Cerramos el trabajo Sobre las mujeres de Schopenhauer, del profesor Tomás Moreno, para nuestra sección de microensayo, con esta segunda y no menos interesante entrega, que cierra con no poca información, aliciente y curiosidad la misoginia del gran filósofo de Danzing.
“SOBRE LAS MUJERES” DE SCHOPENHAUER (Y II)
V. Todo individuo varón, con la excepción de aquel
que logra el ideal ascético, es, para nuestro filósofo, un seducido por la voluntad de vivir, expresada
paradigmáticamente en el instinto sexual. Y como, ya lo señalábamos, la mujer
es la que encarna la astucia de la
especie, para propagarse a costa de los sufrimientos de los individuos, el varón
schopenhaueriano es inexorablemente burlado por la mujer, la especie y la
secuencia genealógica urdidas por la naturaleza para conseguir sus fines.
En
este registro se mueve, pues, la mujer-astucia de la especie -tan
profundamente estudiada por Alicia Puleo[1]-
que desvía lo que el sujeto cree un fin individual -la satisfacción de la
pulsión sexual en la pasión amorosa-, hacia un fin general específico: la
reproducción de la especie como perpetuación del mal y del dolor a través de la
cadena de las generaciones.
Eva Figes, por su parte, considera
que el amor, las mujeres, y el matrimonio no eran para Schopenhauer sino cebos
o trampas tendidas al hombre por la naturaleza, y que, de otro modo, podría
vivir su vida infeliz y sin sentido en sosegada contemplación y serena
meditación. Y comenta al respecto que en esta apreciación despectiva de lo
femenino se puede reconocer la rabieta de este filósofo contra la atracción
hacia las mujeres, de la que él no quedó
inmune en absoluto[2]. Convencido de que los
filósofos no debían casarse, tuvo fe personalmente en este convencimiento, pero
seguramente experimentó hacia las mujeres una atracción-repulsión de la que sus
escritos misóginos, como reiteradamente hemos comprobado, nos dan amplio
testimonio.
Alicia Puleo |
Afirma
que las mujeres carecen de todo gusto, sensibilidad y de inteligencia para la
música, la poesía y las artes plásticas. Suscribe la opinión de Rousseau de que ellas no aman ningún
arte, siendo su actitud en cualquier espectáculo artístico –concierto, ópera o
comedia- pura afectación, y cuando parecen mostrar interés en los mismos no es
sino “fingimiento… coquetería y pura monada”[3].
Nunca han creado una sola obra de arte realmente grande y original, ni ninguna
obra de valor permanente, carecen de genio artístico. Excepciones ocasionales
aparte[4],
para Schopenhauer: “tomadas en conjunto las mujeres son y serán las nulidades
más cabales e incurables” (AMM, p. 97).
VI. Schopenhauer considera, por otra parte, que la monogamia es antinatural y opuesta a la
razón: “Es totalmente incomprensible que un hombre cuya esposa sufra de una
enfermedad crónica, demuestre ser estéril o se haya ido convirtiendo en
demasiado vieja para él, no pueda tomar una segunda esposa adicional” (ATM, p.
90).
En
su opinión, en la monogamia se produce un desequilibrio entre lo que el hombre
y la mujer reciben: “el hombre recibe demasiado de una sola vez, pero poco a la
larga; con la mujer sucede exactamente lo contrario”[5].
Se trata, además de una relación natural engañosa:
La naturaleza, al
hacer casi igual el número de mujeres que el de hombres, y sin embargo dotar a
las mujeres de la capacidad para dar a luz y satisfacer al hombre sólo durante
la mitad de ese período, ha trastocado desde sus inicios la relación sexual
entre los seres humanos. A juzgar por la igualdad numérica absoluta, la
naturaleza pareciera favorecer la monogamia; sin embargo con una sola mujer un hombre
puede satisfacer su deseo de procrear sólo la mitad del tiempo; debería serle
permitido, pues, tomar una mujer adicional cuando la primera se marchitase; en
cambio, sólo se ha previsto una para cada cual. Lo que la mujer pierde en
tiempo de vida sexual lo gana en intensidad de la misma: es capaz de satisfacer
a dos o tres varones robustos al mismo tiempo sin que ello le afecte. En la
monogamia, en cambio, emplea sólo la mitad de su capacidad y satisface sólo la
mitad de sus deseos (ATM, p. 91).
Frente
al matrimonio monógamo (forma del contrato sexual-social que la sociedad de su
tiempo ofrece a la mujer, concediendo así a la esposa un cierto estatus social,
aunque adjetivo) Schopenhauer
propugna otra forma de relación: la
poligamia[6]. Las ventajas de la poligamia
son indiscutibles: no esta en contra de la naturaleza como lo está la monogamia
y favorece a las mujeres en su conjunto. Además, de hecho todos los hombres
tienden naturalmente a ella:
Todos nosotros
vivimos, al menos durante un tiempo,
pero casi siempre de modo permanente, en estado polígamo. Así pues, si cada
hombre necesita varias mujeres, debería dársele la oportunidad, e incluso el
derecho, de mantener a varias. Con ello se le estaría restituyendo a la mujer
su condición natural y justa como ser subordinado, y la dama, ese engendro de la civilización europea y de la estulticia
cristiano-germánica, con sus ridículas pretensiones de respeto y de veneración,
habría sido borrada de la faz de la tierra, y sólo quedarían mujeres; pero, eso sí: no mujeres desgraciadas, de las que Europa
se encuentra ahora repleta” (ATM, p. 92).
Con un humorismo un tanto sarcástico, Schopenhauer aduce como otra de las ventajas de la poligamia el hecho de
que liberaría al hombre de tener que relacionarse tan estrechamente con una sola
suegra como ocurre en la monogamia establecida:
Si la poligamia
llega a implantarse, tendría, entre muchas otras ventajas, la de que el hombre
no se relacionaría tan estrechamente con sus suegros, que, con el miedo que
inspiran, son hoy los responsables de frustrar innumerables matrimonios. Pero…
¡diez suegras en lugar de una!” (ATM, p. 93).
El
tema de la preferencia por la poligamia y la necesidad de la tutela-sujeción
femenina se completa con las invectivas verdaderamente furibundas de
Schopenhauer hacia la figura de la “señora” o la “dama”:
La mujer en
occidente, lo que se llama la “señora”, se encuentra en una posición
enteramente falsa que deberá ser suprimida por decreto y retornar a su lugar
natural: a la sumisión y al coto doméstico del marido. Porque la mujer, el sexus sequior de los antiguos, no está
en manera alguna formada para inspirar veneración, y recibir homenajes, ni para
llevar la cabeza más alta que el hombre, ni para tener iguales derechos que
éste” (AMM, p. 98).
Precisamente
porque hay “damas” en Europa, la gran mayoría de las mujeres –las de clase
inferior- “son infinitamente más dignas de lástima que en Oriente”[7]. El filósofo arremete, pues, contra con esas
“señoras” que, en el antiguo régimen, en los salones, influían en la política[8].
A ese privilegio, que en parte todavía perdura, se añade ahora la
reivindicación de los derechos de igualdad que, teniendo en cuenta la debilidad
de la razón femenina sería inoportuno conceder. Está claro que la dama tenía un poder de influencia y Schopenhauer
se indigna de que, a este privilegio, se sume ahora una petición de igualdad
totalmente inaceptable en su opinión:
Las leyes que rigen el matrimonio en Europa
suponen a la mujer igual al hombre, y así tienen un punto de partida falso”… [Esas]
“leyes que han concedido a las mujeres iguales derechos que a los hombres,
hubieran debido también conferirles una razón viril […]. Cuantos más derechos y
honores superiores a su mérito confieren las leyes a las mujeres, más
restringen el número de las que en realidad participan de esos favores, y
quitan a las demás sus derechos naturales en la misma proporción que a unas
cuantas privilegiadas se los han dado excepcionales.” (AMM, pp. 99-100).
Por
eso cuestiona la monogamia vigente en Europa, pues se trata de una institución
social que privilegia a unas pocas mujeres, las damas casadas[9], en detrimento del propio hombre –que, al
suponerlo igual a la mujer, se ve obligado a un pacto desigual- y de las
restantes mujeres, que no participan de dichos privilegios excepcionales: ya
sean o las solteronas que vegetan
tristemente en las clases altas de la sociedad, o las pobres trabajadoras de las clases inferiores, que se ven obligadas
a someterse a rudos y penosos trabajos (domésticos o de otra índole) para poder
subsistir o, finalmente, las prostitutas
–“víctimas de la monogamia, cruelmente inmoladas en el altar del matrimonio”-
que se ven conducidas para sobrevivir y por la fuerza de las circunstancias a “formar
una especie de clase pública y reconocida” con la función de “preservar de los riesgos de seducción
a las felices mujeres casadas”. Ello
significará, además, que no habrá más señoras privilegiadas a costa de que
muchísimas desgraciadas se conviertan en mujeres públicas[10].
Y también, que las pobres mujeres alcanzaran así sus “derechos naturales”[11].
VII. Cuando terminamos de leer el ensayo Sobre las mujeres, de Parerga y Paralipomena, que hemos ido exponiendo
y comentando, tomamos conciencia de los prejuicios ginefóbicos de los que parte y de las falacias en las que
habitualmente incurre el discurso del viejo filósofo misógino, en su afán por
denostar y agredir a las mujeres. Como acertadamente ha señalado Wanda Tommasi[12]
un procedimiento típico de la argumentación de Shopenhauer consiste, por ejemplo,
en atribuir a la naturaleza o esencia femenina los elementos que son en
realidad fruto del dominio sexista. El filósofo destaca, así, que mientras que
el “hombre tiene una relación directa con las cosas, es decir, se mide con la
realidad, la mujer sólo puede ejercer un dominio indirecto, a través del hombre”.
Esto es verdad, pero no es imputable a la diferencia femenina, sino a la
condición de la mujer tal como está configurada históricamente. La
imposibilidad de tener acceso a los objetos sociales de deseo si no es a través
del hombre, es fruto del dominio sexista,
un dominio que Schopenhauer quiere perpetuar contra toda reivindicación
femenina:
El
hombre se esfuerza en todo por dominar directamente, ya por la inteligencia, ya
por la fuerza; la mujer, por el contrario, siempre y en todas partes, está
reducida a una dominación en absoluto indirecta, es decir, no tiene poder sino
por medio del hombre; sólo él ejerce una influencia inmediata” (AMM, p. 96)
El infierno de la condición femenina
emerge aquí en toda su terrible realidad; el propio carácter de la mujer se
altera, de modo que queda en primer plano su capacidad de “manipular al hombre”
y su aptitud para el disimulo, la astucia, la mendacidad y el arte de fingir.
Estos últimos rasgos no serían, según Schopenhauer, fruto del dominio sexista,
sino que son características propias de la naturaleza femenina:
La
naturaleza las obliga a depender más de la astucia que de la fuerza,
precisamente por ser más débiles; de ahí su sagacidad instintiva y su inclinación
incorregible a mentir (…) De dicho error básico y sus secuelas se derivan,
empero, la falsedad, la deslealtad, la traición, la ingratitud” (ATM, p. 48)…
“La mujer, al igual que el calamar en su tinta, se esconde tras el disimulo y
nada en la mentira” (ATM, p. 49).
El mismo tipo de argumentación, que toma
la causa por el efecto, se emplea a
propósito de la necesidad de tutela de la mujer. “Fruto del dominio sexista,
por el cual la mujer se mantiene bajo tutela, la necesidad de tener a alguien
en quien apoyarse tiende a representarse también en ella en condiciones de
libertad”[13]. De lo cual deduce
Schopenhauer que la mujer, por su naturaleza, está destinada a la obediencia,
porque:
Es
evidente que, por naturaleza, la mujer esté destinada a obedecer, y prueba de
ello que la que está colocada en ese estado de independencia absoluta,
contrario a su naturaleza, se enreda en seguida, no importa con qué hombre, por
quien se deja dirigir y dominar, porque necesita un amo. Si es joven, toma un
amante; si es vieja, un confesor” (AMM, p. 102).
Prejuicios,
falacias argumentales, opiniones racionalmente infundadas, fobias y miedos
inconscientes hacia la mujer, complejos o traumas insuperados por el varón,
constituyen, pues, la urdimbre sobre la que se traman este tipo de alegatos
antifemeninos, todos ellos presentes en nuestro imaginario social y cultural
–en nuestros más venerados mitos de
origen- desde que existen las
sociedades patriarcales, y que han servido para fabricar, en las distintas
fases de su desarrollo, relatos y construcciones ideológicas opresoras,
deshumanizadoras y esclavizadoras de las mujeres: desde el mito de Pandora o de Eva -introductoras
del mal en el mundo- hasta manuales de inquisidores tan sanguinarios y
atroces como el Malleus Maleficarum, de
los dominicos Heinrich Kramer y Jacobus Sprenger, libelos pseudocientíficos tan
delirantes como Sobre la inferioridad fisiológico
mental de las mujeres de Paul Julius Moebius, libros tan infamantes para la
condición femenina como Sexo y carácter
de Weininger o este mismo ensayo, Sobre
las mujeres, de Schopenhauer.
Tomás
Moreno
[1] Alicia Puleo: Dialéctica
de la sexualidad. Género y sexo en la filosofía contemporánea, Madrid,
Cátedra, col. Feminismos, 1992.
[2] Eva Figes, Actitudes
Patriarcales: Las mujeres en la sociedad, op. cit., pp. 131-133. En efecto,
la vida amorosa de Shopenhauer fue plural y tortuosa: en 1813 mantiene con la
actriz Karoline Jageman una pasión no correspondida; en Dresde, unos años más
tarde tuvo al parecer una hija ilegítima con una joven camarera; en su periplo
italiano entre el otoño de 1818 y 1819
quedó prendado de una dama veneciana, Teresa Fuga, enamorada del poeta inglés
Byron lo que contrarió al celoso filósofo; en Florencia la tuberculosis de una
joven aristócrata inglesa de la que se enamoró, le disuadió de continuar su
relación; instalado en Berlín, en 1821 mantuvo, durante diez años, una relación
con Carolina Richter Medon, de diecinueve años, cantante del Teatro Nacional y
mujer de vida alegre, con la que incluso acarició la idea de casarse.
Finalmente, en 1859, convertido ya en un anciano rijoso aunque algo menos
misógino, entabló amistad con la joven escultora Elisabeth Ney, descendiente
del mariscal de Napoleón, que le parecía “indescriptiblemente encantadora”. La
obra de Fernando Savater evoca
precisamente esta relación mientras la joven artista esculpía el busto del ya
famoso filósofo.
[4] Al parecer, al final de su vida, según se
desprende de sus “Gespräche” (ed. por Arthur Hübscher, Stuttgart, 1971, p. 376,
citado en Franco Volpi en su Introducción
a Arthur Schopenhauer, El Arte de tratar
a las mujeres, op. cit, pp. 26-27) en una especie de retractación tardía le
confiesa a una amiga de Malwida von Meysenbug, que ha logrado alcanzar un
juicio más favorable sobre la mujer: “Aún no he pronunciado mi última palabra
sobre las mujeres. Estoy convencido de que cuando una mujer logra separarse del
montón o, mejor dicho, elevarse por encima de éste, crece de manera
ininterrumpida, incluso más que el hombre, a quien la edad impone un límite,
mientras que la mujer sigue desarrollándose indefinidamente”.
[6] Celia Amorós sintetiza así la
sorprendente propuesta schopenhaueriana frente al matrimonio monógamo: “Él hace
una propuesta alternativa, mucho más sabia: si no hay más remedio que ceder al
instinto –y hay que constatar que ceden la mayoría de los varones- organicemos
la poligamia, reconstruyamos feudos donde el derecho patriarcal hará otro tipo
de arreglos entre los varones; cada cual tomará bajo su protección las diversas
mujeres de su harén, y de este modo no habrá damas privilegiadas que sólo
pueden serlo a costa de que muchísimas otras se conviertan en mujeres públicas”
(Tiempo de feminismo, op. cit., p.
229).
[8] Celia Amorós es cribe al respecto: “Nadie como él ha denostado a
“La Dame”, ese monstruo de la civilización europea y de la necedad
germano-cristiana, con sus pretensiones ridículas al respeto y al honor.
Ridículas porque, como ya lo dijo Napoleón, “las mujeres no tienen categoría”. Adjudicársela a algunas es una
medida arbitraria que no puede llevarse a cabo si no es en perjuicio de las
más: aquí le da a Schopenhauer un ataque de sensibilidad democrática sin duda
un tanto insólito, dado el conservadurismo político de quien dejó en su
testamento unas cantidades para compensar a los soldados heridos a raíz de los
movimientos populares de 1848” (Tiempo de feminismo,
op. cit., p. 212).
[9] Ya anciano confesará a uno de sus
discípulos: “Conozco a las mujeres. Sólo les interesa el matrimonio como
institución de beneficencia. En la época en que mi propio padre languidecía,
confinado miserablemente a una silla de enfermo, habría quedado totalmente
abandonado si no fuera porque un antiguo sirviente puso en práctica el
denominado amor al prójimo. Mi señora madre organizaba tertulias mientras él se
consumía en su soledad, y ella se divertía mientras él soportaba amargos
tormentos. ¡Hete ahí el amor de las mujeres” (Gespräche, cit. por Franco Volpi en la Introducción a El Arte de
tratar a las mujeres, op. cit., p. 20)
[10] Amelia Valcárcel comenta, por su parte: “Para
Schopenhauer“la ‘dama europea’, relativamente dueña de sí, es una vergüenza
para la razón. Todas las mujeres deben
ser seres de harén, y en esto las
culturas orientales se han mostrado más sabias que Europa. Las mujeres no deben
tener derechos y deben ser educadas en la sumisión. De no hacerlo así, se las
hace infelices colectivamente. Por el contrario, sería benévolo darles una
existencia asiática, porque para que algunas mujeres sean individuos otras
tienen que ser sacrificadas y las sacrifican las propias mujeres: son las
prostitutas. La monogamia, que debería ser suprimida, es responsable de esto.
Las mujeres, interesadas en la monogamia, que no tienen virtud sino espíritu de
cuerpo, sacrifican a las demás. Para que algunas sean señoras que administren
el acceso sexual, otras deben renunciar completamente a la castidad y al
matrimonio. La realidad es que en todas partes sólo la poligamia funciona de hecho.
Se trata de organizarla” (Misoginia romántica: Hegel, Schopenhauer,
Kierkegaard, Nietzsche, op. cit., pp. 18-19). Cf. también su ensayo La política de las mujeres, op. cit.,
pp. 35-36.
[11]“¿Y cuáles son para nuestro
filósofo esos derechos naturales de las pobres mujeres que se ven mermados por
culpa de esos vampiros que son las Damas?”, se pregunta Celia Amorós, para
enseguida responder: “Nos enteramos líneas abajo: no se trata de apelación
alguna al iusnaturalismo, sino de la protección discrecional de que las podrían
hacer objeto a todas entre todos los varones naturalmente polígamos. La
propuesta, pues, es el harén como la
fórmula más perfecta de democracia para el sexo femenino, la perfecta
homologación de las idénticas por el mismo rasero. […] Precisamente porque el
rango de las mujeres, por adjetivo y no sustantivo, es falso, ellas exageran de
forma grotesca sus diferencias –pues nada hay más grotesco que las ceremonias
de reconocimiento o de marca de status
entre quienes no son pares: no tienen entre ellas que distribuere, puesto que nada hay que tribuere”[11]?
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