Para la sección, Amor y poesía, del blog Ancile, traemos a Miguel de Unamuno, en una selección mínima de poemas en la que podremos constatar su singular, sobria y casta concepción del amor, o cuando el éste es dolor común, llevada al ámbito de lo más granado de nuestra poesía.
MIGUEL DE UNAMUNO: AMOR Y POESÍA
¡AY QUE ES ESTRECHO EL
SENDERO!
¡Ay que es estrecho el
sendero! - el amor lo ensanchará.
Al fondo está como puerta, -
puerta de la eternidad,
la llaga que con su lanza - -¡ay
qué primor de crueldad!-
abriera un soldado ciego,-
-disciplina enseña más!-
en el pecho; moribundo – de la encarnada
Verdad.
¡Ay que es estrecho el sendero! –
El amor lo ensanchará.
EN EL DESIERTO
¡Casto amor de la vida solitaria,
rebusca encarnizada del misterio,
sumersión en la fuente de la
vida,
recio consuelo!
Apartaos de mí, pobres hermanos,
dejadme en el camino del
desierto,
dejadme a solas con mi propio
sino,
sin compañero.
Quiero ir allí, a perderme en sus arenas
solo con Dios, sin casa y sin
sendero,
sin árboles, ni flores, ni
vivientes,
los dos señeros.
En la tierra yo solo, solitario,
Dios solo y solitario allá en el
cielo
y entre los dos la inmensidad
desnuda
su alma tendiendo.
Le hablo allí sin testigos maliciosos,
a voz herida le hablo y en
secreto,
y Él en secreto me oye y mis
gemidos
guarda en su pecho.
Me besa Dios con su infinita boca,
con su boca de amor que es toda
fuego,
en la boca me besa y me la
enciende
toda en anhelo.
Y enardecido así me vuelvo a tierra,
me pongo con mis manos en el
suelo
a escarbar las arenas abrasadas,
sangran los dedos,
saltan las uñas, zarpas de codicia,
baña el sudor mis castigados
miembros,
en las venas la sangre se me
yela,
sed de agua siento.
de agua de Dios que el arenal esconde,
de agua de Dios que duerme en el
desierto,
de agua que corre refrescante y
clara
bajo aquel suelo,
del agua oculta que la adusta arena
con amor guarda en el estéril
seno,
de agua que aún lejos de la
lumbre vive
llena de cielo.
Y cuando un sorbo, manantial de vida,
me ha revivido el corazón y el
seso,
alzo mi frente a Dios y de mis ojos
en curso lento
al arenal dos lágrimas resbalan
que se las traga en el estéril
seno,
y allí a juntarse con las aguas
puras,
llevan mi anhelo.
Quedad vosotros en las mansas tierras
que las aguas reciben desde el
cielo,
que mientras llueve Dios su rostro
en nubes
vela severo.
Quedaos en los campos regalados
de árboles, flores, pájaros…, os
dejo
el regalo en que vivís hundidos
y de Dios ciegos.
Dejadme solo y solitario, a solas
con mi Dios solitario, en el
desierto,
me buscaré en sus aguas soterrañas
recio consuelo.
EN LA MUERTE DE UN HIJO
Abrázame, mi bien, se nos ha muerto
el fruto del amor;
abrázame, el deseo está a cubierto
en surco de dolor.
el fruto del amor;
abrázame, el deseo está a cubierto
en surco de dolor.
Sobre la huesa de ese bien perdido,
que se fue a todo ir,
la cuna rodará del bien nacido,
del que está por venir.
que se fue a todo ir,
la cuna rodará del bien nacido,
del que está por venir.
Trueca en cantar los ayes de tu
llanto,
la muerte dormirá;
rima en endecha tu tenaz quebranto,
la vida tornará.
la muerte dormirá;
rima en endecha tu tenaz quebranto,
la vida tornará.
Lava el sudario y dale sahumerio,
pañal de sacrificio,
pasará de un misterio a otro misterio,
llenando el santo oficio.
pañal de sacrificio,
pasará de un misterio a otro misterio,
llenando el santo oficio.
Que no sean lamentos del pasado,
del porvenir conjuro,
bricen, más bien su sueño sosegado
hosanas al futuro.
del porvenir conjuro,
bricen, más bien su sueño sosegado
hosanas al futuro.
Cuando al ponerse el sol te enlute el cielo
con sangriento arrebol,
piensa, mi bien: "A esta hora de mi duelo
para alguien sale el sol".
con sangriento arrebol,
piensa, mi bien: "A esta hora de mi duelo
para alguien sale el sol".
Y cuando vierta sobre ti su río
de luz y de calor,
piensa que habrá dejado oscuro y frío
algún rincón del amor.
de luz y de calor,
piensa que habrá dejado oscuro y frío
algún rincón del amor.
Es la rueda: día, noche; estío, invierno;
la rueda: vida, muerte...
Sin cesar así rueda, en curso eterno,
¡tragedia de la suerte!
la rueda: vida, muerte...
Sin cesar así rueda, en curso eterno,
¡tragedia de la suerte!
Esperando el final de la partida
damos pasto al anhelo,
con cantos a la muerte henchir la vida,
tal es nuestro consuelo.
damos pasto al anhelo,
con cantos a la muerte henchir la vida,
tal es nuestro consuelo.
LOGRE MORIR CON LOS OJOS ABIERTOS
Logre morir con los ojos abiertos
guardando en ellos tus claras montañas,
-aire de vida me fue el de sus puertos-
que hacen al sol tus eternas entrañas
¡mi España de ensueño!
Entre conmigo en tu seno tranquilo
bien acuñada tu imagen de gloria;
haga tu roca a mi carne un asilo;
duerma por siglos en mí tu memoria,
¡mi España de ensueño!
Se hagan mis ojos dos hojas de hierba
que tu luz beban, oh sol de mi suelo;
madre, tu suelo mis huellas conserva,
pone tu sol en mis huellas consuelo,
¡consuelo de España!
Brote en verdor la entrañada verdura
que hizo en el fondo de mi alma tu vista,
y bajo el mundo que pasa al que dura
preste la fe que esperanza revista,
¡consuelo de España!
Logre morir bien abiertos los ojos
con tu verdor en el fondo del pecho,
guarde en mi carne dorados rastrojos;
tu sol doró de mi esperanza el lecho,
¡consuelo del ensueño de mi España!.
AL PERRO REMO
Cuando pone en mi pecho sus patas
y me mira a los ojos el perro,
y me mira a los ojos el perro,
las raicillas del alma me
tiemblan,
¡temblor agorero!
Me acongoja la muda pregunta,
de sus ojos el líquido ensueño;
ni le queda dolor en al alma,
¡tan sólo silencio!
En el lánguido humor de sus niñas
se me encara perlático espejo
de un ayer tan lejano que se unce
a un mañana eterno.
¡Ay la cárcel de carne en que duerme
la divina conciencia!, ¡ay del sueño
de una sombra que mira en los ojos
del trágico perro!
¿No es acaso mi Dios que al mirarme
desde lo hondo del alma de “Remo”
con la cruz de la carne me hostiga
mi eterno deseo?
Cuando pone en mi pecho sus patas
y en mis ojos sus ojos el perro…
“¡Dios mío, Dios mío, por qué me has dejado!”,
clamó el Nazareno.
de sus ojos el líquido ensueño;
ni le queda dolor en al alma,
¡tan sólo silencio!
En el lánguido humor de sus niñas
se me encara perlático espejo
de un ayer tan lejano que se unce
a un mañana eterno.
¡Ay la cárcel de carne en que duerme
la divina conciencia!, ¡ay del sueño
de una sombra que mira en los ojos
del trágico perro!
¿No es acaso mi Dios que al mirarme
desde lo hondo del alma de “Remo”
con la cruz de la carne me hostiga
mi eterno deseo?
Cuando pone en mi pecho sus patas
y en mis ojos sus ojos el perro…
“¡Dios mío, Dios mío, por qué me has dejado!”,
clamó el Nazareno.
Miguel de Unamuno
No hay comentarios:
Publicar un comentario