Ofrecemos para la sección de Microensayos del blog Ancile, la quinta y última entrega del trabajo del profesor y filósofo Tomás Moreno, titulado Compromiso con el mundo y el valor de la oración: El padrenuestro, de El legado de Teresa de Jesús. Su proyección y vigencia en la espiritualidad de nuestro tiempo.
COMPROMISO CON EL MUNDO
Y EL VALOR DE LA ORACIÓN: EL PADRE NUESTRO
EL LEGADO DE TERESA DE JESÚS. SU PROYECCIÓN
Y VIGENCIA EN LA ESPIRITUALIDAD DE NUESTRO TIEMPO (y Vª)
V. Compromiso con el mundo y el valor de la
oración: El Padrenuestro
Vaciarse ante Dios,
desprenderse progresivamente de uno mismo y permitir que Él actúe en nosotros, ese
es el programa a realizar que nos prescribía Santa Teresa y la kénosis
carmelitana. Y eso nada tiene que ver con el disfrute autocomplaciente de
determinados sentimientos religiosos, ni tampoco con una cerrazón del alma ante
las contrariedades del mundo. Todo lo contrario. Las personas que renuncian a
llevar adelante sus propios planes y se entregan plenamente a Dios, se hacen
libres para realizar la obra de Dios y para transformar el mundo. Su compromiso
con el mundo se concreta en su opción por los pobres, desvalidos y oprimidos. Las
dos grandes místicas cristianas del siglo XX así como la mística judía, han
recogido el teresiano legado encarnándolo en sus vidas y en sus escritos,
actualizándolo en el mundo que les tocó vivir. Las tres, como Teresa de Jesús, llevaron una intensa
vida de oración: el diálogo solitario con Dios, esto es, la oración, fue el centro
de sus vidas.
Pero hay una oración, una sola, -a la que Teresa de Jesús dedicará una profunda
reflexión hermenéutica o exégesis en la segunda parte de su Camino
de Perfección –desde el capítulo 27
(Padre nuestro que estás…) al 42 (más líbranos del mal, amén), tratando de descubrir a sus monjitas
el misterio y el profundo significado de
esa oración
Esta es precisamente la oración mediante la cual dos de
nuestras místicas (Edith y Simone), significativa y sorprendentemente,
articularon y vivenciaron su experiencia religiosa más profunda, su vida
contemplativa y su relación con Dios. Y de haberla conocido es seguro que la
tercera, Etty, también habría privilegiado esa misma oración entre todas las
demás. Es la oración que Jesús nos enseñó a todos: el Padrenuestro. Oración central de la vida cristiana que es todo
un programa de vida y conducta para el cristiano y uno de los ejes en torno al
cual va a girar la conversión de dos de ellas, como vimos, así como su vida
religiosa cotidiana.
Para Edith Stein el conocimiento del Paternoster, ya lo señalábamos al comienzo, la impresionó
vivamente. Lo leyó por primera vez en versión gótica (alemán antiguo) ya en su
temprana época de sus estudios germanísticos. Pero fue con ocasión de haber asistido casualmente a su rezo en común
un amanecer en el campo, en la Selva Negra, lo que representó un inolvidable y
profundo impacto espiritual:
“La grandeza interna de esta
oración”, escribe López Quintás, “su carácter trascendente e íntimo a la par,
el clima comunitario que instaura impresionaron fuertemente a la joven
estudiante. Tal impresión se incrementó una mañana en la cual, tras haber
pernoctado con una amiga en una granja de montaña, pudo contemplar cómo el
granjero, católico practicante, rezaba con sus trabajadores y los saludaba
cordialmente antes de comenzar la jornada”[1].
Por su parte, Simone Weil sintió cuando la conoció
una fuerte conmoción interior. Lo cuenta en
A la espera de Dios: “Había leído palabra por palabra el Pater en
griego… la dulzura infinita de aquel texto griego me apresó de tal modo que por
algunos días no podía sino recitarlo continuamente”[2]. En esa obra Simone lleva
a cabo -en apenas cinco páginas- uno de los comentarios más profundos,
emocionantes y plenos de sentido jamás escritos sobre la oración cristiana por
antonomasia: El Padrenuestro (coincidiendo en esto curiosamente con Teresa
de Jesús que -lo hemos dicho antes- también dedica en Camino de Perfección una larga exégesis y reflexión al
Padrenuestro, comentando versículo por versículo -como Simone- las siete peticiones
o ruegos que al Padre dirigimos en ella).
Etty Hillesum |
La mística francesa lo inicia
comentando el primer versículo de la oración, Padrenuestro, que estás en los cielos, con estas palabras:
“Es
nuestro padre; nada real hay en nosotros que no proceda de él. Somos suyos. Nos
ama puesto que se ama y nosotros le pertenecemos”. Y concluye glosando su
final: “la palabra Padre ha comenzado la
plegaria, la palabra “mal” la termina. Hay que ir de la confianza al temor.
Sólo la confianza da la fuerza suficiente para que el temor no sea causa de la
caída”.
Esa conmoción volvió a sentirla, sin
duda, cuando en su Plegaria al Padre
escrita en sus “Cuadernos de América”
de 1942, un año antes de encontrarse “cara a cara con Él”, expresa su
irrefrenable deseo: “Que éste amor sea
una llama absolutamente devoradora de amor a Dios para Dios. Que todo esto me
sea arrancado, devorado por Dios, transformado en sustancia de Cristo y dado a
conocer a los desgraciados cuyo cuerpo y alma no tienen alimento”.
Y Etty, de haberla conocido, no nos cabe duda la habría distinguido
con su devoción especial. No olvidemos que incluso presintió su profundo
significado dialógico y paterno-filial: diecinueve días antes de ser trasladada
con su familia a Auschwitz, escribe desde Westerbork, esta su Oración al Dios Padre:
“Dios
mío, Tú que me has enriquecido tanto, permíteme también dar a manos llenas. Mi
vida se ha convertido en un diálogo ininterrumpido contigo, Dios mío, un largo
diálogo. Cuando me encuentro en un rincón del campo, con los pies plantados en
la tierra y los ojos elevados hacia tu cielo, el rostro se nos inunda a menudo
en lágrimas, único exutorio de mi emoción interior y de mi gratitud. También
por la noche, cuando acostada en mi litera me recojo en Ti, Dios mío, lágrimas
de gratitud inundan a veces mi rostro, y eso es mi oración”[3].
VI. A la espera del Reino
El Padrenuestro es la Oración que resume
en sólo Dos Palabras: Abbá y Reino, el núcleo mismo, la esencia del
mensaje cristiano. Esta primera pareja de palabras es la más conocida de todas
las que Jesús pronunció, con garantía histórica. Con ellas se verifica una
doble corrección en la visión religiosa de Dios: antes que Juez o Poder, Dios
es fuente de vida, de confianza, de dignidad humana y de libertad. Eso es lo
que sugiere la alusión metafórica a la paternidad de Dios y, además, con una
palabra aramea que no era nada habitual para dirigirse a Él: Abbá[4].
El tema de la Paternidad de Dios ha ocupado mucho espacio en
la reciente teología feminista, para evitar que se le travistiera en
masculinidad de Dios, dando pie a toda la teología patriarcal que hemos tanto
sufrido durante siglos. Pero Dios no es padre ni madre en el sentido genérico
de masculino o femenino. La “parentalidad” de Dios significa lo mismo que dice
el Nuevo Testamento en uno de sus escritos finales: que Dios es Amor (1ª Epístola de
San Juan, 4,8-16). El Amor es casi lo contrario del poder. Y por eso, la
definición significa que Dios (el “omnipotente”), no tiene más poder que el del
amor. Desgraciadamente en la historia de la Iglesia la definición de Dios como poder ha oscurecido la
revelación de Dios a través de Jesús[5].
Esta noticia de la Paternidad divina es la que nuestras
místicas -empezando por Teresa y
acabando con Etty- intuyeron con
sorprendente profundidad teológica, como núcleo esencial de nuestra confianza
en Dios y de nuestra esperanza en el Reino, “como programa para acercar el
Reino a enfermos (ciegos, cojos, sordos, paralíticos, leprosos) y marginados
sociales de la más baja clase o condición social (prostitutas, recaudadores,
mujeres, viudas, niños, perseguidos y
pobres)”, en palabras de J. L. González
Faus. A esa tarea, a esa esperanza en el Reino del Padre y en su
advenimiento (como se pide en el Padrenuestro)
Simone, Etty y Edith - y, antes que ellas, Teresa-, entregaron su vida
–la inmolaron- hasta el final de sus días.
Santa Teresa
de Jesús, culminó definitivamente su esfuerzo a los 67 años, después
de varios meses de estancia en Burgos donde concluye su última fundación,
encontrándose de viaje y en plena actividad en 1582. El 20 de septiembre llega
enferma y exhausta de fuerzas a Alba de Tormes, donde muere el 4 de octubre de
1582, tras una vida de extenuantes viajes, esfuerzos y sacrificios.
Santa Edith
Stein, con 51 años: una vez que los nazis invadieran Holanda.
Tras la famosa carta pastoral de los obispos holandeses en protesta por las deportaciones
de los judíos y la expulsión de los niños judíos de las escuelas católicas, los
nazis arrestaron a todos los católicos de origen hebreo. Edith y su hermana
fueron tomadas prisioneras el 2 de agosto de 1942 en el Carmelo de Echt y
trasladadas a Auschwitz. Allí murió el 2 de agosto de 1942. Poco antes de morir
–cuenta un prisionero superviviente- se la vio en el campo sentada en el
barracón, desolada y con una serena tristeza en sus ojos, como una Pietá sin el Cristo[6].
Simone
Weil a los 34 años, el 24 de agosto de 1943 a las diez y treinta, después de una
vida inmolada a los pobres, a los obreros, a los campesinos y, al final de su
vida, a los combatientes patriotas como una auténtica mártir de la solidaridad y de
la caridad. Desde que se iniciara la guerra había decidido dormir en el
suelo y no comer más de la ración asignada a un soldado en el frente;
desde su
estancia en Londres, alimentarse con las mismas raciones que sus compatriotas
prisioneros de los campos de concentración. La debilidad y la tuberculosis se
adueñaron de su salud hasta morir en el Sanatorio de Ashford, donde había
solicitado ingresar. Fue enterrada el día 30 en el New Cemetery de Ashford en
la zona reservada a los católicos. El sacerdote que esperaban para celebrar los
oficios religiosos no llegó a tiempo.
De los últimos momentos de Etty, la menor, la más
joven, poco sabemos con certeza. Sabemos que encontró la muerte llena de vida y
alegría, con 29 años. El 7 de
septiembre de 1943, partía junto a su familia (sus padres y su hermano Mischa)
desde el campo de Westerbork (campo de tránsito
no de exterminio) en el convoy que le
llevaría a la muerte anónima en las cámaras de gas de Auschwitz. Según la Cruz
Roja ello sucedió el 30 de noviembre de
ese mismo 1943.
A pesar del aparente final trágico,
infausto, absurdo y truncado de sus vidas, a pesar del desprendimiento y de la
autonegación de sí mismas -entregadas u ofrendadas en sacrificio por amor a
Cristo y a los demás- en absoluto las vidas de estas mujeres fueron vidas
malogradas o sinsentido, sino plenamente logradas, máximamente realizadas. Su
ejemplo, nos ayuda a amar la vida todavía más y a valorar con más intensidad la
presencia del misterio, de la solidaridad y de la belleza en el mundo, a pesar
de todas sus maldades, de todos sus horrores e injusticias. De ellas -y por
supuesto de la inmolación de Teresa de Jesús a la obra del Carmelo- podemos
decir lo que Susan Sontag dijo y
escribió al comentar la vida pasión y muerte de la joven filósofa y mística
francesa Simone Weil: “Algunas
negaciones de la vida permiten la verdad, crean salud y embellecen la vida”.
Tomás Moreno.
[1] A. López Quintás, Cuatro filósofos en busca de Dios, op.
cit., capítulo II, Edith Stein y su
ascenso a la plenitud de lo real, pp. 139-140. Es sorprendente que una
experiencia similar a la de Edith en la granja de la Selva Negra, le aconteció
a Simone Weil.
[2] Véase también L. Boella, op. cit, p. 48.
[4] Seguimos aquí el
emocionante y bellísimo comentario de J. L. González Faus al respecto en Miedo a Jesús, Cuadernos CJ, nº 163,
Barcelona, 2009, pp. 5-7.
[5] Para Etty Hillesum “el
problema es que el hombre busca espontáneamente a su Dios en la línea del
poder”.
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