lunes, 15 de octubre de 2018

ENMANUEL KANT: LAS MUJERES EN LA “ANTESALA DE LA MORAL” Y SU RECLUSIÓN EN LO PRIVADO

En este nuevo post del blog Ancile, para su sección Microensayos del profesor Tomás Moreno, traemos una nueva referencia histórica a la misoginia, esta vez con el título: Enmanuel Kant: Las mujeres en la antesala de la moral y su reclusión en lo privado.



Enmanuel Kant: Las mujeres en la antesala de la moral y su reclusión en lo privado. Tomás Moreno



ENMANUEL KANT: LAS MUJERES 

EN LA “ANTESALA DE LA MORAL”

Y SU RECLUSIÓN EN LO PRIVADO


Enmanuel Kant: Las mujeres en la antesala de la moral y su reclusión en lo privado. Tomás Moreno


Por su parte, Kant seguirá, a pesar de sus formas más refinadas, la misma argumentación que Rousseau y, por eso, llega el filósofo alemán a postular también la exclusión femenina del ámbito político. Para Kant sólo el que tiene derecho a voto puede ser llamado ciudadano. La única cualidad exigida por ello, aparte de la cualidad natural (no ser niño ni mujer), es  que uno sea su propio señor y, por tanto, que tenga alguna propiedad que le mantenga.  Ahora bien: únicamente el hombre -ya sea marido, padre, señor de la casa- puede ser propietario. La mujer no puede gozar de los mismos derechos de propiedad que el hombre. Su dependencia sobre todo económica -como la de los niños y algunos hombres, el mozo de cuadra, el siervo, el pupilo, los criados, los asalariados que dependen de un amo, empleador o del mandato de los demás- produce la falta de autonomía o personalidad civil, que la inhabilita para ser ciudadana activa de pleno derecho, para tener derecho al voto o participar en la legislación del Estado. Imposible fundamentar más gratuita e injustificadamente la desigualdad jurídica y social, no solamente de la mitad del género humano, sino también, como hemos visto, de todo individuo que carezca de propiedades y que reciba un sueldo o un salario. 
Enmanuel Kant: Las mujeres en la antesala de la moral y su reclusión en lo privado. Tomás Moreno

                Por consiguiente, como nos recuerda Rosa María Rodríguez Magda, “el término ciudadano no es una globalidad unívoca adjudicable a todo ser humano por el hecho de serlo”. Es preciso señalar, además, que Kant distinguía entre ciudadanos activos (los varones, éstos sí de pleno derecho) y ciudadanos pasivos (las mujeres y los niños) y que estos últimos poseían realidad moral-jurídica, pero no eran capaces de participar efectivamente en la legislación del Estado. Así, a la vez que se instituían los elementos universales de la ciudadanía, quedaba legitimada la minoría de edad de más de la mitad de la misma, recluida en una potencialidad privada e inoperante. Mal comienzo, concluía la filósofa valenciana, en una modernidad cuyo principal baluarte va a ser la gestión racional del espacio público[1]. Se inhabilita primero a la mujer como sujeto ético, como ya vimos, para después excluirla como sujeto político del ámbito de la ciudadanía:

La mujer es declarada civilmente incapaz a todas las edades, siendo el marido su cuidador, tutor natural; puesto que, si bien la mujer tiene por naturaleza de su género capacidad suficiente para representarse a sí misma, lo cierto es que, como no conviene a su sexo ir a la guerra, tampoco puede defender personalmente sus derechos, ni llevar negocios civiles por sí misma, sino sólo por un representante (A S P, 209).
               
                En conclusión, su prioritaria atención a la vida y a la singularidad de los seres vivientes; su incapacidad para acceder a la abstracción de los principios morales universales y, en consecuencia, para autolegislarse moralmente  y dotar a sus acciones de verdadero sentido ético (prerrogativas exclusivas de los varones); su relegación a la privacidad de lo doméstico; su cosificación como mero objeto sexual,  y, en fin, su infantilización y permanente minoría de edad injustamente impuestas[2] -que la descalifican para perseguir por sí mismas fin alguno- obligan a las mujeres no sólo a permanecer, como diría C. Roldán, en la “antesala de la moral”, sino que, además, les impide emanciparse de sus “tutores naturales” o representantes varones[3], excluyéndolas del acceso a la categoría de ciudadanas e incapacitándolas para la participación política. Sólo a ellos, a los varones, les corresponde las prerrogativas de autolegislarse moralmente y de participar activamente en la vida de la Polis: “el bello sexo” queda relegado a la asunción de la heteronomía que por definición las incapacita para dotar de verdadero sentido ético a sus acciones, y por ende, para la participación política.
           
Enmanuel Kant: Las mujeres en la antesala de la moral y su reclusión en lo privado. Tomás Moreno
Con ello, Kant está, en realidad, legitimando teóricamente un sistema de desigualdad instaurado por una parte de la humanidad (la masculina) en perjuicio  de la otra (la femenina). Los ideales de la Ilustración, en cuanto que afirmaban los principios de la libertad y de la igualdad para todos los hombres, deberían haber tenido un significado liberador también para las mujeres, pero Kant no saco las conclusiones que hubiera debido sacar de ellos. Al contrario, relegó a las mujeres a una ciudadanía a medias y a una dependencia sustancial de los demás (varones), manteniendo así al "sexo débil" en un estado de minoridad civil, algo incompatible con la plena dignidad del ser humano, la que él mismo convirtiera en principal “divisa de la Ilustración” en su famoso ensayo de 1784 Algunos suelen disculpar las incoherencias kantianas por ser “hijo de su tiempo” y es obvio que Kant lo era y que, en consecuencia, en su conceptualización e imagen de la mujer se resiente de los tópicos misóginos de su época, por lo que sería, efectivamente, un anacronismo juzgarlos desde nuestros parámetros actuales.
            A pesar de ello, no puede olvidarse que por la misma época que Kant está publicando sus Críticas, su Metafísica de las costumbres y su Antropología, Mary Wollstonecraft, conquistada por los ideales de la Ilustración, era capaz de publicar su Vindicación de los derechos de la mujer y de la ciudadana (1792) y otros pensadores alemanes coetáneos, igualmente implicados en ese contexto histórico-social, tuvieron posiciones mucho más igualitarias y favorables a las mujeres que las sostenidas por el ilustrado filósofo de Könisgsberg. En su filosofía Kant tenía, sin duda, todas las claves para haberse convertido en el pensador adalid de la igualdad de las mujeres, como sostiene con toda razón C. Roldán[4], pero no supo dar ese paso, que hubiera sido lo más lógico y coherente[5].
                Solamente Condorcet es, entre los filósofos de la Ilustración -además de las pensadoras feministas antes aludidas Olympe de Gouges y Mary Wollstonecraft- quien, en el último cuarto del siglo XVIII, se tomará al pie de la letra el auténtico espíritu de las luces. Si un solo individuo fuese privado de sus derechos, el principio universal de la igualdad de los hombres perdería todo su valor: “O bien ningún individuo de la especie humana tiene verdaderos derechos, o bien todos tienen los mismos derechos; y quien vota contra el derecho del otro, sea cual fuere su religión, su color o su sexo, reniega en ese mismo momento de los suyos”. Igualdad de los derechos fundados en la naturaleza, igualdad en la “instrucción”, son las causas que, en una República en la que se supone que “todos” los ciudadanos gozan de los mismos derechos, fundamenta la “admisión de las mujeres al derecho de ciudadanía”, es decir, al derecho político[6].
Enmanuel Kant: Las mujeres en la antesala de la moral y su reclusión en lo privado. Tomás Moreno

            Por otra parte, volviendo a Kant de nuevo, nuestro gran filósofo moral de la Crítica de la razón práctica (1787) y de la Metafísica de las costumbres (1797), participaba acríticamente de los prejuicios ancestrales contra la mujer que habían sido grabados en el inconsciente colectivo varonil lo largo de siglos de patriarcado, de tal manera que, en su opinión, el género femenino tenía más impulso y corazón que propiamente carácter –al manifestar una “tendencia natural” a ser más emotiva e impulsiva que racional- y se sorprendía de que el sexo femenino fuese totalmente indiferente al bien común, llegando incluso a considerar absurdo ocuparse de algo más que de su propio provecho, aun cuando no mostraran, ciertamente, ningún tipo de insensibilidad hacia las personas de su intimidad y conocimiento. Todo ello hacía posible que los varones (especialmente, los maridos)  pudiesen recuperarse con ellas “de sus cuitas públicas”.
            Estas ideas de Kant darán pie a L. Posada Kubissa para comentar pertinentemente que el filósofo de Königsberg adjudica a las mujeres el clásico tópico de ser “el reposo del guerrero”, que tantos otros pensadores anteriores y posteriores asumirán sin molestarse en cuestionar, como veremos. Plenamente acorde con el mismo, escribe, “la filosofía de Kant sobre los sexos no sólo excluye a la mujer de toda universalidad de especie, sino que las recluye en el ámbito de lo doméstico y privado, donde han de servir de solaz para su fatigado marido y, de paso, aliviarle de todo otro cuidado que pueda entorpecer su dedicación infatigable a la vida pública”. Y continúa afirmando que el gran drama que supone esta relegación de la mujer no está sólo en su exclusión de la vida pública y de los derechos y deberes de todo ciudadano, sino también en que tal exclusión se realiza mediante la reclusión o confinamiento en el oikos y en lo privado[7]. Con todo lo cual no podemos sino coincidir plenamente con Rodríguez Magda cuando escribe en el capítulo IV, (“Mujer y Transmodernidad”) de su ensayo El Placer del simulacro, las siguientes palabras:

Henos, pues, [a las mujeres] como hermosos floreros, candil auxiliar de la Gran Fiesta de las Luces. La intimidad del hogar parece no sólo alejada de la cosa pública, sino además éticamente oscura cual boca de lobo (acaso por esta penumbra: el eterno femenino y su misterio)[8]. (cont.)


TOMÁS MORENO



[1] Rosa María Rodríguez Magda, El Placer del simulacro. Mujer, razón y erotismo, Icaria, Barcelona, 2003, p. 76.
[2] Según C. Roldán la  misoginia de Kant lo llevó a percibir a la mujer como “lo otro” - los niños también son para el filósofo “lo otro”-, pues la mujer manifiesta supuestamente una “tendencia natural” a ser más emotiva e impulsiva que racional. Mientras a los niños varones les era permitido entrar en el mundo de la autonomía ético-política al crecer, las niñas, las mujeres, permanecían por el contrario el resto de sus días como “niños grandes”. Y cita a Kant (Amweisung zur Meenschen-und Weltkennis, p. 71) corroborándolo: “Las mujeres no dejan de ser algo así como niños grandes, es decir, son incapaces de persistir en fin alguno, sino que van de uno a otro sin discriminar su importancia, misión que compete únicamente al varón”. La caracterización de la mujer como “niño grande” la debe Kant, como tantas otras ideas, a Rousseau. Véase al respecto: Concepción Roldán, “Mujer y razón práctica en la Ilustración Alemana”, en Alicia H. Puleo, El reto de la igualdad de género. Nuevas perspectivas en Ética y Filosofía política, Biblioteca Nueva, Madrid, 2008, pp. 24 y 233.
[3] Esos varones tutores  son: primero el padre, luego el marido, con quien constituye una única “persona moral” en el matrimonio.
[4] C. Roldán, “Mujer y razón práctica en la Ilustración”, op. cit., pp. 233-234.
[5] Ibid. p. 235. Prueba de ello es que durante mucho tiempo se sospechó que él era el autor de las obras favorables a las mujeres que Tehodor Von Hippel publicara anónimamente. Autor de Sobre el mejoramiento civil de las mujeresr, de 1792, en esta obra -que Kant debió conocer- Von Hippel denuncia –como ya vimos en el epígrafe 2.7 de la segunda parte (II)- la reducción a la minoría de edad de todas las mujeres (con excepción tal vez de las reinas) y pone de manifiesto cómo el Derecho de su tiempo no trataba por igual a varones y a mujeres. Criticaba la galantería hacia el bello sexo, porque encubría una situación de debilidad física e inferioridad mental de las mujeres que no se debería a la naturaleza sino a una falta de educación o a una interesada instrucción femenina impuesta y dirigida por los hombres.
[6] Citado en George Duby y Michelle Perrot,  Historia de las mujeres. El siglo XIX. Ed. Taurus, Madrid, 1993, p. 63.
[7] L. Posada Kubissa, “Cuando la razón práctica no es tan pura. (Aportaciones e implicaciones de la hermenéutica feminista alemana actual: a propósito de Kant)”, op. cit., pp. 33-37 passim. 
[8] Rosa María Rodríguez Magda, El placer del simulacro. Mujer, razón y erotismo, op. cit. p. 76.




Enmanuel Kant: Las mujeres en la antesala de la moral y su reclusión en lo privado. Tomás Moreno


No hay comentarios:

Publicar un comentario