Se ha dicho que el ensayo, como género literario, es rigor más seducción. Fisiología de un Espejismo cumple con ambos requisitos. Sin llegar al rigor envarado propio de una tesis doctoral, este ensayo se articula desde un conocimiento profundo y documentado de la materia que desarrolla a lo largo de sus páginas. La seducción viene dada no sólo por el estilo personal y poético del mismo sino, sobre todo, por la(s) temática(s) que trata: los diferentes aspectos de la poética de Elena Martín Vivaldi, en los que se refleja la veneración que siente el autor por la misma.
No se trata, pues, de un ensayo al uso, de un tratado de “especialista”: es algo más. Es un ensayo multidisciplinar en el que se utiliza un bagaje metodológico, hermenéutico y teórico-instrumental en el que se combinan -con agudeza e inteligencia- conocimientos procedentes de las ciencias humanas, la teoría literaria, la retórica, la simbología, la mitología, la semiótica, las ciencias neurológicas y cognitivas, el psicoanálisis, la fenomenología, la filosofía, en una apretada síntesis que sabe unificar diversos ensayos de distinta procedencia o circunstancia.
Su autor, Francisco Acuyo, es suficientemente conocido y reconocido en los medios literarios: poeta, doctor en “Teoría de la literatura comparada y del arte” por la Universidad de Granada, publicista, director de la Revista Jizo de Humanidades, ex-director de la Revista Extramuros, autor de más de una quincena de libros de poesía y ensayo. Sus poemas han sido traducidos y publicados en antologías al inglés, francés, polaco, portugués y ruso.
“Fisiología de un Espejismo” consta de siete capítulos. En el primero de ellos, La Sensación en la Poesía, aborda lo que el autor denomina la fisiología del poema, esa especie de panestesia que ordena, integra y unifica el caos de sensaciones percibidas consciente e inconscientemente por el poeta transfigurándose finalmente en el fenómeno poético.
El segundo, titulado De la Écfrasis y la Sinestesia, se ocupa de una serie de tropos o figuras de lo que en la retórica tradicional se conoce como sinestesia y écfrasis. Siendo, evidentemente, diferentes, el autor trata de destacar el eidos que hace de ambas figuras partícipes de una analogía singular, deteniéndose, en primer lugar, en el análisis de la sinestesia, esa figura “enigmática por la que se pueden apercibir colores cual sonidos, o sonidos tal que colores, o, formas como sabores… y que a todas luces, se vierte como una sugestiva e interesante vía de introspección con la que alcanzar un conocimiento más cierto (cercano) del que sea tal vez uno de los enigmas mejor guardados de la condición humana: la conciencia” (p. 17).
A desentrañar ese “enigma” en el entorno literario-artístico, plástico y sobre todo, poético, dedica su autor sus técnicas y profundas reflexiones neurológico-científicas y estéticas a lo largo de este capítulo, y de sus distintos apartados. Es especialmente brillante el análisis que hace de la écfrasis y de los aspectos que la relacionan o emparentan con la sinestesia. El diálogo entre poesía y pintura, entre la sinestesia y la écfrasis, lleva al autor a examinar las distintas interpretaciones retóricas clásicas -desde Platón y Aristóteles hasta Simónides, Horacio o el ilustrado Lessing- y a tratar de esclarecer el problema de las relaciones y diferencias entre la pintura y la poesía, entre las artes temporales y espaciales para adentrarse, finalmente, en el desideratum inalcanzado pero irrenunciable de toda integración artística: el arte total, que en última instancia pretendía “disolver (deshacer) los límites, fronteras, cesuras entre la vida y el arte”.
No es del todo ajeno al estudio de la sinestesia y de la écfrasis -señala el autor- establecer las relaciones entre lo verbal y lo visual y mostrar cómo la palabra (el signo lingüístico) es capaz de hacernos llegar las imágenes (plásticas, materiales) en poesía, de representar lo irrepresentable, y todo ello lo hará precisamente superando la mímesis platónico-aristotélica. Los dos últimos apartados del capítulo tratan de analizar los procesos -de carácter sinestésico y/o ecfrástico- que conectan o relacionan la naturaleza/mundo (sea en forma de pintura o escultura, por ejemplo) con nuestra conciencia y cómo es necesario que, en última instancia, esos procesos mentales o afectivos se traduzcan verbal o plásticamente en un determinado soporte sensible.
El tercer capítulo, Del Amor y el Aroma: Abstracción y Sinestesia, tras una serie de precisas consideraciones metodológicas, examina epistemológica y fenomenológicamente (Ciencia y conciencia: discurso de un dualismo singular) la percepción sinestésica como una especie de estética de las abstracciones, así como el fenómeno de la Einfühlung, la vivencia estética siguiendo, en cierta manera, las directrices de W. Worringer (Abstracción y Proyección). En el apartado Sinestesia, abstracción y poesía, las directrices teórico-especulativas que guían su reflexión son las de Heidegger (Hölderlin y la esencia de la poesía) y las de H. G. Gadamer (Arte y verdad de la palabra) en un intento arduo pero encomiable de fundamentar ontológica y hermenéuticamente el ser de la verdad y de la belleza en el lenguaje poético. Recordemos que para Heidegger el lenguaje es la casa del ser y que en su vivienda mora el hombre…
La sinestesia en poesía, concluye F. Acuyo, “nos advierte que la auténtica inteligencia creadora no es fragmentaria, sino que participa de una unidad (integridad) especial de comprensión. Aporta la serenidad y silencio necesarios para la realización de la acción creativa que supone el hecho de escuchar atentamente su quietud, ritmo y silencio singulares” (p. 52). El apartado que sigue -Silencio duro como piedra: más allá de la retórica: la sinestesia- nos introduce en una fenomenología de la sinestesia en su doble dimensión semántica y cognitiva, así como en sus semejanzas y diferencias con otros tropos o figuras retóricas más o menos cercanas a la misma como serían la epífora (“transposición de términos”) o la hipálague (“conmutación derivada de aplicar a un objeto una cualidad o una actividad que corresponde a otro”).
El último apartado del capítulo –“El agua es un rumor de aromas; Elena Martín Vivaldi y la sinestesia: asociación abstracta y sinestesia”- es una preciosa aplicación de lo hasta ahora desarrollado en el nivel teórico-especulativo, al ámbito de la poética de Elena Martin Vivaldi: la taxonomía del fenómeno sinestésico en su obra. Y es, sin duda, en ese ámbito o contexto precisos, donde los términos teóricos acuñados a lo largo de la investigación sinestésica adquieren, por la vía de su encarnación poética, su verdadero “sentido poemático”: el misterio que envuelve el enigma del fenómeno extraordinario que aprehende, su más diáfana y bella significación (p. 57 y ss.).
La poeta, en efecto, acude constantemente a los más variados juegos sinestésicos –“sensitivo clamor que hiere”; “[…] se le han puesto amarillas las hojas a mi deseo”; Si “el olor de (la) mi tristeza”; “humedad del lamento”, “silencio duro como piedra”; “todas sus palabras/ recién nacidas [...] en círculo”; “mudamos los colores / de nuestra alma”; “gime un verde sollozo de tristeza” etc. etc.- a través de los cuales el autor del ensayo aclara, con lucidez y acierto, lo que ha denominado justa y precisamente sinestesia abstracta, mostrando así cómo las asociaciones entre un adjetivo o un verbo sensorial y un término abstracto enlazan y vinculan -en sus poemas- la elaboración abstracta de los mismos con lo sensible y con los sentimientos íntimos del alma del sujeto poético, con lo más profundo de su vivencia personal.
El fino y profundo análisis del poema “Tu realidad” revela, en fin, cómo a través de la utilización del fenómeno sinestésico se nos ofrece la posibilidad -“no tanto a comprender el ente, sino a comprender en su totalidad la cosa”- de “descubrir una idea, un sentimiento, una percepción verdaderamente nueva y, por tanto, en verdad del todo creativa” (pp. 61- 68).
El cuarto ensayo o capítulo -Elementos Retóricos y Sinestesia…- abunda en una serie de precisiones sobre cuestiones epistemológicas que afectan muy de cerca al fenómeno de la sinestesia, en relación con la conciencia, para continuar con el examen de “cómo afectan [al fenómeno sinestésico] otros componentes retóricos peculiares, y en cierta modo emparentados, tales como el símbolo y la metáfora”. Se trata de uno de los capítulos más extensos y técnicos de la obra, llegando incluso a mostrar una interesantísima analogía entre poesía y matemáticas, tema sugestivo donde los haya, aunque el autor sólo nos lo deje apuntado o insinuado (p. 92).
El Color Poético, es el título del quinto, y el más breve, de sus capítulos, pero no por ello, el menos sugestivo o sugerente: ¿Es posible el color en poesía? Se pregunta retóricamente. Pregunta que le sirve para introducir una reflexión filosófico-científica (Isaac Newton y la teoría de los colores de Goethe), además de estética (Kandinski) acerca del fenómeno de la luz (lux, lumen), y por tanto del color, en las distintas artes.
Ciencia y Experiencia en la Poesía (capítulo 6º), aborda una preciosa exégesis de la poesía de Elena Martín Vivaldi, tratando de mostrar los signos identificadores más genuinos de su obra poética: su referencia constante a la experiencia vital (empeiría griega), componente sensible del acto cognoscitivo de su obra poética y manifestación esencial de la misma. En ella vida y poesía se imbrican y funden esencialmente en el poema, que no es otra cosa que un diálogo cordial: de corazón a corazón. (p. 97-111)
El libro termina con el capítulo 7º: Noticias del símbolo en poesía: (símbolo, vida poesía en Elena Martín Vivaldi)”. En él, el poeta Francisco Acuyo, su autor, desarrolla un bellísimo y documentado análisis hermenéutico del símbolo en la poesía de Elena Martín Vivaldi, esto es: la imaginería simbólica de la poesía de Elena, en el que se destaca una faceta o dimensión fundamental de la misma: “la íntima vinculación de la experiencia vital y poética de la autora, con el símbolismo (p. 114) Siguiendo a Ernst Cassirer el autor considera que “en la poesía se manifiesta especialmente la capacidad del espíritu para unificar y dar sentido a la multiplicidad de lo sensible, que viene a reflejarse en las funciones simbólicas originales, ya sea lenguaje, mito y conocimiento conceptual irreductibles a las reglas formales y abstractas de la lógica” (p. 115).
Es cierto que el símbolo apela al fondo irracional de lo inconsciente, pero en la poesía de Elena lo irracional-emocional se compensa con un grado de racionalidad incuestionable. Aprehender las potenciales asociaciones de los símbolos a los que Elena Martín Vivaldi recurre y la dinámica esencial que los origina en los poemas de la poeta, es uno de los objetivos a destacar. Se acompaña el autor, para ello, de los mejores especialistas en la temática simbólica -desde Freud, Jung o Lacan hasta Mircea Eliade y Gastón Bachelard o J. Chevalier y J. E. Cirlot. Su conclusión es diáfana y contundente:
siendo la poesía, entre otras cosas, el arte de pensar en imágenes simbólicas “la vinculación instrumental del símbolo en la poesía de Elena” (está) “perfectamente integrado en su vida y poesía” (p. 121).
Para Francisco Acuyo: “Lo espiritual en su poesía se manifiesta siempre en una dimensión corporal, sensórea, cuya comunión especial advierte más respecto al mundo que un reconocimiento integral panteísta”. Relaciona así y desarrolla la hermenéutica de los símbolos de referencia y más recurrentes y significativos de la poesía de Elena, símbolos todos que revelan su vitalismo y pansiquismo esenciales: el color (amarillo), la brisa, el árbol, el mar, la luna, el agua, la lluvia, la orilla, el niño, la noche, el nombre, el alma, la flor, el corazón, la luz, el tiempo, la música, el pájaro, la hierogamia luna-sol etc. En todos ellos predomina lo vital, lo sensorial y lo visual (pp. 126-127). Es el capítulo más bello y literariamente sugestivo de esta interesantísima obra: el perfecto colofón de su ensayo.
Tomás Moreno
Sin duda por la sintesis que he leido ha de ser importante.Te felicito.
ResponderEliminarUn abrazo
Un trabajo excelente como lo es la obra reseñada. Es un placer leerlos. Gracias, Ancile.
ResponderEliminarSaludos cordiales.
Jeniffer
Excelente trabajo con merecido elogio del autor, Francisco Acuyo, poeta y ensayista de gran talento, para suerte nuestra. Gracias a Tomás Moreno y a mi amigo Acuyo. Abrazos.
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