Cerramos la entrega en torno al antropólogo y pensador francés con esta cuarta entrada sobre las relaciones entre poesía y el concepto de mito que Levi-Strauss ofrece en su obra El pensamiento salvaje.
Nosotros, e inferido de todo lo anteriormente expuesto, no podemos compartir de manera exclusiva esta concepción aplicada al fenómeno poético ni a su singular proceso de creación y recreación del mundo, sino es, cuando menos, bajo «la forma de una estructura objetiva del psiquismo»,(74) pues es la poesía algo estrechamente unido al espíritu y la conciencia humanos: que está antes de cualquier producción histórica como entidad que parte de una realidad objetiva autónoma y primera (el cerebro) que mantiene un contacto con lo exterior para transformar lo perceptible (sensible) en signos. No creemos, por tanto, que el «ser» que anima lo poético cambie con la historia, sino que está sujeto al «ser» que anima la naturaleza misma.
La poesía explicada por la dialéctica materialista se nos antoja insuficiente para explicar toda la complejísima trama de relaciones y maneras de aprehensión de la realidad; tampoco la creemos capaz de abarcar la poesía con su criterio objetivo (material) para entender todos y cada uno de los entresijos de ella, tanto de su funcionamiento, como de sus fundamentos estructurales, pues necesita alejarse para ello del concepto histórico, pues este más parece ser expuesto como un «refugio de la trascendencia»(75), exponiendo una debilidad esencial o idealista que para nosotros no cuadra con aquella dinamia y fundamentos de la poesía antes expuestos. La poesía puede considerarse a nuestro juicio, como una categoría de la razón (razón poética no tan lejana como vimos a la misma razón lógica) y no como una categoría de la razón histórica. Para nosotros la materialidad poética no es una sustancia, sino que se nos antoja más bien como fruto de la relación.
Finalmente, creemos que será cuestión de no poca relevancia observar en el fenómeno poético la óptica idónea para deslindar los fenómenos inconscientes (de los cuales participa de forma importantísima) como una manera de adquirir conocimiento de un mundo (inconsciente) que contempla inactivo (en quietud) basado en la repetición (y la sorpresa), y que no tiene una finalidad explícita, mostrándose como una singular epistemología del vacío que se mueve o se traslada cual erotismo comunicativo que, no obstante, trasciende la comunicación misma para «ser», finalmente, en la poesía.
La poesía no se plantea la tarea kantiana de descubrir los limites del entendimiento(76)* en la naturaleza, sino de disolverlo en ella, en cuanto que la distinción entre el sujeto y el objeto tantas veces disuelta en poesía, muestra que su intimidad no encuentra diferencia con la exterioridad; los
juicios emitidos no son suyos: «es el vehículo de un juicio»(77) que ofrece con su disolución la extrañeza peculiar de la persona en poesía, dejando en evidencia el objeto poético: el poema como reflejo de lo humano.
juicios emitidos no son suyos: «es el vehículo de un juicio»(77) que ofrece con su disolución la extrañeza peculiar de la persona en poesía, dejando en evidencia el objeto poético: el poema como reflejo de lo humano.
El diálogo del hombre con la naturaleza (del sujeto con el objeto), véase Descartes(78), Husserl(79) y Wittgenstein(80), en poesía toma un cariz bien distinto que rompe el proverbial monólogo del ser humano donde el mundo enmudece radicalmente. En la verdadera poesía, será la naturaleza misma la que hable por mediación del poeta, mas reconociendo que los mecanismos que rigen en la poesía no tienen por qué ser demasiado distintos de aquellos que rigen en la naturaleza (como el mito), por eso consideramos la poesía en su organicidad como un «ser vivo» para el intercambio, donde por fin, se sitúa más allá de la historia (de la literatura) para reconocer que todos los aconteceres históricos, responden a una razón universal inconsciente (colectivo) (81) que vierte la verdadera naturaleza del ser humano (y de cualquier ser consciente de sí y de lo que le rodea).
La proporción poética ofrece un espacio y un tiempo peculiares, pues mediante dicha proporción el poeta (o el receptor) se transforman en un instante en el mensaje que la naturaleza emite (y aun recibe)(82) haciendo caer en la cuenta («consciente») al individuo del obstáculo de la historia así como de la tiranía de la autoridad, y desde aquí constatar plenamente para ser, la falacia de la personal nanidad, de lo inexistente del «yo mismo»; observación que será posible gracias a la invitación de la poesía a desprenderse de todo (lo apenas) conocido, donde la ley del olvido de todo lo aprehendido será fundamental para alcanzar esa relación de alteridades en la dialéctica de un lenguaje que nace exclusivamente para desaparecer en su singularísimo ejercicio.
MÁS ALLÁ DE LA FUNCIÓN POÉTICA
QUE NUMEROSOS RASGOS POÉTICOS NO se desprendan, no sólo de la ciencia del lenguaje, sino del conjunto de la teoría de los signos,(83) es decir, que aquellos puedan ser válidos para el arte del lenguaje y también para el de otras artes que configuren con signos buena parte de su estructura y funcionamiento estético y artístico: mas, también es necesario reconocer que el reduccionismo de la función poética a la poesía exclusivamente, o, viceversa, la de confinar la poesía a la función poética exclusivamente, puede ser una simplificación errónea por excesiva.
De cualquier forma, nadie vaya a poner en duda que el concepto de función poética(84) conseguirá constituir un aporte determinante para estructurar con solidez suficiente la «inmanencia y la objetividad del método aplicado al estudio de la obra literaria»,(85) pero nosotros, como adelantábamos anteriormente, queremos dar un paso más allá respecto a lo que la poesía sea.
Su realidad literaria no es tema que pretendamos en este instante cuestionar, pero sí que deseamos indagar pensando (o conjeturando tan sólo en este momento de pasada ), por qué entendemos que existe un reduccionismo entorno al fenómeno poético, el cual no hace sino marcar líneas de confusión respecto a aquel «espíritu objetivado» que incitara a Vossler,(86) Leo Spitzer(87) o Amado Alonso(88) en sus análisis estilísticos, sin pretender, cuando mucho, marchar al lado de sus hipótesis trascendentalistas; tampoco cuestionar la construcción objetiva (el poema) como objeto inicial de análisis e interpretación. Ahora bien, si partimos de una de las propiedades intrínsecas de toda poesía verdadera: la ambigüedad, podremos indagar acaso más profundamente.
Si la referencia (la denotación) se vuelve del todo ambigua en poesía, no creemos que el principio de equivalencia, (89) aun siendo fundamental para la explicación lingüístico-literaria de la poesía, no creemos, decimos, que agote totalmente ni la dinámica ni el ser de la poesía. Es esta posición nuestra algo delicada en tanto en cuanto tampoco pretendemos negar la magnífica integración sistemática de aquel principio de equivalencia, sino por todo lo que la poesía pueda influir o extenderse más allá del fenómeno puramente lingüístico. De hecho, y sin entrar en detalles que, por evidente falta de espacio (y tiempo) en esta exposición nos limitan, diremos, o mejor, pasaremos sólo de puntillas, sirviendo esta reflexión sólo de apunte para un posterior y más amplio desarrollo: si bien la obra poética viene a representarse verticalmente atendiendo a sus diferentes niveles: fonético, fonológico, sintáctico, prosódico, semántico... no negamos, como decíamos, las relaciones que configuran los sistemas de equivalencia, los cuales, pueden ofrecernos en su análisis el aspecto de un conjunto cerrado. Nuestra propuesta crítica radica en la contemplación de la poesía más allá de la visión unívoca refleja en este o aquel poema, los cuales responderán casi siempre a las condiciones señaladas por el celo profesional del lingüista,(90) acaso hablamos del fenómeno en sí que anima al poeta a plasmar verbal (y por lo tanto materialmente) el poema.
Aun sólo en su apunte, no nos parece baladí la cuestión para una mejor y mas segura comprensión de lo que la poesía significa, no sólo para el arte literario (verbal), incluso para la realización de otras artes y, por qué no, para la ideación y comprensión de cualquier otra actividad espiritual del hombre que quiera ser fiel a la realidad natural y, a sí mismo, como inevitable reflejo de la sociedad y de la cultura.
Virtudes y excelencias del oficio de poeta se hacen aún más evidentes si, en el logro de su arte se figura también esa solicitud extrema que, tantas veces, hizo «uno» el espíritu y corazón humanos con el mundo; y si «la poesía existe» cuando el que escucha está ausente»(91) así veremos que aquello que sucede en su «vacío» es innombrable y nuevo y nunca visto(92), aun siendo habitual percepción de lo que, con nosotros, vive y muere esperando un mensaje sin respuesta.
Si acaso indescriptible, la poesía sucede no sin providencia pues, naturaleza expuso todas y cada una de sus facultades de la vida en el enigma de su siempre prístina presencia.
Francisco Acuyo
Notas.-
(73) Marx, Karl y Engels, F Cuestiones de arte y literatura Ed. Península. 1975.
(74) Claude Levi-Strauss: «El pensamiento salvaje». Ver nota 1.
(75) Octavio Paz: Claude Levi-Strauss o el nuevo festín de Esopo: Ver nota 34.
(76) Kant, E.: Crítica de la razón pura, Losada, Buenos Aires, 1973.
*José Antonio Gonzalez Alcantud: «El rapto del arte». Universidad de Granada. 2002.
(77) Octavio Paz: Claude Levi-Strauss o el nuevo festín de Esopo: Ver nota 34.
(78) R. Descartes: Discurso del método, Meditaciones metafísicas, Edit. Espasa-Calpe, Madrid, 1973.
(79) Husserl, E.: . La idea de la fenomenología, Cinco lecciones, Fondo de Cultura Económica., México, 1997.
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