No quisiera en modo alguno, y bajo ningún
concepto, que se malinterpretara la siguiente indicación entorno a las
aserciones y las expresas (o tácitas) conclusiones que se obtuvieren tras
la lectura de este breviario sobre la teoría y praxis deducible del
pensamiento y obra del gran Stephen Hawking. Muy al contrario, pues,
precisamente por la admiración que le profeso desde hace tanto tiempo no dejan
de parecerme harto sorprendentes algunas de las afirmaciones llevadas a cabo en
el último título de su (ya controvertida) cosecha de publicaciones de difusión
científica; nos referimos al Gran Diseño. A mi juicio, seguidor
manifiesto y confeso del pensamiento –y pesimismo- positivista más
recalcitrante, así se ha declarado reconocido y reconocible discípulo del
ejercicio de verificación y contrastación empírica de cualquier indagación o
aventura del conocimiento. En este caso nos referimos a su referencia al
concepto de creación (acaso mejor, origen) que infiere de sus investigaciones
sobre el inicio o principio del universo, cuya generación colige como espontánea,
de la cual deriva nuestro autor que esta será la causa por lo que
existe algo en vez de nada, y todo esto para terminar aduciendo que, no
es necesario invocar a Dios obrando maravillas […] para poner
en marcha el universo. Sin entrar en la cuestión de si Dios es o no origen
o creación del mundo, lo que nos deja especialmente estupefactos es la
argumentación que ofrece para alcanzar tal fin paradójicamente, de lo
originario. Al margen de los incentivos editoriales publicitarios para poner en
marcha la venta de títulos de esta obra, como digo, lo que causa asombro no es
tanto la conclusión (Dios no es necesario o no existe), como la vía mediante la
que llega a tal resolución. Sobre todo si por un momento nos apercibimos de los
grandes ingenios del pensamiento filosófico (incluso científico) que han
trazado sendas razonables (y lógicamente admirables) para la prueba de Dios,
por lo que se hubiera esperado cuando menos algún presupuesto lógico inductivo
no inferiormente razonable con el apoyar sus afirmaciones.
A nosotros, a la luz de las aproximaciones a las que hemos tenido acceso para
la deducción racional (lógica) de una entidad trascendente, encontramos cuando
menos indicios para el agnosticismo, no tanto para el rechazo racional frontal
que sirva de recusación definitiva, y esto porque, en virtud de aquellas
deducciones razonables a las que hacemos referencia nos hace ser
intelectualmente prudentes (insisto que no me proclamo
creyente ni seguidor de
cualquier dictado de fe), y esto porque la fascinación (y la necesidad) de la
trascendencia es fácilmente constatable a lo largo de la historia de la
humanidad, y que requiere cuando menos una reflexión medianamente seria y
razonada, pues su aparición como singular variable a lo largo de la historia en
cuyos fundamentos (¿insondables?) se asientan, querámoslo o no, que
desde luego se muestran útiles para cuadrar muchas ecuaciones razonables, por
lo que se me antojan muy dignas de atención y considerable curiosidad. A raíz
de esta modesta reflexión, aún me parece más increíble, reitero, el
modo, no tanto la conclusión de Hawking.
Con esta desordenada y
urgente congerie de argumentos, pues, no hago sino mostrar, como decía, la
sorpresa indicial y probatoria de un problema o una incógnita que parece lejos
de ser resoluble o, al menos, empíricamente verificable, acaso como otros
tantos conceptos o ideas elevados que no terminan de sujetarse
o hacerse aprehensibles al discurso y pensamiento positivo, ¿puede que hasta
sobrepase (eso es lo que parece) el marco convencional científico?, pero estimo
que de ninguna manera el racional, pues este camino nos muestra inevitablemente
que su acceso no es sólo el de la fe, sino que diríase que se mantiene en el
hombre como interrogante o certeza desde siempre, y cuya aprehensión o rechazo
viaja con nosotros y se mantiene intrínseco en nuestro espíritu a la hora de
investigar, comprender y redundar en la naturaleza de las cosas y del sentido
mismo de la existencia. Insisto que no hago una defensa de nada, trato
exclusivamente de exponer un hecho incontestable en la trayectoria vivencial e
histórica del hombre: la reflexión sobre la existencia (o no) de una realidad
trascendente que se resiste al método positivo de constatación. Es más, si la
ciencia es metodológicamente atea, todavía resulta más chocante la ¿buscada?
inclinación en El gran diseño a la entidad divina, aunque sea
para su negación. De modo que aún más claro me parece el procedimiento
intencionado de búsqueda de controversia con fines editoriales.
Pero, volvamos de nuevo,
por un instante, a ese razonamiento analítico con el que comenzábamos este
humilde opúsculo: la presunta espontaneidad de la creación del universo,
pues curiosamente puede converger, sin demasiada habilidad discursiva, con el
argumento que usa precisamente el razonamiento defensor de la existencia
trascendente, en tanto que el argumento con que finaliza Hawking (de la nada,
surge el universo), puede resolverse para su antinomia argumental, en la forma
de la interrogante que no resuelve la física: ¿por qué existe algo (ahora) en
vez de nada?
Y yo pregunto: si realmente
se dice que el Creador (como supuesto principio activo) no aporta nada al
conocimiento de la naturaleza, ¿podemos dejar de lado esta idea –y ¿necesidad?-
trascendente, sin acabar sufriendo un importante coste cognoscitivo? Si
la hipótesis de Dios es innecesaria[1] para explicar el origen del universo, acaso no esté tan claro que lo
sea para su creación, no digamos para justificar vitalmente su necesidad,
existen estudios biológicos que muy bien podían cuestionar aquella proverbial no necesidad científico
positiva .[2] Abundaremos en esto en la siguiente entrada de este blog.
[1] Recuérdese a Pierre Simon Laplace.
[2] Véase, por ejemplo, D. Hamer, El gen de
Dios, La esfera de los libros, Madrid, 2006.
No encuentro palabras para referirme a este gran hombre. Gracias por compartir su artículo.
ResponderEliminar"En el universo primitivo está la respuesta a la pregunta fundamental sobre el origen de todo lo que vemos hoy, incluida la vida"
Francisco, comparto totalmente tu nota. Decir que el Universo surgió de sí mismo nos deja tan en ascua como la ingenua pregunta de ¿quién creó a Dios?
ResponderEliminarYa de por sí, el hecho de las circunstancias físicas en que ah sobrevivido este hombre sin dejar de exponer sus visiones del mundo, encierra un mérito difícil de emular. A veces yo termino temiendo al genio, porque como Ícaro, puede quemarse las alas. Como nada tengo de especial, tiendo a mirar las cosas desde lo más sencillo, y me gusta creer que la sabiduría a aprtir de la ilustración, lo que hace muchas veces es alejarse de la verdad. La verdad, para mí, es despojarse del conocimiento mundano y fundirse con la luz, con lo no sabido. Olvidar es la mejor manera de "saber" lo que ninguna palabra podría expresar. Para entender a Dios, cfreo yo modestamente, hay que despojarse del ego, dejar de ser uno para ser el Todo...y quizás allí, en ese espacio inabordable para la inteligencia, estén todas las respuestas. Un abrazo, mi amigo.
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