martes, 11 de mayo de 2021

UN PEDAZO ROTO DE LA MEMORIA, DE PASTOR AGUIAR

 Para la sección de Narrativa del blog Ancile, traemos este relato impresionante de nuestro querido amigo y colaborador de este espacio, Pastor Aguiar, y todo bajo el título, Un pedazo roto de la memoria.




Un pedazo roto de la memoria.



UN PEDAZO ROTO DE LA MEMORIA

 


Ahora recuerdo a mi madre, cuando el tiempo está tan lejos como aquellos dirigibles que pasaban por el Norte, sobre la arboleda, cual enormes melones de papel. Llevaban detrás una fila de pájaros que trataba de picotearle el trasero, semejando la cola de un papalote. Desde la panza le colgaba una cajuela negra colmada de sucesos donde trataba de soñarme.

He repasado tanto aquel pedazo de tiempo, que parece un trapo de cocina. No sé por qué todos mis recuerdos comienzan por la misma imagen; pero aquella tarde de Julio era diferente. El zeppelín hacía mucho que no sobre-rayaba el lomerío de los frutales. Cuando miré hacia allá, un nubarrón, mucho más grande, iba emborronando el cielo hacia el Oeste. Era la única mancha en aquel rostro de cristal incendiado.

Una semana antes mi madre había malogrado el último embarazo. Fue en la madrugada, cuando se sentó en el orinal y se le salió un coágulo que desbordó a la vasija y le subió por las piernas.

_ ¡Pepee!

Mi padre saltó de la cama y yo me quedé, al otro lado de la pared de tablas, en puro temblor, rezando todas las Ave María y Padre Nuestro que están en los cielos.

_Acuéstate, que voy a buscar a Bernardo mi hermano.

A los pocos minutos el tractor lo estremecía todo con la bronca de sus ruidos.

Cerca del medio día regresaron. Mima estaba pálida como la leche y daba unos pasos que no atinaban las losas. Estaba tan débil, que mi padre trajo a la prima Estrella para que ayudara en la casa.

Así fueron pasando los días y ella sonrojándose como en los amaneceres; pero aún Estrellita le lavaba la ropa y baldeaba los pisos.

Y esa tarde de la nube, tío Bernardo convidó a todos los hermanos para la siembra de pastos.

Era un campo enfangado al otro lado del Callejón Hondo, bordeado por la guardarraya que comunicaba ambas fincas.

Había pasado el bochorno del almuerzo y Mima, a escondidas de Estrellita, lavaba unas ropas manchadas de sangre vieja en la batea, a la sombra de la casita de los aperos de labranza.

La nube iba cubriendo toda la arboleda, ahora echada sobre los huecos del Oeste.

Un pedazo roto de la memoria. Pastor Aguiar

Yo jugaba a los escondidos con mi hermano menor, cuando oí la voz de ella con un temblor parecido a las veces en que contaba sus raros sueños de aparecidos.

_ ¡Pepito, recoge a tu hermano y vengan!

Cuando entramos a la sala las primeras gotas estallaron sobre el polvo de la guardarraya.

_Siéntense ahí. No se muevan, que no me gusta esa nube.

Entonces el silencio era una gran masa caliente que apretaba los pulmones.

Mi madre, recogida en su taburete, desandaba un rosario invisible entre índice y pulgar.

El trueno fue abriéndose paso como un puñetazo, hasta que restalló por el otro lado del Callejón Hondo y dejó regado en el desmayo de la tarde un eco de latones vacíos.

_ ¡Santa Bárbara bendita!

_ ¿Qué pasó, Mima?

_ ¡Cállense la boca! ¡Estrella, asómate; no quiero saber nada!

Cuando aún el aire olía a pólvora, un galope desesperado pasó por el camino espantando gatos de polvo rojo.

_ ¿Qué pasó Lupe? Oí la voz de Estrellita, que se me pareció al grito de una puerca cuando es apuñaleada.

_ ¡Fueron Juan y Valentín!

_ ¡Dios mío, no; yo sé que fue Pepe! _ Era Mima en puro temblor.

Tía Teresa llegó con la blusa abierta como en los tiempos en que le sobraba leche y me daba las tetas por un rato. En una mano elevaba la estampa de la virgen gritando.

_ ¡Mójate virgencita! ¡Bendícenos!

Entró como un rabo de nube, achicándolo todo con su inmensidad de vaca jíbara.

_ ¿Sabes algo María?

_Siéntate mujer. Yo sé que fue Pepe.

_ No seas ave de mal agüero, coño.

Fue el único trueno de aquella tarde. Después la nube se deshizo y un sol de vidrios rotos se ensañó con toda la comarca.

Recuerdo cuando llegaron los hermanos de mi madre y le secretearon algo, teniendo que sostenerla con ayuda de Tía Teresa.

_Llévate a los muchachos para casa de Mamá.

A duras penas nos arrastraron hacia casa de mis abuelos, a más de un kilómetro, por donde la nube estuvo un rato antes.

Al día siguiente fue el entierro, pero en la mañana Tío Pedro nos llevó de regreso, para que viéramos aquel gentío desbordándose por el portal y todo el llanto de cuanto motivo hubiera para llorar. Nos fueron halando hasta el centro de la sala, donde un largo cajón de tablas de pino custodiado por cuatro velas enormes, dejaba ver por una diminuta ventana el rostro vacío y lejano de mi padre.

 

 

 

Pastor Aguiar

 

Un pedazo roto de la memoria. Pastor Aguiar



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