En varias entregas ofrecemos para la sección de "De juicios, paradojas y apotegmas" del blog Ancile, el trabajo que lleva por título, De la resiliencia, o el que no se consuela es porque no quiere, ansiedad y angustia.
DE
LA RESILIENCIA,
O EL QUE NO SE CONSUELA ES PORQUE NO QUIERE
ANSIEDAD
Y ANGUSTIA
ENTRE las muy usadas –hasta la extenuación lingüística- y harto
gastadas, e incluso raídas y ajadas (y, no obstante, muy singulares)
terminologías de la psicología (y psiquiatría) moderna(s), sin duda cabe
señalar especialmente el vocablo traído y adaptado para la ocasión como
tecnicismo (o jerga) cual es el de resiliencia:
(re) intensidad o reiteración que, en conjunto indica cualidad (ia) del que vuelve, como agente (nt) a saltar o salir –re- (salire) y quedar como estaba, a güisa de
elástico que una vez estirado regresa como si tal cosa a su condición inicial.
Lo más curioso es que este término obtiene su primera acepción original
derivada de las ciencias ecológicas, allá por 1973, como la capacidad de
recuperación y o regeneración de un ecosistema después de haber sido perturbado[1].
La adaptación de
este término al ámbito de las ciencias de la psicología y la medicina
(psiquiatría) ha tenido un éxito incuestionable, barajándose definiciones en
este dominio disciplinar extraordinariamente numerosas que datan, muy generalmente
desde los años noventa hasta la fecha,[2]
para denominar la capacidad para sobreponerse (entereza) de la persona frente a
potenciales o efectivas adversidades. Esta actitud (¿o aptitud?) o competencia
o disposición o suficiencia del sujeto para sobreponerse a momentos de
infortunio, calamidad o contratiempos se ha impuesto como clave más que
definitoria (lingüística) de significación (de signo), para ofrecerse con un
carácter simbólico en muchos casos (casi mítico) que puede inferirse de su uso
y descripción por parte de no pocos profesionales de la terapia (psicoterapia),
y recogido, con mistificación unas veces, con resignación en otras por el
propio paciente, para ser repetido como un mantra reconfortante para sus
penurias emocionales, existenciales o sus afecciones neuroquímicas, según sea
la vertiente mediante la que se
accede a su problemática: conductivo cognitiva,
psicofarmacológica o bioquímica, humanista, de orientación sistémica…
No es nuestra
intención emitir juicios en relación a ningún tipo de afrontación o
afrontamiento terapéutico en relación a los diferentes tipos de perturbaciones
para los que se crearon en su momento, tampoco pretendemos elaborar elementos
de discusión lingüística entorno al uso (y abuso) de determinados términos, sí
como admonición para incautos navegantes que rápidamente pueden quedar
fascinados por su insistencia y repetición, como si con su reiteración se obtuviesen los misteriosos efluvios de la
magia empática o parasimpática que todo lo afecta y contagia prodigiosamente.
De hecho, no deja de resultar curioso que vocablos como ansiedad, véase que su derivación latina anxietas, anxietatis, proviene del adjetivo latino anxius (angustia) y que tiene una fuerte
relación con el verbo angere
(estrechar u oprimir), y que parecen de ordinario tan viejos como el mundo en
la actualidad, cuando su empleo en los dominios a los que venimos refiriendo son
de muy reciente cuño (y que no solo la psiquiatría y la psicología han tenido
que ver con su uso reiterado, sobre todo la industria farmacéutica, lo veremos
más adelante).
Acaso pocos han
querido reparar en la naturaleza no solo terminológica de estos vocablos,
también en su origen y derivación filosófico-ideológica de los mismos. El padre
del psicoanálisis (Freud) maneja el concepto de angustia (alma mater de la expresión ansiedad en
términos bastantes enigmáticos (un enigma
cuya solución arroja una intensa luz sobre nuestra vida mental).[3]
El término
angustia (angustus, estrecho,
angosto) que, singularmente, se emparenta en ocasiones a situaciones de estrés
(del inglés stress y este del latín (strictus, participio de stringere, atar, ceñir con fuerza –de
astringir-), adquiere una especial y profunda significación en los
existencialismos filosóficos (ningún gran
inquisidor tienen preparadas torturas tan terribles como la angustia),[4]
y que por una evolución (interesada) de su uso parece haber sido desplazada por
el término de ansiedad. No vamos a entrar en un debate sobre la idoneidad
lingüística, pero si es conveniente conocer la procedencia de unos y otros
vocablos, sobre todo por la incidencia en la realidad psicológica y social que
cabe deducirse de ellos.
Veremos desfilar
los conceptos de ansiedad, angustia,
temor ( miedo), depresión… a la hora de buscar remedios terapéuticos divididos
entre la óptica conductivo cognitiva y afines y la visión psicofarmacológica, al
pairo en realidad de una vieja controversia que no acaba en la actualidad por
dilucidarse de manera definitiva: el dualismo racionalismo antropológico que
distingue la mente y el cuerpo. La res
extensa y la res cogitans cartesiana,
no parecen, a día de hoy, claramente superadas; el
sujeto y el objeto son
ámbitos rigurosamente diferenciados, cuestión que habrá de afectar a la
metodología concepción, descripción y taxonomía de los problemas como la
angustia, la ansiedad, el miedo, la depresión… Así, desde una óptica filosófico
antropológica la ansiedad es cosa que
deviene como un mero problema mental de índole lógica o racional, en tanto
que la ansiedad deviene de un pensamiento
o cognición defectuoso, Epicteto (y Platón) ya lo advertía cuando relataba que
no era el temor a la cosa en sí (objeto) lo que perturba, sino la aprehensión
subjetiva (mental) que se tiene de aquél. Por el contrario, para Hipócrates (y Aristóteles) la causa de
la perturbación ansiosa o de angustia era estrictamente biológica, como vemos
la controversia de la dualidad mente-cuerpo no es nueva en modo alguna,
pudiendo añadir las presiones psicosociales y culturales de la modernidad.
En cualquier caso conviene recordar que
el sufrimiento en la vida de cada cual es una realidad ineludible que no, en
las sociedades del bienestar se está dispuesto a reconocer, así lo demuestra la
creciente industria farmacológica para el tratamiento de los supuestos
trastornos de ansiedad y angustia que, en o pocos casos no hacen sino formar
parte del devenir natural de nuestra existencia, así como los más diversos
tratamientos o terapias psicológicas que, diríase quieren erradicar cual asomo
de aquel inevitable sufrimiento existencial y, he aquí que, alcanzar el mundo
mágico de la nunca suficientemente ponderada resiliencia, siempre aludida y conexa a esta o aquella terapia, puede
no ser más que un intento, por cierto, no menos artificial que el
psicofarmacológico para evitar lo inevitable cual es el experimento vital de la
angustia (o la ansiedad) en el tránsito existencial, en virtud de los cual es
innegable el crecimiento interior de la persona que no precisa, por otra parte,
de ninguna acepción forzada por los artificios y los simulacros de lo más
miserable de la ciencia, cuales son los intereses económicos, políticos e
ideológicos que, por desgracia, muchas veces la informan y conforman tan
nefandamente.
Acaso tampoco se
quiere caer en la cuenta de que muchas maneras de sufrimiento del individuo
suponen una deuda con la libertad y con el compromiso con los otros, pero de
este asunto hablaremos en la continuación de estas siempre humildísimas
reflexiones al respecto.
Francisco Acuyo
[1] Parece que fue el ecólogo y entomólogo forestal Crawford Stanley Holling, véase Resilience and stability of ecological systems. Annual Review of Ecology and Systematics.
[2] He aquí algunas definiciones: La resiliencia se ha caracterizado como un conjunto de procesos sociales e intra-psíquicos que posibilitan tener una vida «sana» en un medio insano. Estos procesos se realizan a través del tiempo, dando afortunadas combinaciones entre los atributos del niño y su ambiente social y cultural, Rutter (1992); Habilidad para resurgir de la adversidad, adaptarse, recuperarse y acceder a una vida significativa y productiva, ICCB, Institute on Child Resilience and Family (1994); Capacidad del ser humano para hacer frente a las adversidades de la vida, superarlas e inclusive, ser transformados por ellas, Grotberg (1995); La resiliencia es un proceso dinámico que tiene por resultado la adaptación positiva en contextos de gran adversidad, Luthar (2000); La resiliencia es un proceso dinámico, constructivo, de origen interactivo, sociocultural que conduce a la optimización de los recursos humanos y permite sobreponerse a las situaciones adversas. Se manifiesta en distintos niveles del desarrollo, biológico, neurofisiológico y endocrino en respuesta a los estímulos ambientales; Kotliarenco, María Angélica y Cáceres, Irma (2011).
[3] Freud, S.: Conferencia de introducción al psicoanálisis, Obras completas, RBA, Vol.1, Barcelona, 2006.
[4] Kierkegaard, S.: El concepto de la angustia, Espasa Calpe, Austral, Madrid, 1967.
[2] He aquí algunas definiciones: La resiliencia se ha caracterizado como un conjunto de procesos sociales e intra-psíquicos que posibilitan tener una vida «sana» en un medio insano. Estos procesos se realizan a través del tiempo, dando afortunadas combinaciones entre los atributos del niño y su ambiente social y cultural, Rutter (1992); Habilidad para resurgir de la adversidad, adaptarse, recuperarse y acceder a una vida significativa y productiva, ICCB, Institute on Child Resilience and Family (1994); Capacidad del ser humano para hacer frente a las adversidades de la vida, superarlas e inclusive, ser transformados por ellas, Grotberg (1995); La resiliencia es un proceso dinámico que tiene por resultado la adaptación positiva en contextos de gran adversidad, Luthar (2000); La resiliencia es un proceso dinámico, constructivo, de origen interactivo, sociocultural que conduce a la optimización de los recursos humanos y permite sobreponerse a las situaciones adversas. Se manifiesta en distintos niveles del desarrollo, biológico, neurofisiológico y endocrino en respuesta a los estímulos ambientales; Kotliarenco, María Angélica y Cáceres, Irma (2011).
[3] Freud, S.: Conferencia de introducción al psicoanálisis, Obras completas, RBA, Vol.1, Barcelona, 2006.
[4] Kierkegaard, S.: El concepto de la angustia, Espasa Calpe, Austral, Madrid, 1967.
Salgo asombrado de este trabajo, amigo. Además del enjundioso tratamiento del lenguaje, está el conocimiento del asunto en cuestión, al menos de lo que se sabe sobre él, ya que en esta materia lo desconocido emula con el iceberg.Mi profesión, cuando ejercía, tuvo que ver con los trastornos síquicos, existenciales, etc. La mente es uan caja de Pandora, mantener a raya los demonios no cosa fácil, sobre todo para la persona misma. El subconciente está ahí, con un bagage que viene quién sabe de si muchas vidas...en fin, ni menciono la farmacopea, pues no hay tiempo para la relación médico-paciente, la pastillita se encarga de todo, con sus secuelas...Un abrazo, amigo y gracias.
ResponderEliminar