Bajo el título: Marie de Gournay: Adalid de la querelle des Femmes en el siglo XVII, ofrecemos un nuevo trabajo del profesor y filósofo Tomás Moreno, para la sección, Microensayos, del blog Ancile.
MARIE DE GOURNAY:
ADALID DE LA QUERELLE DES FEMMES EN EL SIGLO XVII
.
En la Europa del Mediterráneo, de mayoría católica, la Contrarreforma no apostará precisamente por la instrucción y educación
igualitaria de las mujeres en paridad con la impartida a los varones. Lo que se
propugna en ella es una especie de adoctrinamiento de las mujeres para su
edificación moral y espiritual, el cuidado de los hijos y de la familia, basado
en libros de formación cristiana como los escritos por Juan Luis Vives en 1524, De
institutione feminae christianae, unos veinte años antes de Trento, y por Fray Luis de León, La perfecta casada, en 1583, veinte después[1].
Michelle Perrot nos muestra, por su
parte, cómo en el siglo XVII las cosas relativas a la educación de las niñas y
jóvenes, y del acceso de la mujer a la cultura en general, van cambiando en
Francia. Es la época de los salones
parisinos; la marquesa de Rambouillet hizo de su famoso “salón azul” un lugar
de refinamiento de las costumbres y del lenguaje, punto de apoyo de las Preciosas que reivindican la escritura y
el hablar florido del que se burla Moliere
(1622-1673) en Las Preciosas ridículas de
1659[2]
y en Las mujeres sabias (1572).
Exponente
máximo de ese cambio es, sin duda alguna, Marie de Gournay (1565-1645)[3], amiga íntima y editora de Miguel
de Montaigne[4],
comprometida en “la querella de las mujeres”, precedente y sustrato de un pre-feminismo
innovador, que reivindicó con admirable determinación la igualdad y el derecho
a la educación de las mujeres[5],
continuando así la obra iniciada a principios del XV por una mujer tan valiente
y lúcida como Christine de Pizan, y la
de las españolas Teresa de Cartagena
(autora de “Arboleda de los enfermos”) e Isabel
de Villena (autora de “Vita Christi”), del mismo siglo, que también nos
dejaron sus testimonios a favor de la educación femenina, se rebelaron contra
su supuesta inferioridad y dejaron muy claro que la educación era un soporte
necesario para el progreso de las mujeres.
Fijémonos solamente en el texto, que reproducimos a continuación,
del inicio de la obra de Marie de Gournay Agravio de damas (1626), para comprobar cómo el espíritu
crítico y reivindicativo de su compatriota del XV, Christine de Pizan, se
mantuvo vivo y desafiante frente a la arrogancia masculina, más de dos siglos
después del escrito de aquella:
Feliz tú, lector, si no perteneces a ese sexo al que se niegan todos los
bienes al privarle de libertad, de la misma manera que se le niegan también las
virtudes, apartándolo de los cargos, los oficios y funciones públicas, en una
palabra excluyéndolo del poder en cuya moderación se forman la mayor parte de
las virtudes; para concederle como única felicidad, como virtudes soberanas y
únicas, la ignorancia, la servidumbre y la facultad de hacer el tonto si este
juego le place. Feliz también el que puede ser sabio sin crimen: tu condición
de hombre te concede, por la misma razón que se les priva a las mujeres,
cualquier acción de alto destino, cualquier juicio sublime y cualquier discurso
de exquisita especulación[6].
Apenas cincuenta
años separan a Marie de Gournay de un filósofo, compatriota suyo, tan relevante
en el tema que nos ocupa como François
Poullain de la Barre, autor del libro
De la igualdad de los sexos, discurso
físico y moral sobre la importancia de defenderse de los prejuicios (1673)[7]
en donde se atrevió a afirmar sin ambages, en el último tercio del siglo XVII,
la igualdad de los sexos y la identidad de aptitudes intelectuales de ambos,
siguiendo los pasos de su maestro Descartes, para quien “el espíritu no tiene
sexo”. Y en su tratado en forma dialogada, De la educación de las damas para la
formación del espíritu en las ciencias y en las costumbres[8], editado en París en 1674, uno de sus
personajes, Sofía, se preguntará si el espíritu humano, considerado en sí
mismo, es universal y capaz de toda suerte de conocimientos, para responder
afirmativamente, y postular la reivindicación de la igualdad de derechos para
la mujer, así como la necesidad de impulsar la fundación de centros de
educación femenina. Su propuesta pedagógica sienta las bases para una posible
programación educativa igualitaria y universal para ambos sexos sin distinción[9]. (Cont.)
TOMAS
MORENO
[1] Así describe el fraile poeta el ideal doméstico,
modesto y sumiso de la mujer cristiana
“Su andar ha de ser en su casa y […] ha de estar presente siempre en
todos los rincones della. […] Sus pies
son para rodear sus rincones no para rodear los campos y las calles” (La Perfecta casada).
[2] Sobre “la querelle des femmes” vid. Oliva Blanco
Corujo, “La querelle feminista en el siglo XVII”, en Celia Amorós (ed.), Actas del Seminario permanente “Feminismo e
Ilustración”, 1989-1992, Madrid, Universidad Complutense, pp. 73-84.
[3] Marie de Gournay
(1565-1645) participó en la querella de
las mujeres con obras como Igualdad de
hombres y mujeres) (1622) y su Agravio
de damas (1626). Reflexionó sobre los mismos aspectos que Christine de
Pizan. Vivió en París, era de origen noble y dedicó su vida al estudio, lectura
y escritura. Amiga y admiradora de Montaigne, editó y prologó numerosas
versiones de los Ensayos. Vid. Montaigne, Ensayos completos, tres tomos, traducción de Juan G. de Luaces, Orbis,
Barcelona, 1984.
[4] En el fragmento final de su ensayo “De la Presunción” el autor de los Essais escribe: “Con placer he publicado
en varios lugares la esperanza que tengo en Marie de Gournay le Jars, mi hija
de alianza, y por la que siento ciertamente un afecto mucho más que paternal, y
a la que guardo en mi retiro y soledad como una de las mejores partes de mi propio ser. No me queda más que ella en el
mundo […] El juicio que hizo de los primeros Ensayos siendo mujer y de este siglo, y tan joven y tan sola en su
región, y la famosa vehemencia con la que me amó y deseó largo tiempo por la
sola estima que me profesó antes de haberme visto son un hecho muy digno de
consideración”.
[5] En
ese empeño, y en la misma línea de Marie de Gournay, merece citarse también la
obra de la alemana, afincada en Holanda, Anna María Von Schurmann, que llegó a
obtener el grado universitario de doctora y que escribió: De capacítate ingenii mulieris ad sciencias (1638), en la que trata
de demostrar que las mujeres tienen las mismas capacidades que los varones para
dedicarse al estudio de las distintas ciencias y a desempeñar oficios y empleos
similares a los de ellos.
[6] Marie de Gournay,
Escritos sobre la igualdad y en defensa de las mujeres, edición de
Monserrat Cabré i Pairet y Esther Rubio Herráez, Consejo Superior de
Investigaciones Científicas, Madrid, 2014. Incluye, ente otros escritos, I. Igualdad de los hombres y las mujeres y
II. Agravio de damas. Sobre su pensamiento véase Mercé Otero.
“Christine de Pizan y Marie de Gournay. Las mujeres excelentes y la excelencia
de las mujeres”, en R. M. Rodríguez Magda, Mujeres
en la historia del pensamiento, Barcelona, Anthropos, 1997.
[8] Poulain de la Barre, De la educación
de las damas para la formación del espíritu en las ciencias y en las costumbres.
Introducción, traducción y notas de Ana
Amorós, Cátedra, Madrid, 1993. Véase la “Presentación” de Celia Amorós.
[9]Sorprende la defensa que hace Marie de Gournay de
la igualdad femenina así como su explícita reivindicación de educación para las
mujeres con la actitud de su mentor y
amigo, Michel de Montaigne, para quien la “mucha ciencia” y educación “es arma
peligrosa que entorpece y perjudica a su dueño cuando está en mano débil e
ignorante de su uso. […] Puede que sea este el motivo por el que ni nosotros ni
la teología exijamos mucha ciencia a las mujeres”, recordando seguidamente las
palabras del duque de Bretaña cuando al ser preguntado si deseaba casarse con
una mujer como Isabel, infanta de Escocia, joven sencilla y sin apenas
instrucción alguna, respondió que prefería una mujer sencilla y sin letras a
una cultivada y “que una mujer era
bastante sabia cuando sabía distinguir la camisa del jubón de su marido”
(“Del magisterio”). En otro “ensayo” (“Del amor de los padres por los hijos”)
escribe: “Pues no teniendo bastante capacidad de juicio para escoger y abrazar
aquello que lo merece, [las mujeres] déjanse llevar de buen grado sólo por las
impresiones de la naturaleza, como los animales que sólo conocen a sus crías
mientras las amamantan”.
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