Aunque, a riesgo seguro de que a los menos avisados les resulte, cuando menos sorprendente, colocar al gran D. Luis de Góngora, autor máximo indiscutible del barroco español (y acaso absoluto), autor de obras poéticas mayores, extremadas, complejas de la poesía universal de todos los tiempos (Fábula de Polifemo y Galatea, Las Soledades, el Panegírico al Duque de Lerma…), como una de las referencias más significativas de los poetas del amor en esta sección (Amor y poesía) del blog Ancile, porque creo que está, a mi modesto juicio, de sobra más que justificado, aunque sólo fuese por la exigua muestra que antologamos en esta entrada, conscientes de lo mucho que dejamos fuera de ella (entre otros la misma Fábula del Polifemo y Galatea, con memorables momentos para esta temática) y, sin duda, de tan digna referencia como lo que aquí, tan limitadamente, ofrecemos. Así son los rigores exigibles a tan breve espacio como el que propone y demanda este medio.
Que es una de las influencias rotundas y no sé si más claras de quien suscribe estas líneas introductorias, no es ningún secreto, sino más bien un emblema del que, con toda humildad, me he de sentir profundamente orgulloso, acaso como todos los que aman y distinguen lo más granado de la poesía española, debieran. Los poemas de temática amorosa de D. Luis son, y serán sin duda, exquisito modelo de delicadeza, gracia y precisión, tanto en los sonetos como en los poemas de arte menor, vertida esta de manera tan incomparable e eminente en sus romances y letrillas. Quede aquí, pues, esta muestra exigua pero intensa del genio del poeta cordobés que será, por los siglos de los siglos, faro insigne de la superior poesía de cualquier lugar y época, para mejor gloria de nuestras ya egregias, distinguidas, aristocráticas y eminentes letras.
LUIS DE GÓNGORA, EN AMOR Y POESÍA
EN UN PASTORAL ALBERGUE
En un pastoral albergue
que la guerra entre unos robres
lo dejó por escondido
o lo perdonó por pobre,
do la paz viste pellico
y conduce, entre pastores,
ovejas del monte al llano,
y cabras del llano al monte,
mal herido y bien curado,
se alberga un dichoso joven,
que, sin clavarle, Amor, flecha,
lo coronó de favores.
Las venas con poca sangre,
los ojos con mucha noche,
lo halló en el campo aquella
vida y muerte de los hombres.
Del palafrén se derriba,
no porque al moro conoce,
sino por ver que la hierba
tanta sangre paga en flores.
Límpiale el rostro, y la mano
siente al Amor que se esconde
tras las rosas, que la muerte
va violando sus colores
(escondióse tras las rosas,
porque labren sus arpones
el diamante del Catay
con aquella sangre noble).
Ya le regala los ojos,
ya le entra, sin ver por dónde,
una piedad mal nacida
entre dulces escorpiones;
ya es herido el pedernal,
ya despide, el primer golpe,
centellas de agua. ¡Oh piedad,
hija de padres traidores!
Hierbas aplica a sus llagas,
que, si no sanan entonces,
en virtud de tales manos
lisonjean los dolores.
Amor le ofrece su venda,
mas ella sus velos rompe
para ligar sus heridas;
los rayos del sol perdonen.
Los últimos nudos daba,
cuando el cielo la socorre
de un villano en una yegua,
que iba penetrando el bosque.
Enfrénanlo de la bella
las tristes piadosas voces,
que, los firmes troncos, mueven,
y las sordas piedras oyen;
y la, que mejor se halla
en las selvas que en la corte,
simple bondad, al pío ruego
cortésmente corresponde:
humilde se apea el villano,
y sobre la yegua pone
un cuerpo con poca sangre,
pero con dos corazones.
A su cabaña los guía,
que el sol deja su horizonte,
y el humo de su cabaña
les va sirviendo de norte.
Llegaron temprano a ella,
do una labradora acoge
un mal vivo con dos almas
y una ciega con dos soles.
Blando heno, en vez de pluma,
para lecho les compone,
que será tálamo luego
do el garzón sus dichas logre.
Las manos, pues, cuyos dedos
de esta vida fueron dioses,
restituyen a Medoro
salud nueva, fuerzas dobles,
y le entregan, cuando menos,
su beldad y un reino en dote,
segunda invidia de Marte,
primera dicha de Adonis.
Corona, un lascivo enjambre
de cupidillos menores,
la choza, bien como abejas,
hueco tronco de alcornoque.
¡Qué de nudos le está dando
a un áspid la Invidia torpe,
contando de las palomas
los arrullos gemidores!
¡Qué bien la destierra Amor,
haciendo la cuerda azote,
porque el caso no se infame
y el lugar no se inficione!
Todo es gala el africano,
su vestido espira olores,
el lunado arco suspende
y el corvo alfanje depone;
tórtolas enamoradas
son sus roncos atambores,
y los volantes de Venus,
sus bien seguidos pendones.
Desnuda el pecho anda ella,
vuela el cabello sin orden;
si lo abrocha, es con claveles,
con jazmines, si lo coge;
el pie calza en lazos de oro,
porque la nieve se goce,
y no se vaya por pies
la hermosura del orbe.
Todo sirve a los amantes:
plumas les baten, veloces,
airecillos lisonjeros,
si no son murmuradores;
los campos les dan alfombras,
los árboles, pabellones,
la apacible fuente, sueño,
música, los ruiseñores;
los troncos les dan cortezas
en que se guarden sus nombres
mejor que en tablas de mármol
o que en láminas de bronce:
no hay verde fresno sin letra,
ni blanco chopo sin mote;
si un valle «Angélica» suena,
otro «Angélica» responde.
Cuevas, do el silencio apenas
deja que sombras las moren,
profanan con sus abrazos,
a pesar de sus horrores.
Choza, pues, tálamo y lecho,
cortesanos labradores,
aires, campos, fuentes, vegas,
cuevas, troncos, aves, flores,
fresnos, chopos, montes, valles,
contestes de estos amores,
el cielo os guarde, si puede,
de las locuras del Conde.
CUAL PARECE EL ROMPER DE LA MAÑANA
Cual parece el romper de la mañana
aljófar blanco sobre frescas rosas,
o cual por manos hecha, artificiosas,
bordadura de perlas sobre grana,
tales de mi pastora soberana
parecían las lágrimas hermosas
sobre las dos mejillas milagrosas,
de quien mezcladas leche y sangre mana,
lanzando a vueltas de su tierno llanto
un ardiente suspiro de su pecho,
tal que el más duro canto enterneciera:
si enternecer bastara un duro canto,
mirad qué habrá con un corazón hecho,
que al llanto y al suspiro fue de cera.
SUSPIROS TRISTES, LÁGRIMAS CANSADAS
Suspiros tristes, lágrimas cansadas,
que lanza el corazón, los ojos llueven,
los troncos bañan y las ramas mueven
de estas plantas, a Alcides consagradas;
mas del viento las fuerzas conjuradas
los suspiros desatan y remueven,
y los troncos las lágrimas se beben,
mal ellos y peor ellas derramadas.
Hasta en mi tierno rostro aquel tributo
que dan mis ojos, invisible mano
de sombra o de aire me le deja enjuto,
porque aquel ángel fieramente humano
no crea mi dolor, y así es mi fruto
llorar sin premio y suspirar en vano.
NI EN ESTE MONTE, ESTE AIRE, NI ESTE RÍO
Ni en este monte, este aire, ni este río
corre fiera, vuela ave, pece nada,
de quien con atención no sea escuchada
la triste voz del triste llanto mío;
y aunque en la fuerza sea del estío
al viento mi querella encomendada,
cuando a cada cual de ellos más le agrada
fresca cueva, árbol verde, arroyo frío,
a compasión movidos de mi llanto,
dejan la sombra, el ramo y la hondura,
cual ya por escuchar el dulce canto
de aquel que, de Strimón en la espesura,
los suspendía cien mil veces. ¡Tanto
puede mi mal, y pudo su dulzura!
LA DULCE BOCA QUE A GUSTAR CONVIDA
La dulce boca que a gustar convida
un humor entre perlas distilado,
y a no invidiar aquel licor sagrado
que a Júpiter ministra el garzón de Ida,
amantes, no toquéis, si queréis vida;
aorque entre un labio y otro colorado
amor está, de su veneno armado,
cual entre flor y flor sierpe escondida.
No os engañen las rosas que a la Aurora
diréis que, aljofaradas y olorosas
se le cayeron del purpúreo seno;
manzanas son de Tántalo, y no rosas,
que pronto huyen del que incitan hora
y sólo del Amor queda el veneno.
SI AMOR ENTRE LAS PLUMAS DE SU NIDO
Si Amor entre las plumas de su nido
prendió mi libertad, ¿qué hará ahora,
que en tus ojos, dulcísima señora,
armado vuela, ya que no vestido?
Entre las vïoletas fui herido
del áspid que hoy entre los lilios mora;
igual fuerza tenías siendo aurora,
que ya como sol tienes bien nacido.
Saludaré tu luz con voz doliente,
cual tierno ruiseñor en prisión dura
despide quejas, pero dulcemente.
Diré como de rayos vi tu frente
coronada, y que hace tu hermosura
cantar las aves, y llorar la gente.
SERVÍA EN ORÁN AL REY
Servía en Orán al Rey
un español con dos lanzas,
y con el alma y la vida
a una gallarda africana,
tan noble como hermosa,
tan amante como amada,
con quien estaba una noche,
cuando tocaron alarma.
Trescientos cenetes eran
de este rebato la causa,
que los rayos de la luna
descubrieron las adargas;
las adargas avisaron
a las mudas atalayas,
las atalayas los fuegos,
los fuegos a las campanas;
y ellas al enamorado,
que en los brazos de su dama
oyó el militar estruendo
de las tropas y las cajas.
Espuelas de honor le pican
y freno de amor le para;
no salir es cobardía,
ingratitud es dejalla.
Del cuello pendiente ella,
viéndole tomar la espada,
con lágrimas y suspiros
le dice aquestas palabras:
“Salid al campo, señor,
bañen mis ojos la cama;
que ella me será también,
sin vos, campo de batalla.
Vestíos y salid apriesa,
que el general os aguarda;
yo os hago a vos mucha sobra
y vos a él mucha falta.
Bien podéis salir desnudo,
pues mi llanto no os ablanda;
que tenéis de acero el pecho
y no habéis menester armas.”
Viendo el español brioso
cuánto le detiene, y habla,
le dice así: “Mi señora,
tan dulce como enojada,
porque con honra y amor
yo me quede, cumpla y vaya,
vaya a los moros el cuerpo,
y quede con vos el alma.
Concededme, dueño mío,
licencia para que salga
al rebato en vuestro nombre,
y en vuestro nombre combata”.
LA MÁS BELLA NIÑA
La más bella niña
de nuestro lugar,
hoy viuda y sola
y ayer por casar,
viendo que sus ojos
a la guerra van,
a su madre dice,
que escucha su mal:
Dejadme llorar
orillas del mar.
Pues me distes, madre,
en tan tierna edad
tan corto el placer,
tan largo el pesar,
y me cautivastes
de quien hoy se va
y lleva las llaves
de mi libertad,
Dejadme llorar
orillas del mar.
En llorar conviertan
mis ojos, de hoy más,
el sabroso oficio
del dulce mirar,
pues que no se pueden
mejor ocupar,
yéndose a la guerra
quien era mi paz,
Dejadme llorar
orillas del mar.
No me pongáis freno
ni queráis culpar,
que lo uno es justo,
lo otro por demás.
Si me queréis bien,
no me hagáis mal;
harto peor fuera
morir y callar,
Dejadme llorar
orillas del mar.
Dulce madre mía,
¿Quién no llorará,
aunque tenga el pecho
como un pedernal,
Y no dará voces
viendo marchitar
los más verdes años
de mi mocedad?
Dejadme llorar
orillas del mar.
Váyanse las noches,
pues ido se han
los ojos que hacían
los míos velar;
váyanse, y no vean
tanta soledad,
después que en mi lecho
sobra la mitad.
Dejadme llorar
orillas del mar.
Enlace al poema “Lloraba la niña”, recitado.
LLORABA LA NIÑA
Lloraba la niña
(y tenía razón)
la prolija ausencia
de su ingrato amor.
dejóla tan niña,
Que apenas creo yo
que tenía los años
que ha que la dejó.
Llorando la ausencia
del galán traidor,
la halla la Luna
y la deja el Sol,
añadiendo siempre
pasión a pasión,
memoria a memoria,
dolor a dolor.
Llorad, corazón,
que tenéis razón.
Dícele su madre:
«Hija, por mi amor,
que se acabe el llanto,
o me acabe yo.»
ella le responde:
«No podrá ser, no:
Las causas son muchas,
los ojos son dos.
Satisfagan, madre,
tanta sinrazón,
y lágrimas lloren
en esta ocasión,
tantas como dellos
un tiempo tiró
flechas amorosas
el arquero dios.
Ya no canto, madre,
y si canto yo,
muy tristes endechas
mis canciones son;
porque el que se fue,
con lo que llevó,
se dejó el silencio,
y llevó la voz.»
Llorad, corazón,
que tenéis razón.
LAS FLORES DEL ROMERO
Las flores del romero,
niña Isabel,
hoy son flores azules,
mañana serán miel.
Celosa estás, la niña,
celosa estás de aquel
dichoso, pues le buscas,
ciego, pues no te ve,
ingrato, pues te enoja,
y confiado, pues
no se disculpa hoy
de lo que hizo ayer.
Enjuguen esperanzas
lo que lloras por él,
que celos entre aquéllos
que se han querido bien,
Hoy son flores azules,
mañana serán miel.
Aurora de ti misma,
que cuando a amanecer
a tu placer empiezas,
te eclipsan tu placer,
serénense tus ojos,
y más perlas no des,
porque al Sol le está mal
lo que a la Aurora bien.
Desata como nieblas
todo lo que no ves,
que sospechas de amantes
y querellas después,
Hoy son flores azules,
mañana serán miel.
HERMANA MARICA
Hermana Marica,
mañana, que es fiesta,
no irás tú a la amiga
ni yo iré a la escuela.
Pondraste el corpiño
y la saya buena,
cabezón labrado,
toca y albanega;
Y a mí me podrán
mi camisa nueva,
sayo de palmilla,
media de estameña;
y si hace bueno
trairé la montera
que me dio la Pascua
mi señora abuela,
y el estadal rojo
con lo que le cuelga,
que trajo el vecino
cuando fue a la feria.
Iremos a misa,
veremos la iglesia,
darános un cuarto
mi tía la ollera.
compraremos dél
(que nadie lo sepa)
chochos y garbanzos
para la merienda;
y en la tardecica,
en nuestra plazuela,
jugaré yo al toro
y tú a las muñecas
con las dos hermanas,
Juana y Madalena,
y las dos primillas,
Marica y la tuerta;
y si quiere madre
dar las castañetas,
podrás tanto dello
bailar en la puerta;
y al son del adufe
cantará Andrehuela:
No me aprovecharon,
madre, las hierbas.
Y yo de papel
haré una librea
teñida con moras
porque bien parezca,
y una caperuza
con muchas almenas;
pondré por penacho
las dos plumas negras
del rabo del gallo,
que acullá en la huerta
anaranjeamos
las Carnestolendas;
y en la caña larga
pondré una bandera
con dos borlas blancas
en sus tranzaderas;
y en mi caballito
pondré una cabeza
de guadamecí,
dos hilos por riendas;
y entraré en la calle
haciendo corvetas,
yo y otros del barrio,
que son más de treinta;
jugaremos cañas
junto a la plazuela,
porque Barbolilla
salga acá y nos vea;
Bárbola, la hija
de la panadera,
la que suele darme
tortas con manteca,
porque algunas veces
hacemos yo y ella
las bellaquerías
detrás de la puerta.
Luis de Góngora
No hay comentarios:
Publicar un comentario