Finalizamos las reflexiones sobre la IA y sus relaciones paradójicas con el absurdo, con una nueva entrada para la sección de Ciencia del blog Ancile, bajo el título de: ¿Inteligencia natural versus inteligencia artificial?
¿INTELIGENCIA NATURAL VERSUS
INTELIGENCIA ARTIFICAL?
¿Podrá la IA, luchar y ganar la pugna del supuesto problema del
conocimiento del sentido común que advertíamos en la anterior entrada? Mucho debe decir al respecto las propuestas del absurdo
como pensamiento existencial y forma de expresión artística y literaria. De
hecho, a día de hoy no se ha cumplido el pronóstico de los investigadores de la
IA, en el que se profetizaba que las máquinas realizarán cualquier trabajo que
realice un ser humano (Roger Schanks).
No obstante, no debemos despreciar en modo alguno los aportes de la IA en
sus esfuerzos para conseguir una realidad artificial del conocimiento, sobre todo porque nos pone delante los problemas insolubles hasta
el momento que la filosofía y la misma ciencia no han sido capaces de solventar
que comienza, decía, con el conocimiento del sentido común, pero sobre todo con el problema difícil de la ciencia cual es el de la
conciencia, que pone en el disparadero que, en modo alguno la única manera
de producir conducta inteligente es reflejando el mundo mediante una teoría
formal de la mente.
Hay quien asevera que la escritura (la literatura) puede
servir de agente entre la IA y la IN, por situarse al cabo entre ambas, sobre todo si consideramos que la propia escritura es un artefacto, aunque muy singular.
Dicho esto, es esencialmente idónea la literatura para un discurso capaz de poner de
manifiesto el mito absurdo que proponen algunas tendencias de la IA en la
actualidad. El lenguaje lógico de la computación pone sobre la mesa cómo
debemos considerar el signo lingüístico en uno y otro caso, y si el lenguaje
simbólico que procesa la computadora es o puede compararse con palabra escrita, sobre todo cuando tiene uno o
varios significados, y dónde se localizarían estos (en el cerebro, en la mente) y
su relación con la conciencia. Estamos en disposición ahora de plantearnos si
la palabra mental, cerebral, es lo mismo que la palabra hablada. Esta

interrogante no puede encontrar respuesta sino es en relación con la
conciencia, o, ¿si no, dónde se representa lo que el lenguaje describe? de donde
inferimos otra pregunta nueva, ¿tienen o pueden tener conciencia los artefactos
lógicos en los que se basa la IA? ¿Puede la IA hacer comparaciones? ¿Y
distinciones, si el pensamiento computacional es inferencial? ¿Puede tener
curiosidad y anhelo de conocer y, sobre todo, de entender, y puede expresarlo con
su artefacto simbólico lingüístico? ¿Puede ser la razón lógica esclava de las
pasiones como a todas luces lo es la razón humana? ¡Qué campo riquísimo de
cultivo para la lógica del absurdo literario puede ser este ámbito del mito de
la IA en la actualidad! Y lo es porque la IA ha empezado a redefinir el
sentido, nuestro sentido y lugar en el mundo.
La realidad que este mito de la IA nos parece netamente actual, pero es en
realidad extraordinariamente antiguo, pensemos en los sirvientes de Hefesto,
dotados y con inteligencia en sus corazones, de la Ilíada de Homero; en la
China de la dinastía Chou, el rey Mu poseía un robot inmortal; y los árabes
acariciaban una idea semejante, Ilm al-takwin, la «ciencia de la
generación artificial», que con el tiempo condujo a la idea de al-iksir, o
elixir de la vida de los alquimistas medievales europeos,
todo lo cual nos lleva a lo no menos vieja problemática de la relación o dicotomía (o no),
entre la mente y el cuerpo.
Finalmente, advertir de la razonable duda generada al
pensar que la inteligencia es una conducta emergente de neuronas conectadas al
azar, aplicable a la IA, comienza a ponerse en duda, porque si la inteligencia
es un atributo más de la conciencia, ¿es la conciencia un epifenómeno cerebral?
¿Y si no lo fuera? Caldo de cultivo para las más diversas conjeturas la que nos
abre el fenómeno de la IA, que será sin duda una vía de creación y recreación
del absurdo a lo que puede conllevarnos y donde la literatura del absurdo puede
medrar muy a su sabor.