Ofrecemos la tercera entrega de del trabajo generalmente titulado De la resiliencia, o el que no se consuela es porque no quiere, esta vez bajo el título de Mente o materia en el fenómeno de la angustia. Sobre su tratamiento, para la sección del blog Ancile, De juicios paradojas y apotegmas
MENTE Y MATERIA EN EL FENÓMENO DE LA ANGUSTIA:
SOBRE SUS TRATAMIENTO
¿Está la mente, según
el utilitarismo materialista, indiscutiblemente encarnada (o materializada), como describe convencido Aristóteles?,
y, ¿por qué no, precisamente al contrario, estará la materia encarnada en
virtud de la acción de la mente? En relación a la angustia (o la ansiedad), no
sería una mala conjetura aventurarse, como lo hizo Epicteto, preguntándonos
¿hasta qué punto no son las cosas las que
perturban, sino la visión –mental- que se tiene de ellas?
No nos parece
baladí la hipótesis (verificada en tantas ocasiones) de que la angustia
proviene del deseo (frustrado o insatisfecho, acaso nunca del todo alcanzable),
mas también por las exigencias –no siempre alcanzables- sociales (culturales, ideológicas…)
muchas veces impuestas sobre el individuo; se pueden aducir o añadir otros muchos
y variados casos por los que puede devenir la angustia, y cada uno de ellos con
su particular interés analítico e indagatorio, pero, lo que nosotros queremos
debatir en este apartado, será una cuestión distinta (que no distante) de las
relaciones entre mente y materia, y que no pueden soslayarse en el ámbito de lo
expuesto con anterioridad en relación al supuesto problema de la angustia y de
la ansiedad, a saber: ¿de qué manera afecta este acervo inmaterial que conforma
el complejo y enigmático entramado que es la conciencia, sobre la base
fisiológica donde situamos la oficina de gestión de nuestra vida psíquica, es
decir el cerebro, y, acaso también a otros distritos orgánicos de nuestro
cuerpo?[1]
Hoy día parece
preponderar en la medicina moderna el juicio de que cualquier afección mental
proviene de una deficiencia o malfuncionamiento biológico (material),
desordenes químicos en neurotransmisores, malformaciones, genética,
traumatismos, etc… posición que, ya decíamos, viene muy apropósito con los intereses
médico-farmacológicos preponderantes y manifiestos en la psicofarmacología
cosmética de la actualidad. La angustia y la ansiedad como vía de
autoconocimiento y realización personal es, sin duda, una manera desagradable
de conculcar más que una ley primordial en nuestros días, cual es la de poner
en tela de juicio el dogma del derecho a la felicidad (así consta en tratados
de primer orden jurídico en países como EEUU, nada menos que en su
Constitución), y cuya obtención está justificada a cualquier precio (nada
barato, a juzgar por el gasto que llevan a cabo los Estados y los individuos en
medicación y otros tratamientos, aunque en verdad siempre resultará más barato
que hacer las transformaciones sociales y de igualdad pertinentes para la
realización del individuo.
Se diría que
algunas advertencias, como la de William James[2],
en relación a que el origen del temor y la angustia en numerosos casos puede
provenir de la soledad, acaso traumáticamente experimentada ya en la infancia,
y que la denominada cormobilidad ansiedad-depresión puede provenir de echar en
falta, por ejemplo, a una persona amada,[3]
o a otras causas[4] no
tan bien conocidas por intereses inconfesables.
Los estudios de
genética en este campo se suman, ya lo anunciábamos al principio de esta
entrega, otra de las vertientes más fuertes del estudio de la angustia desde
una óptica biológico materialista, sin tener en consideración un momento
siquiera, que estas marcas genéticas muy bien pueden provenir a la exposición a
temores varios durante siglos y que pueden responder de manera atávica a través
de generaciones de individuos.
Es claro que,
tanto la genética como la neurociencia, se sienten cómodas en la explicación material
de todos estos problemas a tenor de que la estructura del soporte de nuestra
mente (el cerebro) es mecánico y, por tanto, inamovible pues, no cambia. Se
ofrece esta opinión (doxa que no episteme, que pueda verificarla) pues, a
la luz de no pocas investigaciones y estudios, de que se trata de un error
bastante grueso. Tampoco parece tener la importancia debida el proceso
evolutivo cultural y tecnológico que hoy día supera dichos procesos biológicos
naturales, donde la competencia desmedida y brutal de nuestras sociedades hace
verdaderos estragos en los individuos. Y qué decir de la educación para la
aceptación y resiliencia como (si fuese nueva) vía de curación, o, al menos de
alivio. Así pues, ¿qué le debe la realidad de la angustia (la ansiedad y la
depresión) en su tratamiento al materialismo biológico y la industria farmacológica?
Probablemente su fracaso.
Francisco Acuyo
No hay comentarios:
Publicar un comentario