lunes, 22 de octubre de 2018

EL RETORNO A LA IDEOLOGÍA DE LA DOMESTICIDAD EN LA MISOGINIA ROMÁNTICA Y SUS SECUELAS

Del filósofo y profesor Tomás Moreno, traemos una nueva entrada para la sección, Microensayos, del blog Ancile, esta vez bajo el título de: El retorno a la ideología de la dosmesticidad en la misoginia romántica y sus secuelas.



El retorno a la ideología de la dosmesticidad en la misoginia romántica y sus secuelas., Tomás Moreno



EL RETORNO A LA IDEOLOGÍA 

DE LA DOMESTICIDAD EN LA MISOGINIA 

ROMÁNTICA Y SUS SECUELAS


El retorno a la ideología de la dosmesticidad en la misoginia romántica y sus secuelas., Tomás Moreno


 Desterradas de la ciudadanía y de la vida pública, por los ilustrados y por  los revolucionarios franceses jacobinos, las mujeres sólo encontrarán su lugar propio natural en el oikos: el matrimonio y la familia bajo la tutela del padre o del marido. Asunto que supo asumir y expresar con total contundencia y determinación la misoginia romántica del siglo XIX, desde Fichte y Hegel hasta Schopenhauer, Kierkegaard o Nietzsche[1]. Para Fichte, por ejemplo, la dignidad de la mujer consistía en no tener voluntad propia: en someterse pasivamente al poder masculino. Su honor exige, pues, deshonor, su dignidad la total indignidad y su libertad clama la esclavitud voluntaria de la alcoba, su único reino:

El marido toma enteramente su puesto; […]; él se convierte en su tutor legítimo; él vive, en todos los aspectos, la vida pública (öffentliches Leben) de su mujer, y ella conserva exclusivamente una vida privada (häusliches Leben) (Fichte, Moral)[2].
El retorno a la ideología de la dosmesticidad en la misoginia romántica y sus secuelas., Tomás Moreno 
            En virtud de esa sumisión matrimonial, la mujer se somete ilimitadamente a la voluntad del marido, pero no por un motivo meramente jurídico, sino por un motivo moral, por amor de su propia dignidad, hasta el punto de que incluso abandona su personalidad, no perteneciéndose a sí misma sino a su marido y a su prole: “La mujer se da al varón no por placer sexual, pues esto sería contrario a la razón, sino por amor; por amor se ofrece al varón y su existencia se pierde en la de éste”[3].
                Para Hegel, por su parte, el hombre poseía “su efectiva vida sustancial en el Estado, la ciencia etc., y en general en la lucha y el trabajo con el mundo exterior y consigo mismo” mientras que en la familia encontraba “la mujer su determinación sustancial y en la piedad su interior disposición ética”. En su interpretación de Antígona, la heroína de Sófocles, tal como la expone en su Fenomenología del Espíritu[4], elaboró Hegel esta figura de lo femenino: Creonte, de acuerdo con Hegel, obedece la ley escrita decretada por él mismo, hecha pública en la polis; Antígona, por el contrario, al enterrar a su hermano Polinice transgrediendo esa ley, no hace sino someterse a la “ley de las sombras”, a la ley ancestral de su pueblo, ley no escrita ni publicada pero no por ello menos constrictiva. Constrictiva para Antígona, a la que Hegel le hace encarnar “la esencia de lo femenino”[5].

            Si de la filosofía pasamos a la historia y  las ciencias sociales emergentes la conceptualización de la mujer no varía sustancialmente. Jules Michelet (1798-1874, el influyente historiador francés, asumirá, por ejemplo, en 1869, las recomendaciones de sus precursores (sobre todo de Rousseau) oponiéndose a que las mujeres se integrasen en el espacio público, por considerar que “a la mujer la política le es generalmente poco accesible. Para ello, es necesario un espíritu generador y muy macho” y ella sólo sirve para la administración, por su sentido del orden (La femme, 1859)[6]. En un anterior tratado acerca del papel de la mujer en el hogar, trató de justificar, seudocientíficamente, desde la naturaleza del cuerpo femenino su incapacidad para trabajar fuera del hogar:

En realidad, la mujer no puede trabajar largo tiempo ni de pie, ni sentada. Si está siempre sentada, la sangre le sube, el pecho se irrita, el estómago se congestiona y la cabeza se inyecta. Si se la tiene mucho tiempo de pie, como la planchadora, como aquella que trabaja en una imprenta, padece de otros accidentes sanguíneos. Ella puede trabajar mucho, pero variando su actitud, como lo hace en el hogar, yendo y viniendo. Es necesario que ella tenga un hogar, es necesario que ella sea casada (J. Michelet, Nuestros hijos, 1845).

            Por último, no faltan los tratadistas y expertos en ciencias sociales e ideólogos como Pierre-Joseph Proudhon, que contribuyen a reforzar la visión de la mujer “naturalmente” dotada para las labores domésticas y de crianza, por lo tanto, “naturalmente” excluida de los derechos ciudadanos”. Por consiguiente, Proudhon propone que la mujer se quede en casa, confinada en el hogar Cuando sale para asalariarse con un patrón, se porta, según el pensador libertario, como una simple prostituta: se convierte en una mujer pública que recibe dinero de un hombre cuando debería permanecer como la “eterna mantenida” de su marido. Y en otro texto de su célebre Filosofía de la miseria añadirá: “Por mi parte, puedo decir que cuando más pienso en ello, menos me explico el destino de la mujer fuera de la familia y del hogar. Cortesana o ama de llaves (ama de llaves digo, y no criada), yo no veo
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término medio”[7]. No otra cosa preconizará Augusto Comte, para quien, como sostiene en su Discurso sobre el espíritu positivo, el hombre debe alimentar a la mujer ya que “ésa es la ley natural de nuestra especie en armonía con la existencia esencialmente doméstica del “sexo afectivo”[8].
            Esta ideología de la domesticidad y de la subordinación de la mujer será mantenida a lo largo del siglo XIX por todos los filósofos románticos, desde Nietzsche o Kierkegaard hasta Weininger. Freud, se hace eco de la misma, en una famosa carta a su prometida Marta Bernays del 15-11-1883, al comentar crítica y negativamente la opinión de John Stuart Mill sobre la cuestión de la emancipación femenina (“que la mujer casada puede ganar tanto como el marido”). En ella le comenta que estaba en desacuerdo con el pensador inglés -de quien había traducido al alemán precisamente su ensayo Sobre la sujeción de la mujer- porque consideraba que la vocación de las mujeres hacia la maternidad, “su natural destino”, el cuidado de la casa y la educación de los hijos, reclamaban toda su actividad y les impedían desempeñar cualquier profesión, y aunque admitía la necesidad de la educación sexual, no estaba de acuerdo en absoluto con la plena igualdad de las mujeres ni con su emancipación social. Las mujeres que buscan el éxito fuera de las paredes domésticas no se dan cuenta de que pagan un precio elevadísimo por ella: la pérdida de su feminidad:

Me parece una idea muy poco realista la de enviar mujeres a la lucha por la existencia como si fueran hombres. ¿He de pensar en mi dulce y delicada niña como en un competidor? Después de todo la contienda podría terminar solo diciéndole, como hice hace diecisiete meses, que la amo y que haré todo lo que sea para mantenerla alejada de la lucha por la existencia en la sosegada  e ininterrumpida actividad de mi hogar. Es posible que una educación distinta pudiera suprimir todas las delicadas cualidades femeninas –tan necesitadas de protección y al mismo tiempo tan poderosas- con el resultado de que podrían ganarse la vida como cualquier hombre. Mas quizás, en este caso,  no existiría justificación para la melancolía originada por la desaparición de  la cosa más hermosa que el mundo puede ofrecernos: nuestro ideal femenino[9].

            La carta continúa afirmando que la naturaleza ha determinado el destino de la mujer en la belleza, el encanto y en la dulzura. Las leyes y la costumbre podrán ofrecer a la mujer en el futuro mucho de cuanto le ha sido negado hasta ahora, pero está fuera de toda duda que  su función en tanto que mujer no podrá cambiar y que su “situación […] no podrá ser más que lo que es: en los años jóvenes una amante adorada y, en los de madurez, una mujer amada[10]. (cont.)

TOMÁS MORENO 



[1] Sobre la misoginia romántica véase el esclarecedor ensayo de Amelia Valcárcel, “Misoginia romántica. Hegel, Schopenhauer, Kierkegaard, Nietzsche”, en Alicia H. Puleo (coord.), La filosofía contemporánea desde una perspectiva no androcéntrica, op. cit., pp. 13-32.
[2] Cit. en Juan Cruz Cruz, Sentido del curso histórico, op. cit. p. 209.
[3] Ibid.
[4] G. W. F. Hegel, Fenomenología del Espíritu, tr. W. Roces, México, D.F., FCE, 1966.
[5]Cf. Juan Cruz Cruz, Sentido del curso histórico, op. cit., pp. 222-224, passim.
[6] La femme, 1859, citado en Pilar Errázuriz Vidal, Misoginia romántica, psicoanálisis y subjetividad femenina, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2012, p. 75. 
[7] Pierre-Joseph Proudhon, Sistema de contradicciones económicas o filosofía de la miseria, vol 2º, Jucar, Madrid, 1974, p. 175.
[8] A. Comte, Discurso sobre el espíritu positivo, Alianza, Madrid, 2000.
[9] S. Freud, Epistolario I, (1873-1890) tr. de Joaquín Merino Pérez,  Rotativa, Plaza y Janés editores, Barcelona, 1970, pp. 72-74.
[10] Idem.




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