Tras los brillantes y sugerentes
argumentos expuestos en la publicación titulada Dos argumentos teológicos[1]
por parte del filósofo y epistemólogo Jorge Estrella, y tras una conversación
con el autor sobre aquellos interesantísimos razonamientos expuestos, le
mostraba mi disposición a contrastar, con toda modestia, algunos considerandos
en relación a su exposición que tuvo a bien llevar a término de manera
exclusiva para nuestro blog Ancile, labor inestimable por la que le estamos del
todo muy agradecidos. Así las cosas, propongo esta suerte de reflexiones
que vienen al caso en relación al mencionado trabajo de nuestro admirado epistemólogo y querido
amigo, queriendo dejar claro que, ni por asomo se pretende otra cosa que exponer con la mayor coherencia
posible, si es que la admiten estas notas con sus seguras limitaciones, sobre cuestión indubitablemente
fascinante, sin más pretensión que responder a tan estimulante cuestión planteada y ofrecer, así, estas humildes introspecciones como consecuencia del hondo calado que tuvieron aquellos argumentos teológicos, los cuales serán también para el
interesado harto provechosas en sus tan extraordinarias
aproximaciones. De aquellos argumentos teológicos me centraré en responder, brevemente, solo al aspecto relativo a la cuestión genética, vertiendo para la ocasión
un fragmento de un trabajo más amplio intitulado: El acto creativo: herencia y descendencia de la divinidad. El
argumento sobre el pánico ante la contemplación divina merece tratamiento
aparte, por lo que no se verá en este breve y sobrio opúsculo reflejado.
¿DIOS, INGENIERO
GENÉTICO?
Desde
El origen de las especies[2],
donde Darwin ya advertía la posible existencia de factores hereditarios,
pasando por el descubrimiento del ADN[3]
como material primordial del que estaban compuestos los genes, hasta la
reciente y controvertida realidad de la manipulación genética, parece que no
está del todo resuelta la controversia entre la herencia y el medio como
responsables finales de nuestras características fisiológicas, emocionales e
incluso culturales. El influjo
darwinista sobre la naturaleza competitiva y egoísta en el proceso evolutivo
reflejo en el material genético,[4]
acaso no ha dejado entrever, sino hasta hace muy poco, la capital importancia que
tiene su contribución, asistencia y colaboración en los procesos biológicos.
Tampoco creemos baladí la reflexión sobre uno de los ejes que vertebran la
biología moderna y que tienen que ver, precisamente, con los genes, y que se
refiere a la importancia que mantienen en el control primordial de la vida. ¿Pero,
en verdad son autoemergentes los
genes, o lo que es lo mismo, pueden activarse o desactivarse de manera autónoma
y dependiendo sólo de ellos mismos? La Epigenética, que estudia los mecanismos
moleculares y trata de explicar la actividad genética, nos muestra que el
entorno de dicha actividad tiene un alcance muy considerable que en modo
alguno puede obviarse. Por lo que es preciso tenerlo muy presente. Se ha
llegado inclusive a inferir que es necesario que volvamos a introducir la idea
del espíritu en la ecuación, si queremos mejorar nuestra salud mental y física.[5]
Hemos
creído oportuno hacer estas consideraciones iniciales porque si entramos en la
valoración genética como factor de interés en la influencia de la idea de Dios,
no queremos en modo alguno que prevalezca sobre el lector la falsa
representación o imagen o visión mecanicista en nuestras aproximaciones: el gen
per se no pueda explicar gran cosa a
este respecto, sobre todo si lo deducimos de una análisis mediante el que
diseccionemos y aislemos el gen para encontrar la justificación a nuestros
argumentos; la idea de comunidad (u organismo) estará siempre presente en
nuestras modestas consideraciones, a fuer de poder ser tachados de
neolamarckianos[6] (no
tomen en modo alguno esta afirmación como un rechazo del darwinismo), pues en
realidad no cuestionamos que muchos de los rasgos se transmiten a la
descendencia en virtud de que sean necesarios para la supervivencia; no obstante, si
estos rasgos quedan impresos en el gen hacemos las siguientes consideraciones.
Los
nuevos estudios de biología muestran que los organismos vivos entran a formar
parte de una comunidad celular compartiendo sus genes, y que los genes que se
comparten no lo hacen solo en una determinada especie, sino también entre otras
diferentes, por lo que inferimos que los genes son la memoria informática e informativa aprendida por los organismos. Una
vez que hemos dejado claro nuestras serias dudas para admitir cualquier tipo de
determinismo genético, pasaremos a mostrar cómo es que la idea de Dios puede
estar grabada en los genes.
Una
vez descubierta la secuencia genética en los seres humanos (Proyecto Genoma Humano), se produjo una
sorpresa inicial: que la mayor parte del genoma humano que se creía debiera
existir, era imaginario, ilusorio, hipotético, de hecho, los ciento veinte mil
genes que se esperaban descubrir quedó reducido a un veinte por ciento, a saber:
unos veinte y cinco mil. Así las cosas ¿hay suficientes genes para explicar la
complejidad que nos rodea en el entorno y la que nos conforma a nosotros mismos
como seres vivos? La cuestión es que no hay mucha diferencia entre el material
genético nuestro y el del resto de organismos primitivos.[7]
En definitiva, dejamos caer nuestro reparo y vacilación en pensar que el ADN
controla totalmente nuestros procesos biológicos, por lo que puede ponerse en
duda que el gen sea el núcleo informativo único del origen de la idea de Dios.
Pero, a pesar de ello, proseguiremos con la indagación, sobre todo porque esté
o no en ese punto genético nuclear, lo que sí nos parece cierto es que la idea
de Dios está grabada en nosotros de forma permanente, para apararla una veces, otras para rechazarla.
Si
bien el comportamiento celular, a nuestro juicio, no puede explicarse tanto de
forma reduccionista como de manera integradora y totalizadora, haremos una
suerte de reflexión en torno a uno de sus componentes principales ya referidos
insistentemente (el gen) para entender el funcionamiento celular, y cómo es
posible que este pueda contener la información a la que venimos haciendo
referencia: el (un) gen como portador del concepto o la imagen de Dios.
La
manera de acceder a Dios exige, convencionalmente, un grado singular de espiritualidad, el cual
debe entenderse como algo que permanece en nosotros en mayor o menor grado a
tenor de un curioso instinto que parece seguir el dictado de William James, en
tanto que aquel también dirige la razón y la lógica. Este instinto heredado
responde al sello genético, pero también a lo aprendido. La inclinación
religiosa más o menos acentuada dependerá finalmente del entorno para mostrarse
con mayor o menor fuerza, y, si es verdad que finalmente está grabado en el
material genético, es probable que no sea
un solo gen sino varios[8]
los responsables de la conducta espiritual y de la capacidad, o mejor, disposición
de esa conciencia peculiar para percibir y desarrollar la idea de Dios.
Parece
que la idea de Dios promete la ventaja cierta de afrontar con un grado
de razonable optimismo el trajín existencial, garantizando unas ventajas de
mejor adaptación y de perpetuación, por tanto, de la especie. Seguiremos
nuestro razonamiento centrándonos más en la idea de Dios que en el concepto de
religiosidad, porque este último parece estar impulsado (y posteriormente)
anclado más por la cultura que por la propia herencia genética.[9] Igualmente que la matemática nos dice: esto o aquello tiene o no coherencia, mas en modo alguno nos dice por qué tiene
como singular característica dicha cohesión o correspondencia, igualmente la carga
genética parece apuntar a que la idea de Dios puede estar grabada en los genes, pero
explicar el cómo y el por qué, aun esbozando algunas conjeturas más o menos
afortunadas, resulta igualmente difícil, si no es a través de la fe, premisa
que nosotros descartamos por razones obvias, si es que lo queremos es verter
una hipótesis que se adapte al método científico.
¿Pero,
hay métodos de estudio para distinguir entre los genes que supuestamente portan
la idea o la inclinación a la creencia en Dios, de aquellas conductas que estén
influidas por el entorno? Desde la
genética del comportamiento de Francis Galton[10]
a otros posteriores, parece mostrarse que la inclinación a sentir o presentir
la presencia de Dios era cosa heredada.[11]
Si tratamos de identificar las secuencias
de ADN en las diferencias observadas[12]
en la inclinación a la creencia en Dios de una a otra persona, podíamos estar
en condiciones de detectar la diversidad
que nos aproxime a la inclinación razonable de creer o no, observado desde una óptica biológica y,
por tanto, genética. De hecho se identificaron algunos genes aspirantes, como
fueron aquellos que codifican receptores que detectan la dopamina[13],
concretamente el D4DR, aunque posteriormente acabó siendo rechazado. Con
posterioridad se trato de relacionarlo como conductor de la serotonina[14],
pero con igual (negativo) resultado que el caso anterior. Por fin apareció un
nuevo candidato, en este caso el VMAT2 del que se obtuvieron resultados
bastante más alentadores. De todo el proceso de análisis de resultados y
estudios estadísticos de dicho gen y su relación con las monoaminas[15]
(neurotransmisores o intermediarios bioquímicos específicos) comenzaron a
surgir los primeros resultados esperanzadores, ya que en el proceso de
interacción de las monoaminas, el gen VMAT2, era parte crucial.
En
cualquier caso, para aceptar que el VMAT2 sea la vía para la inmersión en la
creencia de algo trascendente, se requiere la aceptación necesaria de una visión
dualista (mecanicista) de lo que entendemos por consciencia,[16]
pues tendríamos que partir de una conciencia primaria y de otra secundaria (o
superior)[17] que nos
permitiría memorizar lo que sucede en el presente. Las monoaminas serían
controladas en este proceso por el gen VMAT2. ¿Pero, este proceso, en verdad
acaba de satisfacer nuestras expectativas? Recordamos que tenemos una concepción
orgánica e integradora del funcionamiento biológico, amén de que el proceso de
la conciencia, al fin y al cabo, siempre será una cosa totalmente personal y,
desde luego, intransferible. Además, es interesante reseñar que la experiencia
de Dios es descrita como un estado
unitario absoluto, el cual, no ofrece coherencia con aquella descripción
dualista mecanicista que distingue dos maneras de conciencia para explicar
la inclinación hacia lo trascendente, y,
además, nos parece que no es tan simple ese proceso cerebral de modificación de
equilibrio entre una y otra consciencia (cuestión está sujeta a otro debate
propio de la neurociencia). Se ha escrito que muchas de las experiencias de
trascendencia mística (Michael Persinger) suceden de manera espontánea y
parecen muy localizadas (región temporal y parietal) sin consecuencias motoras manifiestas[18].
La cuestión puede resultar aún más complicada si caemos en la cuenta de que
será el afecto (el sentimiento) más que el propio intelecto el que nos ponga en
contacto con Dios, por lo que Éste, más que conocido, es más apropiada su referencia como sentido.
Hay
estudios (estadísticos) que pretenden demostrar el valor evolutivo de la fe,
-haciendo analogías entre la oración y
placebo- en tanto que parece que aquellas personas que profesan esta o
aquella religión pueden gozar de mejor salud y, por tanto deducir que esta
creencia puede ser útil para la supervivencia y la perpetuación de la especie.
En cualquier caso, la ciencia, la biología concretamente, puede llegar a la
conclusión de que es posible que haya genes que pueden portar la información
precisa para establecer la creencia de Dios y profesar una actitud espiritual.
Concluimos,
no obstante de todo lo inmediatamente expuesto, recordando que los genes no son
los únicos responsables de nuestra identidad y, por tanto de la impronta y
evolución de la idea de Dios en el individuo. Pueden, no obstante, concebirse como el instrumento, el ingenio o
dispositivo material mediante el cual la identidad (el yo) se descarga[19]
del entorno y concibe integral y orgánicamente la ingente información que la
compone, y que de esta totalidad, nosotros no somos más que una ínfima parte que
necesariamente tiene que tener parte, por lo que sí cabe preguntarse ahora si la presencia de este gen es
un patrón que se repite azarosamente en nuestro ser biológico, o si, por el
contrario, anuncia un paso evolutivo singular que nos coloca en disposición de
una reflexión nueva sobre nuestra propia naturaleza como seres conscientes en
un mundo en el que es preciso vernos y entendernos inevitablemente integrados.
¿Diríase que
ir hacia lo inconmensurable, es decir, Dios, es una tarea imposible? ¿Puede
uno ir hacia la verdad, hacia lo real? ¿O es la verdad –la realidad- la que
tiene que venir a quien se interroga por ella? Son estas cuestiones que, a
nuestro juicio, la materialidad de la carga genética, porte o no la idea de
Dios o de la Realidad última, al fin y a la postre, no puede responder. Nosotros
nos inclinamos en pos de entender que, para alcanzar lo que la verdad sea, es
preciso estar libre de todo lo conocido, de todo condicionante y estar lo
suficientemente despierto, alerta, consciente, para reconocerla. Es como el
ejercicio creativo y genuino del poeta que aspira y encuentra la belleza una
vez que se ha liberado de todo aquello que le ata a su identidad, pues cuando
percibe la belleza es porque al fin está ausente de su propio ego, ajeno de su
propia yoidad.
Francisco Acuyo
[1]
Estrella, J.: Dos argumentos teológicos, Ancile, http://www.franciscoacuyo.com/2012/08/dos-argumentos-teologicos-por-el.html
[2] Darwin,
Ch.: El origen de las especies, Edaf, 1996.
[3] Watson,
J. y Crick, F.:La búsqueda científica del alma, edt. Debate, Madrid, 1994.
[4] Dawkin,
R.: El origen de las especies. N. 2.
[5] Lipton,
B. H.: La biología de la creencia, La esfera de los libros, Madrid, 2007, p.35.
[6] Jean
Baptiste de Lamarck, que sugería que la evolución se basaba mejor que en la
violenta competitividad, en la interacción cooperativa e instructiva entre los
organismos y el entorno.
[7] Véase el
hecho sorprendente de las células enucleadas que conservan su funcionamiento
biológico en ausencia de genes.
[8] Hamer,
D.: El gen de Dios, La esfera de los libros, Madrid, 2006, p. 24.
[9] Ibidem,
p. 30.
[10] La
investigación llevada a cabo con gemelos pretende determinar cuándo estamos
ante uno u otro caso.
[11]
Distinguiendo la religiosidad extrínseca (la que se manifiesta como una manera
social de comunicación y por lo tanto más superficial) de la intrínseca
(aquella que sin embargo se manifiesta como una
vivencia profunda del individuo), esta última era la que daba un
resultado más claramente positivo en ser heredada.
[12] Ibidem
op. cit. P. 85
[13]
Neurotransmisor que se vincula con la resolución de algunos individuos hacia la
trascendencia.
[14]
Neurotransmisor que aspira también a relacionársele con la trascendencia.
[15] Son
monoaminas: la dopamina, la adrenalina y la noradrenalina.
[16]
Cuestión nada sencilla (ver brevemente la tesis de lo que sea la conciencia)
[17]
Edelman. E. G.: ver bibliografía.
[18] Ibidem,
opus cit. p.178
Fascinante, amigo. El hombre en su afán de explicarlo todo, de definir la infinitud con instrumentos finitos, bucea infatigablemente en cada misterio. Simepre me atrajo la genética, que tuve que examinar como asignatura alguna vez; pero entonces no estaba completo el mapa genético humano...en fin, que las computadoras se parecen mucho a todo esto,aunque groseramente. Nuestro cuerpo parece ser el harware donde vienen instalados los softwares diversos que nos hacen funcionar. Para mí, Dios es el ingeniero que juega a la vida en millones de formas, como si nos soñara con cierta autonomía que no siempre bien usamnos. Muchas gracias por este exquisito trabajo, amigo. Abrazos.
ResponderEliminarEl comentario de Pastor me parece muy acertado.... es un tema que nunca tendra fin.Yo criada desde el jardin de infancia hasta el bachillerato en un colegio de monjas, deje de confesarme a los 11 años sin ninguna influencia exterior. Recuerdo que me molesto la cantidad de preguntas que yo considere tontas o sin sentido para mi edad. La palabra Dios no me agrada porque se relaciona con la supuesta existencia de algo que existe.Algo con alma o capacidad de crear a su imagen y semejanza?
ResponderEliminarPrefiero hablar de creacion..origen ,explosion primaria...y prefiero meditar en que alguien humano como yo ( incluidos los animales) sufren.Por lo tanto trato de no dañar a nada ni nadie....me fascina el tema que usted toca...mi incredulidad sera espontanea en mi? o experiencias de lo visto en grupos religiosos? Espero leer mas de usted.....mis genes estan curiosos! Gracias!!!!!Hilda Breer