Proseguimos en la sección, Pensamiento, del blog Ancile, cavilando sobre la cuestión siempre fascinante de la idea de Dios, esta vez bajo el título: El teismo a través de la conciencia racional y la experiencia cognitiva.
EL TEISMO A TRAVÉS DE
LA CONCIENCIA RACIONAL
Y LA EXPERIENCIA COGNITIVA.
VEÍAMOS[1] que la fides
quarens intellectum[2],
para la búsqueda de la idea de Dios, dio mucho, diverso y fascinante juego
durante casi mil años, y todo en su ambiciosa pretensión de que la misma
racionalidad era posible para la justificación de la creencia religiosa.
También que la presunta historia natural
de la religión, antiteísta de Hume, no satisface la idea de Dios, que sólo se
justifica bajo las necesidades psicológicas y sociales que pudiere manifestar
entre los seres humanos a lo largo de su relato existencial, y, desde luego, la muerte de Dios –nietzscheana-, hoy
día, no acaba de confirmarse, a pesar de los movimientos culturales,
ideológicos, científico positivos y políticos ateos de gran pujanza en la
actualidad. La extensión del pensamiento cartesiano en la idea de Dios es larga
y poderosa y toma renovada fuerza en la actualidad (véase Jean Guitton), si es
que las propiedades de tan enorme excelencia atribuidas a Dios pueden depender
únicamente de mí mismo, que las
pienso, si es que en verdad yo no tengo, ni formal ni eminentemente idea de
aquella infinita excelsitud.
Si bien la
contradicción tan debatida hoy en la dualidad entre la rex extensa y la rex cogitans
cartesiana, parece superada, no obstante, no deja de resultar de enorme
actualidad la analogía cartesiana en la compresión de la prueba matemática y la
idea de Dios, en tanto que deben existir ambas de manera real y eterna, y todo
a pesar del mismísimo Kant y su proposición sintética –y contradictoria- de la
existencia de Dios, a la que aludíamos en la anterior entrada; en cualquier
caso no está de menos actualidad las versiones ontológicas modernas de Norman
Malcolm, Charles Hartsthorne o Alvin Plantinga (este último, a través de una
compleja lógica modal establece un sistema de mundos posibles, pero no reales,
mediante los que establecer la posibilidad y la necesidad de los mismos, ya que
la validez de sus enunciados dependerá de que se cumplan en esos varios mundos
posibles; por cierto, que análoga referencia a la teoría de cuerdas y la
necesidad de diversas y necesarias dimensiones para no contradecir sus
principios y presupuestos matemáticos).
Pero,
volvamos un instante a las pruebas de la inexistencia de Dios de Faure[3],
concretamente a lo que en este fragmento y título nos interesa, la cuestión
creativa; la uno: la creación es inadmisible ya que, atribuida a Dios, sería esta
una imperfección, pues estaría sujeta a una
volición o deseo; la cinco: el ser
inmutable no puede haber creado, si entendemos la creación como un cambio; y la
sesta: Dios no puedo crear sin motivo, y en verdad que nos es muy difícil
encontrarlo en su Infinita Dignidad. Del manido catálogo de tópicos
recriminatorios para la inexistencia de Dios de este pensador nos interesan
estos tres para la exposición que proponemos, y esto porque es precisamente en
virtud del prodigio y enigma del acto creativo desde el cual encontramos las
analogías más pertinentes a todos los misterios que rodean a cualquier ser
consciente, a saber: la creación del
mundo, la creación de la vida, la creación de la misma consciencia…
Será bueno ver
qué entendemos por creación (creatio,
acción y efecto de crear), si crear es engendrar, producir algo nuevo (creare, y su sufijo, ción, acción o efecto; mas este creare, a su vez proviene de la raíz
indoeuropea Ker, crecer). Así las
cosas, y pasando por alto la arrogancia del presupuesto del conocimiento o
entendimiento de la voluntad trascendente por parte del endeble razonamiento de
Faure (parte de un presupuesto de conocimiento a priorístico de la voluntad
divina que no vamos siquiera a discutir), tenemos que decir: ¿qué hay más
trascendente que la capacidad de creación, acaso débilmente contagiada al ser
humano y, al menos aparentemente, en rango muy inferior? Crear es hacer algo –nuevo-
donde no había nada, o, cuando menos, extraer algo distinto de lo que ya había.
Estas realidades creadas y cognoscibles para el ser humano, dícese que son
muchas de su puño y letra, véanse las matemáticas –atribuidas por no pocos a
una entidad superior, Dios es un matemático, muchas veces hemos escuchado esta afirmación-,
las cuales, tantas veces nos han mostrado de forma apriorística hasta la
realización del mismo experimento la realidad de sus formulaciones. O, acaso
¿no hemos de tenerlas por realidades por el hecho de que no son tangibles e
incluso materialmente mensurables? ¿Será por tanto la matemática un fundamento
lógico, racional, capaz de describir realidades materiales y, sin embargo, irreal? Mas, todavía hemos de creer (y digo
bien, porque no es más que otra creencia) que lo único real es lo perceptible?
A tenor de tan ingenua creencia muy poco habría descubierto y avanzado la misma
ciencia. Si todo lo que hubiera que considerar como merecedor de estimación
científica fuera aquello que pudiese traducirse en una contabilidad sensible,
más nos hubiese valido permanecer en las grutas paleolíticas, al pairo de su pétrea
defensa y al arrimo de la azarosa aparición del fuego en algún incendio
fortuito. Que la acción creativa tenga una manifestación sensible no significa
que principie ni termine en ella.
De
lo anteriormente expuesto creo que será de muy digna consideración otra
cavilación muy a propósito de lo que exponemos hasta el momento, a saber: la
cognición, es decir los proceso de conocimiento y reconocimiento del mundo, de
aprehensión y comprensión ¿son sólo sensitivos? ¿no es hoy día más que evidente
que los sentidos nos engañan (véase por ejemplo como la sensación de la tierra
plana llevó a negar su esfericidad durante siglos)? A mi muy humilde entender,
pensar que el conocimiento de lo sensible es el conocimiento total, ni siquiera
de las cosas materiales, es un auténtico despropósito que ya ni la misma ciencia
positiva se atreve a aseverar. La matemática (como la poesía) indagan en
ámbitos que el sentido no puede siquiera aproximar (ni siquiera la física departículas, la piedra de toque del materialismo, puede obviar algo tan
imperceptiblemente evidente, al menos un sentido como el que hoy reconocemos en
su ámbito tradicional perceptivo (vista, oído, olfato, gusto y tacto), para lo
que sería muy interesante estudiar los fenómenos sinestésicos y sus relaciones
con el fenómeno de la conciencia.
Si
la experiencia científica se basa en la comprensión esencial de lo que se estudia
a través de la experiencia, ésta, se pone en duda que sea necesariamente
sensible, los estudios científicos de muy diversa índole nos enseñan (incluidos
los de la física) que la experiencia es variable y subjetiva a la hora de la
elaboración, clasificación y catálogo de determinados valores (muchos de ellos
no medibles, por ejemplo los estéticos, fisiológicos, emocionales,
psicológicos…) por lo que las teorías del espectador o del receptor, o también
las aplicables a las ciencias duras como la física en los reconocidos como
principio antrópico…. Son cada vez más necesarias para la compresión del conocimiento
y de la misma conciencia. De lo que puede, finalmente, deducirse que aquella
posición absoluta –objetiva- kantiana en relación a la existencia no está nada
clara sin referirla necesariamente al sujeto de dicha existencia. La idea de
Dios, en este sentido, sigue permaneciendo en nuestra conciencia de manera
pertinaz e insistente, a pesar de que no hallemos prueba perceptible eficaz de
su consistencia a la luz del método científico. En cualquier caso, a la misma
luz de este entendimiento hoy no parecen tan claras cuestiones que desde
Parménides parecía estarlo. De hecho, todo el conocimiento del mundo se ofrece
al sentido común (y filosófico) como algo afirmativo y dependiente de la propia
existencia que, a la fin y a la postre, también exige una explicación de su
génesis. ¿Es que todo lo que esté fuera de una existencia material es
impensable?, o por contraposición, ¿lo que no existe es nada y esta, como
advertimos, es inimaginable para aquello que existe y es consciente de su
existencia?. No obstante, la física última acude precisamente, ante análogas
interrogantes (qué había al principio, antes del Big Bang primigenio que habría
de dar existencia a todo, y se recurre al vacío, con todas las peculiaridades
que se quieran (Parménides insistía en la imposibilidad de pensarlo, hoy se
recurre a él como vía de comprensión de lo que es incluso materialmente). En
matemáticas, también hubo sus evidentes controversias al acudir al vacío (teoría
axiomática de conjuntos) y al de infinito (de Georg Cantor) para dar respuesta
a determinadas proposiciones lógico matemáticas.
Parece
que la nada, como algo que no es y no ha sucedido, no puede ser protagonista de
algo, pero, ¿esto significa que solo el existir –sensible- confiere realidad a
las cosas? ¿O son posibles, aunque sean en el pensamiento, la potencia de ser
determinadas otras? Estas interrogantes viene a concluir con la siguiente: ¿Es
la percepción sensible el medio único para entender y conocer la realidad? Al
margen de la vieja controversia entre las esencias en su momento y lo que
existe en el suyo, hoy parece ponerse en tela de juicio que el sustrato
material existencial pueda limitar lo existente, el fenómeno de la conciencia tiene mucho que
decir en referencia a lo que la realidad sea. La proverbial evolución material
mediante la que constatamos que la materia inorgánica se transforma en orgánica
y esta, a su vez, es capaz de dar cuenta de fenómenos tan extraordinarios (y
raros) como el de la consciencia parece dar cuenta de esto que enunciamos. Hoy,
sin embargo, no está tan claro si los cambios propios de la materia (en
principio a nivel subatómico) existente están sujetos a la supuesta
autosuficiencia –existencial- de lo que existe materialmente, al menos ya no se
pone en duda que la conciencia actúa sobre la materia y puede llegar a
cambiarla.
Desde
sus orígenes la ciencia dícese prosperar desde el dualismo: El objeto está
separado para ser interpretado y, desde luego, manipulado. ¿Ha llegado, con los
avances de la nueva física, a los límites de su método para interpretar el
mundo? ¿O, acaso ha caído en la cuenta de que el objeto y el sujeto que observa
no son tan distantes como cabía conjeturar en un principio? De hecho, puede
deducirse de estas nuevas hipótesis científicas algo que no es extraño en
determinados círculos filosóficos e incluso místicos en los que el Ser aparece
como algo inconcreto, de infinitas posibilidades y que García Bacca establecía
como atmósfera de luz en que todo se hace
visible…sin que la luz sea propiamente visible…. Es lugar de aparición….[4]
Veremos
en próxima entrada algunas reflexiones nuevas sobre el ser y la esencia de la
idea de lo trascendente.
Francisco Acuyo
[1] Ver
entrada anterior:Conciencia y Dios: El impulso creativo.
[2] La fe en busca de la comprensión, de San
Anselmo que tanto ha sido –y es aún hoy- debatido como argumento ontológico
para la demostración de Dios.
[3] Faure,
S.: Doce pruebas que demuestran la no existencia de Dios, La máscara, Valencia,
1.999.
[4] García
Bacca. J. D.: Höderlin y la esencia de la poesía, Anthropos, Barcelona, 1989,
t. V, p.597.
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