ENTRE LOS DIOSES DE
JEAN GUITTON Y STEPHEN HAWKING
PARTIREMOS en esta nueva entrada, en relación con las
anteriores sobre esta misma temática, de una premisa que, a nuestro juicio,
podemos estimar como razonable (véase al respecto, si no, a Jean Guitton).[1] Distinguiremos
pues, entre la realidad (ab initio, idéntica) de las ideas siguientes:
Dios y Absoluto. No obstante, estableceremos la diferencia principal
entre el primer concepto (Absoluto) y el segundo (Dios) –siguiendo a
Guitton-, por una superior y elevada riqueza de este último que se ha de
basar en una apreciación de singular importancia, a saber: el principio
fundamental (original) y permanente: Absoluto, se verá ampliamente enriquecido
por la idea segunda que apuntábamos de Dios, porque este evoca a “Alguien”
(Entidad Personal) a quien cabe nada menos que la posibilidad de dirigirse.
Veremos si con este posicionamiento
anteriormente referido estamos en condiciones de distinguir para nuestros
propósitos expositivos, entre los ámbitos inevitables del panteísmo respecto
del (decíamos, muy singular) aportado por el teísmo, e intentar dilucidar de
todo ello si tiene posibilidad de prueba el teísmo al que se refiere Guitton y
rechaza (en esta en esta precisa ocasión) abiertamente Hawking. La óptica
panteísta no hace sino constatar y poner en evidencia nuestra humana
insignificancia, la cual basa su existencia al hilo, o, mejor, en virtud de su
ignorancia sobre si el individuo –el yo mismo-
observador del mundo y de sí,
pertenece o no al Absoluto, en tanto que, en cuanto tenga de ello conocimiento
y se reconozca en Él, parece claro que dejará de existir como identidad
individual para ser en el Absoluto. La diferencia con la perspectiva teísta
radica en que esta no define su trascendencia en relación con la totalidad
(Absoluto), ya que esta no es divina: Dios es trascendente, personal,
libre, creador… En este sentido cualquiera (positivista o no) es creyente, por
deducción lógica, en el Absoluto. Puede concluirse que el ateo es en realidad un
teísta que ha dejado de creer en Dios e imagina no creer ya más en el Absoluto.
Si quisiera reflexionar, comprendería que dejando de creer en Dios se ha puesto
automáticamente a creer en una de las formas del absoluto no personal.[2] Además,
por este singular razonamiento, la observación –positiva- (que en este caso
compartiría con Hawking) de determinadas características de contingencia
manifiestas en el orden del mundo serán, precisamente, las que llevarán a aquel
(a Guitton) a creer en Dios (pues se vierten interpretables mediante unas
constantes y leyes universales que ordenan y dan sentido al universo). En
verdad, desde esta apreciación, se parte del escepticismo más recalcitrante
hasta que, este es imposible de sustentarse ante ¡la observación! y
la constatación de que existen verdades fundadas (pienso, existo, las
matemáticas, las verificabilidad de las leyes físicas…), y será entonces, en
virtud de estas, que se ofrece razonablemente deducible la posibilidad de un
fundamento absoluto en el que todas ellas se sostengan.
Aquella interrogante de Hawking (expuestas en, Una breve historia del
universo) nos mostraba un posicionamiento racionalmente más equilibrado y,
valga la redundancia, equitativamente más razonable; interrogaba: ¿Por qué
se molesta el universo en existir?, aunque desde la óptica positivo
determinista de la ciencia quede siempre del todo irresoluble. Entonces, a raíz
de esta imposibilidad de respuesta, ¿no es razonable y sí redundante el papel
de un creador del universo, según establecía Hawking, posteriormente en El
gran diseño?[3]
Volvemos a hacer referencia a nuestro estupor anteriormente señalado en los
post de esta bitácora sobre este tema, cuando, en su afán emparejador del
evolucionismo biológico con su visión cosmológica y, sobre todo, con la
conclusión de la innecesaria presencia divina para explicar la creación del
universo, le lleva a argumentar asombrosa y peligrosamente una disolución
heterogénea de los conceptos de creación y evolución en virtud, nada menos, que
del fenómeno de la generación espontánea para la explicación
de su génesis material de la nada (si es que: ex nihilo nihil fit,
«nada surge de la
nada»), y de la azarosa contingencia de
sucesos que llevó al universo a la situación que hoy conocemos materialmente.
No deja de resultar chocante que Darwin (también, Wallace) padre(s) de la
teoría evolucionista, se resista(n) a esta visión y entendimiento
intencionadamente reduccionista por su improbabilidad, y de que el
origen del universo inmenso, sublime sobre toda medida, y el hombre hayan sido
fruto del azar.[4]
El huevo cósmico de George Lamaître, tras el universo en expansión Edwin Hubble
y la apreciación (metafórica) del origen del universo a raíz y consecuencia del
Big Ban, no acaba de satisfacer para quienes (como Hawking) exigen una teoría
(unificada o del Todo) capaz de explicar con argumentos menos simplistas y con
refuerzos matemáticos con los que superar las ecuaciones que no acaban de
encajar en la dinámica de estas teorías, mas, será precisamente por esta
ambición y audacia por lo que resulta más sorprendente (y decepcionante) esa
explicación –espontánea- de su origen, sobre todo en tanto que sería
precisamente la propia gravedad inicial la que hizo
explosionar y originar (de la nada) el universo, sin aclarar gran
cosa sobre la naturaleza de esa misteriosa gravedad original
ni de la nada en la génesis enigmática de la cual hubo
necesariamente de surgir.
En cualquier caso cabe interrogarse si este enigma es uno, si no el principal,
de los orígenes de la manifiesta y actual antinomia ciencia-religión. Se verá
en próximas entregas que muy bien no tiene porque ser el eje que vertebre tan
vetusta como apasionada y apasionante discusión.
[1] Guitton, J.: Mi testamento filosófico.
[2] Ibidem.
[3] Hawking, S.: El gran diseño.
[4] Charles Darwin.
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