo del ángel a María
(Lc 1,28). Cuando Jesús comienza su ministerio, Juan exclama: “Ésta ha sido mi
alegría, que ha llegado a su plenitud” (Jn 3,29). Y Jesús mismo “se llenó de
alegría en el Espíritu santo” (Lc 10, 21). Nadie, absolutamente nadie, duda que
su mensaje es fuente de gozo: “Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté
en vosotros, y vuestra alegría sea plena” (Jn 15,11).
Por
tanto, queridos amigos, sirvamos al Señor con alegría, como nos lo dejó escrito
el Rey Profeta David.
¡FELIZ
Y ALEGRE AÑO 2020!
Villanueva Mesía (Granada),
31/12/2019
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