Para la sección, Pensamiento, del blog Ancile, seguimos con la temática del alma, esta vez bajo el título: La naturaleza de la realidad y la consciencia:el principio copernicano y el antrópico ¿La realidad del alma es la realidad de la consciencia?
LA NATURALEZA DE LA
REALIDAD Y LA CONSCIENCIA:
EL PRINCIPIO COPERNICANO Y EL ANTRÓPICO.
¿LA
REALIDAD DEL ALMA ES LA
REALIDAD DE LA CONSCIENCIA?
SI realmente los imperios del futuro serán imperios de la mente,[1]
y si la mente parece tan estrechamente relacionada con el concepto de
consciencia y ésta con el ¿periclitado? de alma, ¿cómo es posible que pueda
prescindirse tan alegremente de este último? ¿Los prejuicios que invisten el
rechazo hacia este concepto, vienen sólo de su relación con el ámbito de la teología
y de las religiones?, o, ¿acaso no responde también al mal entendimiento
–altamente reduccionista- de los descubrimientos sobre los secretos
moleculares, genéticos y neuronales del cerebro, y todo para la creación de un
mapa mecánico y mecanicista (y por tanto determinista) de nuestra humanidad la
cual, no obstante, muestra una singular capacidad, sin embargo, de consciencia
y todo lo que ello implica más allá de una sustanciación material de la misma?
La
reducción de nuestras capacidades de entendimiento y consciencia a un mero
mecanismo de circuitería que transmite señales eléctricas mediante circuitos
neuronales nos ha envuelto en un relato, a mi humilde entender, harto limitado
y por insuficiente, incapaz de llegar a los profundos dominios donde se
asientan uno de los grandes misterios, el de la propia conciencia (o de la
mente, o de la injustamente denostada idea del alma).
El
principio copernicano[2]
que tantos beneficios ha supuesto para la descripción y entendimiento
científicos de muchos aspectos de nuestro universo, diríase no ser suficiente
para alcanzar la comprensión de la mente e incluso del mundo en relación con
aquella, acaso de esta insuficiencia habría de deducirse otra vía de
apercibimiento del mundo bajo el principio denominado antrópico[3]
(puede que ambos principios, bajo la influencia filosófica de las corrientes
netamente positivo materialistas, se enfrenten a las que marcan su acento de
reflexión en el idealismo más o
menos acentuado).
El
delicadísimo equilibrio en el que se ha instalado la vida en el universo, así
como la consecuencia derivada de aquella más admirable e increíble de aquella,
como es la conciencia, hace pensar que el
universo parecía saber que veníamos[4].
Como hijos de las estrellas, portadores del milagro de la vida y la conciencia,
y ante la observancia de la sutil sintonización que las ha hecho posibles, ha
tenido como consecuencia que no pocos pensadores y científicos crean que esto
no es una cuestión de azar y mera coincidencia, obligando a redefinir los
parámetros físicos (y psicológicos) de nuestro universo y de nuestra mente.
Parece
que la neurociencia se coloca al albur del principio copernicano, y, desde
luego son coherentes con su metodología positivo mecanicista y determinista,
así pues: el tú que tus amigos conocen y
aprecian no puede existir a menos que los transistores y tornillos de nuestro
cerebro estén en su sitio,[5] o, de que es indudable que nuestra realidad depende de lo que diga
nuestra biología,[6] son aseveraciones típicas. Somos un wetware[7],
con un software al que denominamos
mente. Clara visión mecánica de la mente (del alma, de la psique…) que se
acopla perfectamente a la visión copernicana del mundo. Todo lo cual no
deslegitima que, con Thomas Huxley, otros nos interroguemos ¿cómo puede ser que una cosa tan notable como
un estado de conciencia surja como consecuencia de una irritación del tejido
nervioso?, cuestión esta nada baladí que hubo de alimentar la perspectiva
antrópica de la mente, que además encuentra en el ámbito de la mecánica cuántica
un singular vivero de interpretaciones harto paradójicas, cuando no
verdaderamente extrañas, que entran en contradicción con aquella interpretación
reduccionista de la mente. Hablamos de la perspectiva que expone a la
conciencia en el dominio capital, más fundamental que la misma materia,
entendida esta como los átomos, moléculas, neuronas…. Y es que en realidad la
estructura y dinamismo de la realidad no sería posible sin ella.
Ante
apreciaciones tan sugestivas como espectaculares, tengamos en cuenta que
gracias a la física cuántica hoy posemos tecnologías hasta hace poco
impensables, de las cuales dependemos de manera universal, no deja de resultar
no menos extraño, el rechazo del concepto o idea tan extraordinariamente rico
como es el del alma, y menos aún el dominio de la psicología (con p, de psicología,
recuerden).[8] Habría
de ser Erwin Schrödinger quien, con su célebre ecuación ondulatoria, trataría
de explicar el extravagante comportamiento de los electrones (que se mostraban
bien
como corpúsculos bien como ondas), y que conllevaría la no menos inquietante
pregunta de qué era lo que, en fin, ondulaba esas partículas.
No
deja de llamarnos poderosamente la atención el hecho de que la indeterminación[9]
(de conocer al unísono la posición y el tiempo de un electrón es imposible), y
que es plenamente aceptada por la comunidad científica –física-, no suponga
ningún cisma a estas alturas, y que se acepte, en virtud de la función de onda
de Schrödinger, la probabilidad de encontrar dicho electrón en función de dicha
ecuación y sus paradójicas consecuencias. O lo que es lo mismo, que la
probabilidad de hallar la partícula corpuscular del electrón, va a depender de
su función de onda, es decir por la descripción de onda de dicha partícula; y,
sin embargo, en el ámbito de la biología, todo pretende estar perfectamente
descrito en virtud de (no olvidemos, la hipótesis) del funcionamiento
determinista y mecánico de nuestro cuerpo, incluso aquello que no tiene una sustancia
material, como es el producto de la mente misma, esto es la conciencia (la
psique, el alma…).
Del
Dios no juega a los dados (de Einstein)
hasta el deja de decirle a Dios lo que
tiene que hacer (de Bohr), pasamos al debate del solipsismo deducible de la
teoría del cuantum, mediante el que se deduce que será el proceso de medición (llevado
a término por la conciencia) el responsable de que las dos ondas se disuelvan
en una, cuando esto iba en detrimento de la idea de la existencia objetiva
(hablábamos anteriormente del idealismo de Berkeley a este respecto). No
obstante se ha aceptado el muro que separa al sentido común -del supuesto mundo
objetivo- , del otro que exige la teoría cuántica, por contradictorio o
paradójico que pueda parecer. De la percepción Eugene Wigner (bastante
autorizada, Nobel de Física y creador de los cimientos de la mecánica
cuántica), reformulando la paradoja del gato de Schrodinger,[10]
llega a la conclusión de que la única manera de determinar si el segundo
observador del gato está vivo exige a otro observador que lo determine, así, ad infinitum, para resolver el bucle de esta paradoja,
pensaba, es preciso una conciencia cósmica –no individual- que posibilite el
colapso de la onda anterior, por lo que será imposible formular leyes de forma
consistente sin referencia al elemento capital cual es esa conciencia. Sin
embargo, en el ámbito de las ciencias de la biología, la medicina, la
neurociencia, la psicología, insisten en acabar con lo que ellos llaman un
concepto o idea indeterminado e inútil, aun sabiendo (queremos creer) del
riquísimo acervo simbólico del alma, hija, al fin y al cabo, de la misma
conciencia.
Francisco Acuyo
[1] Winston
Churchil
[2] Mediante
el que la humanidad, como entidad consciente, en modo alguno tiene una posición
de privilegio para el entendimiento del mundo.
[3] Viene a
entenderse desde una óptica cosmológica que, si se pueden dar condiciones de la
existencia humana, dichas condiciones se harán verificables precisamente en
virtud de nuestra propia existencia.
[4] Freedman
Dyson.
[5]
Eagleman, D.: Incógnito. Las vidas secretas del cerebro, Anagrama, Barcelona,
2013.
[6] Ibidem
[7] Versión
biológica traída de la computación y sus relaciones hardware y software.
[9] Establecido como principio por Werner Heisenberg, uno
de los padres de la física cuántica
[10]Famoso
experimento imaginario de Schrodinger que consistía en situar en una caja
cerrada y opaca a un gato en su interior. En dicho recipiente habría un
dispositivo que contendría una botella con un gas venenoso que se liberaría
mediante un dispositivo que contendría una partícula radiactiva que, al
liberarse en un tiempo dado, con una probabilidad del 50% de hacerlo, liberaría
el veneno matando al gato, o lo que es lo mismo, si la partícula se desintegra
se libera el gas tóxico y el gato muere. La paradoja radica en que según los
principios de la mecánica cuántica, en su función de onda, el resultado del
experimento (el gato vivo o muerto) depende de la superposición de estados
(función de onda), es decir vivo y muerto, ahora bien, si abrimos la caja
veremos si está vivo o muerto. Resulta que los electrones tienen la propiedad
de estar en dos lugares al mismo tiempo (superposición, insistimos). En la
física clásica el gato estará vivo o muerto independientemente de que abramos o
no la caja, en el mundo cuántico será la superposición de estados posibles que
solo tiene una solución cuando interviene el observador.
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