INDETERMINADA DEL INFINITO Y LA POESÍA
En anterior ocasión hablábamos
del antes y el después de lo que fue concluso, terminado, perfecto.
Interrogarse sobre el antes y el después de lo que está acabado o acabándose o
formándose, es necesariamente interrogarse sobre el infinito. Aquello que se conforma
para ser y estar en una estructura es objeto de conocimiento y de cultura.
Aquello que no puede delimitarse en pos de una cerrada disposición o armadura
definitivas, es una totalidad en movimiento que no concluye, pues es ella la
que dinamiza lo que quiere ser y estar como objeto o como libre configuración
del espíritu que alienta lo que nunca acaba, porque nunca tuvo comienzo. Es
aquel estado de gracia atribuible a lo genuinamente creativo y que Juan Ramón
Jiménez identificaba necesariamente con la poesía[1].
La
intuición genial del poeta de Moguer acierta casi de pleno con lo que la poesía
es desde su acepción etimológica primitiva: poiesis,
que no es otra cosa que la cualidad de la acción referida a la creación desde
el espíritu (la mente, el pensamiento) a la materia, pero siendo ésta –la
poesía- antes y después de esta última –la materia-. El infinito es enigma,
misterio inexcusablemente creativo. Si el infinito no tiene fin ni termino[2],
es una cualidad inherente a lo que es la potencia que posibilita el acto
mediante el que las cosas llegan a ser.
Mas
tampoco puede el infinito tener principio. Sobre todo si en él está el origen
indeterminado y potencial creativo de todas las cosas. Entendamos que este
concepto no es necesariamente el de infinito lógico matemático, del cual, por
cierto, ya hablaremos con posterioridad, sobre todo porque es susceptible de la
sutil diferenciación entre el infinito actual y el potencial.
La
poiesis tiene, a nuestro juicio, una
poderosa vinculación con el apeiron
(sin límites) del infinito, en tanto que es en él donde acontece lo que
sopesamos como cosa o entidad propia de ser medida y dada por consumada en
menor o mayor medida, con más o menos grado de perfección. Si toda cosa o es principio o precede de un
principio: pero no hay del infinito principio alguno, que sería su límite[3],
la poeisis, como indica su sufijo –sis (acción, creativa, añadimos
nosotros), es inicial y terminalmente imposible.
El
rasgo de su inagotabilidad es propio de la razón poética tanto como lo es del
propio infinito, ya que característica es precisamente la de corriente –vital- infinita[4]
inagotable de la que corriente infinita (o también una suerte de evolución creadora[5]
que no se agota y no empieza en lugar alguno, y podremos definir en virtud de
lo que de esta corriente conclusa podemos medir desde su inicio hasta el final
de su construcción. No sucede así con la poesis,
ya que participando de aquella inagotabilidad (o infinitud) no es abarcable
totalmente, pues está siempre en construcción, o mejor dicho, en proceso de
construir, de crear, de fluir o de ser en cualquier estado pensable o
impensable.
No
deja de parecernos harto sugerente a la altura de nuestro tiempo que las
visiones, concepciones e inquietudes intelectuales de Anaximandro y
Aristóteles, en tanto que son principios divinos, inmortales e
indestructibles, casen también con la
noción incipiente que estamos dando de la poesía y sus posibles relaciones con
el extraordinario y sugerente idea del infinito. Abundaremos más en profundidad
sobre esta y otras cuestiones en próximas entradas de este nuestro, vuestro
siempre, blog Ancile.
Francisco Acuyo
[1] Jiménez,
J. R.: El trabajo gustoso, Aguilar,
Madrid, 1961, p. 41.
[2]
Diccionario de la Real Academia, 23ª edición.
[3]
Aristóteles: Física, Gredos, Madrid, 2007.
[4] Nueva
referencia a Juan Ramón Jiménez, esta vez en relación a su Corriente infinita,
volumen que recoge buena parte de sus textos críticos y de evocación, véase La corriente infinita, Aguilar, Madrid,
1961.
[5] Analogía referida a aquella a la que Enri Bergson aludía en: La
Evolución Creadora, Espasa Calpe, Madrid, 1985.
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