jueves, 14 de junio de 2018

DE LA AMORALIDAD DE LA MUJER EN OTTO WEININGER A LA GUERRA DE SEXOS FINISECULAR


Para la sección, Microensayos, del blog Ancile, traemos el post que lleva por título: De la amoralidad de la mujer en Otto Weinnger a la guerra de de sexos finisecular, del filósofo Tomás Moreno.


De la amoralidad de la mujer en Otto Weinnger a la guerra de de sexos finisecular, Tomás Moreno





 DE LA AMORALIDAD DE LA MUJER EN OTTO WEININGER 

A LA GUERRA DE SEXOS FINISECULAR




De la amoralidad de la mujer en Otto Weinnger a la guerra de de sexos finisecular, Tomás Moreno



Otto Weininger (1880-1903), el joven pensador vienés, considera que el imperativo ético sólo podrá ser obedecido por los seres dotados de razón, de modo que no hay lugar para moralidad instintiva alguna. Y es que si la única moralidad posible se caracteriza por algo es precisamente por ser plenamente consciente (SYC, 222). Es coherente por ello que para Weininger lógica y ética estén estrechamente unidas. De ahí que sea muy importante (SYC, 150-151), averiguar si un individuo reconoce o no los axiomas como norma continua para sus juicios. Al dominar los principios de identidad y contradicción, el hombre puede mentir o decir la verdad y, en consecuencia, ser inmoral o moral, posibilidad de la cual carece la mujer por faltarle precisamente el criterio de verdad. Ello es lo que justifica que para Weininger la mujer no sea inmoral sino amoral (SYC, 152, 193, y 231).
            Concibe, por otra parte, a la mujer como un ser hipersexualizado. Así nos la retrata con total crudeza sin ningún tipo de contención o mesura:

“La mujer es sólo sexual, el hombre también sexual […]. Los puntos del cuerpo del hombre capaces de ser excitados sexualmente son poco numerosos y estrictamente localizados. En la mujer la sexualidad está extendida de modo difuso por todo el cuerpo, y todo contacto, cualquiera que sea el punto, la excita sexualmente. […] La mujer es sexual de modo permanente, el hombre tan solo de forma intermitente. […] La mujer no es otra cosa que sexualidad, porque es la sexualidad misma” (SYC, pp. 98-99, passim)

            Ante sus ojos, la mujer aparece, pues, como “completamente ocupada y absorbida por la sexualidad”, en tanto que el hombre se ocupa no sólo de ésta sino de otras muchas cuestiones: “la lucha, el juego, la sociabilidad y la buena mesa, la discusión y la ciencia, los negocios y la política, la religión y el arte”. El hecho de que el hombre, a diferencia de la mujer, sea sexual sólo intermitentemente y no constantemente, le permite separar psicológicamente la sexualidad del resto
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de sus actividades y tomar conciencia de ella (SYC, 97). Pero al ser la mujer sólo sexual, no nota su sexualidad, no es consciente de ella. Y concluye el joven Weininger: “Groseramente expresado, el hombre tiene un pene, pero la vagina tiene una mujer” (SYC, 99).
            Bajo la influencia de Lombroso[1] considera a la mujer carente de todo sentido ético. Ve –como apunta Erika Bornay- una relación entre lo delictivo y lo femenino, en el sentido de que, estando la mujer falta de esencia, revelándose como el “no-ser” y estando el “no” emparentado con la nada, la mujer es, como consecuencia, antimoral, puesto que “la afirmación de la nada es antimoral: es la necesidad de transformar lo que tiene forma en informe, en materia, es la necesidad del destruir”[2]. “Esto es –concluye Erika Bornay- lo que la convierte en un ser delictivo. Con la utilización del pretencioso envoltorio del discurso filosófico, Weininger intenta dar apariencia de verdad reflexionada a lo que es simplemente retórica de la misoginia y la sexofobia”[3]. Otros autores le secundaron: W. G. Summer, H. Spencer, C. Vogt, N. F. Cooke, etc., entre otros muchos.       Es de resaltar a este respecto –como nos recuerda Alicia H. Puleo-  un hecho notablemente significativo como es que estas manifestaciones extremas de misoginia de Otto Weininger “coinciden con un momento cúspide del sufragismo”, movimiento que el joven pensador vienés consideraba promovido por individuos intersexuales, “mujeres viriles que, con su iniciativa masculina, arrastraban al activismo a otras mujeres normales”[4].
            Todo ello pone absolutamente de relieve que el conflicto entre feministas y antifeministas no fue un simple pasatiempo mundano, ni una intrascendente anécdota, sino algo con raíces mucho más profundas y complejas. Pero no sólo pensadores y antropólogos y científicos sociales participaron en ese enfrentamiento. Contenida por entero en la materialidad de su cuerpo, la mujer del fin de siglo XIX también es percibida de nuevo como esa carne maldita que la Edad Media asimilaba al mal y  es por ello denostada por los escritores, artistas más afamados e ilustres de esta época A. H. Puleo, a quien seguimos en este punto, comentando el documentado estudio sobre el arte de fin de siglo de Bram. Dijkstra, nos señala que se trató de una “guerra contra la mujer”, suscitada por la imposibilidad de que ésta se plegara completamente al ideal de ángel del hogar de la primera mitad del XIX[5].
            En efecto, a finales del siglo XIX  la misoginia recupera su máxima virulencia pero, esta vez, su discurso ya no va a ser religioso. En una sociedad crecientemente secularizada, la ciencia asume el relevo y presta su apoyo al prejuicio sexista. En las últimas décadas de ese siglo y a principios del XX, el arte y la literatura multiplican las representaciones de la perversidad moral de la Mujer[6].  “Una sexualidad femenina –escribe Alicia H. Puleo-  amenazante se insinúa en la pintura, la escultura, la novela y la poesía. Las flores del mal baudelaireanas se abren y proliferan en la cultura de la época. Las Ménades y Salomé pueblan la fantasía de los artistas, los intelectuales y su público. La Mujer es representada una y mil veces como fuerza ciega de la Naturaleza, realidad seductora pero indiferenciada, ninfa insaciable, virgen equívoca, prostituta que vampiriza a los hombres, belleza reptiliana, primitiva y fatal”[7].
            En su obra Las hijas de Lilith, Erika Bornay[8] nos muestra exhaustivamente cómo va a emerger la figura femenina, de la mujer fatídica, la femme fatale en el arte y la literatura finiseculares. Su iconografía se enmarca preferentemente dentro de unos determinados movimientos artísticos y literarios vinculados a los grupos prerrafaelitas, simbolista y del Art Nouveau y a unos artistas como Dante Gabriel Rossetti, E. Burne-Jones, Gustave Moreau, Edvard Munch, Gustav Klimt, Aubrey Beardsley, Félicien Rops, Franz von Stuck, Jan Toorop, Fernand Khnopff. También escritores y
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literatos como Baudelaire A. Ch. Swinburne, J. K. Huysmans, J. Keats, Flaubert, Wilde, Sacher-Masoch contribuyen con sus escritos a esa demonización femenina.
            La mujer es representada en personajes de las mitologías paganas evocadores del mal (Venus, Pandora, Medea, Astarté Syriaca, Proserpina, Circe, Helena de Troya); o en personajes bíblicos también asociados al pecado y al mal (Eva, Salomé, Judith, Dalila); unas veces en forma de personajes literarios (Salambó, Lorelei, Sidonia von Bork, La Belle Dame Sans Merci) o históricos (Cleopatra, Mesalina, Lucrecia Borgia), otras a través de representaciones de mujeres caídas, prostitutas (Olimpia, Nana), de bellas atroces (La Esfinge, Medusa, Sirena, Harpía, Mujeres vampiros, murciélagos y alimañas) o, en fin, mediante figuras de seres andróginos, de mujeres serpiente o reptil, de mujeres diabólicas o animalizadas como la femme tentaculaire.
            Además de constituir una fuente de excitación y placer masculinos, estas imágenes serían un aviso de los peligros que, supuestamente, amenazan al varón decimonónico occidental: “razas inferiores”, “clases inferiores” y mujeres son percibidas como “naturaleza primitiva capaz de destruir la civilización”. La asimilación al mal de la mujer así como su irremediable perversidad dejará su huella en filósofos y pensadores posteriores muy ilustres y reconocidos, que atribuirán a las mujeres rasgos y características morales fundamentados sólo en el prejuicio o en la frívola e irresponsable improvisación. (Continuará con la segunda parte: La múltiple exclusión de las mujeres)

TOMÁS MORENO



[1] Escribió en colaboración con G. Ferrero celebrada obra: La donna delinquente, la prostituta e la donna normale, de 1893. En ella  Lombroso –muchos de cuyos datos serán la fuente de la que bebería la misoginia de Weininger- recoge la tesis de que la prostitución es la manifestación de la estructura criminal latente en la mujer. Establece en repetidas ocasiones una clara relación entre la mujer prostituta y la mujer criminal, si bien en la que él denomina “mujer normal” hay ya “molti caratteri che l’avvicinano al selvaggio, al fanciullo e quinde al criminale (irosità, vendetta, gelosía, vanità)” (op. cit. p. 112, en p. 87 de Erika Bornay). Insistirá en su obra sobre la peligrosidad que representa para la mujer la ausencia del sentimiento maternal “una mancanza dei sentimenti materni fa delle prostitute-nata le sorelle gemelle delle criminali-nati” (p. 274), característica que, como veremos más adelante, es un rasgo fundamental de la femme fatale, generalmente estéril. Sólo la mujer madre es moral, lema en Inglaterra de la lucha contra el control de natalidad.
[2] Erika Bornay, Las hijas de Lilith, op. cit, p. 86.
[3] Ibid., p. 87.
[4] Alicia H. Puleo,Mujer, sexualidad y mal en la filosofía contemporánea, op. cit. p. 171. Una lograda plasmación literaria de esta explicación biologicista del sufragismo es, según Alicia H. Puleo, la novela Las bostonianas de Henry James 
[5] Bram Dijkstra, Ídolos de perversidad. La imagen de la mujer en la cultura de fin de siglo, Debate, Madrid, 1994.
[6] A. H. Puleo, Mujer, sexualidad y mal en la filosofía contemporánea, op. cit., pp. 167-168, passim.
[7] Ibid., p. 167. Según A. H. Puleo, hoy este fenómeno de identificación de la mujer y de su sexualidad  con el mal pervive en la publicidad y en producciones cinematográficas, a menudo destinadas al consumo de masas. ¿A qué se debe esta asombrosa proliferación de representaciones de la amenazante sexualidad femenina? Distintas respuestas han sido dadas a este interrogante. Conviene observar, asimismo, advierte A. Puleo, “la proliferación de la mujer fatal en los anuncios publicitarios de Occidente. Se trata de una renovación de esta vieja imagen, ahora cibernética y adolescente. Ser perversa es la nueva propuesta del patriarcado a las jóvenes rebeldes. Parece, pues, pertinente, volver a examinar las conceptualizaciones de mujer, sexualidad y mal”.
[8] Erika Bornay, Las hijas de Lilith, op. cit., pp. 158-306.



De la amoralidad de la mujer en Otto Weinnger a la guerra de de sexos finisecular, Tomás Moreno


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