La apropiación femenina del discurso ilustrado. El femeninsimo de la primera ola, es el título del post nuevo para la sección, Microensayos, del blog Ancile, trabajo del profesor Tomás Moreno que recomendamos vivamente a los interesados en la historia de la misoginia.
LA APROPIACIÓN FEMENINA
DEL DISCURSO ILUSTRADO.
EL FEMINISMO DE LA
PRIMERA OLA
Escribía A. Valcárcel en un lúcido ensayo,
que “el feminismo es un hijo no querido de la Ilustración”[1].
Si tuviésemos que sintetizar la
situación de la mujer en la Ilustración, tendríamos que advertir y subrayar una
llamativa contradicción entre la posición y el rol asignados a la mujer en la
sociedad de la época y los nuevos ideales de igualdad, proclamados para todos
los seres humanos por la ideología Ilustrada. La posesión por parte de cada ser
humano de la razón, y la afirmación, por principio, de la igualdad de derechos
para todos los hombres –núcleo de las ideas ilustradas- tuvo indudablemente un
significado liberador respecto a los privilegios y las desigualdades del
antiguo régimen y fue inevitable que también las mujeres los reivindicasen,
como de hecho lo hicieron.
Sin embargo, paradójicamente, la “Declaración
de los derechos” de 1789 va a excluir a la mujer de la ciudadanía –de los
derechos de ciudadanía- y, lamentablemente, la época de la Ilustración y de la
Revolución Francesa asistirá casi imperturbable a la condena a muerte en la
guillotina de una mujer, Olympe de
Gouges. Olympe no sólo criticó políticamente a Marat y se opuso a
Robespierre, el genio perverso de los extremistas
jacobinos, sino que en su obra
encontramos, además, la unión de
anti-esclavismo y feminismo. Abogó, por una
parte, por la liberación de los esclavos negros de las colonias francesas del
Caribe, en su obra teatral L’esclavage
des Noirs, y se atrevió, por la
otra, a afirmar y apoyar los derechos
de las mujeres en su famosa Declaración de los Derechos
de la mujer y la ciudadana. Su publicación y el haber escrito algunos pliegos defendiendo al rey, la llevaron al
patíbulo en el año del Terror, el 4 de noviembre de 1793. Antes de ser decapitada había escrito en aquella: “Si la
mujer tiene derecho de subir al cadalso, también ha de concedérsele el derecho
de subirse a hablar a la tribuna pública”. Mme.
Roland[2]
y T.
de
Méricourt[3], también mujeres y
revolucionarias, fueron asimismo víctimas de la incontrolable furia
revolucionaria.
A
excepción de muy pocos pensadores de los siglos XVII y XVIII, como los ya
aludidos Poullain de la Barre y Condorcet[4]
y algún otro, que se hicieron paladines de los derechos de las mujeres, la
mayor parte de los filósofos Ilustrados –desde Rousseau, Diderot, Helvetius, D’Holbach hasta Voltaire, Jaucourt, Barthez o Chaderlos de Laclos- estuvo en una posición paradójica al
reconocer teóricamente la igualdad de todos los seres humanos y, al mismo
tiempo, negarla en la práctica a la mitad del género humano perteneciente al
otro sexo, al femenino. Para Concepción Roldán, la Ilustración al enfrentarse a la llamada
“cuestión de género”, “justificó sin cuestionarlo el orden establecido, el cual
reducía a las mujeres a las tareas domésticas en el ámbito privado, oficiando
como máquinas reproductoras y propiciando que el varón se dedicase a tareas más
elevadas y a la participación en la vida pública. Hubo, no obstante, un
movimiento de defensa de las mujeres conocido como querelle des femmes por ósmosis con el más pujante movimiento
francés”[5].
Por su parte, Celia Amorós nos ha mostrado, en
diversos escritos, cómo el contrato social será seccionado por la Modernidad en
dos partes bien diferenciadas: el espacio
político (público, convencional) y la
familia (espacio privado, natural), primando la esfera pública y
considerando irrelevante la esfera privada. A pesar del creciente proceso de
secularización y racionalización ilustrada, las mujeres continuaban condenadas
a “permanecer bajo el conveniente dominio del varón y asumir las tareas
domésticas”[6]. Con el establecimiento de la Revolución Francesa las mujeres
radicalizarán el discurso revolucionario. Aunque del tema ya hemos tratado
anteriormente, no es ocioso considerar cómo en pocas palabras refleja
perfectamente la situación nuestra
filósofa y pensadora feminista:
Los jacobinos, bajo la influencia de
Rousseau excluían a las mujeres “por naturaleza” de la ciudadanía. Ellas los
interpelaban autodesignándose como “el Tercer Estado dentro del Tercer estado”
y poniendo de manifiesto la incoherencia patriarcal al excluir de la ciudadanía
a las mujeres[7].
Mujeres reclamantes
de los Cahiers de Doléances[8],
como las que aparecen en la antología de Alicia
Puleo, teóricas políticas de la talla de Olympe de Gouges, la autora de Los Derechos de la mujer y la ciudadana,
condenada a la guillotina por Robespierre, así como varones pro-feministas como
el marqués de Condorcet, estimaron que esta exclusión era discriminatoria:
Hombre […]
¿quién te ha dado el soberano poder de oprimir a mi sexo?... Sólo el hombre se
fabricó la chapuza de un principio de esta excepción… quiere mandar como un
déspota sobre un sexo que recibió todas las facultades intelectuales y pretende
gozar de la revolución y reclamar sus derechos a la igualdad, para decirlo de
una vez por todas[9].
En
definitiva, “las grandes construcciones teóricas de la Modernidad dejaron fuera
a la mujer como sujeto de discurso y de derechos sociales”, nos recuerda Rosa María Rodríguez Magda. La ausencia
de la mujer en la modernidad se consuma de forma desigual en los diversos
frentes. El hecho, necesario para solventar la engañosa universalidad del
término “hombre”, tuvo, como sabemos, consecuencias funestas: disolución en
1793 del Club de Republicanas
Revolucionarias, prohibición de asociarse y de ejercer los derechos
políticos, generalizada a todas las mujeres, detención de su presidenta, Claire Lacombe, y ejecución en la
guillotina de Olympe de Gouges [10].
Como
ya señalábamos en un epígrafe anterior[11] en
palabras de Cristina Molina Petit,
la Ilustración no cumplió sus promesas (universalizadoras y emancipatorias)
para las mujeres, sino que en vez de propiciar y facilitar su emancipación
exigió incluso su propio sacrificio: “sin la Sofía doméstica y servil no podría
existir el Emilio libre y autónomo” [12].
En este sentido, la profesora Celia
Amorós concluirá con toda razón que “desde esta perspectiva la crítica
anticolonialista y la crítica feminista vendrían a converger en tanto que
asumidas como críticas inmanentes a la incoherencia del discurso ilustrado”[13].
(cont.)
TOMÁS MORENO
[1]
Amelia Valcárcel, “La memoria colectiva y los retos del feminismo”, en Amelia
Valcárcel, Mª Dolors Renau, Rosalía Romero (eds.) Los desafíos del feminismo ante el siglo XXI, Hypatia, Instituto
Andaluz de la Mujer, 2000, p. 020.
[2]Aunque por motivos diferentes (por oponerse a Robespierre) el mismo mes de
noviembre de 1793, fue también guillotinada Mme. Manon Roland, intelectual
dotada y personaje clave en el partido de los moderados de la Gironda. Frecuentó
las tertulias de la misma forma en que la Mericourt recorrió las calles, y a
través de sus escritos apostó claramente por la política revolucionaria y
democrática tanto oralmente como a través de sus escritos. “Me consideran lo bastante digna para compartir el destino de los grandes
hombres que ustedes han asesinado”, les dijo a los jueces”. Y ya en el patíbulo
pronunció una frase que se hizo célebre: “¡Oh, libertad! ¡Cuántos crímenes se
cometen en tu nombre!”.
[3] Thèroigne de Mericourt, fundó el Club de las Amigas de la Ley, uno de los
más revolucionarios. Su vida estuvo rodeada de leyendas que no pudieron
probarse, pero que fueron relatadas por Lamartine y Baudelaire. En 1870 fue
acusada de intentar asesinar a la reina, pero finalmente se la puso en
libertad. No acabó guillotinada, como sus compañeras de lucha, porque fue
encerrada en el manicomio de La Salpretiêre, donde murió en 1817 tras diez años
de reclusión.
[4]
Para toda esta temática de la posición de los ilustrados ante la cuestión de
los derechos de las mujeres véase Alicia Puleo (Edición) La Ilustración olvidada: la polémica de los sexos en el siglo XVIII,
op. cit. En esta antología, a la que ya aludimos, se pone de manifiesto que, en lo que se refiere a la mujer habría
habido dos Ilustraciones: una hegemónica, representada por Rousseau y Kant que
excluía a la mujer de la ciudadanía y la relegaba al ámbito privado de la
familia, la vida doméstica familiar y la maternidad. Y otra, ocultada e ignorada por una cultura patriarcal dominante, que las
excluyó del Pacto social (Cf. Carol Pateman, El contrato sexual, Anthropos, Barcelona, 1995)- representada por
autores como Poullain de la Barre, M.
Wollstonecraft, Condorcet, Olympe de Gouges, Montesquieu, Madame D’Epinay,
Madame De Lambert y otros, que hundía sus raíces en el racionalismo cartesiano
del XVII y el Enciclopedismo del XVIII y
que culminará en los clubes de ciudadanas y en las exigencias de igualdad entre
hombres y mujeres postuladas por la Revolución francesa.
[5]
Concepción Roldán “Mujer y Razón Práctica en la Ilustración Alemana”, en Alicia H. Puleo (Ed.) El reto
de la Igualdad, op. cit., pp. 221 y ss.
[6] Celia Amorós “El
legado de la Ilustración: de las iguales a las idénticas”, en Alicia H. Puleo
(Ed.) El reto de la igualdad op. cit.,
p. 226.
[8] Son los Cuadernos
de quejas, escritos en los que los diversos estamentos expresaban sus
quejas, peticiones y reclamaciones ante los Estados Generales. Las mujeres
reclamaron su derecho a la educación, la supresión de leyes discriminatorias
contra ellas e incluso su derecho a la representación política
[9] Alicia H. Puleo (Edición), La Ilustración olvidada, La polémica de los sexos en el
siglo XVIII, op. cit., pp. 154-155.
[10] R.
M. Rodríguez Magda, El Placer del
simulacro. Mujer, razón y erotismo, op. cit., pp. 74-79, passim.
[13] Celia Amorós,
“El legado de la Ilustración: de las iguales a las idénticas”, en El
reto de la igualdad de Alicia H. Puleo, op. cit. p. 45
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