Una reflexión sobre el positivismo y los límites de la ciencia, tomando como base al padre de la sociología y del postivismo, Augusto Comte, titulada: Augusto Comte: o la ciencia de los dioses, para la sección De juicios, paradojas y apotegmas, del blog Ancile.
AUGUSTO COMTE: O LA
CIENCIA DE LOS DIOSES
Acaso el padre de la sociología,
Augusto Comte, hubo de mostrar para mayor gloria del procedimiento científico, de
manera exacerbada, su horror al caos (dícese que producto de la dinámica
impuesta por la vorágine revolucionaria francesa) y una perenne necesidad de
ordenar el mundo de los hombres en virtud de una nueva(o) –dogma- sistemática
(positivista) arraigada(o) en el método científico, panacea indiscutible según
su juicio para reglamentar, coordinar y estructurar organizadamente el entorno
mundanal del individuo, siendo, precisamente, el ser humano el eje vertebrador
de dicha organización.
Para
el autor del Curso de filosofía positiva,
la sociedad debiera ser atendida y estudiada de acuerdo al método científico,[1]
manteniendo dicha actitud positiva en cualquier aproximación de aprendizaje,
instrucción o examen, la cual marcaría, no sólo su perspectiva y trayectoria
intelectual, sino que fue de incontestable influencia en el pensamiento de su
época y, sin duda, marcando claras y duraderas directrices que permanecen
marcadas casi a hierro y fuego aún en nuestros días.
La
realidad, de hecho, para ser constatada, ha de pasar por el tamiz ineludible de
la objetivación, la reducción a lo empíricamente sensible, para acabar siendo demostrable.
Estos sería los presupuestos unánimemente aceptados en cualquier ámbito o
disciplina científica. Figuras tan preclaras como Wittgenstein o Carnap hicieron propios estos presupuestos,
haciéndolos extensibles para su cruzada contra la metafísica, con todas las
consecuencias que esto conllevara, no siempre favorables, desde luego.
A
tenor de aquella iniciativa convencida y
entusiasta podemos afirmar que nos encontramos hoy en una contradictoria y
paradójica situación que acaso no tiene equiparación en la historia de la
humanidad: frente a los vertiginosos avances científicos y tecnológicos que
superan ampliamente nuestra capacidad de entendimiento fuera de su potencial
funcionalidad y uso utilitario o
doméstico, nos encontramos con un desfase descomunal ante el progreso creativo
y evolución progresiva acorde del pensamiento humano (manifiesto en la inamovible
base y fundamentos de la filosofía, que apenas si han evolucionado desde el
pensamiento grecolatino en occidente). Es así que, en fin, la verificación
positiva se establece como medida -y
cualidad- universal(es) de indagación sobre cualquier realidad, física o
metafísica.
El
menoscabo evidente de extrapolación no es difícilmente colegible, así, para
acceder a cualquier tipo de conocimiento empieza a tomar cuerpo la idea de la
nulidad de las manifestaciones intelectuales y de pensamiento que no estén bajo
la supervisión reduccionista positiva, lo cual acaba por influir negativamente
incluso en el mismo ámbito científico. El propio Comte daba señales de[2]
aun aduciendo la naturaleza positivo optimista
de sus presupuestos.
Si
la ciencia es motor de la humanidad para el positivismo, será también solución
a todos y cada uno de los problemas que existencialmente caben plantearse, sin
embargo, es claro que no ha hecho sino mostrar su frustración y fracaso para
darles respuesta, acentuándose una clara insatisfacción en nuestros días a sus
presupuestos. El estadio teológico y metafísico comtianos acabarían siendo
diluidos por el estadio positivo, mas no parece, en virtud de los
espectaculares avances científicos, ser la piedra angular a todas las
cuestiones e inquietudes humanas, posibilitando hacerle más feliz y mejor
persona, más completo intelectual y espiritualmente. No pocos sectores humanos
del pensamiento, el arte, la literatura e incluso de la misma ciencia se mueven
y debaten entre la –dolorosa pero muy sana-decepción y el rechazo ante la
situación en la que el hombre (y en consecuencia la humanidad toda) litiga(n) y
contienden para excusar su indiferencia ante los problemas capitales –y
perennes- del ser humano, e incluso exigen el resarcimiento (ético, cultural,
filosófico…) por las incumplidas promesas del positivismo.
Las
interrogantes esenciales siguen sin obtener respuesta ni complacencia por los
avances de la ciencia –y la tecnología-, ni siquiera a la más esencial de todas
ellas: ¿Por qué hay algo en lugar de nada?[3]
O todas las demás que pueden inferirse de aquella; ¿por qué son las cosas como
son y no de otra manera?; ¿qué pinta el hombre en este ámbito de perenne
incertidumbre?; ¿cómo es posible que tengamos conciencia de lo que hay en el
mundo?; ¿qué significa tener conciencia?...
A
todas luces la sociocracia anhelada
por Comte tampoco brinda halagüeñas perspectivas para una sociedad que precisa
de un cambio o de una regeneración inminente, la cual parece imposible sin una
mutación o metamorfosis mucho más imperiosa
y necesaria, cual es la del individuo.
Francisco Acuyo
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