Presentamos para la sección De juicios, paradojas y apotegmas, del blog Ancile, La libertad del dogma
positivo científico: de la ignorancia humanista a la involución
intelectual y creativa.
LA LIBERTAD DEL DOGMA
POSITIVO CIENTÍFICO: DE LA IGNORANCIA
A LA INVOLUCIÓN
INTELECTUAL Y CREATIVA
LA doctrina evolucionista
establece con férreos criterios –supuestamente- científicos la imposibilidad de
haber sido creados en modo alguno por ninguna inteligencia trascendente,[1]
así como que nos encontramos solos en el universo ¿conocido?. La libertad del
hombre radica precisamente en estos dos hechos que parecen indiscutibles. No
hay evidencia de otra vida que no sea esta que vivimos con mejor o peor fortuna
es otra clave para el entendimiento de la naturaleza humana y, desde luego, que
no estamos predestinados para alcanzar ningún fin, aunque, insisten, tenemos la
posibilidad de decidir sobre qué queremos y qué seremos en el futuro. El
accidente azaroso de la humanidad se muestra más que nunca arraigado a la idea
de la evolución biológica, cuya condición –individual y social- no tiene por
qué distinguirse de otras especies del reino animal, aunque el homo sapiens (hijo del trajinar no menos
azaroso de los primitivos linajes de simios) ha sido capaz de crear una
civilización propia. Mas no contentos con estas aseveraciones (discutibles, por
lo menos), se establece el incomparable parangón de que, a pesar de estos
avatares de azar, este culmen del primate inteligente da, nada menos, que la
mente a nuestro reducto inmediato en donde vivimos (la Tierra) y del espacio
sideral conocido. En cualquier caso, siempre seremos una especie disfuncional
ya que no hay manera de crear un sociedad sin conflictos graves (provenientes
de nuestra conducta tribal profundamente arraigada). Pero es que para colmo de
males el conflicto individual y social está
genéticamente impreso en nuestra
estructura neuronal y, claro está, hay que erradicar el parasitismo de cualquier
forma de manifestación de trascendencia en el espíritu humano, ya que esta es
una de las responsables de aquella disfuncionalidad señalada. Ahora, atención,
es preciso que, ante el aluvión de las novedades y excelencias científicas,
debemos esforzarnos en mantenernos prestos y serenos ante la incapacidad de
asumir su creciente y arrolladora influencia. Rematemos la faena diciendo que
las Humanidades (las artes creativas), cuyos horizontes son siempre inferiores
a los científicos, serán las que encierren y den carácter genuino al alma,
aunque, es inevitable, este alma de idiosincrasia humanista está muy frenada
por las limitaciones sensoriales de la especie, mas llegará el día en que las
mermadas humanidades se hermanen (o se sometan) a la clarividente e insobornable
fuerza de conocimiento como es la ciencia positiva.
Pues
bien, ¿qué clase de libertad es aquella que está sujeta al designio violento de
la supervivencia como criterio primordial para la evolución y progreso del
individuo pensante? Mas aún, ¿cómo podemos establecer como uno de los
fundamentos de nuestra libertad en la mera conjetura de nuestra soledad (y
angustiosa perspectiva pascaliana de existencia) en el universo? ¿Tenemos acaso
alguna evidencia absoluta de que esto es así? No por cierto. En cuanto a que
haya una inteligencia trascendente que ya influido de uno u otro modo en la
realidad biológica (menos aún psicológica) del ser humano, parece ser una cosa
archidemostrada por el evolucionismo ¿radical?, aun cuando en realidad no es en
absoluto demostrable bajo ningún concepto, racional y lógico (científico o no), cuestión que por otra parte ni sustrae
ni da libertad, no ya al ser humano, a cualquier entidad consciente de sí y de
su entorno, problemática profundamente estudiada por la tradición filosófica
metafísica o no durante siglos.
Alarmante,
deprimente y vanamente nihilista resulta una visión del conocimiento y
metodología científico positivo como panacea para la indagación y búsqueda de
la verdad y la realidad del mundo y de nosotros mismos, aun cuando de ningún
modo dé solución a prácticamente ninguna de las interrogantes que en verdad
angustian y preocupan al ser humano, pero acaso esto sea lo menos relevante, lo
que levanta muchas y más serias dudas es cómo puede obviarse milenios de interpretación
artística, filosófica, mística, poética del mundo en pos de una incapacitada e
incapacitante fórmula (¿científica)?, bajo el dogma de una fe positiva en el
método científico como la única manera no supersticiosa o fabulada del mundo,
sobre todo porque, o bien encierra esta aproximación una profundísima
ignorancia sobre uno de los soportes de conocimiento y vida interior
fundamentales del hombre y que está comprendido por lo que algunos denominan
–con cierto aire despectivo y de engolada suficiencia- humanidades, las cuales
diríase enfrentadas al saber científico, como si este, la ciencia, fuera de
origen extraterrestre y por tanto no humano. Lo dice quien les habla, que no es
poco entusiasta y devoto de la ciencia, pero que no puede dejar de admirar, por
ejemplo, el acervo inmenso y profundo del arte sacro en todo el orbe en sus más
diversas manifestaciones, o de la mística que ha sido capaz de inspirar el
genio poético de los más inmarcesibles espíritus poéticos.
¿Acaso
hemos de renunciar a las otras vías de percepción de conocimiento y
entendimiento del mundo que han hecho
del espíritu humano una conciencia tan singular como
excepcional para concebir
la belleza y la trascendencia como fuentes de inspiración creativa y de
superación personal, las cuales ofrecen al ser humano la posibilidad de crecer
interiormente frente a la banalidad y profundo desconocimiento de lo más
granado del alma humana en una sociedad que científica y tecnológicamente muy
avanzadas, pero que desde el punto de vista del pensamiento y el espíritu
están, tal vez a siglos de estos avances?
Qué
tendríamos que hacer con toda la tradición de pensamiento grecolatino, con las
cimas de la filosofía oriental (hindú, budista, taoísta…. ), qué con los
estudios fundamentales del espíritu humano sobre los símbolos, el pensamiento
religioso, la retórica, el arte, la música…. Qué con los personajes de
excepción que estudiaron eso factores del alma humana extraordinariamente
significativos, Lévi-Strauss, Elíade, Frazer, Jung, Campbell….
Qué de los eminentes científicos sin los cuales no habría de entenderse
la historia de la ciencia y que, sin embargo, no abandonaron sus creencias y
que incluso estudiaron disciplinas totalmente heterodoxas, véase a Newton, que mostró
un interés por la alquimia que hoy se considera una simple extravagancia del
genio de Woolsthorpe; qué de la fe cristiana del propio padre del evolucionismo y del gran estropicio y no menos grande despiste del positivismo más recalcitrante, me refiero a Darwin, y así en gran largo etcétera que pone de manifiesto que la cuestión del conocimiento y la búsqueda de la verdad no es cuestión tan simple como las huestes, discípulos y correligionarios del dogma positivo cientificista pretenden hacernos creer. Mucho más me interesan las aproximaciones de Einstein, Bohr, Schrödinger, Bohm …, entre otros muy numerosos espíritus científicos que escrutaban todas estas cuestiones con mucha más cautela y resolución humana y científica.
Francisco Acuyo
Francisco Acuyo
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