miércoles, 20 de marzo de 2013

KIERKEGAARD, EL FILÓSOFO DE LA ANGUSTIA, EN SU BICENTENARIO

Sören Aaaby Kierkegaard, filósofo de la angustia, en el bicentenario de su nacimiento, en la sección de Microensayos del blog Ancile, por el catedrático de filosofía Tomás Moreno. Pensador fundamental para los existencialismos del siglo XX (y de nuestro admirado Miguel de Unamuno), es traído a estas páginas digitales muy apropósito para deleite de los interesados en lo más granado del pensamiento de cualquier época. 


Kierkegaard, el filósofo de la angustia, Ancile, Tomás Moreno




EN EL BICENTENARIO DE KIERKEGAARD,
 EL FILÓSOFO DE LA ANGUSTIA



Kierkegaard, el filósofo de la angustia, Ancile, Tomás Moreno





I. La biografía de Sören Aaaby Kierkegaard (1813-1855), uno de los grandes filósofos europeos del XIX e indiscutible punto de referencia del existencialismo del siglo XX, es  muy pobre en sucesos: a excepción de un par de viajes a Berlín casi no salió de Copenhague. Una holgada renta familiar, le permitió vivir dedicado por entero a su producción literario-filosófica. No obstante, vivió su propia vida de forma intensísima, interpretando a menudo las propias vicisitudes personales como signos de un destino inexorable.
Kierkegaard, el filósofo de la angustia, Ancile, Tomás Moreno
            Kierkegaard  nace en Copenhague, en el seno de una familia acomodada. Es el séptimo y último de los hijos de Michael Pedersen Kierkegaard y de Ann,  ex-empleada doméstica de éste, con quien se había casado en segundas nupcias. El padre, de orígenes muy humildes, había llegado a ser un acaudalado comerciante textil. En plena madurez, cuando tuvo su último hijo (Sören) con 56 años, ya hacía más de un decenio que se había enriquecido lo suficiente como para retirarse de los negocios y dedicarse al estudio y a la educación de sus siete hijos. Imbuido de una profunda, severa y opresiva religiosidad, que transmitirá a toda su familia, era un hombre atormentado y triste. Kierkegaard llega a calificarlo como “el hombre más melancólico que nunca he conocido”. Sin embargo, para único disfrute del hijo, conservaba una viva e incluso exuberante imaginación, además de manifestar unas dotes dialécticas que maravillaban al joven Sören, sobre todo en las discusiones filosóficas y teológicas que gustaba de mantener con sus visitantes.
            De su madre poco sabemos, aparte de su actitud protectora y tierna con los suyos.  Es extraño que Kierkegaard, tan locuaz sobre sí mismo y sobre su padre, nos diga tan pocas cosas de ella y apenas la mencione en sus escritos[1].   Si sus relaciones con su madre fueron tiernas y afectivas, no podemos decir lo mismo con respecto a las que mantuvo con su padre, al que sin embargo amaba profundamente: hasta el final de su vida arrastrará un tormentoso conflicto con él.
            Aunque era el hijo favorito, Kierkegaard recordaba su infancia como terriblemente dolorosa. Había sido un niño enfermizo, y todavía más en plena adolescencia como consecuencia de un desgraciado accidente: en 1828, al caer de un árbol mientras jugaba, Kierkegaard sufre una lesión en la columna vertebral y como secuela su espalda adquiere un arqueamiento pronunciado[2], lo que acentúa el aspecto quebradizo y débil del futuro filósofo. La salud de Sören será muy delicada durante toda su vida.
Kierkegaard, el filósofo de la angustia, Ancile, Tomás Moreno
            Por otra parte, su educación, basada en una severa religiosidad pietista y centrada en un cristianismo tenebroso, según decía él mismo, le había sumido en una situación vital y existencial angustiada. En 1821, ingresa en el colegio de Borgerdyscole, donde se prolonga la educación religiosa imperante en su casa. En 1830 asiste a la Universidad de Copenhague, inmersa en esos años en la disputa entre la teología y la filosofía racionalista. En 1833, se produce su encuentro con el teólogo luterano Hans Lassen Martensen (1808-1884), que despierta su vocación religiosa. A través de él recibe las ideas del alemán Friedrich Schleiermacher (1768-1834)[3]. Su influencia sobre Kierkegaard fue profunda y se mantuvo viva hasta la muerte del filósofo danés. Sören destaca muy pronto en sus estudios de teología, siguiendo los pasos y la vocación sacerdotal de su hermano mayor, Peter Christian, que años más tarde llegaría a ser obispo luterano de Aalborg.
            Tras la muerte de su madre en 1834, la familia queda reducida a su hermano y su padre (sus otros cinco hermanos ya habían muerto). En julio, el joven Sören huye de su casa tras una disputa con su padre; cuando pasan unos meses regresa al hogar paterno, cargado de deudas, que su padre paga. Interrumpe en 1835 sus estudios de teología y en 1837 conoce a una jovencísima Regina Olsen, de quien se enamora. El 9 de agosto de 1838 muere su padre, quien poco antes ha confesado a su hijo su lacerante y angustioso “secreto” (Kierkegaard, más tarde, denominará esta revelación el “gran terremoto” de su vida). Queda dueño así de una doble herencia: por un lado, de una fortuna considerable; pero por el otro, de una inagotable angustia, caracterizada por la obsesión del pecado.
Kierkegaard, el filósofo de la angustia, Ancile, Tomás Moreno
Para honrar su memoria, decide proseguir sus estudios de teología, que concluirá en 1841 con una tesis doctoral titulada Sobre el concepto de ironía. Por ese tiempo rompe su promesa de matrimonio con Regina, que había contraído un año antes (septiembre de 1840), devolviéndole el anillo. Regina le suplica que vuelva a ella, pues está realmente enamorada, pero Sören -a pesar de amarla apasionadamente- se muestra frío y desdeñoso. La ruptura es inevitable: “Ella ha escogido la vida, yo he escogido el dolor”, escribirá en sus Diarios (que se publicarán póstumamente).
Se traslada a Berlín (1841-42), donde durante algunos meses se convierte en oyente de las lecciones Schelling. Pero su fascinación por el pensador alemán dura muy poco. En 1843 regresa a Copenhague. Redacta y publica, bajo seudónimo[4], O esto o lo otro. En ella se inserta el famoso Diario de un seductor. Este mismo año, también en Copenhague, aparecen publicados La repetición y Temor y temblor,  que obtienen un gran éxito: la fe aparece ya caracterizada como paradójica y ejemplificada con la historia de Abraham e Isaac, y la angustia ante Dios analizada como “temor y temblor”.
Kierkegaard, el filósofo de la angustia, Ancile, Tomás Moreno
En 1844 publica, también bajo seudónimo, dos obras con las que se aleja definitivamente del pensamiento hegeliano: Migajas filosóficas y El concepto de la angustia. Ésta es una de sus obras capitales y más conocidas, en ella que analiza con gran profundidad psicológica el problema de la angustia, a la que considera como estado de ánimo inherente a la existencia humana. Su repercusión es clave en el nacimiento y desarrollo del existencialismo europeo posterior.
En 1845 aparece una de sus obras más acabadas y sistemáticas, Estadios en el camino de la vida, exhaustivo estudio sobre los tres estadios de la vida humana estético, ético y religioso, y el “salto cualitativo” que se produce en la vida del individuo al pasar de uno a otro. Los Estadios incluyen, en su primera parte, una narración titulada In vino veritas (atribuida a un tal William Afham), en la que Kierkegaard, alude a un banquete, al final del cual cada uno de los cinco comensales invitados, Juan el Seductor, Víctor el Ermitaño, Constantino Constantius, el Jovencito y el Mercader de Modas, emiten amargos juicios sobre el amor y las mujeres.
En 1846 ve la luz Post scriptum conclusivo no científico a las Migajas filosóficas, obra que, bajo su irónico título, esconde una crítica a fondo de la filosofía hegeliana. En 1847 Kierkegaard trabaja en la redacción de Mi punto de vista, que aspira a ser arreglo final de cuentas con la filosofía sistemática. El filósofo afirma en ese texto que toda su obra debe ser entendida desde el punto de vista de la religión.
Kierkegaard, el filósofo de la angustia, Ancile, Tomás Moreno
En 1848 experimenta su segunda crisis mística; la primera había tenido lugar al escuchar la confesión de su padre, cuyo recuerdo no dejaba de atormentarle.  Kierkegaard, de treinta y cinco años, habiendo ya vivido más de lo que consideraba posible o justo, siente las conmociones de una nueva metamorfosis espiritual: tenía que intentar convertirse en sí mismo y considerar su melancolía “metiendo a Dios en el aprieto”. La metamorfosis anunciada tuvo lugar el 9 de abril. “Toda mi naturaleza ha cambiado”, escribió emocionadamente. “Mi íntima reserva, mi introversión, han desaparecido. Debo hablar. ¡Gran Dios, dame la gracia!”. En 1849 bajo el seudónimo de Anti-Climacus, Kierkegaard publica una de sus más importantes obras, La enfermedad mortal o De la desesperación y el pecado: un estudio sobre el pecado, trasgresión fundamental de la moral cristiana. La fortuna heredada de su padre está a punto de diluirse, junto con la prosperidad de la que hasta entonces había gozado Dinamarca. En 1850 publica La escuela del cristianismo, y, por último, sus Discursos edificantes (publicados con su propio nombre). Los cinco años siguientes son laboriosos y conflictivos en extremo.
            En octubre de 1855, Kierkegaard retira del banco los últimos fondos y poco después cae desmayado en la calle. Sufre parálisis en las dos piernas. Su estado se agrava, pero se niega a reconciliarse con la Iglesia oficial  incurablemente descarriada y con su propio hermano, el obispo. Muere el 11 de noviembre, en una clínica de Copenhague.
II. Todos estos datos y detalles biográficos son significativos a la hora de poder comprender su concepción filosófica, que él entendía no tanto como conocimiento objetivo de lo real cuanto como una reflexión existencial del individuo. Los “Diarios” indican precisamente los múltiples nexos, con frecuencia intrincados, entre su biografía y su pensamiento.
Kierkegaard, el filósofo de la angustia, Ancile, Tomás Moreno
            En efecto, la vida privada de Sören estuvo marcada sobre todo por tres hechos: la relación con su padre, ya aludida, la enigmática “espina en el costado”, y la breve relación con su frustrado amor, Regina Olsen. En más de una ocasión Kierkegaard insinuó o dijo francamente que su sufrimiento era su parte en la culpa secreta de su padre. El padre, se ha conjeturado a partir de los escritos de Kierkegaard, le confesó su secreto: al parecer, cuando era todavía niño y un pobre pastor, maldijo a Dios por los muchos sufrimientos que padecía; desde entonces, se sintió perseguido por ese pecado de sacrilegio. Si esta suposición era cierta lo ignoramos, pero en cualquier caso el piadoso viejo debió de sufrir el horrible tormento de la culpabilidad y el miedo durante toda su vida. Cuando, en un periodo de dos años, la madre y tres de los niños murieron, la sensación familiar de tristeza por estar sometida a un trágico destino de castigo y culpa se agravó: tanto él como Peter, su hermano, estaban convencidos de que -por causa de ese pecado paterno- una maldición divina pesaba sobre toda la familia y de que ellos también morirían pronto.
            En lo referente a su “espina en el costado” (utiliza también otras expresiones: “aguijón en la carne”, “discordia” o “desproporción”) nadie sabe con precisión qué pudo haber sido. Lo cierto es que Kierkegaard una y otra vez alude a ella en sus escritos, afirmando que es lo que le impide entablar las relaciones normales en la vida y lo que le sujeta a la consciencia del pecado y de la culpa. “Soy, en el más profundo sentido de la palabra”, observó, “una individualidad desdichada que desde sus primeros años ha estado siempre afectado por uno u otro padecimiento, rayanos en la locura y que deben tener sus raíces más profundas en una desproporción entre el alma y el cuerpo; pues (y eso es lo extraordinario) no tenía nada que ver con mi mente”[5].
            Esa enigmática expresión (de reminiscencias paulinas) nos llevaría a esta inquietante posibilidad: que Sören estuviese acomplejado por su deformidad física o que fuese impotente. El hecho de que consultase a un médico para ver si éste podía resolver “la discordia entre lo psíquico y lo físico” y, actuando a través de su voluntad, llevar a cabo “el universal ético” del matrimonio, hace probable, según algunos, que su problema fuese sexual.
Kierkegaard, el filósofo de la angustia, Ancile, Tomás Moreno
            El tercer hecho, y sin duda condicionado por el anterior, fue su relación con Regina Olsen. Prometido con la joven, Sören rompió el noviazgo -como ya vimos- al cabo de un breve tiempo, convencido de no poder llevar una vida “normal” en la situación matrimonial y de ser una “excepción”[6]. La había conocido en mayo de 1837, siendo ella una bella muchacha de 14 años. Tres años más tarde se promete con la joven, pidiendo su mano. Pero sólo unos meses después rompe inexplicablemente el compromiso: cree que la muchacha es una tentación que puede apartarle de su camino, ocultando el aspecto moral y religioso -y también el fisiológico o psíquico personal- que tal vez le ha llevado a tomar semejante drástica e inesperada decisión.
            En su obra Temor y temblor habla de su frustrada experiencia amorosa y afirma que ha renunciado a la muchacha por un mandato divino. En  su Diario de un seductor, Kierkegaard cuenta muchos detalles de su relación amorosa con Regina Olsen e intenta explicar algunas razones de su ruptura, enmarcándola en el carácter inconciliable entre la vida estética y la vida ética: él se siente consagrado por entero al culto de lo Absoluto y tiene conciencia de ejercer, como tal, un sacerdocio o vocación “religiosa” incompatible con el matrimonio, por su exigencia de total entrega[7].
Kierkegaard, el filósofo de la angustia, Ancile, Tomás Moreno
            Algunos biógrafos aluden -como uno de los motivos de su ruptura- al hecho de padecer de melancolía, evidentemente, una herencia paterna y familiar; otros, al temor de ser aceptado por ella no por verdadero amor sino por “compasión”. Theodor Haecker señala un hecho que indudablemente tuvo que pesar, y mucho, en su renuncia a casarse con su amada Regina, su torturante e inasumida deformidad física: “Kierkegaard tenía quizá un atormentado miedo de que sus hijos pudieran ser semejantes a él, y un miedo todavía más atormentado de que tales hijos pudieran incurrir en la perdición eterna y sucumbir al mal. Sabía por propia experiencia qué pequeña es la distancia que separa a un hombre deforme como él de lo demoníaco”[8]. El 3 de noviembre de 1847 Regina Olsen contrae matrimonio con Fritz Schlegel, hecho que -según testimonia su Diario- provoca a Sören una viva desesperación.
            En lo referente a su vida pública, tres son los grandes acontecimientos (en realidad confrontaciones intelectuales) que marcaron su trayectoria filosófica y espiritual: la primera contra el “sistema” hegeliano, la segunda contra la “cristiandad establecida” y la tercera contra la “prensa”, a raíz de sendas polémicas ocasionadas por el ataque del periódico satírico de Copenhague, “El Corsario”, de M. A. Goldschmidt y por el enfrentamiento con el obispo Martensen.
Aunque en su juventud  sólo le interesara la lectura de autores como Platón,  Goethe, Schiller o Heine, y -como confiesa en sus minuciosos y doloridos Diarios- en sus primeros años de universidad saciara sus apetencias de saber filosófico en los sistemas idealistas alemanes,  primero a través de intermediarios daneses y más tarde directamente, con los años, la filosofía clásica alemana -de Fichte, Schelling y Hegel- se convirtió para Kierkegaard en paradigma del error, del orgullo intelectual y de la frialdad religiosa. De ahí que entablara con ella -y en especial contra Hegel- una ardua y sutil polémica que sólo acabó cuando el filósofo danés cerró definitivamente sus ojos, en una clínica de Copenhague.
Kierkegaard, el filósofo de la angustia, Ancile, Tomás Moreno
El “sistema filosófico” en cuanto tal, fue combatido por Kierkegaard en nombre de exigencias tanto teóricas como éticas: la pretensión de una hojeada objetiva sobre el mundo es insostenible (ya que todo pensador no es más que un individuo existente, inmerso en la temporalidad) e inmoral (en cuanto es una huida de la propia responsabilidad individual): solo la subjetividad es la verdad. En 1843 comienza su extensa polémica contra el sistema de Hegel y su desprecio de la subjetividad: O esto o lo otro, (1843), el Post scriptum conclusivo no científico a las Migajas filosóficas (1846) y Mi punto de vista (1847), son los escritos en los que lleva a cabo su ajuste de cuentas con el hegelianismo.
Por “cristiandad establecida” entiende Kierkegaard la situación histórica en la que el mensaje cristiano, exaltado en palabras, es de hecho convertido en letra muerta, sometido a compromisos y mundanizado, privado de su verdad más profunda y terrible: la relación “personalísisma” y “absurda” entre el individuo pecador y Cristo. De ahí sus críticas y objeciones, expresadas en su Post scriptum (1846) contra la Jerarquía de Iglesia oficial danesa, a la que acusa de tibieza y de componendas con el poder político y la burguesía para oprimir a los más pobres, a las que seguirán muchas otras. En 1850 en su La escuela del cristianismo la acusará de practicar una religiosidad sin  riesgo y sin sufrimiento. En 1854 tiene lugar la ruptura final de Kierkegaard con la jerarquía eclesial luterana de Dinamarca denunciando sus actitudes acomodaticias y de estar excesivamente influidas por el hegelianismo. El cristianismo, para él, sólo puede practicarse a imitación de Cristo.
Kierkegaard, el filósofo de la angustia, Ancile, Tomás Moreno
            La “prensa”, inicialmente, es combatida por ser expresión e instrumento del principio de lo “anónimo” que rige en la sociedad moderna (y al que Kierkegaard contrapone el “individuo”).    En 1845 aparece una de sus obras más acabadas y la más sistemática de todas ellas, Estadios en el camino de la vida. Un periódico satírico de Copenhague, “El Corsario”, publica una malhumorada reseña de esta obra, y Kierkegaard arremete contra el temible periódico, soportando estoicamente las burlas e sus insultos de la revista, que no ahorran referencias canallescas a su contrahecha figura. El escándalo es considerable, porque Kierkegaard gozaba del respeto y la simpatía de todos los daneses sin excepción. De ese cariño y de esa devoción, además del que sacaba de sus propias reservas místicas, se alimentó espiritualmente K. en estos críticos momentos.
 III. En vida de Kierkegaard, pocos escritores daneses eran conocidos en el resto de Europa, con una excepción: la de Hans Christian Andersen (1805-1875), cuyos cuentos infantiles eran célebres a través de las traducciones al inglés y al francés[9]. Sören Kierkegaard, obtuvo en su país, desde la publicación de su primer libro, en 1841, un enorme éxito; sin embargo, hasta bastantes años después de su muerte Kierkegaard permaneció ignorado para el público de la mayor parte de Europa.
Kierkegaard, el filósofo de la angustia, Ancile, Tomás Moreno
            Tuvieron que pasar muchos años y una guerra mundial para que el pensamiento del filósofo danés ocupara el sitio que le correspondía en la cultura europea y ejerciera una poderosa influencia en la historia contemporánea de las ideas. El derrumbe moral, político y económico implícito en el estallido y desarrollo de la guerra fue un factor determinante en el “descubrimiento” de Kierkegaard llevado a cabo por los pensadores alemanes y franceses. El análisis de los problemas del existir concreto, hizo de Kierkegaard, en efecto, un punto de encuentro para pensadores como Martín Heidegger (1889-1981), Karl Jaspers (1883-1969), Jean-Paul Sartre y, sobre todo, para nuestro Miguel de Unamuno, que tanto le interesó e inspiró[10].
            Pero el pensamiento de Kierkegaard no influyó solamente en la filosofía del siglo XX; otras numerosas áreas del conocimiento muestran hoy su impronta, por ejemplo la teología. Corrientes que hoy se conocen como “teología dialéctica” y “teología de la crisis”-cuyo representante más conspicuo fue el teólogo protestante alemán Karl Barth (1886-1968)- serían impensables sin su influjo. Su legado filosófico y doctrinal constituye un decisivo aporte al pensamiento contemporáneo y asegura la continuidad y vigencia de este el gran escritor y pensador danés[11].



                                                                                               Tomás Moreno



[1] Ben-Ami Scharfstein, Los filósofos y sus vidas, Para una historia psicológica de la filosofía, Cátedra, Madrid, 1984, pp. 286-291.
[2] Sobre su incidencia en su compleja personalidad véase: T. Haecker, La joroba de Kierkegaard, Rialp, Madrid, 1956.
[3] Para quien sólo la experiencia individual subjetiva consigue iluminar en profundidad cualquier pensamiento religioso, juzgando inútil y peligrosa cualquier fundamentación racional del cristianismo, actualizando así el “credo quia absurdum” de Tertuliano.
[4] La mayoría de sus escritos, salvo excepciones contadas, los publica bajo seudónimo: Víctor Eremita, Johannes de Silentio, Constantin Constantius, Johannes Climacus, Vigilius Haufniensis, Nicolaus Notabene, Hilarius Bogbinder, Frater Taciturnus y, el último, J. Anti-Climacus. Tanto la diversidad de sus “géneros literarios” como su heteronimia se debieron, según algunos intérpretes, a su intento de hablar “desde dentro” de las posibilidades existenciales humanas (estética, ética o religiosa); a menudo expresan visiones del mundo contrapuestas y paradójicas con una finalidad dialéctica o mayeútica.
[5] Ben-Ami Scharfstein, Los filósofos y sus vidas, Para una historia psicológica de la filosofía, op. cit., p. 287.
[6] La temática de la excepción y de la irreductible individualidad del ser concreto tuvieron un peso teórico fundamental en todas sus obras.
[7] Pocos días antes de su muerte dijo a su amigo Emilio Boensen: “[…] Es la muerte; reza por mí para que me llegue pronto y bien. Estoy desazonado; tengo como San Pablo, un aguijón en la carne; por eso no puedo hacer la vida ordinaria, y de aquí deduje que mi misión era extraordinaria; procuré llevarla a cabo lo mejor que pude. He sido un juguete de la Providencia, que me lanzó y quiso valerse de mí […]. Luego tiende la Providencia su mano y me recoge en el arca. Tal es siempre la existencia y el sino de los mensajeros extraordinarios. Esto fue también lo que me cerró el camino para llegar hasta Regina; yo había creído que esto tendría remedio; pero no lo tuvo, y por eso rompí las relaciones […].” (Cit. en T. Haecker, La Joroba de Kierkegaard, op. cit., pp. 180-181).
[8] Theodor Haecker, La Joroba de Kierkegaard,  op. cit., p. 149. Magnussen, uno de sus biógrafos, enumera los rasgos de personalidad en los que coinciden algunos genios literarios (Lichtenberg, Byron, Leopardi, Pope etc.) afectados como Kierkegaard de algún defecto físico visible: la expulsión del defecto físico fuera de la conciencia; el miedo y la aversión a mirar la realidad decidida y consecuentemente; la fuerza de la ilusión casi indestructible y continuamente reavivada; la excesiva sensibilidad alternando con el cinismo y, precisamente en las naturalezas más nobles, el horror a la compasión ajena (ibidem, p. 153).
[9] La primera obra de K., titulada Papeles de un hombre que todavía vive, publicados a su pesar, fue una reseña crítica de cierta novela de Andersen y supuso la ruptura de su amistad.
[10] Para las relaciones y coincidencias entre Kierkegaard y Unamuno véanse las múltiples referencias de Pedro Cerezo Galán en su ensayo Las máscaras de lo trágico. Filosofía y tragedia en Miguel de Unamuno, Trotta, Madrid, 1996. (Sin duda, la mejor y más profunda aproximación existente al pensamiento de Unamuno y uno de los ensayos filosóficos más importantes, lúcidos y admirables escritos en España durante el último cuarto de siglo).   
[11] Para comprobar el reciente interés que suscita su figura y pensamiento en los medios filosóficos hispanos, sirvan de ejemplo estas obras publicadas en los últimos decenios: Celia Amorós, Sören Kierkegaard o la subjetividad del caballero, Anthropos, 1987; M. Holmes Hartshorne, Kierkegaard: el divino burlador, Cátedra, Madrid, 1992; Peter Vardy, Kierkegaard, Herder, Barcelona, 1997; Francesc Torralba, Poética de la libertad, Madrid, 1998; Rafael Larrañeta, La lupa de Kierkegaard, Salamanca, 2002 y Carlos Goñi, El valor eterno del tiempo. Introducción a Kierkegaard, Barcelona, 1996. Además de la iniciativa, emprendida por la editorial Trotta desde 1997 a 2007, de traducción al castellano de la mayoría de sus grandes obras y escritos. 




Kierkegaard, el filósofo de la angustia, Ancile, Tomás Moreno

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