LA POESÍA Y EL
INFINITO:
¿AL PRINCIPIO DEL FIN, O, AL FIN DEL PRINCIPIO?
La imaginación del infinito cabe
decir que no se reduce a un mero juego imaginativo (matemático o lógico). La lemniscata[1]
(de lemniscus, cinta colgante) que describe
las matemáticas del infinito, puede decirse que ha obsesionado por igual a
filósofos, teólogos, artistas, escritores…
Las relaciones con el caos y lo indeterminado (el apeiron o lo ilimitado e indefinido como principio u origen, el –arché- presocrático –de Anaximandro-), mantiene en
muchos momentos inquietantes relaciones con aspectos reconocibles de nuestra
realidad cotidiana: Aristóteles hablaba de la infinitud en las divisiones de
las magnitudes, del tiempo… y, en matemáticas, es una idea importantísima que se
contempla en relación a diversas parcelas de su importante disciplina, los números enteros, por ejemplo. El infinito
aristotélico[2] implica
lo incompleto, lo fragmentario, enfrentado a la nada, en tanto que fuera de lo
infinito es preciso que haya algo. Lo ilimitado es incompleto, y se muestra
evidente en que solo es completo lo que tiene fin.
A
raíz de estas reflexiones indagaba yo pensando (en fin, con la limitaciones disciplinares
y de conocimiento de poeta) en la extraordinaria fuerza expresiva –y poética-
del romance –también susceptible de encontrase en el cancionero- tradicional(es),
y todo ello en la característica fragmentariedad de tantos y singulares y
sugerentes casos recogidos en nuestro rico acervo romancístico[3].
Fragmentariedad que implica un fin abierto, e incluso un incierto principio. A
partir de aquí interrogaba lo siguiente: ¿El poema puede ser un fenómeno o un
artefacto literario no reconocible dentro de los parámetros genéricos de
nuestros estudios literarios, sobre todo a tenor de esa ruptura, por otra parte,
seguida fielmente hasta nuestros días por grandes poetas (y aun con la supuesta la
superación teórica de todos conocida en muchos aspectos argumentales), con la
poética aristotélica y su noción de fábula y unidad de acción, que exige que su
discurso sea entero, completo, con su principio, medio y fin [4]
y por tanto sujeto al límite de
dichos presupuestos. Mas ¿es ocasional ese carácter fragmentario en la poesía y
reducible a unos casos muy concretos, como es el de los romances –reconocible
también en nuestro cancionero tradicional-?
Al
margen de los estudios sobre géneros (abundantes y muy completos en algunos
casos) señalando o clasificando a la poesía como un género especial, diríase
que la infinitud está no solo en la
presunta fragmentariedad o final abierto o sin final, a veces incluso sin un principio claro de referencia, tan importante
para muchos poetas y estudiosos del fenómeno poético, puede parecer igualmente
incompleto por no hallarse referencias claramente objetivadas y, por tanto,
ajeno a alusiones de origen o principio.
Mas si seguimos indagando en otros aspectos también nos hace intuir que la
poesía es una forma de expresión artístico lingüística harto especial,
incluyendo el manejo desviado del lenguaje al uso común[5]
y que también tiene su función expresiva -e
impresiva, disculpen el extravagante apelativo, de la que hablaremos más adelante- y de la que dimos cuenta en algunos aspectos en otras ocasiones[6], al lector se le deja un margen de
interpretación tan amplio que muy bien puede tener tantas interpretaciones como
potenciales lectores.
La
poesía más genuina (según los más exigentes lectores e intérpretes, eximios
poetas muchos de ellos, véase a Juan Ramón Jiménez), viene a tener su fuente
más extraordinaria en la visión unitiva de los poetas místicos. Cuando San Juan
de la Cruz decía: Su origen no lo sé,
pues no lo tiene[7]
[…] acaso estaba ya planteando una singular y poética definición de infinito,
si es que el infinito es posible atrás y delante de lo que es completo y
limitado.
Cuando
Juan Ramón Jiménez distinguía la literatura[8]
(como algo concluido, cerrado, perfecto) de la poesía, lo venía a hacer
distinguiendo a esta última como expresión de lo inefable (es decir, inacabado,
indeterminado, abierto siempre), lo cual nos está proyectando a la idea del
infinito, cuya característica esencial, decíamos, es la de no realizarse
definitivamente nunca. Rasgo este de capital importancia en cualquier caso para
contrastar la naturaleza de la poesía en diferencia con otras artes de escritura,
si es que en verdad la poesía es: la
profundidad insondable, el sentimiento verdadero de lo que no tiene fondo[9].
Abundaremos sobre esta noción poética de infinito y su potencial parentesco con
la idea filosófica y matemática de infinito, eso será en nuevas entradas de
este blog Ancile.
Francisco Acuyo
[1] Símbolo
introducido por John Wallis y descrita
por el matemático Jakob Bernoulli.
[2] Aristóteles:
Física, Gredos, 2008.
[3] Menéndez
Pidal, Ramón: Flor nueva de Romances
viejos, Espasa Calpe, Madrid, 1985.
[4]
Aristóteles: Poética, Gredos, Madrid, 2010
[5]
Jakobson, R.: Lingüística y Poética,
Cátedra, Madrid 1981.
[6] Acuyo,
F.: en Ancile; Roman Jakobson: Sobre
lingüística y poética,: http://franciscoacuyo.blogspot.com.es/2010/10/roman-jakobson-sobre-linguistica-y.html
[7] San Juan
de la Cruz, Poesía,: Cantar del alma, Monte Carmelo, Burgos, 1951.
[8] Jiménez,
Juan Ramón El trabajo gustoso, Aguilar, 1961, p. 39.
Excelente 👌
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