miércoles, 17 de octubre de 2018

LA APROPIACIÓN FEMENINA DEL DISCURSO ILUSTRADO. EL FEMINISMO DE LA PRIMERA OLA


La apropiación femenina del discurso ilustrado. El femeninsimo de la primera ola, es el título del post nuevo para la sección, Microensayos, del blog Ancile, trabajo del profesor Tomás Moreno que recomendamos vivamente a los interesados en la historia de la misoginia.


La apropiación femenina del discurso ilustrado. El femeninsimo de la primera ola, Tomás Moreno


LA APROPIACIÓN FEMENINA 

DEL DISCURSO ILUSTRADO. 

EL FEMINISMO DE LA PRIMERA OLA


La apropiación femenina del discurso ilustrado. El femeninsimo de la primera ola, Tomás Moreno


 Escribía A. Valcárcel en un lúcido ensayo,  que “el feminismo es un hijo no querido de la Ilustración”[1]. Si tuviésemos que sintetizar la situación de la mujer en la Ilustración, tendríamos que advertir y subrayar una llamativa contradicción entre la posición y el rol asignados a la mujer en la sociedad de la época y los nuevos ideales de igualdad, proclamados para todos los seres humanos por la ideología Ilustrada. La posesión por parte de cada ser humano de la razón, y la afirmación, por principio, de la igualdad de derechos para todos los hombres –núcleo de las ideas ilustradas- tuvo indudablemente un significado liberador respecto a los privilegios y las desigualdades del antiguo régimen y fue inevitable que también las mujeres los reivindicasen, como de hecho lo hicieron.
            Sin embargo, paradójicamente, la “Declaración de los derechos” de 1789 va a excluir a la mujer de la ciudadanía –de los derechos de ciudadanía- y, lamentablemente, la época de la Ilustración y de la Revolución Francesa asistirá casi imperturbable a la condena a muerte en la guillotina de una mujer, Olympe de Gouges. Olympe no sólo criticó políticamente a Marat y se opuso a Robespierre, el genio perverso de los extremistas jacobinos, sino que  en su obra encontramos, además, la unión de
La apropiación femenina del discurso ilustrado. El femeninsimo de la primera ola, Tomás Moreno
anti-esclavismo y feminismo. Abogó, por una parte, por la liberación de los esclavos negros de las colonias francesas del Caribe, en su obra teatral L’esclavage des Noirs, y  se atrevió, por la otra, a afirmar y apoyar los derechos de las mujeres en su famosa Declaración de los Derechos de la mujer y la ciudadana. Su publicación y el haber escrito algunos pliegos defendiendo al rey, la llevaron al patíbulo en el año del Terror, el 4 de noviembre de 1793. Antes de ser decapitada había escrito en aquella: “Si la mujer tiene derecho de subir al cadalso, también ha de concedérsele el derecho de subirse a hablar a la tribuna pública”. Mme. Roland[2] y  T. de Méricourt[3], también  mujeres y revolucionarias, fueron asimismo víctimas de la incontrolable furia revolucionaria.
             A excepción de muy pocos pensadores de los siglos XVII y XVIII, como los ya aludidos Poullain de la Barre y Condorcet[4] y algún otro, que se hicieron paladines de los derechos de las mujeres, la mayor parte de los filósofos Ilustrados –desde Rousseau, Diderot, Helvetius, D’Holbach hasta Voltaire, Jaucourt, Barthez o Chaderlos de Laclos- estuvo en una posición paradójica al reconocer teóricamente la igualdad de todos los seres humanos y, al mismo tiempo, negarla en la práctica a la mitad del género humano perteneciente al otro sexo, al femenino. Para Concepción Roldán, la Ilustración al enfrentarse a la llamada “cuestión de género”, “justificó sin cuestionarlo el orden establecido, el cual reducía a las mujeres a las tareas domésticas en el ámbito privado, oficiando como máquinas reproductoras y propiciando que el varón se dedicase a tareas más elevadas y a la participación en la vida pública. Hubo, no obstante, un movimiento de defensa de las mujeres conocido como querelle des femmes por ósmosis con el más pujante movimiento francés”[5].
            Por su parte, Celia Amorós nos ha mostrado, en diversos escritos, cómo el contrato social será seccionado por la Modernidad en dos partes bien diferenciadas: el espacio político (público, convencional) y la familia (espacio privado, natural), primando la esfera pública y considerando irrelevante la esfera privada. A pesar del creciente proceso de secularización y racionalización ilustrada, las mujeres continuaban condenadas a “permanecer bajo el conveniente dominio del varón y asumir las tareas domésticas”[6]. Con el establecimiento de la Revolución Francesa las mujeres radicalizarán el discurso revolucionario. Aunque del tema ya hemos tratado anteriormente, no es ocioso considerar cómo en pocas palabras refleja perfectamente la situación nuestra filósofa y pensadora feminista:

Los jacobinos, bajo la influencia de Rousseau excluían a las mujeres “por naturaleza” de la ciudadanía. Ellas los interpelaban autodesignándose como “el Tercer Estado dentro del Tercer estado” y poniendo de manifiesto la incoherencia patriarcal al excluir de la ciudadanía a las mujeres[7].

La apropiación femenina del discurso ilustrado. El femeninsimo de la primera ola, Tomás Moreno            Mujeres reclamantes de los Cahiers de Doléances[8], como las que aparecen en la antología de Alicia Puleo, teóricas políticas de la talla de Olympe de Gouges, la autora de Los Derechos de la mujer y la ciudadana, condenada a la guillotina por Robespierre, así como varones pro-feministas como el marqués de Condorcet, estimaron que esta exclusión era discriminatoria:

Hombre […] ¿quién te ha dado el soberano poder de oprimir a mi sexo?... Sólo el hombre se fabricó la chapuza de un principio de esta excepción… quiere mandar como un déspota sobre un sexo que recibió todas las facultades intelectuales y pretende gozar de la revolución y reclamar sus derechos a la igualdad, para decirlo de una vez por todas[9].

            En definitiva, “las grandes construcciones teóricas de la Modernidad dejaron fuera a la mujer como sujeto de discurso y de derechos sociales”, nos recuerda Rosa María Rodríguez Magda. La ausencia de la mujer en la modernidad se consuma de forma desigual en los diversos frentes. El hecho, necesario para solventar la engañosa universalidad del término “hombre”, tuvo, como sabemos, consecuencias funestas: disolución en 1793 del Club de Republicanas Revolucionarias, prohibición de asociarse y de ejercer los derechos políticos, generalizada a todas las mujeres, detención de su presidenta, Claire Lacombe, y ejecución en la guillotina de Olympe de Gouges [10].
            Como ya señalábamos en un epígrafe anterior[11]  en  palabras de Cristina Molina Petit, la Ilustración no cumplió sus promesas (universalizadoras y emancipatorias) para las mujeres, sino que en vez de propiciar y facilitar su emancipación exigió incluso su propio sacrificio: “sin la Sofía doméstica y servil no podría existir el Emilio libre y autónomo” [12]. En este sentido, la profesora Celia Amorós concluirá con toda razón que “desde esta perspectiva la crítica anticolonialista y la crítica feminista vendrían a converger en tanto que asumidas como críticas inmanentes a la incoherencia del discurso ilustrado”[13]. (cont.)

TOMÁS MORENO






[1] Amelia Valcárcel, “La memoria colectiva y los retos del feminismo”, en Amelia Valcárcel, Mª Dolors Renau, Rosalía Romero (eds.) Los desafíos del feminismo ante el siglo XXI, Hypatia, Instituto Andaluz de la Mujer, 2000, p. 020.
[2]Aunque por motivos diferentes (por oponerse a Robespierre) el mismo mes de noviembre de 1793, fue también guillotinada Mme. Manon Roland, intelectual dotada y personaje clave en el partido de los moderados de la Gironda. Frecuentó las tertulias de la misma forma en que la Mericourt recorrió las calles, y a través de sus escritos apostó claramente por la política revolucionaria y democrática tanto oralmente como a través de sus escritos. “Me consideran lo bastante digna para compartir el destino de los grandes hombres que ustedes han asesinado”, les dijo a los jueces”. Y ya en el patíbulo pronunció una frase que se hizo célebre: “¡Oh, libertad! ¡Cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”.  
[3] Thèroigne de Mericourt, fundó el Club de las Amigas de la Ley, uno de los más revolucionarios. Su vida estuvo rodeada de leyendas que no pudieron probarse, pero que fueron relatadas por Lamartine y Baudelaire. En 1870 fue acusada de intentar asesinar a la reina, pero finalmente se la puso en libertad. No acabó guillotinada, como sus compañeras de lucha, porque fue encerrada en el manicomio de La Salpretiêre, donde murió en 1817 tras diez años de reclusión.
[4] Para toda esta temática de la posición de los ilustrados ante la cuestión de los derechos de las mujeres véase Alicia Puleo (Edición) La Ilustración olvidada: la polémica de los sexos en el siglo XVIII, op. cit. En esta antología, a la que ya aludimos, se pone de manifiesto que, en lo que se refiere a la mujer habría habido dos Ilustraciones: una hegemónica, representada por Rousseau y Kant que excluía a la mujer de la ciudadanía y la relegaba al ámbito privado de la familia, la vida doméstica familiar y la maternidad. Y otra, ocultada e ignorada por una cultura patriarcal dominante, que las excluyó del Pacto social (Cf. Carol Pateman, El contrato sexual, Anthropos, Barcelona, 1995)- representada por autores como Poullain de la Barre, M. Wollstonecraft, Condorcet, Olympe de Gouges, Montesquieu, Madame D’Epinay, Madame De Lambert y otros, que hundía sus raíces en el racionalismo cartesiano del XVII y  el Enciclopedismo del XVIII y que culminará en los clubes de ciudadanas y en las exigencias de igualdad entre hombres y mujeres postuladas por la Revolución francesa.
[5] Concepción Roldán “Mujer y Razón Práctica en la Ilustración Alemana”,  en Alicia H. Puleo (Ed.)  El reto de la Igualdad, op. cit., pp. 221 y ss.
[6] Celia Amorós “El legado de la Ilustración: de las iguales a las idénticas”, en Alicia H. Puleo (Ed.) El reto de la igualdad op. cit., p. 226.
[7] Ibid., pp. 45-58 passim.
[8] Son los Cuadernos de quejas, escritos en los que los diversos estamentos expresaban sus quejas, peticiones y reclamaciones ante los Estados Generales. Las mujeres reclamaron su derecho a la educación, la supresión de leyes discriminatorias contra ellas e incluso su derecho a la representación política
[9] Alicia H. Puleo (Edición), La Ilustración olvidada, La polémica de los sexos en el siglo XVIII,  op. cit., pp. 154-155.  
[10] R. M. Rodríguez Magda, El Placer del simulacro. Mujer, razón y erotismo, op. cit.,  pp. 74-79, passim. 
[11] Véase el epígrafe 3.3. “Ilustración y moralidad femenina”, de este ensayo.
[12] Cristina Molina Petit, Dialéctica feminista de la Ilustración, Anthropos, Barcelona, 1994.
[13] Celia Amorós, “El legado de la Ilustración: de las iguales a las idénticas”,  en El reto de la igualdad de Alicia H. Puleo, op. cit. p. 45  




La apropiación femenina del discurso ilustrado. El femeninsimo de la primera ola, Tomás Moreno

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