viernes, 17 de febrero de 2012

SIMONE WEIL: HEREJE DE TODAS LAS ORTODOXIAS (y II)

Concluye nuestro ínclito colaborador Tomás Moreno, el trabajo interesantísimo sobre Simone Weil, El ángel rojo, como dieron por renombrar a nuestra excelsa filósofa judía. Trabajo, digo, que nos pone en muy cercanos antecedentes sobre el pensamiento de Weil para todos los interesados en figuras tan relevantes de la filosofía del siglo XX.




SIMONE WEIL: HEREJE DE TODAS LAS ORTODOXIAS (y II)



Simone Weil hereje de todas las ortodoxias, Tomás Moreno



La vida de Simone Weil, que acabamos de pergeñar en el anterior microensayo, estuvo envuelta, al igual que su propia obra filosófico-intelectual, en un halo de leyenda y de excepcionalidad. Como recuerda Laura Boella: “Entrega y sacrificio, voluntad de ‘ser’, de estar presente en el centro de la contradicción, olvido de sí misma y autodestrucción, búsqueda de lo absoluto son los elementos que hablan de ella”[1]. Maria Antonietta Macciocchi por su parte, considera que “el recuerdo de esta mujer, muerta a los 34, irrumpe (...) en el cielo filosófico francés como un meteorito de clara trayectoria”[2]. Pese a la brevedad de su vida sus obras completas publicadas por Gallimard, a partir de 1988, alcanzan 16 volúmenes.
            Por su enigmática y desconcertante personalidad y por su deslumbrante inteligencia el subdirector del Instituto Henri IV la apodó monstrum  horrendum; para Celestin Bouglé, director de L’École Normale, será la virgen roja; Alain, su profesor de filosofía y admirado maestro, en algunas ocasiones se refería a ella como la marciana[3] por su inusual brillantez y precocidad intelectual. El periódico comunista Libération, más recientemente, la llamó el ángel rojo. Maria Antonietta Macciocchi la recuerda como la mujer absoluta y la hereje sublime.
Simone Weil hereje de todas las ortodoxias, Tomás Moreno
            Su extraño aspecto físico, su forma de  vestir (envuelta en una esclavina raída y con su inseparable boina, cabello despeinado, cuerpo desgarbado), su espíritu inconformista y rebelde, sus tomas de partido resultan inquietantes y a veces contradictorias. Simone detesta su condición de mujer[4] así como su origen judío.  Haber nacido mujer era para ella una desgracia, según su biógrafa y amiga Simone Pétrement[5]. Ciertamente, cuidaba poco de su apariencia femenina: “excepto el día en que, para que la contratasen en la fábrica Renault, ¡le pidió a Simone Pétrement que la maquillase! Temía que el amor pudiera malograr su vida al no haber alcanzado el grado de madurez suficiente, lo que comprometería toda su vida siendo un impedimento para “ser”[6]. Simone Weil decía de sí misma: “Tengo color de hoja muerta; para los demás no existo”.
            Georges Bataille, que la había conocido en París en los años treinta,  cuando los dos escribían en La Critique sociale, y más tarde en Barcelona, nos ofreció en su novela L’azzurro del cielo[7] (1957), un retrato de Simone -reconocible en el personaje de Lazare- poco favorecedor, enfatizando su aspecto desaliñado y poco femenino. Lo cierto era que su desaliño no pudo oscurecer su enorme personalidad y sus penetrantes ojos: muchos de quienes la conocieron dicen que de ella resaltaban sobre todo los ojos. Elsa Morante sí percibió su escondida belleza, al dedicarle estos versos: “Hermana inviolada / última paloma truncada por diluvios, / bella del Cantar de los cantares / camuflada tras grotescas gafas de escolar miope[8].
Simone Weil hereje de todas las ortodoxias, Tomás Moreno
            En lo referente a su condición judía, Simone Pétrement nos recuerda que, en 1934, incluso llegó a confiarle al doctor Bercher: “Personalmente, soy antisemita”. Silvie Courtine llega a afirmar que Simone no verá rezar por primera vez a unos judíos devotos, revestidos con su taled y con sus filacterias, hasta 1942, en Casablanca, cuando se disponía a embarcar hacia América, y que no entrará en una sinagoga -¡de judíos etíopes!- hasta su exilio en Estados Unidos, donde, por otra parte, acude con frecuencia a las iglesias baptistas[9]. A pesar de su educación agnóstica ella se inserta en la tradición cristiana, católica; se inclina por los griegos contra los hebreos. No tomó conciencia en ese tiempo -en momentos de dura persecución de sus hermanos de raza- sobre la cuestión judía. La causa sionista no contará con su aprobación, viendo un peligro en la instalación judía en Palestina, que con el tiempo podría convertirse en una amenaza para Oriente Próximo y para el mundo[10]. Durante su estancia en Marsella escribió Israel y los gentiles, en donde critica a la religión judía y al Dios de los hebreos. Simone engloba en la misma reprobación de la religión romana -que idolatra al Estado y adora al emperador- a la religión judía, que también estaba fundada sobre la noción idólatra de pueblo elegido, noción que se opone a la universalidad[11] (catolicidad) que ella siempre propugna. “Esa religión es, en su esencia, inseparable de esta idolatría a causa de la noción de pueblo elegido[12].
            En su opinión los hebreos impusieron en todas partes sus Escrituras, que son una aciaga inspiración para el cristianismo, y les transmitieron sus prejuicios a los primeros cristianos. Lejos de deberle algo a Israel, debemos purgar el cristianismo de su influencia. Esta filiación que Simone Weil reprueba, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, constituirá uno de los principales obstáculos para su conversión, para su entrada en la Iglesia, demasiado romana para su gusto, demasiado aferrada a esa tradición romana social y materialista[13].
Simone Weil hereje de todas las ortodoxias, Tomás Moreno
            Por todo ello, desafiará el decreto del 2 de junio de 1940 de los nazis -que ordenaba el empadronamiento de todos los judíos de la zona libre-, afirmando: “Prefiero ir a la cárcel que al gueto”. En agosto de 1940 le escribe al ministro de Instrucción pública  una carta en la que se queja de no haber sido atendida su solicitud de reingreso en su cátedra y reintegrarse a su puesto docente, sospechando que su condición de “judía” podría ser la causa de tal retraso. “En mi caso, que no practico religión alguna y nunca la he practicado, es evidente que no he heredado nada de la religión judía (…). Si hay una tradición religiosa que considere como un patrimonio propio, es la tradición católica. La tradición cristiana, francesa, helénica, esa es mi tradición; la tradición hebraica me es ajena”[14]. El padre dominico Perrin, su mentor espiritual, llega a decir que la empatía que Simone siente espontáneamente por todos los pueblos oprimidos -el doctor Bercher llegó a decir que, si se hubiera quedado en América, “se hubiera hecho negra”[15] - la ejercía con exclusión del pueblo judío.
            En su biografía, señala L. Boella, comparecen la experiencia del trabajo en una fábrica y en el campo; la enseñanza de Filosofía en el Liceo de Le Puy y de Roannne; la guerra de España, el viaje a Alemania en 1932-33, en vísperas de la llegada al poder de Hitler; importantes amistades con Alain,  Albertine Thévenon, Gustave Thibon, P. Perrin, Simone Pétrement; la experiencia de la belleza del arte y de la naturaleza, vivida sobre todo en Italia, en 1937-38, en contacto con el arte románico y la música de Monteverde; la práctica del pensar como libre fluir del pensamiento y la meditación[16].
            Su bagaje vital, espiritual e intelectual es impresionante: experimentará una profunda y dolorosa -por frustrada- conversión religiosa católica,  varios desengaños políticos;  afrontará el conocimiento de la geometría no euclidiana y de la teoría de los quanta; conseguirá dominar el sánscrito y redactar una serie de escritos -tan densos y profundos como El conocimiento sobrenatural, Hechar raíces, La gravedad y la gracia o sus Cahiers etc.- que encierran el cegador brillo de sus reflexiones filosóficas (L. Boella). Tal como ella misma afirma en algunas cartas, hubiera deseado vivir más vidas (para dedicarse a los pobres, para escribir poesías, etc.). Y en efecto, en cierta medida lo consiguió: en el breve arco de su existencia, asumió los más diversos papeles y vivió las más plurales vidas: pensadora original, profesora de filosofía de Liceo, obrera industrial, campesina, sindicalista revolucionaria -a veces próxima al trotskismo, otras al anarquismo- antifascista y antihitleriana, mística, hereje cristiana gnóstica[17].
Simone Weil hereje de todas las ortodoxias, Tomás Moreno
            Pero lo que más sobresale es su independencia de pensamiento y su rebeldía: Simone Weil fue hereje de todas las ortodoxias, como ella misma reconoció en diversas ocasiones: En primer lugar, de la ortodoxia hebrea-sionista y feminista[18], como ya hemos comprobado; después lo fue de la ortodoxia cristiana católica[19]: considérese al respecto que, en varias ocasiones, Simone Weil dio pruebas de sentirse atraída por los gnósticos, y más concretamente por Marción y Valentín. Su dualismo místico-religioso, sus alabanzas a los cátaros, a los maniqueos y a otras sectas gnósticas, su repulsión por ciertos pasajes del Antiguo Testamento, sus consideraciones sobre la desgracia y el pecado, su concepción de la creación como kénosis o “vaciamiento divino”, y por último, su vida ascética y su muerte -que algunos han comparado con el ritual de la endura practicado por los perfecti, los sacerdotes cátaros-, serían otros tantos rasgos que acercarían su filosofía a la de los gnósticos.
            Tanto es así que Charles Moeller, incluye en el primer tomo de su Literatura del siglo XX y Cristianismo un capítulo dedicado a la pensadora mística francesa (Simone Weil y la incredulidad de los creyentes) en donde examina con profundidad este aspecto de su pensamiento religioso -expresado sobre todo en su Connaisance surnaturelle-, y, tras condenarlo como herético con contundencia, tiene, no obstante, la generosidad  de reconocer que esta mártir de la caridad cristiana, Simone Weil, “valía, por su vida, más que el pobre sistema gnóstico que se esforzaba en construir”. Y añade que “Simone Weil, que creyó obrar siempre de acuerdo con su conciencia y murió a los treinta y cuatro años, en plena juventud, por haber sacrificado su vida en provecho de sus hermanos pobres, está en la paz de Cristo”[20].
            Fue también hereje, con respecto a la ortodoxia política partidista, pues siempre se mostró reacia a los partidos políticos, ella nunca se afilió a ninguno. Recordemos que en 1943, en su Nota sobre la supresión general de los partidos políticos, define a los partidos como unos “organismos pública y oficialmente constituidos para matar en las almas el sentido de la verdad y de la justicia”, el espíritu de partido le parecía una “lepra” que en todas partes está ganando terreno[21].
Simone Weil hereje de todas las ortodoxias, Tomás Moreno
            Fue asimismo heterodoxa con respecto a la ortodoxia marxista[22], puesto que su experiencia laboral le llevó a comprender y verificar lo que antes sólo había entrevisto acerca de la teoría marxista. Así, en el primer capítulo de sus Ensayos sobre la condición obrera[23], Simone Weil denuncia la contradicción en que Marx incurrió al sostener que su revolución no consiguió emancipar a las clases trabajadoras, ni tampoco liberar al hombre del trabajo. Para Simone Weil, el marxismo no era más que una “utopía”: sobre todo si se toma en cuente que Marx no explicó por qué las fuerzas productivas habrían de tender a un crecimiento y un desarrollo tales que la productividad no reclamase más que un esfuerzo mínimo, alivianado así el peso de la necesidad y, en consecuencia, de la coacción social “hasta que la humanidad alcance al fin un estado, propiamente hablando, paradisíaco”.
            Tampoco se libró de su rechazo crítico la ortodoxia comunista en general, ya que había descubierto las disfunciones del comunismo y la hipocresía del régimen soviético que, bajo una apariencia de libertad, de hecho implantaba una dictadura, reprochando sarcásticamente a los pensadores de la Revolución “trabajadora de los pobres”, el no haber pasado por la experiencia de la fábrica. Ni tampoco se libró, más en concreto, la ortodoxia Staliniana[24]. E incluso no dudó en expresar sus  críticas hacia el trotskismo[25] y, a pesar de sus demostradas simpatías libertarias, también hacia el anarquismo[26], cuando la ocasión lo requirió.
            Simone Weil, rebelde y hereje de todas las ortodoxias, sí, pero también, y sobre todo, mártir de la solidaridad y piadosa defensora de todos los desfavorecidos, de todos los humillados y oprimidos de la tierra, por los que generosamente inmoló su vida.

                                                                                                             Tomas Moreno



[1] Laura Boella, Pensar con el corazón. Hannah Arendt, Simone Weil, Edith Stein, María Zambrano, Narcea, Madrid, 2010, p. 35.
[2] Maria Antonietta Macciocchi, Vuelve Simone Weil, la hereje sublime, El País, miércoles 15 de junio de 1988.
[3] “Ella no tenía nada en común con nosotros, era alguien que nos juzgaba a todos soberanamente”, escribió Alain, en su  Journal, cit. por S. Pétrement en su Vida de Simone Weil, Trotta, Madrid, 1997, p. 55.
[4] Sobre su condición de mujer véase S. Courtine-Denamy, Tres mujeres en tiempos sombríos. Edith Stein, Simone Weil, Hannah Arendt, Edad, Madrid, 2003, pp.68-70.
[5] Vida de Simone Weil, op. cit., p. 56.
[6] Silvie Courtine-Denamy, op. cit., p. 69.
[7]. El azul del cielo (Tusquets, 2004): “Tenía unos 25 años. Era rara y hasta ridícula. Llevaba trajes negros, desangelados y manchados. Parecía no ver lo que tenía delante, y a menudo chocaba con las mesas al pasar. Sin sombrero, el pelo corto, tieso y despeinado, creaba unas alas de cuervo en torno a su cara. Tenía una gran nariz de judía flaca, cutis amarillento, que asomaba bajo aquellas alas y tras las gafas de montura de acero (…) Infundía malestar: la enfermedad, el cansancio, la miseria o la muerte nada importaban a sus ojos (…) Ejercía una fascinación por su lucidez y por sus ideas de alucinada (...) Y yo me reía rumiando una cualquiera de sus lentas frases. La idea de que quizá yo amara a Lazare me arrancó un grito, que se perdió en la confusión y el ruido”.
[8] Apud Maria Antonietta Macciochi, op. cit.
[9] Silvie Courtine-Denamy, op. cit., p. 24.
[10] Ibíd., p. 125.
[11] A la espera de Dios, Trotta, Madrid, 1996, p. 144. El monoteísmo de la religión hebraica no implica que sea menos idólatra, dado que en su caso la idolatría consiste en afirmar, por una parte -al menos hasta Moisés y a excepción del Libro de Job, del cantar de los cantares y de los Salmos de David- que Dios es, antes que bueno, todopoderoso, y por la otra, por defender la idea del pueblo elegido. Los hebreos “tienen por ídolo no algo metálico o de madera, sino una raza, una nación, algo que es tan terrenal como lo anterior”.
[12] Carta a un religioso, Trotta, Madrid, 1998, p. 20.
[13] La gravedad y la gracia, Trotta, Madrid, 1994, p. 193.
[14] Vida de Simone Weil, op. cit., pp. 555-556.
[15] Vida de Simone Weil, op. cit., p. 659.
[16] Laura Boella, op. cit.,  p. 38.
[17] Cfr., Laura Boella, op. cit., p.38.
[18] Según L. Boella, Simone se sustrajo voluntariamente,  de cualquier encasillamiento, papel o medida externa: ya se tratase de las señales identitarias de su ser o condición femenina, del horizonte protector de la familia, del partido o de la clase social. Se expuso efectivamente en total desnudez a cualquier tipo de asimilación. Y se pregunta si su proclamado antifeminismo no fue sino un modo radical de afirmar la propia unicidad frente a cualquier medida del mundo masculino (Cfr. L. Boella, op. cit., p. 36).
[19] Sobre su orientación hacia el gnosticismo, además de la obra de Charles Moeller citada en el texto, véanse: P. Danon, À propos du catharisme, CSW, t. XII, nº 2, junio 1989, p. 177: Maura A. Dalyin, Simone Weil gnostique? CSW, t. XI, nº 3, septiembre de 1988; A. Biron, Simone Weil et le catharisme CSW, t. VI, nº 4, diciembre 1983,
[20] Charles Moeller, Literatura siglo XX y Cristianismo, El Silencio de Dios, tomo I, capítulo: Simone Weil y la incredulidad de los creyentes, Gredos, Madrdid, 1966, pp. 291-331.
[21] Escritos de Londres y últimas cartas, Trotta, Madrid, 2000, p. 10.
[22] Marx solo se había limitado a reemplazar el espíritu escondido (Hegel) que actúa en el universo y tiende indefinidamente a la perfección por la materia, motor de la historia, atribuyéndole también una perpetua aspiración a lo óptimo. Calificó al marxismo de “forma inferior de la vida religiosa” en la medida que “atribuye a la materia la fabricación automática del bien”, Simone asume la crítica que Alain ya le hacía a los discípulos del Marx: que era una Teología sin Dios. (Cfr. Silvie Courtine-Denamy, op. cit., pp. 105-109).
[23] Simone Weil, Ensayos sobre la condición obrera, Ediciones Nova Terra, Barcelona, 1962.
[24] Desde el verano de 1934, expresó sus temores respecto a la política de alianza con la URSS, defendida por el partido comunista francés. Desde entonces, Simone no cesará de denunciar las miras imperialistas del comunismo, no tanto por razones económicas como por razones éticas y culturales (posición bastante minoritaria en aquella época). Está contra Stalin, la URSS y el PC. Tras su regreso de la guerra de España tratará de convencer a Malraux de que  el régimen de Stalin es tan opresivo como el fascismo.
[25] Simone Weil reseñó para Libres Propos el estudio de Trotski ¿Y ahora?  Incluso lo invitó a alojarse en casa de sus padres con su hijo, Léon Sédov, donde sostuvieron vehementes discusiones sobre la revolución y sobre el partido comunista alemán. Cfr. Silvie Courtine-Denamy, op. cit., pp. 130-136.
[26] En particular le pareció decepcionante la actitud de Durruti, al que sin embargo admiraba, que no dudó en fusilar a un jovencísimo falangista a quien dio un plazo de veinticuatro horas para enrolarse con los anarquistas y que se había negado a ello.



Simone Weil hereje de todas las ortodoxias, Tomás Moreno

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