Siguiendo con la línea argumental de otras entradas anteriores recogidas en la sección, Pensamiento, del blog Ancile, traemos ahora nueva reflexión bajo el título: El amor: perpetua creación y la superación de la muerte.
EL AMOR: PERPETUA CREACIÓN
Y LA SUPERACIÓN DE LA MUERTE
CUANDO la medicina moderna afirma
que la muerte es una serie de enfermedades que se pueden prevenir,[1]
muy bien puede considerarse más como un fracaso de la medicina[2]
que de un acontecimiento inevitable, pese a lo cual seguimos muriendo y
anhelando durar siempre. ¿Pero qué es lo que se revela ante el hecho
inevitable? Los ritos funerarios de nuestros primitivos ancestros pretenden
decir que acaso los muertos no están realmente muertos, y parece que es la
conciencia –nosotros creemos que más allá del yo condicionado- la que se
revuelve contra la extinción de la misma. Acudimos siempre a la razón para
recabar cualquier fundamento de verdad a aquello que proponemos como posible,
sin embargo, este anhelo de vida eterna no puede provenir de la razón, era esta
una admonición muy interesante de Schopenhauer, siendo la voluntad ciega[3]
(irracional) que impulsa la vida la que nos arrastra ilusoriamente a desear
vivir siempre. Hoy día, al pairo de los avances tecnológicos y científicos, no
le parece a nuestra sociedad positivo materialista nada descabellado la
posibilidad de vivir siempre[4].
La cuestión es que bien al amparo del mito o de la epifanía religiosa o bien de
la misma ciencia, el ser humano no deja de aspirar a ese anhelo de durabilidad
infinita.
El
papel primordial en el imperio de la conciencia en asuntos que conciernen
directamente con el alma, el espíritu e incluso la misma materia,[5]
nos hace intuir al menos el relieve e importancia de la misma en la cuestión de
la muerte y el anhelo de supervivencia más allá de aquella. De la misma
consciencia hemos aprendido a valorar una de las potencias más increíbles cual
es el de la misma creación, de ella parte cualquier proceso creativo de la
índole que sea incluida la idea misma de inmortalidad. Pero no es menos curioso
que, cuanto más creativa es una invención, más alejada del yo condicionado parece contemplarse y que, por tanto, en cierto
modo, el proceso de creación es un morir
a lo sabido por condicionado, aquí diríase acrecentarse el concepto de
conciencia personal egotista por uno más amplio que nos conecta con la
totalidad del mundo más allá del pensamiento y acaso de la misma muerte.
Si
es cierto que toda voluptuosidad desea la eternidad,[6]
será porque una de las más poderosas manifestaciones creativas de la conciencia
es el amor, que es una forma muy singular de creación. No en vano el ethos que acaba ordenando (ordo amoris)[7]
la vida del sujeto superior es siempre el amor, y en su equitativa jerarquía de
valores ha de sobresalir siempre en su prescripción y advertencia vitales que, al fin, acabaría haciéndolo coincidir con
el acto divino -creativo- de amor humano
en un mismo punto del mundo de los valores[8].
Mas la contraposición a la pérdida inevitabledon d’amour) y su enigmática relación
con el acto creativo como fecundidad espiritual que acaba ofreciéndose como
expectativa fundamental y, desde luego como una necesidad de vida, mas también
como conditio sine qua non de la
presencia[9]
divina.[10]
Todo
parece indicar que la frontera, el límite inexorable de la muerte admite
trascendencia y es que en verdad, incluso empíricamente, el amor es la fuerza
del destino, ya sea vista con los ropajes de la nuda concupiscentia o como espiritualísima afección.[11]
En cualquier caso, ¿qué hemos de pensar del amor, si Dios ha muerto, y del
alma, como decíamos en anteriores entradas, se ha firmado su acta definitiva de
defunción?[12] No
parecería probable, a la luz de las afirmaciones neopositivistas inmediatamente
reseñadas, de que el donum amoris
posea la potencia extraordinaria que, consciente e inconscientemente, desde
siempre se le atribuye. ¿Cuál será la siguiente negación que, por no
cuantificable en sus presupuestos, habrá que desecharse: la compasión, la solidaridad,
tal vez? No solo negamos evidencias
éticas y simbólicas de necesidad individual y social incuestionables, también la realidad psíquica profunda
(consciente e inconsciente) del ser humano, o como ya advirtiera Jung, y todo
por el ensalzamiento –acaso fuera de toda realidad demostrable- del conocimiento
–científico-, se trata menos de una encarnación del logos que de una caída del anthropos
o del nous en la physis.[13]
Despojamos al hombre de sus dioses y también de su alma. Aquella energía y
potencia que emanan del interior del hombre y cuya realidad es incuestionable,
ya no tiene importancia ante la gloriosa y dogmática hegemonía de lo material
externo.
No
será una tarea baladí volver a interrogarnos si realmente lo que denominamos
como conciencia (siempre racional, lógica, conceptual y consciente), cuando
acude al amor para superar la angustia existencial, no está barajando lo
intuitivo –e irracional- sobre algo que está ahí en potencia, escondido, que
nos habla más allá de lo racional y que ya no es posible inhibir en nombre de
lo unum
necesse (lo único necesario)[14]
ya se manifiesta imperativamente, ajeno a cualquier instinto disparador innato
mecánico-biológico, a guisa de instinto ético que es capaz de realizar a la
conciencia en pos de la unicidad de su objetivo; el objetivo del ser amado es
en verdad la verdadera conciencia. Sí, es más que probable que ahora estemos
dando muestras de una nociva potentia
inconsciente en un acto de la consciencia[15],
aunque sólo sea para salvaguardar nuestra salud mental, sin traer a colación
cómo en las simas de nuestro inconsciente –donde habite el olvido, que diría el
gran Luis Cernuda- es en donde se realizan y tienen lugar los fenómenos más
extraordinarios del espíritu (la creación, el amor, la conciencia última que da
sentido a la existencia…) y que acaban de incidir en nosotros y en la realidad
más íntima del universo mismo. El amor humano no hace sino mostrarnos la vía de
un sentido potencial que va más allá del de la expresión física del sexo, su
metasexualidad, al fin y al cabo, es la que hace que sea aquél una experiencia
altamente gratificante y hace del amor capaz de un entendimiento prelógico y
premoral superador de cualquier significado viciosamente estipulado, y todo
para una superación de nuestras insuficiencias e impericias mostradas en el
estar y el ser en el mundo.
Para
siguientes post dejo la reflexión en torno si es siquiera razonable negar lo
que parece evidente: ¿hay vida –y realidad- más allá de lo que somos capaces de
marcar bajo patrones racionales y netamente materialistas?
Francisco Acuyo
[1]
Schwartz, W.B.: Life without Disease,
Berkeley, Univ. California Press 2008.
[2] Bossi,
L.: Historia natural del alma, Antonio Machado Libros, Madrid, 2008, p. 433.
[3] Schopenhauer,
El mundo como voluntad y representación,
[4] La
criogénesis, la inteligencia artificial y la informática avanzada (como vía de
recepción de la conciencia humana), o incluso la posibilidad de un algoritmo
inmaterial mediante el que pueda accederse al mantenimiento de dicha conciencia
(Eco)
[5] Véase la
mecánica cuántica y el papel primordial de la conciencia en la naturaleza de la
misma materia.
[6]
Nietzsche, F.: Así hablaba Zaratrusta,
[7] Scheler,
M.: Ordo amoris, Caparrós editores,
Madrid, 1996.
[8] Ibidem,
p. 23.
[9] 1 Jn 4,
16: Dios es amor: y el que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en
él.
[10] 1 Jn 4,
12.
[11] Jung,
C.G.: Símbolos de transformación, Trotta, Madrid, 2012, p. 78.
[13] Jung,
C.G.: nota 11, p. 91.
[14] Frankl,
V. E.: El hombre en busca de su sentido último, Paidós, Barcelona, 1999, p.51.
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