viernes, 3 de febrero de 2012

SIMONE WEIL O LA SOLIDARIDAD RADICAL (I) BIOGRAFÍA.

Prosigue la sección de microensayos del blog Ancile, con la iniciativa llevada a cabo por el profesor Tomás Moreno en relación a las tres filósofas (Tres mujeres en los tiempos sombríos) de ineludible referencia en el siglo XX, como son Edith Stein -ya reseñada anteriormente-, Simone Weil -sobre la que ahora está tratando, en principio con una aproximación biográfica- y Hannah Arendt. Como decimos, se inicia con este post, los microensayos dedicados a Simone Weil, con su biografía, a través de la que contener una semblanza vital de la filósofa y hacer pórtico a su excepcional pensamiento.



Simone Weil o la solidaridad radical, Tomás Moreno




SIMONE WEIL O LA SOLIDARIDAD RADICAL (I)


“Os recuerdo las palabras de Isak Dinesen: Todas las penas pueden soportarse si las insertas en una historia o cuentas una historia sobre ellas. […] Incluso la pena profunda conlleva un elemento de alegría si se habla sobre ella” (Hombres en tiempos de oscuridad, Hannah Arendt).

Simone Weil (1909-1943), nació en París  en una familia judía“agnóstica”, acomodada y cultivada. Sus padres se ocuparon de darle una exquisita formación, al igual que a su hermano, André, a quien admira por su inteligencia y por su genio matemático, que llega incluso a comparar al de Pascal. Su padre era médico militar alsaciano, nacionalizado francés; su madre Selma Weil, adora a su hija y siempre se mostrará con ella solícita y protectora.
            Desde muy joven ama el estudio y la literatura: Cyrano, Corneille, Racine, Balzac son sus primeras lecturas. Extremadamente madura y precoz, decide estudiar el último curso de su bachillerato en filosofía en el Liceo Victor-Duruy, en donde imparte filosofía el filósofo Le Senne, para asistir a sus clases. Pero, sin duda, la influencia decisiva de su vida intelectual fue la de su maestro, el afamado filósofo Alain, durante el curso preparatorio para L’École Normale Supérieure en el Liceo Henri IV[1].
            Terminado su bachillerato, con quince años, ingresa en L’École Normale supérieure, la más prestigiosa y elitista institución educativa francesa, donde tiene como profesores a H. C. Puech, Alain, Laubier y Brunschvicg. En 1929-30 dedicará su tesina de Licenciatura al tema Ciencia y percepción en Descartes, bajo la dirección de Brunschvicg. Una vez licenciada, se fija un colosal programa de trabajo para preparar oposiciones de Liceo y obtiene una plaza de agregada de filosofía en 1931: su primer destino es el Liceo de Le Puy[2]. Luego seguirán otros destinos, Auxerre, Roanne, Bourges, Saint-Quentin, entrecortados, como veremos, de bajas por enfermedad e incursiones en el “mundo real”.
Simone Weil o la solidaridad radical, Tomás Moreno
            En 1932 decide viajar a Berlín para comprender los fundamentos del nazismo. Allí, donde sólo pasó dos meses, queda impresionada por el deprimente espectáculo de la calle, que recuerda las desoladoras imágenes de los filmes de Fritz Lang[3]. A su regreso de Alemania, Simone trabaja como vendimiadora en Auxerre, y también en la recolección de patatas. Unos obreros la enseñan a hacer soldaduras en el patio del Instituto donde da clases, y extrae sus conclusiones tras lo observado en Alemania: sus artículos sobre Alemania son violentamente criticados por los marxistas ortodoxos.
            Finalmente, tras un breve periodo de enseñanza en un Liceo de provincias (curso 1933-34), la vida de Simone Weil va a tomar una dirección totalmente diferente[4], decide pedir la excedencia en la docencia,  para cumplir su “sueño” desde hacía diez años: entrar como obrera en el mundo de la fábrica, ¿Qué buscaba una catedrática de filosofía en la fábrica?, se pregunta, Silvie Courtine: “pensar con las manos” y abrir su sistema de ideas a la “espiritualidad del trabajo”, esto es, confrontarse con el “mundo real” y experimentar en su persona y en su vida la dura condición obrera, primero en Alsthom, en donde entra a trabajar en diciembre de 1934 como obrera de prensas, luego en la fábrica de J. J. Carnaud y Forges, para terminar en la Renault.
            A lo largo de un año de agotador trabajo -fue sucesivamente: tornera, empaquetadora, fresadora- padeció en sus carnes el sufrimiento hasta el límite de la extenuación física y mental, tal como lo deseaba, ya que afirmó que estaba decidida a matarse si no lo resistía. Estas experiencias, este contacto con la vida real, le permitieron comprender cómo conciliar la organización de la sociedad industrial con unas condiciones de trabajo y de vida que fuesen las de un proletariado libre[5].
            Su experiencia en la fábrica cambió su perspectiva sobre las cosas, el propio sentimiento que tenía de la vida. Como confesara en sus Ensayos sobre la condición obrera vivenció la falta de pensamiento, la dureza del trabajo, la humillación absoluta, la ausencia de fraternidad, llevándole a un cierto pesimismo: “La clase de los que no cuentan y, pase lo que pase, nunca contarán (a pesar del último verso de la primera estrofa de La Internacional)”. Allí, recibió “para siempre la marca de la esclavitud, como la marca que los romanos ponían con un hierro al rojo vivo en la frente de sus esclavos más despreciados”[6].
            Igual que quiso conocer la condición obrera desde dentro, así querrá conocer la del medio campesino: en Echar raíces. Preludio a una declaración de los derechos hacia el ser humano, al reflexionar sobre la enfermedad que padece el mundo moderno y sus remedios, describirá el desarraigo obrero y el desarraigo campesino, concentrándose en demostrar el lugar espiritual que debe adquirir el “trabajo físico -esa muerte cotidiana- en una vida social bien ordenada”[7].
Simone Weil o la solidaridad radical, Tomás Moreno
            En 1936, al estallar la guerra de España, y a pesar de su pacifismo expreso y arraigado, se siente moralmente comprometida en el conflicto, entusiasmada con el Frente Popular. A principios de agosto, Simone decide viajar al “frente” en calidad de periodista: en realidad se unió a un cuerpo franco internacional, enrolándose en la brigada del anarquista Durruti, con la que participará en una operación de guerra, a orillas del Ebro los días 18 y 19 de agosto. El día 20 sufre un desgraciado accidente -mete el pie en una sartén llena de aceite hirviendo que no ha visto- y es evacuada. España es la comprobación de una de sus intuiciones éticas sobre el “carácter permanente y universal de la barbarie, que se ensaña con los débiles”[8].
            El 22 de mayo de 1938, le escribirá a Georges Bernanos, tras haber leído Los grandes cementerios bajo la luna:
                “Reconocí ese olor a guerra civil, a sangre y terror que desprende su libro; yo lo he respirado. No he visto ni oído nada, debo decirlo, que alcance toda la ignominia de algunas de las historias que usted cuenta, esos asesinatos de viejos campesinos, esos balillas que obligan a correr a unos viejos a golpes de bastón”.
            Sin embargo, Simone vio en el frente lo suficiente para sentirse desilusionada, para tomar conciencia de que, después de haber ido como “voluntaria con ideas de sacrificio, se termina en una guerra que se parece a una guerra de mercenarios”. Al poco tiempo de su regreso a París, el 25 de septiembre, el grupo internacional del que ella formaba parte será aniquilado en Perdiguera[9].
            Tras regresar de España, muy sensibilizada ante la cuestión colonial, Simone hace planes para viajar sucesivamente a Indochina y Albania, pero desiste se su idea. Durante el curso 1938-1939 pide la baja de la Educación Nacional por enfermedad: padece insoportables dolores de cabeza. Liberada desde enero, por razones de salud, de la enseñanza, para ella es un año de lecturas intensivas.
Simone Weil o la solidaridad radical, Tomás Moreno
            En 1938, en la semana de Pascua, vivida en la abadía de Solesmes -donde asiste a los oficios con su madre, y se extasía con el canto gregoriano- tuvo Simone la experiencia mística decisiva en su camino hacia la conversión religiosa. La recitación del poema Love, de George Herbert, se convierte “sin saberlo [ella] en una oración”[10] , y le revela la presencia de Cristo: “Una presencia más personal, mas cierta, más real que la de un ser humano, inaccesible a los sentidos y a la imaginación, análoga al amor”[11], escribe. Hay que hacer notar, sin embargo, que la toma de conciencia de su cristianismo no es repentina ni sobrevenida: ella cree haber nacido en la inspiración cristiana, aunque haya, efectivamente, momentos decisivos en esa conciencia y consentimiento: el primero se produjo en 1935, durante una estancia en Portugal, donde, al presenciar una procesión de pescadores, tuvo “la certeza de que el cristianismo es por excelencia la religión de los esclavos, que los esclavos no pueden evitar abrazarla, y yo con ellos”. Su segundo contacto con el cristianismo se le presentó durante su primer viaje a Italia, que realiza sola en 1937, en Asís, el lugar donde Cristo se dirigió a San Francisco: “Allí, algo más fuerte que yo me obligó, por primera vez en mi vida, a ponerme de rodillas”. El de Solesmes sería pues el tercero, último, y más determinante: “El pensamiento de la Pasión de Cristo entró en mí para siempre”[12].
            Después de que París fuese declarada ciudad abierta, el 10 de junio de 1940, Simone huyó, a su pesar, con sus padres hasta Nevers y Vichy a principios de julio. Se firma el armisticio. Los Weil se acercan a Toulouse para intentar abandonar Francia y llegan a Marsella en septiembre de 1940. Entre octubre de 1940 y mayo de 1942 vivió en Marsella, donde tuvo una nueva experiencia de trabajo como jornalera en una viña cercana a la ciudad, colaboró en la resistencia y difundió la revista Cahiers du Témoignage Chrétien al menos durante cuatro meses.

            El 14 de mayo de 1942, Simone Weil, ante la insistencia de sus padres, que temen persecuciones antisemitas, inicia su exilio. Abandonar Francia le hace sentirse como una desertora. Se embarca rumbo a Estados Unidos. Llegan a Nueva York el 6 de julio. Allí Simone reza cada día en la iglesia católica Corpus Christi de la calle 121 y, los domingos, frecuenta una iglesia baptista en Harlem.
Simone Weil o la solidaridad radical, Tomás Moreno
            Los últimos meses de su vida los vivió atormentada por la imposibilidad de participar activamente en la resistencia contra los nazis en Francia. Desde su exilio americano sigue empeñada en que le asignen un destino en Londres. Desde julio de 1942, trata de convencer a su amigo Maurice Schumann -condiscípulo en el instituto Henri IV-, que trabaja en los organismos de la Francia Libre, y hasta escribe a J. Maritain,  para que la repatríen hasta Londres y le confíen una misión para luchar por su patria, informándoles de que ya ha cooperado con los movimientos clandestinos contra el invasor alemán, sobre todo con Cahiers du Témoignage Chrétien. André Philip, comisario de Interior y trabajo en el Comité nacional de la Francia libre, acepta incluirla en su equipo
            Por fin, el 10 de noviembre, Simone Weil consigue su objetivo: llega a Liverpool el 26 de noviembre y seguidamente se establece en Londres, donde trabaja para la Francia Libre (el grupo liderado por De Gaulle, que preparaba la reconstrucción de Francia). Simone no ve satisfecha su aspiración de que le confíen una misión peligrosa -ser lanzada en paracaídas sobre Francia y otras más o menos descabelladas-, y debe contentarse con un trabajo de redactora en los servicios civiles del Comisariado de la acción en Francia que elaboran los proyectos para reorganizar la Francia de la posguerra.
            En Londres, para identificarse con las víctimas, decide alimentarse con las mismas raciones de los prisioneros de los campos de concentración, negándose a que su destino fuese distinto del sus conciudadanos. No come y escribe día y noche. El 15 de abril de 1943, Simone Weil, aquejada de tuberculosis, es trasladada al hospital Middlesex y luego el 30 de julio, a petición suya, al sanatorio de Ashford: “¡Qué hermoso lugar para morir!”, afirma al llegar. Y a su amiga, Simone Deitz, le dice: “Si un día quedara completamente privada de voluntad, en coma, entonces habría que bautizarme”. Sus últimos rastros los hallamos en las repuestas al cuestionario de los médicos cuando la internaron en la clínica. ¿Religión? “Soy judía”, declaración al doctor Roberts, “pero deseo hacerme católica, aunque todavía existe un punto pendiente”. ¿Profesión? “Soy filósofa y me intereso por la humanidad”. El abate René de Naurois la visita varias veces. Sigue rechazando los alimentos y se deja morir: estamos en los finales de agosto de 1943. “Se apagó hacia las 10.30. Parecía muy serena”, escribe un testigo. Fue enterrada en el cementerio católico romano de Ashford el 30 de agosto. Un sacerdote católico tenía que haber presidido el entierro, no fue posible. Maurice Schumann leyó unas oraciones. La cuestión de saber si fue o no bautizada quedó aparentemente en suspenso hasta que el abate de Naurois desveló que no lo fue: ella no lo pidió[13].
Simone Weil o la solidaridad radical, Tomás Moreno
            En su profesión de fe, Último texto, Simone Weil da muestras de su acercamiento a las verdades dogmáticas católicas  y de estar cada vez más y más comprometida personalmente con la fe y la cultura cristianas: “Creo en Dios, en la Trinidad, en la Encarnación, en la Redención, en la Eucaristía, en las enseñanzas del Evangelio”[14]. El hecho de no solicitar el bautismo y permanecer en el umbral de la Iglesia, pudo deberse a que Simone Weil estimase que el camino que había escogido era el único que podían seguir los judíos. A menudo utiliza la expresión griega, en hupomènè (a la espera). Al comentar su actitud expectante, dice: “Es verdad que estoy cerca [de la Iglesia] pues estoy a sus puertas. Pero eso no quiere decir que vaya a entrar. Es verdad que el menor impulso bastaría para que entrase; pero aún así haría falta ese impulso, sin el cual puedo permanecer indefinidamente a sus puertas”[15].
            Según Charles Moeller, su negativa se debió, como confesó una vez, a su rechazo de todo tipo de condenación o anatema por parte de una institución de poder: “La utilización de las palabras anatema sit (…) me retienen fuera de la Iglesia”[16]. Para el padre Perrin, la obstinación de Simone contra esta fórmula, ya no sería comprensible después del Concilio Vaticano II[17].
            Sea como fuere, y a pesar de su brevedad y aparente fracaso, la vida de Simone Weil fue una vida lograda, en ningún caso malograda; su ejemplo nos ayuda a amar la vida todavía más y a valorar la presencia del misterio y de la belleza en el mundo: “Algunas negaciones de la vida -escribió Susan Sontag al comentar la vida, pasión y muerte de la joven filósofa- permiten la verdad, crean salud y embellecen la vida”.


                                                                                                                  Tomás Moreno


[1] Silvie Courtine-Denamy, Tres mujeres en tiempos sombríos: Edith Stein, Simone Weil, Hanna Arendt, trad. de Tomás Onaindia, Edaf, Madrid, 2003, pp. 29 y 37-39. Alain: pensador fuera de lo normal que rechaza las ideas preconcebidas e insiste en que el estilo de escritura de sus alumnos traduzca sus pensamientos. Simone asiste a sus clases, tres veces por semana, de dos horas cada una. Se estudian dos grandes autores cada año, un filósofo y un poeta o un novelista[1]. En 1925, Simone estudia a Platón y Balzac, y, al año siguiente, las Críticas de Kant y la Ilíada, que tanta importancia tuvo para ella durante mucho tiempo, además de los Pensamientos de Marco Aurelio y el amor fati de los estoicos. Le interesan Platón, Kant y Espinosa, siente predilección por Descartes. La mayor parte de los datos biográficos proceden de este admirable ensayo.
[2] Cuenta Silvie Courtine que allí se presenta acompañada de su madre y la confunden con una estudiante. Tiene quince alumnas en filosofía y además enseña griego en tercero de bachillerato. Su madre se ocupaba de sus sucesivos destinos profesionales en las diferentes provincias intentando suavizar la dureza de las condiciones materiales que su hija se impone. La relación de Simone consigo misma fue muy exigente y áspera.
[3] El panorama del paro era desolador: cerca de ocho millones de parados, de los cuales solo cinco y medio reciben alguna ayuda del Estado, quedando los otros a cargo de sus familias o reducidos a la condición de mendigos o ladrones (vid. Simone  Courtine-Denamy, op. cit, p. 95).
[4]Antes de comenzar su trabajo quiso terminar su “Gran obra”, su “Testamento”: Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social. Encabezaba su escrito este epígrafe del Tratado teológico-político de Espinosa: “Ante las emociones humanas, no reír, no llorar, no indignarse, sino comprender”. Para ella, por cierto, Espinosa es, con Chaplin, ¡el único gran hombre judío!
[5] Ese era el objetivo de sus  Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social. En su petición de baja provisional de la enseñanza adelantaba, a modo de justificación, su deseo de preparar una tesis de filosofía sobre la relación de la técnica moderna con nuestra organización social y nuestra cultura.
[6] A la espera de Dios, Trotta, Madrid, 1996, p. 40.
[7] Echar raíces, Trotta, Madrid, 1996, p. 232
[8] El antifascismo de Simone no deja lugar a dudas, así como su participación en las reuniones del Comité de Vigilancia de los Intelectuales Antifascistas conducido por Langevin y Alain..
[9] Cfr. S. Courtine, op. cit, p. 136: Si bien sigue mostrándose solidaria con los republicanos, asistiendo a reuniones del Socorro Internacional Antifascista (conocido como “Socorro rojo”) –aunque se negaba a levantarse cada vez que sonaba La Internacional-, renuncia sin embargo a volver a España cuando toma conciencia de que esta guerra civil se ha convertido en un campo donde se enfrentan las ambiciones de las grandes potencias, Rusia, Alemania, Italia, y de una confrontación cada vez más evidente entre comunismo y fascismo… Advierte contra el peligro de transformar una guerra civil en una guerra internacional, e invita a los que condenan la cobardía del gobierno francés a que vayan a combatir en el frente español. Aprueba, en fin, la política de no intervención de Léon Blum, a condición de que la paz esté garantizada.
[10] A la espera de Dios, op. cit., p. 41.
[11] Pensamientos desordenados, Trotta, Madrid, 1995, p. 58.
[12] A la espera de Dios, op. cit., p. 41.
[13] Cfr. Silvie Courtine-Denamy, pp. 287-289. Simone reconoce expresamente su “deseo intenso y siempre creciente de recibir la comunión”, sin dejar de admitir que concederle el bautismo, teniendo en cuenta su actitud, sería una ruptura con la “rutina” de la Iglesia desde al menos diecisiete siglos: “Por esta razón, y por varias más muy parecidas, nunca le he hecho a un sacerdote la petición formal de bautizarme. Y ahora tampoco lo hago” (Pensamientos desordenados, op. cit., p. 101).
[14] Ibíd., p.288.
[15] Ibíd, p. 272.
[16] Cfr. Literatura siglo XX y Cristianismo, tomo I, Gredos, Madrid, 1966.
[17] Según este bondadoso dominico, Juan XXIII, por entonces nuncio en París, leyó A la espera de Dios de Simone y, por escrito, le confió su emoción a su madre, Selma Weil. Al ser nombrado Papa, habría recordado el texto, expresándose en estos términos en el discurso de apertura del Concilio: “Hoy la esposa de Cristo prefiere utilizar el remedio de la misericordia antes que el de la severidad. Piensa atender las necesidades del momento presente demostrando el valor de sus enseñanzas antes que reiterando sus condenas”.


Simone Weil o la solidaridad radical, Tomás Moreno

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