Para esta nueva entrega, incluida en la sección de Ciencia del blog Ancile, seguiremos reflexionando sobre la IA, desde los ámbitos de la comunicación y la transferencia de datos, a los potenciales procesos de creación que pudieran capacitarla como creativa, y todo ello bajo el título: Comunicación, transferencia de datos y potencial creación de la IA.
COMUNICACIÓN, TRANSFERENCIA DE DATOS
Y POTENCIAL CREACIÓN DE LA IA
En la anterior entrada
resaltábamos una tendencia, a nuestro juicio errónea, al confundir conceptos en relación con los
procesos de transferencia de datos (a través de ingenios informáticos como los
ChatGPT) con organismos genuinos, al denominarlos por algunos entusiastas de IA como organismos virtuales. Es innegable que el proceso de datos es un
mecanismo más o menos complejo, pero en modo alguno se comporta de manera tan singular a como lo haría
un organismo vivo, en virtud de la estructura especial y la interrelación con el mundo exterior de estos últimos.
Dicho
esto, nos parece, por muy esmerada que se exorne su exposición, una ilusión establecer un parentesco serio (al menos por ahora) con un organismo vivo, pues, al definir el prompt inicial
de condiciones para una conversación con uno de estos mecanismos de IA, más o
menos elaborado en sus algoritmos de respuesta (extensión, estilo, tono, o
cualquiera otro aspecto que al diseñador se le ocurra), estemos, digo, ante un organismo
que interacciona orgánicamente, en realidad, cuando lo que hace es tratar e intervenir
datos (muchísimos datos) que pueden acabar por generar la fantasía de mantener una relación viva con sos ingenios informáticos. Este
espejismo o delirio se acrecienta cuando re-formulamos, o regeneramos una
respuesta a la misma pregunta, y si modificamos algunos de los parámetros de
nuestra interrogante (decíamos, extensión, estilo, tono…). Sin embargo, la
extraordinaria potencia de la IA nos lleva un paso más allá para aumentar la
ilusión de una interacción con un organismo vivo, a saber: la capacidad de
aquellos ingenios de discusión de aceptar datos nuevos que pueden incorporarse
a su ya ingente base de datos, ya que todo lo cual produce la fantasía de aprendizaje.
¿Hasta qué punto esta extraordinaria capacidad de la IA puede hacernos perder de vista la realidad de su formidable capacidad de tratar datos? En un principio todos convenimos en que la IA no tiene emociones, intencionalidad o conciencia, entonces ¿de dónde proviene esa ilusión inquietante de que tratamos con un ser vivo, no solo inteligente, sino incluso consciente? Acaso de nuestra propia capacidad creativa de ficción y de creación manifiesta en ingenios de la más diversa índole, que incluye a la propia IA.
Hay
otro relato que potencia todavía más esa fantasía de relación viva con la máquina:
a saber, una posibilidad: la generación
de ordenadores cuánticos capaces de potenciar, aún más si cabe, la capacidad de procesos de datos, y lo haría de manera exponencial. La superación del bits (en su procedimiento
de 1-0 para la computación de datos) que nos llevaría al cubits que, supuestamente
(según establece la propia mecánica cuántica) es capaz de cosas increíbles. Por ejemplo: dichos cubits pueden estar en el
estado 0 y 1 simultáneamente (superposición cuántica) o en combinación de ambos.
Esta interconexión enigmática, extrañísima pero real en el mundo cuántico ha
extrapolado toda una suerte de ficciones más o menos sugestivas que llevan a
una realidad también muy sugerente: cada vez se depende menos del hardware y más de
los algoritmos y datos de los que, en definitiva, se nutre la IA.
Una duda no menos relevante (e inquietante) sobre la posibilidad de la gestión de datos a
través de ordenadores cuánticos surge cuando se los pone en análoga disposición a un
cerebro humano y sus singulares redes neuronales. Esta posibilidad, al fin, nos llevaría a la
creación de los denominados robots blandos, capaces, supuestamente, de adaptarse,
aprender y autorreplicarse; dichos artefactos, además, ponen de relieve
nuevamente (y esto es lo más fascinante que nos proporciona la IA) las grandes
interrogantes sobre qué es la vida y qué la conciencia. Esto es deducible de
nuestra capacidad de crear máquinas cada vez más sofisticadas emulando los
procesos inteligentes y de la vida.
Acaso
todo ese despliegue tecnológico de última generación, anima, sin duda, a la reflexión
para poner en evidencia que la ciencia sabe de la estructura y comportamiento
de la naturaleza, mas no tanto sobre la naturaleza intrínseca que constituye el mundo físico. De todas formas, lo
que hemos aprendido es que nuestra percepción nos da noticias indirectas del
mundo, y no necesariamente de su estructura, y que refleja a este siempre análogamente,
pero no nos dice la realidad del sujeto mismo que da muestras de entendimiento, por lo que solo la conciencia y
las entidades organizadas y vivas que la contengan pueden ser, no virtualmente, sino realmente conscientes. Al
menos por el momento esto no incluye a los ingenios de la IA.
No
obstante, seguiremos en próximas entregas del blog Ancile discurriendo sobre
las aportaciones interesantes que puede hacer la IA para el mejor entendimiento
de la conciencia misma.
Francisco Acuyo
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