Ofrecemos nuevas aproximaciones a la cuestión del tiempo en la sección del blog Ancile, Pensamiento, del conjunto de ensayos inédito El tiempo poético, donde se pone en consideración diversa los aspectos que atañen al concepto del tiempo en el ámbito de la poesía, y de esta con el concepto general que se estudia en los dominios de las ciencias y de la filosofía.
EL ARTE DEL
TIEMPO
Mantener que la esencia en el arte es una suerte de
fluctuación, de dinámica, de movimiento intemporal, quizá pueda entenderse en
virtud de lo que el rigor exige de cualquier informado intérprete, cuando menos
como una extraña (extravagante) impostura; no obstante, considero apunte necesario
aquel que sólo interesa a la concepción artística del tiempo, si parece
discurrir ajena a presupuestos humanistas, y cuyo origen, diríase por tanto,
cosa natural de las disciplinas más próximas a la ciencia y a la filosofía que
a la exégesis del arte. Mas la estética debate este aspecto esencial, a mi
juicio, tan parca como parcialmente, y no nos deja más salida para el análisis
que la ineludible referencia a conceptos temporales derivados del método
científico y de la indagación que es propia del
filósofo.
Desde la descripción
aristotélica del tiempo que durante siglos fuera de precepto (y que tuvo bien
conexo a su planteamiento temporal el fenómeno del movimiento), hasta la visión
del tiempo y del espacio inmutables que sellaría Newton con lógica implacable
(concepción, por otra parte, que disfruta de un secular predicamento aún en
nuestros días, a pesar de que ofrece la cosmovisión de un mundo (o un universo)
totalmente extático, y que, no obstante, observaríamos derrumbarse en virtud
del concepto einsteniano del tiempo y del espacio relativos. No
abocaré al lector a la inquietante perspectiva del tiempo que mantiene la
física del cuantum, advirtiendo de pasada que aquél, el
tiempo, en esta apasionante teoría de la física, muy bien parece que brilla por
su ausencia.
La concepción
estética del tiempo tal vez exige para el arte una dinámica que se
vierta como movimiento singular que no contiene tiempo alguno.
El goce de lo
estético despliega un movimiento en que el instante no es sino creación, y en
su dinámica ejemplar, no contempla reglas vertiendo una belleza libre de
conceptos y significados que entiendo como la más radical concepción de belleza
libre kantiana. La figura (o el paisaje) indica un movimiento que no tiende
a un fin, pues su dinamia es propia de un fenómeno de exuberante y vívido
exceso, y es común al arte clásico y a la más radical, sofisticada y desafiante
creación moderna. No obstante, la corriente fugitiva de cada pincelada, o el
proceso transitorio en que dispone cada objeto es una vívida estructura que
late y, sin embargo, nos asalta con la quietud de lo que, por ser único, es
eterno.
Pero si la obra de
arte como tal, resulta irreemplazable, lo será en virtud de la mímesis,
mas no entendida esta como una imitatio, sino extraída del uso y del
concepto originales y que eran relativos al movimiento de los astros, si estos
representan la pureza de la ley, de la proporción y del canon matemático que
vierte al cosmos su orden inmutable.Y es que no hablo ya de que la obra de arte
se sostenga en una propia estructura temporal, y su tempo, subjetivo, no
pueda ser medido exactamente, sino que es movimiento que no se describe con
medida temporal alguna. La ilusión de ese transcurso traducible en tiempo es
muy probable que devenga a través de un ancestral equívoco; esto es : la
traducción o labor de interpretación de la obra de arte (mas puede que también
del mundo), desde la que se interpreta como distintos ese movimiento interno (o
subjetivo) del que observa o se arrebata en la contemplación, de aquél externo,
si ofrecido objetivamente por el artista.
Cualquier interpretación, valoración o criterio
de exégesis conlleva una necesidad de contingencia incompatible a la naturaleza
intemporal (si no inmutable) de la auténtica obra de arte. La grandeza de ese
ritmo, latido sin instante, está en que nos invita a compartir su continuo e
inextinguible pulso, y hacer nuestro (ya lejos del efímero decurso de lo
transitorio, y que apercibimos con la parcialidad fugitiva y falaz de los
sentidos) su aliento permanente y su naturaleza para siempre duradera.
Si el tiempo es
devenir, la poesía y lo esencial en el arte fluyen como movimiento que dura
lejos del precepto y del concepto de cualquier tiempo. Cuando olvidamos,
superamos la dualidad expresa en el análisis del poema, de la obra de arte, ya
indistinto el sujeto y el objeto se comienza en verdad a asaltar la auténtica
naturaleza de la poesía, de lo esencial en el arte; decimos que la división ha
cesado.
La eternidad está
aquí, pues participa de la realidad última: importa aquello que sucede, no
cuando sucede. El tiempo se hace virtualmente redundante. Y el futuro (y el
pasado) están del todo en su acción de presente contenidos.
El tiempo (¿y su
entidad?) en poesía, o en lo esencial de un cuadro, es sustituido por una
durísima y abigarrada colección de espacios con diferente geometría donde no
queda tiempo alguno para unirlos. La ilusión temporal en el cuadro surge del
intento interpretativo tras del proceso de cristalización intemporal de su
extraordinaria geometría.
La idea o el concepto
de tiempo poético ¿en qué difiere de ese tiempo mensurable y cotidiano de
nuestros relojes? Desde la noción kantiana de que el mundo fue hecho con tiempo
y no en el tiempo, ya planeaba la duda de si el tiempo es eterno, o si tuvo en
realidad un principio. Es así que Leibniz se sintió perturbado porque un
creador perfecto e inmutable pudiese originar abruptamente un universo en un
momento particular. Esto conlleva: o bien que ese creador no creo nada en
absoluto, o creó el mundo antes de cualquier tiempo asignable, o lo
que es lo mismo, el mundo es eterno. Llevarían estas alternativas a la
idea que describe el instante particular antes de que existiera el universo,
con el concepto ingenioso de tiempo vacío kantiano. Pero hoy, el origen
del tiempo parte de una singularidad, la cual delimita tanto el espacio como el
tiempo de manera que no se puede continuar más allá de una singularidad
semejante, de igual modo que no se puede continuar un cono más allá donde su
vértice culmina. Es la frontera del tiempo, pero esta no se conforma como
parte del propio tiempo.
El poema, la poesía,
lo esencial en el arte, no fluyen sino en la mente ilusa de aquel que cree que
en su exégesis interpreta como uno o varios sucesos que acontecen en ese
movimiento inmarcesible del ser» en la poesía. En el proceso de
percepción del ser poético no se remiten los datos a la mente como a un
sujeto mítico, sino que devienen totalmente, copilados todos en unívoco
conjunto.
La experiencia del
tiempo está trabada profundamente con la identidad personal, y proyecta sobre
el cuerpo inmanente del poema la falacia del transcurso del tiempo: la poesía
es el devenir del ser, porque es el que es y el que deviene.
La poesía es el
conocimiento que nos libera del conocimiento mismo, pues no es producto del
pensar. No depende de un ejercicio de la voluntad. Pensar es movimiento en el
tiempo. La poesía es discernimiento: la quietud que observa su dinámica; el
pensamiento tiene causa; el discernimiento es acausal. Es por tanto la acción
sin causa y así mismo, sin tiempo, pues trasciende el yo que interpreta.
Es el movimiento que no divide en objeto ni sujeto, es la acción que completa
el mundo lejos de la experiencia propia o ajena, así como del conocimiento que
de ella se derive, porque su discernimiento no es de la memoria, ni del tiempo,
ni del conocimiento; es la creación que, renovada, se vierte en un instante
eterno.
Francisco Acuyo
Hermosa reflexión, amigo Francisco. Desde mi humilde percepción no puedo estar más de acuerdo. Me emociona ver reflejados y recogidos algunos de mis discernimientos, (que no pensamientos), a los que nunca he sido capaz de dar forma, al menos tan brillante, y que tienen resonancia y se concretan en este esclarecedor texto.
ResponderEliminarGracias y felicidades por la entrada.
Extraordinario! como siempre. Un abrazo Paco.-
ResponderEliminarUna brillante y esclarecedora exposición que nos ilumina y a la vez, estimula a alzar nuestra mirada.
ResponderEliminarFelicidades y muchas gracias por regalarnos el mejor obsequio a tus lectores, en el mismo día de tu onomástico.
Un cordial saludo.
Jeniffer Moore
Interesantísimo trabajo. El tiempo, ese misterio que cada quien percibe diferentemente y que no hay forma de exteriorizarlo con exactitud. Quizás anted de que existiera un testigo, el tiempo no existía, y de serlo, habría que imaginar una inteligencia más allá de nosotros, posiblemente Dios. Un abrazo, amigo.
ResponderEliminarDónde están los ejemplos
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