Cerramos los argumentos expuestos sobre el advenimiento y los fundamentos de la idea de Dios, con este post titulado, Conciencia seguro azar, para la sección, Pensamiento, del blog Ancile.
De Gaby Herbstein |
CONCIENCIA, SEGURO AZAR
SI en poesía el gran propósito de
su dinámica creativa ha pasado por describirse tras el resultado artístico
expresivo literario como producto del seguro
azar[1],
no deja de verse emparentado aquel impulso creativo con la idea de lo
trascendente, en relación al cierto orden –fuera del ámbito de la razón
científica (no tanto filosófica)- que es capaz de imponer en el aparente caos de
las cosas observadas en el mundo de los fenómenos y del funcionamiento del
universo. En poesía, estas leyes del caos que parecen regir en el desconcierto
aparente del mundo y que alcanzan proporción y armonía en su interpretación
(poética) no nos resultan extrañas en su simulada o fingida[2]
y extravagante jerarquía. En el ámbito de la interpretación, reconocimiento y
explicación física de lo que azarosamente acontece en el mundo, quizá, no sea
ese azar deducible lógica y racionalmente el que más se precisa, sino que pone
de manifiesto en la imposibilidad de traspasar sus límites, la incapacidad de entendimiento de ese seguro azar que en poesía es del todo
tan natural y, no obstante, paradójica y sorpresivamente predecible.
Las
contadas y fundamentales constantes cosmológicas que rigen en el universo
(gravitación, temperatura –cero
absoluto-, velocidad de la luz, de Plank….) exponen un hecho evidente que pone
en serias dudas su supuesta y tan cacareada azarosa disposición, y es que
cualquier modificación de alguna de ellas hubiese podido imposibilitar la
existencia del universo, o al menos hubiese dado lugar a uno muy, muy diferente
del que conocemos. Y en este punto, nos referimos al de la conciencia del mismo
y de su asombrosa y acaso incognoscible realidad, implica que las coincidencias
-tan remotas- que han hecho posible el universo tal y como lo conocemos
resulten[3]
y que Jung definía con tan raro acierto como sincronicidad[4],
y que implica, gracias a la conciencia, un orden universal de comprensión, que
ha de complementar a la mismísima causalidad para ser lo que es en nuestro
mundo.
Que
la consciencia, como cabe deducirse de lo anteriormente expuesto, sea el
fundamento de la materia -y del ser mismo- no es desde luego un argumento nada
nuevo (véase el concepto de caída bergsoniana como generadora de la materia y
de la vida). Que el acto de observación sea el que colapsa la onda de
posibilidad del objeto, y que esta distinción del objeto y de la consciencia en
el instante de la medida cuántica, no es más que apariencia, tampoco es un
referente novedoso, de hecho se dice que incluso es también onda de posibilidad
del cerebro (aunque sea entendido por las corrientes materialistas y positivas
como el origen de la conciencia, y esta, como un mero epifenómeno de aquel),
acaso porque la medida cuántica en nuestro cerebro establece nuestra propia
autorreferencia[5]. El
hecho experimental se dice que paga un tributo capital, cual es el del
condicionamiento de nuestras acciones en referencia a un ego, con cuya
identidad asumida perdemos el estado de consciencia en el que éramos una unidad
consciente, más allá de nuestra descendente –caída- individualidad, mediante la
que acabamos escindiendo el mundo en el sujeto y en el objeto, olvidando la no
localidad de aquella primera conciencia creadora que en realidad es única.
El
concepto de campo en física (y sobre todo en matemáticas) nos hace contemplar a
la conciencia como potencia creadora, del orden matemático (y poético) por
ejemplo, y que quizá nos hable del tejido último de la realidad como entidad
no material, sino abstracta, y somos conscientes
que la idea pura platónica tiene mucho que ver con esta aproximación a la
conciencia como vía de entendimiento último de la realidad, y de la importancia
deel proverbial logos griego como
interventor para poner orden en el caos de las sensaciones. Hay un ejemplo
estupendo, extraído del corazón mismo de la teoría estándar de la física de
partículas, la cual, en su su exigencia de descomposición en partículas aún más
pequeñas de los hadrones del núcleo, vendrían a cavilar la necesidad de los quarks, entidades
matemáticas que describen perfectamente el comportamiento de la materia
subatómica, a fuer de reconocer que dichas entidades -no observables-
fundamentan, en su combinación la dinámica, la estructura subatómica de la
mateia, por lo que sólo serán reconocible en virtud de los efectos producidos
en una suerte de red de relaciones que, si bien dan constancia de la materia
observable, dejan en una sugestiva e inquietante ¿nanidad? el corazón mismo de aquella. Tan impalpable realidad nos obliga a
interrogarnos por su sustancia, si es que tal es posible sin recurrir a la conciencia
y las potencias de abstracción de la misma.
Aquel
dominio de lo intangible, productor de la materia reconocida experimentalmente,
se inspecciona, examina y reconoce a tenor de los efectos que producen en los
denominados campos[6], y su
singular naturaleza vibratoria que nos invita a pensar qué aquello que lo
constituye y da forma –según la teoría cuántica de campos- no es tanto las
partículas materiales como objetos, sino sus no
menos peculiares interacciones.
No deja de ser previsible la deducción que aparece como otra interrogante de
todo esto, a saber: ¿Entonces, no es la realidad sino información?
En
anteriores post ya hablaba de la necesidad implícita para el método científico
en su inventiva y explicación de los límites y de sus consecuencias a los que
se enfrenta, el reconocimiento de iniciativas de búsqueda de significado que
necesitarán de una semántica ¿nueva? que ya vienen siendo harto familiar en la
creación poética (recuerden la numerosa referencia a las analogías, las
metáforas, las sinestesias en otras entradas de este blog…). Acaso sea la vía
más recomendable para reconocer que el ámbito de la conciencia pueda coincidir
con el que es propio y reconocible en el dominio de lo cuántico, por lo que, el
que observa y lo observado conforman un sistema indiferenciable.
No
estamos muy lejos, en virtud de lo que puede inferirse del mundo escrutado por
la física cuántica, de la óptica de Teilhard de Chardin, en cuanto parece que
hasta la más mínima partícula tuviese un grado de rudimentaria conciencia, es
así que el comportamiento, digamos, del fotón intuye o sabe de qué manera está siendo observado (y acaso también
nos dice que tal partícula no existe de manera rigurosa hasta el momento de ser
observada, y que los elementos o partículas cuánticas no sean tanto materia,
sino lo dados mismos de Dios,[7]
o lo que es lo mismo, del hombre que los observa. El principio de
complementariedad (entre onda y partícula) de Heissenberg habría de ser el que
apuntalara el fin del dualismo cartesiano, ya que la realidad es
inevitablemente una complementariedad de materia y conciencia que debe ponernos
en el capital antecedente, de que lo que creemos observación del mundo es en
realidad participación en el mismo.
El
cifrado enigmático del código por el que se rige este universo que
milagrosamente intuimos y queremos conocer mediante los sentidos, se sumerge en
lo más profundo de nuestras mismas conciencias y, ante los límites inevitables
en la indagación material o física de la propia ciencia, coloca a nuestra
capacidad cognitiva más enigmática como es la conciencia, en la vía de un
entendimiento que se mueve más allá del razonamiento de la lógica tradicional o
convencional, acaso sea en la senda del impulso creativo –poético- en donde
quizá encontremos las claves de un entendimiento que en realidad no es otra
cosa que ser en el mundo.
Francisco Acuyo
[1]
Recuérdese la expresión de Pedro Salinas.
[2] El fingidor
de Pessoa, nos referimos.
[3] Guitton,
J, Bogdanov, G. y Bogdanov I.: Dios y la ciencia, hacia el metarrealismo,
debate, Madrid, 1991, ps.64-65.
[4] C. G.
Jung: Sincronicidad, Sirio, Málaga, 1990.
[5] Apuntaremos
tan solo el concepto de jerarquía
entrelaza mediante el que, si bien no existe el colapso sin el cerebro, no
podría haber cerebro, sino posibilidades a menos que se produzca dicho colapso.
[6] El campo
como representación de una magnitud física (y matemática representada mediante
una función) distribuida en el espacio tiempo, y sirve para la explanación de
las acciones a distancia de fuerzas como la gravedad, el electromagnetismo o
magnética.
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