martes, 4 de marzo de 2014

CLAUDIO RODRÍGUEZ: AMOR Y POESÍA

Para la recuperada sección de Amor y poesía del blog Ancile, hoy traemos una selección de poemas del gran  poeta zamorano, muy admirado por quien suscribe estas breves líneas liminares,  Claudio Rodríguez, del que recopilamos un conjunto de poemas de temática amorosa, cuya temática singular habría de señalarlo como un referente de la mejor poesía del pasado siglo XX.




Claudio Rodríguez, Amor y poesía, Ancile






CLAUDIO RODRÍGUEZ: AMOR Y POESÍA






Claudio Rodríguez, Amor y poesía, Ancile
Por Ana Franco






ASÍ EL DESEO. COMO EL ALBA, CLARA







Así el deseo. Como el alba, clara
desde la cima y cuando se detiene
tocando con sus luces lo concreto
recién oscura, aunque instantáneamente.

Después abre ruidosos palomares
y ya es un día más. ¡Oh, las rehenes
palomas de la noche conteniendo
sus impulsos altísimos! Y siempre
como el deseo, como mi deseo.

Vedle surgir entre las nubes, vedle
sin ocupar espacio deslumbrarme.
No está  en mí, está en el mundo, está ahí enfrente.
Necesita vivir entre las cosas.

Ser añil en los cerros y de un verde
prematuro en los valles. Ante todo,
como en la vaina el grano, permanece
calentando su labor enardecido
para después manifestarlo en breve
más hermoso y radiante. Mientras, queda
limpio sin una brisa que lo aviente,
limpio deseo cada vez más mío,
cada vez menos vuestro, hasta que llegue
por fin a ser mi sangre y mi tarea,
corpóreo como el sol cuando amanece.




    SOMBRA DE LA AMAPOLA



Antes de que la luz llegue a su ansia 
muy de mañana,
de que el pétalo se haga 
voz de niñez,
vivo tu sombra alzada y sorprendida
de humildad, nunca oscura,
con sal y azúcar,
con su trino hacia el cielo,
herida y conmovida a ras de tierra.

Junto a la hierbabuena, 
este pequeño nido
que está temblando, que está acariciando 
el campo, dentro casi
del surco, 
amapola sin humo, 
tú, con tu sombra, sin desesperanza, 
estás acompañando
mi olvido sin semilla. 
Te estoy acompañando. 
No estás sola.






CUÁNDO HABLARÉ DE TI SIN VOZ DE HOMBRE





Cuándo hablaré de ti sin voz de hombre
para no acabar nunca, como el río
no acaba de contar su pena y tiene
dichas ya más palabras que yo mismo.

Cuándo estaré bien fuera o bien en lo hondo
de lo que alrededor es un camino
limitándome, igual que el soto al ave.

Pero, ¿seré capaz de repetirlo,
capaz de amar dos veces como ahora?
Este rayo de sol, que es un sonido
en el órgano, vibra con la música
de noviembre y refleja sus distintos
modos de hacer caer las hojas vivas.

Porque no sólo el viento las cae, sino
también su gran tarea, sus vislumbres
de un otoño esencial. Si encuentra un sitio
rastrillado, la nueva siembra crece
lejos de antiguos brotes removidos;
pero siempre le sube alguna fuerza,
alguna sed de aquellos, algún limpio
cabeceo que vuelve a dividirse
y a dar olor al aire en mil sentidos.

Cuándo hablaré de ti sin voz de hombre.
Cuándo. Mi boca sólo llega al signo,
sólo interpreta muy confusamente.
Y es que hay duras verdades de un continuo
crecer, hay esperanzas que no logran
sobrepasar el tiempo y convertirlo
en seca fuente de llanura, como
hay terrenos que no filtran el limo.

Largo se le hace el día a quien no ama

y él lo sabe. Y él oye ese tañido
corto y duro del cuerpo, su cascada
canción, siempre sonando a lejanía.
Cierra su puerta y queda bien cerrada;
sale y, por un momento, sus rodillas
se le van hacia el suelo. Pero el alba,
con peligrosa generosidad,
le refresca y le yergue. Está muy clara
su calle, y la pasea con pie oscuro,
y cojea en seguida porque anda
sólo con su fatiga. Y dice aire:
palabras muertas con su boca viva.
Prisionero por no querer, abraza
su propia soledad. Y está seguro,
más seguro que nadie porque nada
poseerá; y él bien sabe que nunca
vivirá aquí, en la tierra. A quien no ama,
¿cómo podemos conocer o cómo
perdonar? Día largo y aún más larga
la noche. Mentirá al sacar la llave.
Entrará. Y nunca habitará su casa.





Claudio Rodríguez, Amor y poesía, Ancile






  SIN ADIÓS






Qué distinto el amor es junto al mar
que en mi tierra nativa, cautiva, a la que siempre
cantaré,
a la orilla del temple de sus ríos,
con su inocencia y su clarividencia,
con esa compañía que estremece,
viendo caer la verdadera lágrima
del cielo
cuando la noche es larga
y el alba es clara.

Nunca sé por qué siento
compañero a mi cuerpo, que es augurio y refugio.
Y ahora, frente al mar,
qué urdimbre la del trigo,
la del oleaje,
qué hilatura, qué plena cosecha
encajan, sueldan, curvan
mi amor.


El movimiento curvo de las olas,
por la mañana,
tan distinto al nocturno,
tan semejante al de los sembrados,
se va entrando en
el rumor misterioso de tu cuerpo,
hoy que hay mareas vivas
y el amor está gris perla, casi mate,
como el color del álamo en octubre.

El soñar es sencillo, pero no el contemplar.
Y ahora, al amanecer, cuando conviene
saber y obrar,
cómo suena contigo esta desnuda costa.
Cuando el amor y el mar
son una sola marejada, sin que el viento nordeste
pueda romper este recogimiento,
esta semilla sobrecogedora,
esta tierra, este agua
aquí, en el puerto,
donde ya no hay adiós, sino ancla pura.






THE NEST OF LOVERS
( Alfistron )






Y llegó la alegría
muy lejos del recuerdo cuando las gaviotas
con vuelo olvidadizo traspasado de alba
entre el viento y la lluvia y el granito y la arena,
la soledad de los acantilados
y los manzanos en pleno concierto
de prematura floración, la savia
del adiós de las olas ya sin mar
y el establo con nubes
y la taberna de los peregrinos,
vieja en madera de nogal negruzco
y de cobre con sol, y el contrabando,
la suerte y servidumbre, pan de ángeles,
quemadura de azúcar, de alcohol reseco y bello,
cuando subía la ladera me iban
acompañando y orientando hacia...

Y yo te veo porque yo te quiero.
No era la juventud, era el amor
cuando entonces viví sin darme cuenta
con tu manera de mirar al viento,
al fruto verdadero. Viste arañas
donde siempre hubo música
lejos de tantos sueños que iluminan
esa manera de mirar las puertas
con la sorpresa de su certidumbre,
pálida el alma donde nunca hubo
oscuridad sino agua
y danza.

Alza tu cara más porque no es una imagen
y no hay recuerdo ni remordimiento,
cicatriz en racimo, ni esperanza,
ni desnudo secreto, libre ya de tu carne,
lejos de la mentira solitaria,
sino inocencia nunca pasajera,
sino el silencio del enamorado,
el silencio que dura, está durando.

Y yo te veo porque yo te quiero.
Es el amor que no tiene sentido.
El polvo de la espuma de la alta marea
llega a la cima, al nido de esta casa,
a la armonía de la teja abierta
y entra en la acacia ya recién llovida
en las alas en himno de las gaviotas,
hasta en el pulso de la luz, en la alta
mano del viejo Terry en su taberna mientras,
toca con alegría y con pureza
el vaso aquel que es suyo. Y llega ahora
la niña Carol con su lucerío,
y la beso, y me limpia
cuando menos se espera.

Y yo te veo porque yo te quiero.
Es el amor que no tiene sentido.
Alza tu cara ahora a medio viento
con transparencia y sin destino en torno
a la promesa de la primavera,
los manzanos con júbilo en tu cuerpo
que es armonía y es felicidad,
con la tersura de la timidez
cuando se hace de noche y crece el cielo
y el mar se va y no vuelve
cuando ahora vivo la alegría nueva,
muy lejos del recuerdo, el dolor solo,
la verdad del amor que es tuyo y mío.




Claudio Rodríguez





Claudio Rodríguez, Amor y poesía, Ancile

1 comentario:

  1. Gracias por traer la obra de tan grande poeta.
    Un cordial saludo!

    Jeniffer Moore

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