Para la sección Pensamiento del blog Ancile, traemos un nuevo post que lleva por título: La unidad universal y el individuo imperativo: la paradoja de toda fe en un más allá.
LA UNIDAD UNIVERSAL Y EL INDIVIDUO
IMPERATIVO:
LA PARADOJA DE TODA FE EN UN MÁS ALLÁ
Si en verdad todo ser contiene en
sí mismo todo el mundo inteligible (Plotino), cabe deducirse una intuición de
la unidad como base y principio de todo. En virtud de esta reflexión, no debe
resultarnos extraño que la idea (y creencia) en algo más grande que el yo
individual, encuentra en la filosofía misma una fuente totalmente natural.
Todos
reconocemos la frugalidad de nuestro yo existencial. Sin embargo, el mismo lenguaje
contiene verdades germinales que sobrepasan el discurso racional del mismo. El
lenguaje poético es acaso la muestra más evidente el plano oculto o
inconsciente o simbólico del mismo. En la división de lo real y la palabra
radica esta vía de entendimiento supra e irracional de este lenguaje. La
palabra poética participa del significado primordial de las cosas y conlleva en
esa idea misteriosa de la unidad del origen. Esa sabiduría original contiene
precisamente ese elemento extraordinario o trascendente de la unidad.
El
lenguaje (sobre todo el poético) es capaz de dar cuenta de revelaciones que no
se suceden históricamente pues, estuvieron, están, son y serán desde y para
siempre, acaso presentes no sólo para el ser humano, para cualquiera otra criatura
con conciencia y capacidad de raciocinio. Y es que el lenguaje (creativo) se
sitúa más allá del pensamiento netamente analítico, conceptual, pues se sitúa más allá de la historia
intelectual o de cualesquiera otra índole, porque son en sus contenidos intuitivos
trascendentes una realidad, un fin en sí
mismas.
Es
una característica genuina de este ámbito trascendente la intemporalidad
(también la aespacialidad) que no responde a ninguna llamada evolutiva razonada
o históricamente experimentada. Mas una de las curiosidades más enigmáticas de
aquellos lenguajes que quieren aprehender este dominio es su inefabilidad
discursiva, conceptual y razonable, si este discurso, este concepto, esa razón
ha de estar sujeta al movimiento evolutivo de la historia. No obstante, y esto
es lo más significativo, puede ser vivido o advertido por la criatura que
intuya la finalidad trascendente de este lenguaje que no aspira sino a aquella
unidad original que anunciábamos anteriormente.
Este
apercibimiento excepcional (u ordinario trascendente) adviene en virtud del
vigor de este lenguaje para el olvido del sí mismo personal que tiene su
fundamento en aquella unidad cimiento original –absoluta-: para muchos Dios,
para algunos la nada, para otros la realidad última, que no puede dejar o
prescindir de la persona mortal que basa en su mortalidad precisamente su
pertenencia a la unidad básica del mundo. Es aquí donde las palabras dejan de
ser palabras para ofrecerse como símbolos o intuiciones del logos creador o
recreador que a través de nosotros deviene y desdeviene y en el que el que
escribe y se comunica mediante esta palabra se convierte en la escritura misma
de su ser fundamental que nos advierte que allí éramos ante de nuestra creación
misma.
Seguiremos
indagando sobre los aspectos más fascinantes de la inclinación de muchos (acaso
profundamente de todos) a esa intuición o entendimiento no entendido que muchos
identifican con la fe.
Francisco Acuyo
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