lunes, 23 de enero de 2012

EDITH STEIN: DE HUSSERL A SAN JUAN DE LA CRUZ (Y II)

Segunda y última entrada sobre Edith Stein, esta vez en relación con su filosofía, y siempre de la mano del profesor Tomás Moreno para el blog Ancile.



Edith Stein o la pasión por la verdad, Ancile

EDITH STEIN: DE HUSSERL A 
SAN JUAN DE LA CRUZ (Y II)



Como hemos visto en el anterior microensayo, la historia de Edith Stein es la historia de una fuerte personalidad en busca de verdad y sentido, dialogando con el “mundo”, empatizando con los hombres, con las “situaciones” y con las “cosas”, para tratar de captar, finalmente, el sentido del ser en el “logos eterno” que, como un destello suyo o como una “huella dolorosa de Dios en la memoria” (en expresión del poeta Dionisio Ridruejo), está presente en el alma de cada hombre individual.
            Edith Stein buscó el entendimiento de su fe -“Mi nostalgia por la verdad era mi única oración”, confiesa en su apasionante autobiografía Estrellas amarillas[1]- sin renunciar a la razón humana, esto es sin despojar al hombre de uno de los atributos que más lo dignifican e identifican, pero también -como apuntara el gran pensador y escritor español Jiménez Lozano[2]- sin idolizarla hasta el extremo de volverla ciega para el misterio.
Edith Stein Husserl a San Juan de la Cruz, Ancile
Edmund Husserl
            La discípula predilecta de Husserl -que, sin duda, figura en la filosofía del siglo XX a la altura de sus maestros -Husserl y Max Scheler[3]-, dedicó toda su aventura existencial e intelectual a ver mejor la fe a través de la razón humana y su vida de mujer a tratar “empáticamente” de hacer mejores y más felices a los demás, renunciando a sí misma y denunciando con valentía todas aquellas ideologías y situaciones que trataban de despojar al hombre de su racionalidad y de su dignidad ofreciéndolos ritualmente como corderos a los Absolutos de la Raza, la Clase social, el Confort, el Dinero, la Razón científica o el Poder.
            Su obra filosófica fue asombrosamente extensa para su corta vida (51 años) y de la más variada temática filosófica, religiosa, mística, además de cartas, conferencias,  artículos, anotaciones biográficas etc. La edición de sus obras completas en Alemania a lo largo de 48 años (1950-1998), en un plan que se llegó a presentar, constaría de 25 tomos[4]. Entre sus obras fundamentales destacan: Sobre el problema de la empatía (1922), Investigación sobre el estado (1925); La fenomenología de Husserl y la filosofía de Santo Tomás (1929) y sobre todo sus obras póstumas: Ser finito y ser eterno[5] (1950) y Ciencia de la Cruz[6] (1950).
Edith Stein o la pasión por la verdad, Ancile
Max Scheler
                Un somero repaso de su itinerario intelectual, nos servirá para comprender el largo camino seguido por Edith Stein, desde su ateísmo juvenil y universitario a su profundo diálogo con Dios en la vida contemplativa. En ese camino, la fenomenología de Edmund Husserl y  la filosofía de los valores de Max Scheler serán los primeros hitos por los que transcurrió su itinerante búsqueda filosófica. Después, tras su conversión religiosa, vendrá Santo Tomás de Aquino y los grandes místicos españoles: Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.
                La tesis doctoral de Edith Stein, defendida en Friburgo en 1916, sobre El problema de la empatía [7] (Einfülung), su primer trabajo erudito, constituye la clave de su modo contemplativo y empático de ver las cosas y, por supuesto, de su espiritualidad. En ella, se reflejan expresamente las influencias del maestro Husserl, desarrollando las implicaciones más escondidas de su enseñanza y de su método filosófico y, también, la influencia de las tesis expuestas por Max Scheler en Esencia y formas de la simpatía (1913)[8].
            Como ha escrito Alfonso López Quintás, en un brillantísimo ensayo[9], la vuelta a las cosas postulada por Husserl, “no era en Scheler un mero lema académico, constituía el impulso de su vida, la fuente de la que manaba esa torrentera de luz que eran sus escritos y conferencias”[10]. Todo ello le sirvió para ir distanciándose de un racionalismo imperante -ya denunciado por Husserl, al rechazar la tendencia a pensar que sólo el conocimiento que significa un control exhaustivo de la realidad era digno de tal nombre- que había encerrado a Edith durante cierto tiempo en un mundo estrecho y sin salida, el único susceptible de tal género restringido de saber.
            El trato con los fenomenólogos abrió, pues, su espíritu a esferas diversas de la realidad que superaban a ojos vistas los límites del mundo sometido al conocimiento objetivista y positivista. “Al realizar personalmente la experiencia de tales modos elevados de realidad, Edith Stein empezó a notar que las barreras interiores cedían y se ampliaban las fronteras de la vida espiritual”[11]. Edith descubrió, de una vez por todas, que el método reduccionista, característico de ese modo de conocer positivista -muy inclinado al uso de la expresión “That is nothing but… (esto no es más que esto otro)- no significaba más que una vulgar traición a la verdad[12].

Edith Stein o la pasión por la verdad, Ancile
San Juan de la Cruz
            Su tesis doctoral sobre la Einfülung, le permitió la superación de ese objetivismo reduccionista, llevándola a desbrozar su camino hacia la verdad. Edith Stein entendía por Einfülung el tipo de percepción afectiva que un yo tiene de otro yo, la experiencia vivida de relación con el otro, la capacidad de sentir con el otro, de ponerse en su lugar. Con su investigación, Edith Stein quería mostrarnos lo específico de una experiencia tan personal como sería, por ejemplo, el darse cuenta del dolor de un amigo. Como señala Laura Boella, dos caminos eran posibles para ello: uno, objetivo, por el cual trataría de explicarme y explicar las razones de su dolor, de indagar las manifestaciones y las reacciones que provoca en mí; el otro, empático, mediante el cual buscaría comprender el dolor del otro en su inmediatez y globalidad, esto es: el hecho de que el amigo sufre. “Se trata de una experiencia específica, porque no es la repetición/imitación de una experiencia mía pasada, ni la deducción por analogía de mis experiencias precedentes”[13]. Y, sobre todo, se trata de una experiencia de amor que nos libera de la indiferencia por el otro y del resentimiento ante el otro, que nos ciegan para los valores de los “otros”. Un tipo de conocimiento-amor, en fin, que “entrevera nuestro ámbito de vida con los campos de posibilidades creativas que nos ofrecen las realidades valiosas” y “lo pone todo a una nueva luz”[14].
            Tras su conversión[15], en 1922, Edith deseó conocer los fundamentos teóricos del mundo católico en el que ella gravitaba a partir de entonces. Emprendíó la traducción al alemán de las Quaestiones disputatae de veritate (1931), “camino obligatorio para penetrar en el mundo del pensamiento de Santo Tomás” (al que antes detestaba). Desde que daba clases en el seminario de maestras “Santa Magdalena” de los dominicos de Espira (1922-1931) -donde enseñaba alemán-  tratará de abordar un acercamiento entre la filosofía de Husserl y la filosofía tomista sin, por ello, renegar de su formación husserliana, ni del lenguaje fenomenológico (su “lengua materna filosófica”). Deseaba confrontar los dos mundos e intentar encontrar el camino hacia una nueva síntesis filosófica neoescolástica modernizada. Surgió así un ensayo sobre La fenomenología de Husserl y la filosofía de Santo Tomás de Aquino. Ensayo de una confrontación, que apareció en el Jahrbuch de 1929, en homenaje a los setenta años de Husserl.
Edith Stein o la pasión por la verdad, Ancile
Teresa de Ávila (Bernini)
            Proyectó también escribir desde 1931 un gran trabajo sobre las categorías centrales de la ontología aristotélico-tomista, Potencia y Acto (pero será diferido, sólo lo retomará en 1935,). Ser finito y Ser eterno (que se publicará póstumamente, en 1950) será otro intento para la confrontación anteriormente aludida. Subsistirán, no obstante, algunas divergencias insalvables: delimitar, como lo hace Husserl, la esfera de la conciencia trascendental pura y luego, en el seno mismo de esta, “un sector de auténtica inmanencia, es decir, un conocimiento (noèse) que estaría absolutamente unido a su objeto (noème), a partir de este hecho, sería indudable”[16], lo cual se revelaría incompatible con el tomismo, para el que Ser y Conocer no coinciden más que en Dios. La filosofía católica no podía aceptar una ontología que colocaba la conciencia del hombre en el fundamento de la búsqueda filosófica, antes que en Dios.
            Su tomismo poco ortodoxo se verá enriquecido, tras su ingreso14 de octubre de 1933 en el Carmelo de Colonia, por la aportación de nuevas lecturas teológicas y místicas. A pesar de llevar en él una vida contemplativa, Sor Benedicta de la Cruz no renuncio a la reflexión intelectual: las obras de Santa Teresa de Jesús y de San Juan de la Cruz serán la fuente que sacie su sed de verdad y conocimiento: “Qué bien sé yo la fonte que mana y corre/ aunque es de noche”[17].
            En conclusión: su filosofía devino una original síntesis entre la fenomenología y el pensamiento de Santo Tomás de Aquino, con algunos elementos escotistas y místicos, tratando de insertar la doctrina de la intencionalidad husserliana en una nueva elaboración de la filosofía escolástica. Como ha señalado Alfonso López Quintás, para Edith Stein el esfuerzo integrador de esa nueva filosofía debía ahondar en la concepción del “ser” del tomismo con un método en buena medida fenomenológico y teniendo como telón de fondo la intuición sanjuanista de cambiar el “centro de gravedad de nuestro espíritu: “El yo trascendental (Husserl) y el yo concreto y finito instalado en el mundo (Heidegger) deben polarizarse en torno al Ser Supremo”. Sólo así ascenderemos al “sentido pleno del Ser”[18].

Edith Stein o la pasión por la verdad, Ancile
            Lo peculiar de la persona como ser espiritual es “poderse dar sin perderse, recogerse sin excluirse, ser autónomo al arriesgarse a ser heterónomo entregándose al Dios que no quiere ser rival”. Edith Stein culminó la filosofía en una especie de conocimiento místico que no fue infidelidad a su vocación filosófico-racional sino atención estricta al lema filosófico de la fenomenología: “retorno a las cosas mismas”. Esto es: instalación personalizada, creyente y amorosa en el Ser Supremo, fundamento absoluto de toda realidad finita y de toda vida personal[19].
            No es probable, apuntaba Jiménez Lozano, que nuestro mundo pueda comprender una reflexión filosófica y entender una vida como las de ella, pero lo menos que se puede pedir a este mundo es que se tome con seriedad estos testimonios de una verdad que supera todas las medidas humanas, planificada y realizada sobre la “ciencia de la Cruz”. El título de su último libro, el que inició en el Carmelo de Echt y estaba redactando cuando fue detenida, La Ciencia de la Cruz[20], parece presagiar la experiencia de inmolación que le esperaba: un testigo de su vida en el campo de exterminio de Auschwitz, nos la describe sentada en la barraca y pendiente del sufrimiento de los demás más que del suyo, como una “Pietá” sin el Cristo[21].


                                                                                                                       Tomás Moreno





[1] Estrellas amarillas. Autobiografía: infancia y juventud, traducción de Carlos Castro Cubells y Ezequiel García Rojo, Editorial de Espiritualidad, Madrid, 1992. Esta es la principal fuente que utilizamos para su biografía hasta su doctorado con Husserl.
[2] Cfr. J. Jiménez Lozano (Premio Cervantes de las Letras) en una de sus  memorables Cartas de un cristiano impaciente (publicadas en la Revista Destino, por los años sesenta del pasado siglo) dedicada a Edith Stein, analizaba con lucidez y maestría la significación de su figura y de su proyecto filosófico.
[3] Significativamente Karol Wojtyla también se sintió influido por el pensamiento de Max Scheler, al que dedicó su tesis doctoral.
[4] Se trata de la Edith Stein Gesamtausgabe (ESGA), dirigida por el Instituto Internacional Edith Stein de Würburg, a cargo del Padre Michael Linssen, OCD, todavía en curso de publicación en su segunda edición.
[5] Ser finito y ser eterno”, en Obras Completas, III: Escritos filosóficos: etapa de pensamiento cristiano, El “Carmen/Espiritualidad, Monte Carmelo, Vitoria, Madrid, Burgos , 2008
[6] Ciencia de la Cruz, en Obras Completas, III: El Carmen/Espiritualidad, Monte Carmelo, Vitoria, Madrid, Burgos, 2008.
[7] Sobre el problema de la empatía, en Obras Completas, II: Escritos filosóficos: etapa fenomenológica, El Carmen/Espiritualidad, Monte Carmelo, Vitoria, Madrid, Burgos, 2005;
[8] Cfr. Editorial Sígueme, Salamanca, 2005. Sobre la filosofía de Edith hasta su conversión véase la extraordinaria obra del filósofo escocés Alasdair MacIntyre, Edith Stein. Un prólogo filosófico, 1913-1922, Editorial Nuevo Inicio, Granada, 2008.  
[9] Alfonso López Quintás, Cuatro filósofos en busca de Dios, Ediciones Rialp, Madrid, 1990; cap.II Edith Stein y su acceso a la plenitud de lo real, pp. 116-150.
[10] Ibíd., p. 137.
[11] Ibíd., p. 138.
[12] Ibíd., p. 136.
[13] Laura Boella, Pensar con el corazón. Hannah Arendt, Simone Weil, Edith Stein, María Zambrano, Narcea, Madrid, 2010. pp. 50-51. Según Laura Boella, en la Einfülung, “el oído es el órgano que me abre al otro en su entera persona, alma y cuerpo. El otro se me presenta ante todo a través de su expresión corporal, su rostro y sus gestos: una mirada o una sonrisa me dan inmediatamente al otro”. Mediante ella se “nos pone frente a un acceso originario a la realidad que no pasa por la vía de un sujeto que se compara con un objeto, una cosa, e intenta darle sus leyes o de indagar sus mecanismos, causa, etc., sino que se apoya en el salir de sí mismo, en el encuentro y la apertura al otro, que no es nunca fusión afectiva o traspaso de límites. Hay un enorme potencial cognoscitivo en la experiencia empática: cuando nuestro yo es criterio de relación con el mundo, permanecemos encerrados en nuestra prisión; los otros son enigmas para nosotros o las moldeamos según nuestra imagen. La percepción empática, al contrario, ofrece una “comprensión” de la realidad, en la cual la irrepetible singularidad y unicidad de la persona, en vez de bloquear la comunicación, muestra un horizonte común de comprensión y de manifestación” (Ibíd.)
[14] López Quintás, op. cit., p. 136. Ese conocimiento-amor (López Quintás) es resultado de pensar con el corazón (Laura Boella).
[15] Cfr. Silvie Curtine-Denamy, Tres mujeres en tiempos sombríos, op. cit., pp. 48-50
[16] Ibíd., p. 51.
[17] San Juan de la Cruz, Cantar del alma que se huelga de conocer a Dios por fe.
[18] A. López Quintás, op. cit., pp. 144-145
[19] Ibid., p. 143.
[20] Edith Stein, Ciencia de la cruz. Estudio sobre San Juan de la Cruz, Monte Carmelo, Burgos, 1989.
[21] Cfr. Christian Feldmann, Edith Stein. Judía, filósofa y carmelita, Herder, Madrid, 1987, p. 138. 



Edith Stein o la pasión por la verdad, Ancile

2 comentarios:

  1. Una postura filosófica y espiritual admirable “poderse dar sin perderse, recogerse sin excluirse, ser autónomo al arriesgarse a ser heterónomo entregándose al Dios que no quiere ser rival”. Su pensamiento y su historia de vida son impresionantes. Gracias por hacernos conocer más de Edith Stein y a Tomas Moreno por sus aportes tan fecundos.
    Un abrazo.
    Jeniffer

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  2. Esta serie de post sobre mujeres filósofas es de gran interés para darlas a conocer a quien no tuviera noticia, o para recordarlas a quien ya supiera de ellas. Enhorabuena.

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