Ofrecemos la segunda entrega sobre las diversas consideraciones entorno a la figura y pensamiento de Claude Levi-Strauss aplicada al ámbito del lenguaje y entendimiento poéticos.
III
POESÍA: ENTRE EL SIGNO Y EL CONCEPTO
SIN ENTRAR AÚN EN LA DIMENSIÓN PROPIAMENTE poética, sí adelantaremos una suerte de reflexiones que, al amparo del «pensamiento salvaje», pueden resultarnos de sumo interés para nuestros propósitos expositivos. Así, si el que posee un conocimiento científico (y conceptual) trata siempre de abrirse nuevas vías para situarse «más allá», contando con el «otro mensaje» de un potencial interlocutor; mas el que es dueño, sin embargo, de la «ciencia de lo concreto» se orientará de manera bien distinta: permanece «más acá», recogiendo y coleccionando los mensajes ya trasmitidos previamente, y todo de tal manera que, puede establecerse una distinción tal, que podíamos decir: el científico opera con conceptos que quieren ser de forma total y definitiva «transparentes a la realidad», mientras que el segundo procede mediante signos que exigen un rasgo de humanidad que permanezca incorporado (integrado) a aquella realidad.
No resultará del todo arriesgado decir que: si el pensamiento mítico trabaja con «estructuras» mediante la disposición de acontecimientos (o residuos de acontecimientos), (17) la ciencia, siempre en marcha, insta a la creación gracias a las estructuras que genera en forma de hipótesis y teorías, de donde podemos constatar hasta que punto la poesía, como forma de arte singular que viene a presentarse en la intersección del conocimiento científico y del pensamiento mítico-mágico, se presenta como una suerte de habilidad enigmática que invita a comunicar un conocimiento interno y otro externo, una estructura y un acontecimiento, «un ser y un devenir» que evidencie, a través de su propuesta creativa (el poema), que es apta para el orden de una estructura y el orden de un acontecimiento. De este diálogo particular puede advertirse una anticipación del mensaje(18) (y que ya detectara Jakobson) tan característica de la denominada «función poética», (19) mas todo esto al margen del reconocimiento del precario equilibrio entre la estructura y el acontecimiento, la necesidad y la contingencia, que incidirán hacia uno u otro lado por motivaciones debidas al estilo, las corrientes (modas) o las condiciones sociales.
Por otro lado, las clasificaciones totémicas señaladas sabiamente por Levi-Strauss, van a manifestar la captación de un doble aspecto que puede hablarnos también de la naturaleza del fenómeno poético en tanto que: afectivo e intelectual. Es así que «aquellos seres del pensamiento indígena» se vierten como seres vivos que (como la poesía en su carácter vívido y orgánico) se ofrecen al hombre con el fin de determinar una suerte de raro y vivo parentesco.
De las taxonomías indígenas puede deducirse una lógica que muy bien hubiere podido servir de base a modernas clasificaciones, este detalle, a nuestro juicio, es parte también de una razón paradójica que puede compartirse con aquella otra que, para la poesía, según veremos, tantas veces y de forma tan sutil como espontánea nos asombra y que, tanto intelectual como espiritualmente, da fruición y nos conforta.
Podemos observar que aquellas relaciones estructurales detectadas en el ámbito de la lingüística (estudiadas ejemplarmente sobre todo por los formalistas rusos)(20) y que se manifiestan en el lenguaje poético, sobre todo para establecer aquella suerte de relaciones que vienen a concurrir (en paralelismos, recurrencias -sintácticas, fonéticas...-) de tal guisa que, para su interpretación, si no estrictamente correcta al menos aproximada, tendríamos que aceptar que aquella (la poesía) se instala en un sistema de referencia global que permitiría para su exégesis una homológica percepción, la cual, nos hará percibir que, si bien la poesía y sus elementos acaso no tienen por qué ser lo mismo a lo largo del tiempo, sí parece observar una igualdad en las relaciones de las singulares estructuras (lingüísticas: sintaxis, fonética, gramatical, semántica...) que la fundamentan.
Hemos de considerar que la dinámica de las lógicas totémicas ofrece una, cuando menos, curiosa analogía con aquello que nosotros denominamos «lógica poética» (concepto sobre el que profundizaremos de forma inminente), la cual, diríase que impulsa en el receptor con un (sublime) aliento e inteligencia (¿inmemorial?) para afectar de forma totalizadora su capacidad de percepción, pues las relaciones y equivalencias que mantiene en su discurso son capaces de mantener una variada ( e incluso ingente) gama de funciones
al servicio de aquella función primordial y que es determinante de sí misma, es decir, de la «función poética»;(21) lugar desde donde podemos también observar, privilegiadamente, las oscilaciones entre la estructura y el acontecimiento, la sincronía y la diacronía, entre la lógica y la estética, todo lo cual demuestra la riqueza de su fenómeno y que, a duras penas, podría entenderse por la visión o atención de uno sólo de sus múltiples aspectos.
al servicio de aquella función primordial y que es determinante de sí misma, es decir, de la «función poética»;(21) lugar desde donde podemos también observar, privilegiadamente, las oscilaciones entre la estructura y el acontecimiento, la sincronía y la diacronía, entre la lógica y la estética, todo lo cual demuestra la riqueza de su fenómeno y que, a duras penas, podría entenderse por la visión o atención de uno sólo de sus múltiples aspectos.
A nuestro juicio, de manera similar a como actúa el operador totémico cuando funciona como distintivo, la poesía en su singularidad estética (y en su especial dinámica) e incluso lingüística, se vierte como mediador entre la naturaleza y la cultura: y es que invoca una homología entre aquellos rasgos que diferencian aquellos otros que, acaso sean propios de la cultura (y la sociedad) y que se ofrecen impuestos, respecto de los otros que son percibidos como propios de la naturaleza, a consecuencia de todo lo cual el poeta viene a forjarse (como hombre en contacto con esta fenomenología) precisamente a través de las relaciones entre naturaleza y cultura, produciendo en el seno de las peculiaridades de su ser modificaciones, mas en virtud de sus propias relaciones sociales, éticas, filosóficas, científicas y estéticas.
La poesía participa de aquella «expresión sensible de una codificación objetiva»(22) que el hombre dispone para entender y disponer de manera intuitiva la diversidad y «discontinuidad última» de lo que la realidad ofrece, y en virtud de aquellas características percibidas, lo que aquella (la realidad, decimos) en última instancia sea, mas siempre con la particularidad de que el conocimiento poético no puede concebir una taxativa clasificación que separe estancamente aquella diversidad y discontinuidad del mundo, si no que se vierte como una continuidad en perpetua transición que, acaso puede representarse como «momentos o etapas»; garantizando esto, no obstante, una clasificación, una taxonomía global de la percepción y «lógica poética» siempre dinámica, que se estructura sobre un eje de homogeneidad que garantiza su unidad plenamente. Así, en poesía, es posible (puede observarse en su discurso) el paso de «especie» a «categoría»; además de no ofrecer ninguna contradicción entre el sistema en el cual se estructura y el léxico a través del cual desciende a las diferentes dicotomías, y es que el universo en poesía está representado en forma de un «continuum» que viene a componerse en «oposiciones sucesivas».(23)
Es así que las clasificaciones detectadas en la poesía tienen en común con las diversificaciones totémicas, que ofrecen una noción de «humanidad sin fronteras»(24) universalizando su fenomenología y funcionamiento, y donde lo importante ya no es clasificar, sino poner los nombres.
No debe pues, parecernos cosa extraordinaria observar, por un lado: el carácter sistemático que estructura a la poesía en virtud de las relaciones que la integran, así muestra de forma evidente tanto su coherencia interna, como su capacidad (tantas veces considerada como inaudita) de extensión; y por otro, ver la columna vertebral que la sostiene, y que está expresa en su capacidad de conectar o cohesionar lo general y lo específico, lo abstracto y lo concreto.
IV
POESÍA: PENSAMIENTO SALVAJE
LA CONSIDERACIÓN DEL PENSAMIENTO SALVAJE como entidad abstracta muy distinta a la mostrada (por tantos tan evidentemente) por el pensamiento civilizado, (25) pues perteneciente a una humanidad primitiva, cabría estimarse ahora como la posibilidad de que tanto el pensamiento civilizado y el salvaje puedan coexistir, y aún seguir prosperando;(26) de ser así sería porque el pensamiento denominado salvaje es simultáneamente analítico y sintético. Es punto este importante para lo que queremos señalar en nuestros intereses expositivos, pues creemos que esta es precisamente una de las características esenciales que puede alcanzar aquel «pensamiento» que ampara la función poética del lenguaje, es decir del arte poética particularmente (y del arte en general); desde donde situarse de manera privilegiada entre en el ámbito de la magia y la religión,(27) en tanto que se atreve a humanizar las leyes naturales unas veces (religión), y otras a naturalizar las leyes humanas,(28) antropomorfismo de la naturaleza, o, fisiomorfismo del hombre (teniendo en cuenta que no hay religión sin magia ni magia sin religión), y que reviste tantas veces a la intencionalidad poética de ese carácter apodíctico con el que se configuran no pocas manifestaciones de su arte.
La poesía, además, se vierte como pensamiento salvaje en tanto que su expresión (lingüística, si poética) y su emisión sensible conllevan siempre su significación, de donde se infiere que no distingue el momento de la observación del de la interpretación misma, de aquí, vemos cristalinamente otra razón más que explica la enorme dificultad de exégesis conceptualizada de la poesía.
Pero, en este punto, nos convendría matizar un aspecto por el que veremos más en relación aún el pensamiento salvaje con la que denominamos «lógica poética»: si observamos que su funcionamiento tiene que ver más que con el mito (sistema concebido), o con el rito (sistema actuado), que está más cerca del totemismo, en cuanto que se garantiza a sí misma como sistema vivido, pues así llega a adherirse a grupos o a individuos concretos y se sucede en una suerte de sistema hereditario de clasificación que se atiene a las diferentes peculiaridades lingüísticas de cada lengua.
De todo lo expuesto podemos observar que, con el pensamiento salvaje, la poesía, ofrece una suerte de pensamiento totalizador que diríase ir mucho más lejos que la mera razón dialéctica,(29) y es que el «yo» poético no se opone al otro potencial, pues las verdades captadas por el poeta (en cuanto que hombre participante de este conocimiento singular) son del mundo, y ahí precisamente radica su importancia: entendemos también en este punto una cierta paridad con el conocimiento de las verdades matemáticas, en tanto que reflejan el funcionamiento libre del espíritu(30) que ofrece en su «reflexión» pura (y singular) una interiorización del universo.
Es, al fin, la poesía para nosotros, una invitación a salir (u olvidar) el «yo», pues ofrece liberarnos tantas veces de aquello que estimamos como auténtica falacia (trampa) de la identidad personal e histórica, si a veces deducimos que la historia, si bien puede llevarnos a todo, será «a condición de salir de ella»,(31) y es que se vierte también en una forma intemporal de conocimiento que consideramos emparentada de forma estrecha a la manera de inquirir de la lógica del pensamiento salvaje, y que como éste, dilucida profundizando con el auxilio de «imagines mundi» que, como estructuras mentales, vienen a facilitar grandemente la inteligencia del mundo y a presentarse como una forma de aprehensión singular analógica.
Es por esto que el poeta (una suerte de hombre primitivo en este punto), de manera totalmente coherente es capaz de ofrecer una imagen de una complejidad discontinua; así, también, observamos que la logicidad poética es tan legítima y verdadera como la logicidad científica; tan sólo tendremos que considerar que el conocimiento del universo que aporta la poesía es aquel que de manera simultánea reconoce del mundo «propiedades físicas y propiedades semánticas»,(32) no siendo por tanto cierto que el mundo de lo poético se extienda y avance de forma casi unívoca y exclusiva por la vía de los afectos. Es así que nos parece necesario observar que la cohesión interna del fenómeno poético, con ser en nuestros días indiscutible,(33) de su estructura será también preciso contemplar que nos da la posibilidad de «decir»(34), de significar que el hombre es hombre y que el significado de sí está en el espíritu que actúa con la aspiración a la total libertad, no tanto para enfrentarse a los procesos económicos o estrictamente sociales, sexuales e incluso estéticos, como en realidad a sí mismo.(35)
Notas.-
(17) Claude Levi-Strauss: «El pensamiento salvaje». Pag.48. Ver nota 1, 5, 6, 8, 9, 11, 12, 13 y 16.
(18) Roman Jakobson: Ensayos de lingüística general. Seix Barral. Barcelona 1981.
(19) Roman Jakobson: Lingüística y Poética. Cátedra. Madrid. 1982.
(20) Erlich Victor: El formalismo ruso. Seix Barral. Barcelona 1972.
(21) Roman Jakobson: Lingüística y Poética. Ver nota 19.
(22) Cllaude Levi-Strauss: «El pensamiento salvaje». Pag.201. Ver nota 1, 5, 6, 8, 9, 11, 12, 13,16 y 17.
(23) Ibidem
(24) Ibidem
(25) Comte, Augusto. Curso de filosofía positiva Buenos Aires. 1981. Aguilar. Iniciación Filosófica.
(26) Claude Levi Strauss: «El pensamiento salvaje». Pag.244. Ver nota 1, 5, 6, 8, 9, 11, 12, 13.16, 17, 22, 23 y 24.
(27) Georges Santayana: Poesía y Religión. Cátedra. Madrid 1992.
(28) Claude Levi-Strauss: «El pensamiento salvaje». Pag.244. Ver nota 1, 5, 6, 8, 9, 11, 12, 13.16, 17, 22, 23,24 y 26.
(29) Jean Paul Sartre: Crítica de la razón dialéctica. OBRAS COMPLETAS AGUILAR. Madrid 1974
(30) Claude Levi-Strauss: «El pensamiento salvaje». nota 2,. Ver nota 1, 5, 6, 8, 9, 11, 12, 13.16, 17, 22, 23, 24, 26 y 28.
(31) Ibidem
(32) Ibidem.
(33) Roman Jakobson: Lingüística y Poética. Ver nota 19 y 21.
(34) Octavio Paz: Claude Levi-Strauss o el nuevo festín de Esopo: Joaquín Mortiz. México 1969.
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